domingo, 9 de agosto de 2009
La hora del pueblo
Por Helen Umaña (Vos el soberano)
Ríos humanos marchan por los cuatro puntos cardinales de Honduras. Con sandalias o botas de hule. Las camisas no lucen blancas sino mugres, sudadas, ajenas a desodorantes de refinada marca. Cientos de «chuñas» vencen distancias y, por cinco días, caminan sin cesar. Campesinos de tradición lenca desde las altas montañas del occidente. Garífunas del litoral atlántico con la rebeldía vibrando en sus ritmos y tambores. Zambos de La Mosquitia. Pechs de Dulce Nombre. Chortís del Trifinio y de la cuna de ancestro maya. Mestizos chorotegas, olanchanos, trujillanos, pateplumas, comejamos de Olanchito. Jóvenes que por primera vez han visto el rostro amargo de la represión. Profesores, taxistas y buseros. Amas de casa. Abogados, médicos y enfermeras. Sacerdotes y pastores evangélicos. Todos caminan al lado de los pobres y humillados de la tierra.
Pies llagados tras 20 o 25 kilómetros de diario recorrido. Dolores de cabeza por insolación. Músculos acalambrados. Mujeres y hombres con el cuerpo cansado, pero dueños de un espíritu que los impulsa hacia adelante. Toman un trago de agua y ahí van. A paso que dure y no que madure. Con fe en conquistar la meta propuesta. Los jóvenes esperando a los viejos. Los viejos, queriendo alcanzar a los jóvenes. Los guía un objetivo concreto: mostrarle al mundo que la Resistencia no es de unos cuantos «gatos». Mucho menos, es gente pagada o «turba» de revoltosos. Caminan y desafían obstáculos porque los guía un sueño, una esperanza. Con apabullante claridad, demandan el restablecimiento del estado de derecho, grito que resuena por las montañas y caminos del país y cuya magnitud no podrá ser ocultada por el cerco mediático levantado por la alta burguesía.
Sólo las vivencias tiemplan el corazón humano. De la experiencia surge la claridad de la consciencia. En cada hombre o mujer que, por cinco días, camina en peregrinación hacia Tegucigalpa o San Pedro Sula, ha nacido o se ha fortificado un sentimiento de fe en sí mismos: la satisfacción de haber respondido con dignidad al atropello perpetrado por los usurpadores de la democracia.
Poseídos de una lucidez que los intelectuales de la burguesía les niegan, saben, sin sombra de duda, cuál es su meta inmediata: trazar los pasos concretos para llegar, organización y unidad mediante, a la redacción de una nueva Constitución, única opción para la restauración global del país.
De la fuerza de voluntad que se necesita para marchar bajo el sol o la lluvia y del espíritu de sacrificio implícito en más de cien kilómetros de caminata, se puede extraer una gran lección: sea cual sea el resultado de la manipulación diplomática, el pueblo hondureño se ha fortalecido y capitalizará la experiencia en futuras batallas democráticas. Gracias a los golpistas, a la velocidad de la luz, un nuevo ciudadano ha nacido en el país: el de hombres y mujeres a quienes se les ha caído la venda de los ojos y que, por lo mismo, nunca más, los políticos de oficio podrán manipular.
San Pedro Sula, 8 de agosto de 2009
Ríos humanos marchan por los cuatro puntos cardinales de Honduras. Con sandalias o botas de hule. Las camisas no lucen blancas sino mugres, sudadas, ajenas a desodorantes de refinada marca. Cientos de «chuñas» vencen distancias y, por cinco días, caminan sin cesar. Campesinos de tradición lenca desde las altas montañas del occidente. Garífunas del litoral atlántico con la rebeldía vibrando en sus ritmos y tambores. Zambos de La Mosquitia. Pechs de Dulce Nombre. Chortís del Trifinio y de la cuna de ancestro maya. Mestizos chorotegas, olanchanos, trujillanos, pateplumas, comejamos de Olanchito. Jóvenes que por primera vez han visto el rostro amargo de la represión. Profesores, taxistas y buseros. Amas de casa. Abogados, médicos y enfermeras. Sacerdotes y pastores evangélicos. Todos caminan al lado de los pobres y humillados de la tierra.
Pies llagados tras 20 o 25 kilómetros de diario recorrido. Dolores de cabeza por insolación. Músculos acalambrados. Mujeres y hombres con el cuerpo cansado, pero dueños de un espíritu que los impulsa hacia adelante. Toman un trago de agua y ahí van. A paso que dure y no que madure. Con fe en conquistar la meta propuesta. Los jóvenes esperando a los viejos. Los viejos, queriendo alcanzar a los jóvenes. Los guía un objetivo concreto: mostrarle al mundo que la Resistencia no es de unos cuantos «gatos». Mucho menos, es gente pagada o «turba» de revoltosos. Caminan y desafían obstáculos porque los guía un sueño, una esperanza. Con apabullante claridad, demandan el restablecimiento del estado de derecho, grito que resuena por las montañas y caminos del país y cuya magnitud no podrá ser ocultada por el cerco mediático levantado por la alta burguesía.
Sólo las vivencias tiemplan el corazón humano. De la experiencia surge la claridad de la consciencia. En cada hombre o mujer que, por cinco días, camina en peregrinación hacia Tegucigalpa o San Pedro Sula, ha nacido o se ha fortificado un sentimiento de fe en sí mismos: la satisfacción de haber respondido con dignidad al atropello perpetrado por los usurpadores de la democracia.
Poseídos de una lucidez que los intelectuales de la burguesía les niegan, saben, sin sombra de duda, cuál es su meta inmediata: trazar los pasos concretos para llegar, organización y unidad mediante, a la redacción de una nueva Constitución, única opción para la restauración global del país.
De la fuerza de voluntad que se necesita para marchar bajo el sol o la lluvia y del espíritu de sacrificio implícito en más de cien kilómetros de caminata, se puede extraer una gran lección: sea cual sea el resultado de la manipulación diplomática, el pueblo hondureño se ha fortalecido y capitalizará la experiencia en futuras batallas democráticas. Gracias a los golpistas, a la velocidad de la luz, un nuevo ciudadano ha nacido en el país: el de hombres y mujeres a quienes se les ha caído la venda de los ojos y que, por lo mismo, nunca más, los políticos de oficio podrán manipular.
San Pedro Sula, 8 de agosto de 2009
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