miércoles, 12 de agosto de 2009
El "Cardenal de los pobres" reivindica el derecho a la Insurrección
Por: Daniel Valencia (El faro digital)
Ante más de 10 mil opositores al gobierno golpista, Fausto Milla, el párroco del pueblo de Corquín que desde el golpe de Estado se convirtió en “la otra voz” de la iglesia Católica hondureña, llamó al pueblo a la insurrección. La oposición al gobierno de Roberto Micheletti dio este martes prueba de fuerza en San Pedro Sula y en la capital, Tegucigalpa, con sendas demostraciones en las calles.
En el parque central de San Pedro Sula nadie en la multitud pudo cantar completa “La marcha de la unidad” porque no se saben la letra. Entonces, disimulados, este martes 11 tararearon a la espera de la algarabía, que tronaría segundos más tarde con la línea más conocida de esa canción. Y cuando llegó el turno de cantar, muchos mostraron que no se pueden muy bien la parafernalia de izquierdas y se equivocaron al levantar el puño derecho en lugar del izquierdo.
En ese mitin, en la tarima, sin levantar los puños pero sosteniendo con fuerza un micrófono, con ambas manos, un anciano de 81 años, hondureño de raíces españolas, alto, piel blanca curtida por el sol y vestido con sotana blanca con una estola rosada, gritaba a todo pulmón el estribillo sin ningún complejo. “¡El pueblo, unido, jamás será vencido!”
Viniendo de un sacerdote y no de un político de cepa, cobra más relevancia. Por lo menos así lo creen los más de 10 mil manifestantes que acompañaron al padre Fausto Milla -“el pastor de los pobres”, le llaman acá sus seguidores- en la toma del centro de la segunda ciudad más importante de Honduras, San Pedro Sula. La concentración se produjo en el parque, frente a la catedral de esta ciudad.
Ese tipo de conductas son las que sus seguidores aprecian, y así se lo hicieron saber. “Aquí está nuestro arzobispo, arzobispo de los pobres y no de los ricos. ¡Fuera Rodríguez Maradiaga, fuera los golpistas!”, gritó un hombre desde el centro de la 3a. Avenida, la vía que separa al parque central de la catedral, custodiada por unos 100 “chepos” (policías antimotines) a los que les temblaba la vista al ver aquel muro de gente frente a ellos.
El hombre ponía como figuras antagónicas a Milla y al cardenal hondureño Óscar Rodríguez Maradiaga, a quien casi inmediatamente después del golpe los partidarios del depuesto presidente Manuel Zelaya tildaron de golpista.
Ante la multitud enardecida, entonces, para calmar los ánimos -el gentío ya estaba recibiendo las primeras noticias de los disturbios ocurridos en Tegucigalpa, en donde simpatizantes de la Resistencia incendiaron un restaurante Popeyes y un autobús, en la Avenida Juan Pablo Segundo-, Milla alzó la voz y dijo: “Hermanos, hagamos la paz y no la violencia. Represión solo se combate y se vence con paz. Aquí enfrente no tenemos a las familias opresoras, no tenemos a ningún apellido de renombre. Estos policías son hermanos nuestros, son López, son Ramos, son Pérez”, les dijo, antes de iniciar una misa al aire libre, dado que la catedral fue cerrada y custodiada por la policía.
Milla, junto a un nutrido grupo de gente apareció marchando por la 3a. Avenida a las 4 de la tarde. El padre caminó desde Santa Rosa de Copán, de donde es párroco, y en el camino se juntó con las marchas que venían a la ciudad desde las localidades de Yoro, Colón, Atlántida, Ocotepeque, Lempira, Santa Bárbara y Cortez.
Antes que ellos, a la plaza central de la ciudad llegaron los sampedranos aliados a la Resistencia, que esperaron con comida, agua y alimentos a los manifestantes que también marcharon desde Progreso, Lima y Ceiba.
El sacerdote revolucionario
Fausto Milla ha estado escondido, según dicen algunos simpatizantes de la Resistencia. El padre, sin embargo, aunque confiesa que ha recibido muchas amenazas, siempre ha estado donde lo pueden encontrar: en su iglesia, en su territorio rico en cultura indígena, de campesinos.
Desde el golpe de Estado, Milla ha sido de los principales religiosos católicos que ha criticado –y condenado- “los atropellos” en las regiones del interior del país y que públicamente han contrariado la posición del máximo jerarca de la Iglesia Católica, el cardenal Rodríguez Maradiaga.
Y la postura de Milla no cace en esta coyuntura. Durante los setentas y ochentas, defendiendo los derechos de los indígenas campesinos, Milla aguantó la persecución del ejército hondureño en su parroquia de Corquín, en Santa Rosa de Copán.
En su hoja de vida elaborada por la ONG Comunicación Comunitaria se lee que él fue de los primeros sacerdotes en denunciar al mundo la masacre del río Sumpul, ocurrida en El Salvador el 14 de mayo de 1980. Según Milla, en esa masacre participaron tanto el ejército salvadoreño como el hondureño.
Como ayer, hoy Milla insiste en que la verdadera iglesia está en el pueblo, y no en los templos ni en las catedrales, y por eso él, asegura, defiende al pueblo. Un pueblo que merece que se le regrese la soberanía robada. “Tengo 81 años como hondureño. Y he vivido y visto muchas cosas, pero nunca nada comparable con lo que estamos viendo todos este día”, dijo Milla, al iniciar su mensaje.
“Cuando hay desigualdad no existe libertad”, añadió. “Y este pueblo ya no está luchando una guerra fratricida entre dos simpatizantes de dos partidos políticos. Este pueblo está luchando por alcanzar esa igualdad, generada por esos opresores que ahora nos han robado aquello que más tenemos derecho a tener: la soberanía. Ellos son los criminales, y no lo digo yo, lo dicen los artículos 2 y 3 de la Constitución: ¡el pueblo es el soberano, quien robe esa soberanía es un traidor de la patria, es un criminal!”
Luego, alzando más la voz, el sacerdote lanzó el mensaje que recibió ovaciones de los manifestantes: “Me han dicho algunos que participaron de la redacción de esa Constitución que ahora se arrepienten de haber escrito el artículo 3, ¡porque el artículo 3 llama a la insurrección, hermanos, para retornar esa soberanía al pueblo que en Honduras ha sido robada!”
Unos 30 minutos más duró el acto, porque una torrencial lluvia cayó sobre la ciudad. Y como la ciudad no tiene drenajes, justo en el centro, en los alrededores de la plaza, el río de gente en San Pedro Sula tuvo que enfrentarse a un río de agua.
Ante más de 10 mil opositores al gobierno golpista, Fausto Milla, el párroco del pueblo de Corquín que desde el golpe de Estado se convirtió en “la otra voz” de la iglesia Católica hondureña, llamó al pueblo a la insurrección. La oposición al gobierno de Roberto Micheletti dio este martes prueba de fuerza en San Pedro Sula y en la capital, Tegucigalpa, con sendas demostraciones en las calles.
En el parque central de San Pedro Sula nadie en la multitud pudo cantar completa “La marcha de la unidad” porque no se saben la letra. Entonces, disimulados, este martes 11 tararearon a la espera de la algarabía, que tronaría segundos más tarde con la línea más conocida de esa canción. Y cuando llegó el turno de cantar, muchos mostraron que no se pueden muy bien la parafernalia de izquierdas y se equivocaron al levantar el puño derecho en lugar del izquierdo.
En ese mitin, en la tarima, sin levantar los puños pero sosteniendo con fuerza un micrófono, con ambas manos, un anciano de 81 años, hondureño de raíces españolas, alto, piel blanca curtida por el sol y vestido con sotana blanca con una estola rosada, gritaba a todo pulmón el estribillo sin ningún complejo. “¡El pueblo, unido, jamás será vencido!”
Viniendo de un sacerdote y no de un político de cepa, cobra más relevancia. Por lo menos así lo creen los más de 10 mil manifestantes que acompañaron al padre Fausto Milla -“el pastor de los pobres”, le llaman acá sus seguidores- en la toma del centro de la segunda ciudad más importante de Honduras, San Pedro Sula. La concentración se produjo en el parque, frente a la catedral de esta ciudad.
Ese tipo de conductas son las que sus seguidores aprecian, y así se lo hicieron saber. “Aquí está nuestro arzobispo, arzobispo de los pobres y no de los ricos. ¡Fuera Rodríguez Maradiaga, fuera los golpistas!”, gritó un hombre desde el centro de la 3a. Avenida, la vía que separa al parque central de la catedral, custodiada por unos 100 “chepos” (policías antimotines) a los que les temblaba la vista al ver aquel muro de gente frente a ellos.
El hombre ponía como figuras antagónicas a Milla y al cardenal hondureño Óscar Rodríguez Maradiaga, a quien casi inmediatamente después del golpe los partidarios del depuesto presidente Manuel Zelaya tildaron de golpista.
Ante la multitud enardecida, entonces, para calmar los ánimos -el gentío ya estaba recibiendo las primeras noticias de los disturbios ocurridos en Tegucigalpa, en donde simpatizantes de la Resistencia incendiaron un restaurante Popeyes y un autobús, en la Avenida Juan Pablo Segundo-, Milla alzó la voz y dijo: “Hermanos, hagamos la paz y no la violencia. Represión solo se combate y se vence con paz. Aquí enfrente no tenemos a las familias opresoras, no tenemos a ningún apellido de renombre. Estos policías son hermanos nuestros, son López, son Ramos, son Pérez”, les dijo, antes de iniciar una misa al aire libre, dado que la catedral fue cerrada y custodiada por la policía.
Milla, junto a un nutrido grupo de gente apareció marchando por la 3a. Avenida a las 4 de la tarde. El padre caminó desde Santa Rosa de Copán, de donde es párroco, y en el camino se juntó con las marchas que venían a la ciudad desde las localidades de Yoro, Colón, Atlántida, Ocotepeque, Lempira, Santa Bárbara y Cortez.
Antes que ellos, a la plaza central de la ciudad llegaron los sampedranos aliados a la Resistencia, que esperaron con comida, agua y alimentos a los manifestantes que también marcharon desde Progreso, Lima y Ceiba.
El sacerdote revolucionario
Fausto Milla ha estado escondido, según dicen algunos simpatizantes de la Resistencia. El padre, sin embargo, aunque confiesa que ha recibido muchas amenazas, siempre ha estado donde lo pueden encontrar: en su iglesia, en su territorio rico en cultura indígena, de campesinos.
Desde el golpe de Estado, Milla ha sido de los principales religiosos católicos que ha criticado –y condenado- “los atropellos” en las regiones del interior del país y que públicamente han contrariado la posición del máximo jerarca de la Iglesia Católica, el cardenal Rodríguez Maradiaga.
Y la postura de Milla no cace en esta coyuntura. Durante los setentas y ochentas, defendiendo los derechos de los indígenas campesinos, Milla aguantó la persecución del ejército hondureño en su parroquia de Corquín, en Santa Rosa de Copán.
En su hoja de vida elaborada por la ONG Comunicación Comunitaria se lee que él fue de los primeros sacerdotes en denunciar al mundo la masacre del río Sumpul, ocurrida en El Salvador el 14 de mayo de 1980. Según Milla, en esa masacre participaron tanto el ejército salvadoreño como el hondureño.
Como ayer, hoy Milla insiste en que la verdadera iglesia está en el pueblo, y no en los templos ni en las catedrales, y por eso él, asegura, defiende al pueblo. Un pueblo que merece que se le regrese la soberanía robada. “Tengo 81 años como hondureño. Y he vivido y visto muchas cosas, pero nunca nada comparable con lo que estamos viendo todos este día”, dijo Milla, al iniciar su mensaje.
“Cuando hay desigualdad no existe libertad”, añadió. “Y este pueblo ya no está luchando una guerra fratricida entre dos simpatizantes de dos partidos políticos. Este pueblo está luchando por alcanzar esa igualdad, generada por esos opresores que ahora nos han robado aquello que más tenemos derecho a tener: la soberanía. Ellos son los criminales, y no lo digo yo, lo dicen los artículos 2 y 3 de la Constitución: ¡el pueblo es el soberano, quien robe esa soberanía es un traidor de la patria, es un criminal!”
Luego, alzando más la voz, el sacerdote lanzó el mensaje que recibió ovaciones de los manifestantes: “Me han dicho algunos que participaron de la redacción de esa Constitución que ahora se arrepienten de haber escrito el artículo 3, ¡porque el artículo 3 llama a la insurrección, hermanos, para retornar esa soberanía al pueblo que en Honduras ha sido robada!”
Unos 30 minutos más duró el acto, porque una torrencial lluvia cayó sobre la ciudad. Y como la ciudad no tiene drenajes, justo en el centro, en los alrededores de la plaza, el río de gente en San Pedro Sula tuvo que enfrentarse a un río de agua.
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