lunes, 31 de agosto de 2009
EL GOLPE DE ESTADO EN HONDURAS Y LOS APARATOS CLERICALES
Por Helio Gallardo (Pensar América Latina)
1.- Preliminar
Con independencia de que el presidente José Manuel Zelaya haya incurrido en acciones inconstitucionales, asunto polémico, acciones por los cuales se le debió seguir un proceso de acuerdo a la las leyes hondureñas, contra él se activó un golpe de Estado. Este golpe de Estado recibió el rechazo, aunque por razones diversas, de una parte significativa de la población de Honduras, y también el inevitable repudio de la Organización de los Estados Americanos (OEA) que, además, exigió la inmediata restitución del presidente Zelaya en su cargo. Esta instancia, para quienes desean hoy desconocerla, es una organización internacional panamericana de la cual forman parte todos los Estados americanos (excepto Honduras, suspendido en julio del 2009) y a la que solo no pertenecen los territorios que todavía son colonias (Guayana Francesa o, más polémicamente, Puerto Rico, por ejemplo). Cuba fue recientemente readmitida en la OEA pero no participa en ella. La suspensión de Honduras fue votada por 33 Estados de 34 (Honduras se abstuvo). La decisión de la OEA se basó en su carta constitutiva (1948) y en la reciente Carta Democrática Interamericana (2001). Está, pues, apegada a derecho panamericano e internacional.
Por supuesto, este derecho podría cambiar, si así lo estimasen los Estados que concurren en la OEA. Lo que no tiene valor para los Estados y sus personeros en el seno de la OEA, excepto por razones diferentes al golpe de Estado perpetrado por empresarios, militares y funcionarios políticos hondureños, es acusar a la OEA de injerencismo, desautorizar a su Secretario General que sigue instrucciones de la Asamblea General, e, incluso, gestionar ‘mediaciones’ que no tengan como eje el rechazo frontal al golpe de Estado y la exigencia de inmediata restitución del presidente Zelaya en su cargo. Que Estados Unidos haya sugerido inicialmente una negociación que no contenía estas reclamaciones y la encargue a Costa Rica (y este Estado la acepte) solo indica que ambos Estados votaron por algo en lo que no creían ya sea porque favorezcan el golpe (que parece ser la posición de Estados Unidos) o por conveniente confusión mental (que podría ser el caso de Costa Rica) en un marco de desprecio por la OEA y más específicamente por la realidad de las “repúblicas bananeras”. Se debe asimismo reconocer que, en tanto organismo internacional, la OEA no posee un prestigio incontestable y que su posicionamiento actual busca ganar solidez interna y darse un protagonismo del que históricamente ha carecido. En estos esfuerzos tropieza, sin duda, con la permanente voluntad hegemónica de Estados Unidos en el subcontinente, con las diferencias internas entre los países latinoamericanos y sus propias limitaciones institucionales.
Este artículo, cuya redacción se inicia el 18 de julio, no se ocupa, sin embargo, del desenlace del golpe de Estado ni de sus alcances para la organización de los Estados Americanos, sino de algo que constituye ya un dato: el apoyo de los aparatos clericales hondureños (católicos y un buen número de iglesias y pastores protestantes) plasmado en pronunciamientos y jornadas de oración y, también, de las oposiciones a ese apoyo concretado asimismo en al menos un documento de una de las diócesis hondureñas y en las movilizaciones a favor de Zelaya en las que participan, sin duda, creyentes religiosos cristianos protestantes y católicos.
Debe observarse que tanto las jornadas de oración, llamadas principalmente por el pastor Evelio Reyes, como la declaración de la Conferencia Episcopal hondureña fueron ampliamente difundidas por la prensa empresarial y las agencias periodísticas favorables al golpe, difusión de la que carecieron los pronunciamientos de inspiración religiosa o clerical en contra de él. Por lo tanto el análisis no prejuzga acerca de las opciones ‘cristianas’ o de otros creyentes religiosos en el conflicto, sino que se interesa exclusivamente en posicionamientos que pueden atribuirse a reducidos círculos ‘sacerdotales’ ‘cristianos’.
De esta manera el interés de la discusión no se centra tanto en la realidad hondureña específica de hoy, sino en la consideración conceptual de lo que subyace y sostiene en América Latina a los posicionamientos y toma de partido clericales en favor de una dominación oligárquica y neoligárquica, señorial, que históricamente se puede comprobar tiene efectos antievangélicos y antihumanos por ser excluyente y bloquear sistémicamente el principio de agencia (sostiene la institucionalidad democrática y el reconocimiento de derechos humanos) tanto en su versión liberal (individual) como social.
Por supuesto, el análisis es solo introductorio, en el sentido de comienzo de una discusión.
Por ello mismo, conviene fijar algunas determinaciones básicas. Aquí ni se asocia ni se identifica ‘clericalidad’ o ‘aparatos clericales’ con “sentimientos religiosos” o “religiosidad”. En el caso católico, ‘clericalidad’ remite a su autoridad jerárquica incontestable por tratarse de una institución con lógica vertical o autoritaria de 'inspiración divina' y control absoluto por parte de minorías aplicado a una comunidad de fieles. En las iglesias protestantes, se trata de la figura del ‘pastor’ en quien los fieles confían o delegan responsabilidades de predicación y apoderamiento de la oración personal, funciones que pueden ser entendidas como tareas ministeriales profesionales, pero no como sacerdocio derivado de Dios. En términos básicos podríamos hablar de ‘aparatos sacerdotales’ para el caso católico y de ‘aparatos ministeriales profesionales’ para la situación protestante (que admite diferenciaciones internas). Estos aparatos son enteramente producción sociohistórica y en ellos pueden alcanzar responsabilidades funcionarios sin fe religiosa o con ella pasando por todos los matices y posicionamientos intermedios. ‘Iglesia’ no es por tanto aquí sinónimo de religión, religiosidad o fe religiosa, y los posicionamientos, pronunciamientos o acciones clericales se refieren siempre a sus ‘autoridades’ sacerdotales y ministeriales.
De esta manera, el análisis no puede ser entendido como un ataque a la fe religiosa (procedimiento usual en América Latina para descalificar ad portas cualquier discusión sobre acciones clericales) excepto mediante una simplificación corriente aunque interesada acerca del fenómeno religioso. Aunque pueden existir articulaciones positivas entre fe religiosa, religiosidad cultural y social, iglesias y aparatos clericales, ellas no son necesarias ni obligatorias y están siempre abiertas al análisis social.
Esta discusión sí se centra en las determinaciones que las ‘jerarquías’ clericales, en especial la católica, proponen a sus fieles respecto de cómo debe experimentarse personal y socialmente la fe religiosa. Estas determinaciones tienen alcance político en un sentido básico aunque los aparatos clericales las propongan como éticas y salvíficas y sin opción partidaria o sectaria, en su sentido estrecho de inclinación por un partido político específico. Solo para una comprensión reductivamente politicista (que es un sesgo común del análisis político ‘oficial’) las opciones políticas son entendidas como decisiones exclusivas sobre partidos (Nacional o Liberal en el caso hondureño), personalidades (o Zelaya o Micheletti) o estancamente focalizadas en el eje de acción jurídico-estatal. Lo sepan o no los ciudadanos, los diversos sectores sociales y las personas están, en las formaciones sociales modernas, constantemente decidiendo, por ejemplo, sobre el sistema social, las lógicas institucionales o el carácter del poder o poderes sociales. Las opciones partidarias no están desvinculadas de estas elecciones que las subyacen y las sustentan, aunque entre estos factores y procesos pueda existir una significativa diferenciación.
Interesa a este trabajo introducir a los caracteres de este substrato que lleva a los aparatos clericales públicos asentados en América Latina con mayor capacidad de incidencia en la población a apoyar la constitución y continuidad de un sistema de dominación económico/social y político/cultural oligárquico y neoligárquico centrado en intereses y privilegios particulares y excluyentes y que resuelve sus situaciones de crisis con violencia armada como expresión particular y brutal de la violencia institucional y sistémica (estructural) omnipresente en las formaciones sociales latinoamericanas.
Si se prefiere, en términos directos, esta discusión se ocupa de por qué los golpes militares/empresariales y geopolíticos resultan apoyados por los aparatos clericales ‘cristianos’ de masas y la violencia del sistema oligárquico, que no es solo militar o policial, es acompañada con escasa o ninguna crítica (ni siquiera profética, sino mínimamente ética) por estos aparatos clericales. La experiencia hondureña de junio/julio del 2009, facilita elementos distintivos para esta discusión.
2.- Factores básicos de los imaginarios de los aparatos clericales latinoamericanos
Entre la amplia literatura de posicionamiento básico e inspiración clerical que generó el golpe en Honduras destacan dos documentos emitidos por el aparato clerical católico de ese país. Uno, considerados cronológicamente, es el “Mensaje de la Diócesis de Santa Rosa de Copán”, fechado el 1º de julio y el segundo es el Comunicado de la Conferencia Episcopal de Honduras, titulado “Edificar desde la crisis”, con fecha del 3 de julio. En el primer documento, se rechaza tajantemente lo que se considera el “Golpe de Estado del 28 de junio” (quinto párrafo). El mensaje diocesano es suscrito por el obispo Luis Alfonso Santos. En el comunicado de la Conferencia, en cambio, se sostiene que no ha existido golpe de Estado y se enfatiza que “… las instituciones del Estado democrático hondureño, están vigencia y que sus ejecutorias en materia jurídico-legal han sido apegadas a derecho” (segundo párrafo). El régimen, considerado “golpista” por el Mensaje de Santa Rosa, es presentado por este segundo documento como de pleno “vigor legal y democrático de acuerdo a la Constitución de la República de Honduras”. El gobierno de facto de Micheletti no es solo legal, según la conferencia de obispos, sino ‘democrático’.
Conviene reparar en que el comunicado de los obispos es posterior al mensaje de Santa Rosa y que fue firmado por los once obispos hondureños, es decir fue también respaldado por el obispo Luis Alfonso Santos. Esto último puede querer decir que Santos fue persuadido de su “error” y “desinformación”por otros obispos, o que no quiso aparecer como disidente o rebelde de un modo que el cuerpo jerárquico sacerdotal apareciese con fisuras en una situación especial de crisis, o que no captó los alcances políticos de su pronunciamiento del 1º de julio.
En cualquier caso, en el seno de la conferencia episcopal que produjo el mensaje debe haberse dado algún tipo de discusión porque su documento incorpora un párrafo relativamente inconsistente con su afirmación de que ‘en todo se había procedido a derecho’. El párrafo reza: “Ningún hondureño podrá ser expatriado ni entregado a un Estado extranjero (Art. 102, Constitución de la República). Creemos que todos merecemos una explicación de lo acaecido el 28 de junio”. Lo que acaeció el 28 de junio fue el violento arresto/secuestro del presidente Zelaya por un grupo de militares, y su posterior envío forzado a Costa Rica en un avión no identificado. Esa acción al menos fue, obviamente, ilegal e inconstitucional, y materializa el ‘golpe de Estado’ que la declaración no reconoce. Los obispos exigen, una “explicación”. Pero ninguna ‘explicación’, por racional o ética que parezca, podrá quitarle a la acción de los militares su carácter de inconstitucional e ilegal. De modo que se trató de un golpe de Estado, aunque la Conferencia proclame que ese golpe nunca existió. Y llevaba razón en este punto el al parecer minoritario obispo Santos.
Lo que interesa centralmente aquí no es, sin embargo, el golpe de Estado, sino el por qué y desde que matriz, no puramente circunstancial, la Conferencia Episcopal, apoya un golpe empresarial/militar que, con su respaldo clerical y el de otros ‘pastores’, puede ser valorado asimismo como ‘cristiano’. Esta cuestión vale, con las diferencias específicas de cada caso, para el diversificado apoyo que los aparatos clericales inscritos en América Latina dieron en su momento a los regímenes de Seguridad Nacional en el Cono Sur(1), para su opción frontal y conspirativa inicial contra la instauración del régimen revolucionario y popular cubano, para su encabezamiento de la “contrarrevolución” en Nicaragua (década de los ochenta) y para el aislamiento, al interior del aparato clerical, del arzobispo Óscar Arnulfo Romero en El Salvador. El ‘pecado’ de éste fue declarar ética, por tanto grata a los ojos de Dios, la lucha armada del Farabundo Martí para la Liberación Nacional y llamar a las tropas “oficiales” del Estado salvadoreño a deponer las armas. El arzobispo fue aislado por el aparato clerical católico salvadoreño y luego asesinado por un escuadrón de la muerte de la oligarquía. El Papa, Juan Pablo II, enterado del crimen, envió un sensible pero abstracto mensaje protocolario lamentando el suceso, pero el Vaticano reaccionó a la exigencia de condenar a la caverna salvadoreña con un frío: “ (…) no se sabe aún el color de la bala que mató al arzobispo". Un cuarto de siglo después de su asesinato, y como parte de un demorado proceso que debería llevarlo a su canonización, la burocracia vaticana lo reconoce como “de sus filas” clericales con un tajante: “Romero no era un obispo revolucionario, sino un hombre de la Iglesia, del Evangelio y de los pobres”. Éstas son solo algunas referencias extremas de las polémicas asistencias clericales.
La primera observación, obvia, es que el aparato clerical católico forma parte del sistema de poder y dominación de las formaciones sociales latinoamericanas. En este sentido se asemeja a los aparatos militares (directamente involucrados en los aparatos estatales) o a los medios masivos empresariales privados, pero no es idéntico a ellos. En Chile, los pequeños campesinos del sur, solían decir en broma y en serio: “Cuando veo venir por el camino al patrón (terrateniente) y a su lado el policía y al otro el cura, agarro mi gallina más gorda y corro a esconderme al monte porque de esos tres juntos no se puede esperar nada bueno para los pobres”. En Chile la policía (carabineros) era militarizada. Y hoy el pequeño campesino podría agregar el cuarto jinete del Apocalipsis que faltaba en su relato: los “periodistas” de la Sociedad Interamericana de Prensa o CNN. La mirada del campesino reconocía las personificaciones del sistema de iniquidad y represión, pero diferenciaba a sus componentes. Tenía razón.
La razón del campesino puede ser descompuesta de esta manera: el propietario rico y poderoso lo interpelaba y amenazaba en tanto él era pobre, que en América Latina se traduce sin poder. El carabinero o policía con su autoridad legal lo interpelaba en tanto él era un ciudadano de segunda o tercera, muchas veces un no-ciudadano y, hasta en situaciones de crisis, una no-persona, en particular si era indígena. El cura, en cambio, lo trataba como un alma igual y lo interpelaba, desde su carácter sagrado, como fiel de una iglesia a la que debía someterse para estar bien con Dios y ganar el Cielo. Solo el cura le ofrecía una esperanza, pero a costa de dejarse arrebatar su única gallina gorda. Por eso su huída al monte podía contener remordimiento porque podía costarle la vida eterna. En cambio, burlar al patrón o al policía formaba parte de las chilenas y latinoamericanas reglas del juego para un empobrecido.
Enfaticemos: el aparato clerical católico, aunque sea parte del sistema de dominación, no funciona idéntico a la represión militar. El aparato militar, abierto o encubierto, invade, golpea, reprime, destruye, mata. Por ello, a veces resulta enjuiciado y castigado. El aparato clerical enjuicia y es atendido, habla y es escuchado, convoca para desmovilizar y puede alcanzar éxito, ofrece su mediación como si estuviese por encima de la historia y de sus antagonismos, condena la violencia (toda, cualquiera) y llama a buscar la verdad, la paz y a la reconciliación apelando a un “Bien Común”. Y nunca, o casi nunca, se exige castigo contra él o lo recibe. A su vez la gente no se siente recibiendo ‘castigo’ por parte de las iglesias, sino algún tipo de seguridad e incluso experimenta formas de gratitud hacia ellas, aunque a costa de recibir sus reprimendas. Cuando interpela en sus liturgias, el aparato clerical no habla a ningún sector social o nacionalidad: su discurso esta dirigido a adeptos clericales que las personas traducen como adhesión religiosa, como una expresión de fe religiosa. Es una identificación íntima y a la vez trascendente. Muy distinta a la de 'mero' campesino o ciudadano. De hecho, el aparato clerical no interpela, en tanto tales, a campesinos y ciudadanos. Los 'convierte' en fieles.
Es oportuno detenerse en otro aspecto de la diferencia entre aparatos militares y aparatos clericales: los primeros producen su verdad bajo la forma de la victoria o la derrota. Los segundos buscan y proponen una verdad que estaría en ‘las cosas’, como su naturaleza (o esencia). Los aparatos militares (que son directamente aparatos políticos) determinan la ‘verdad’ y ‘bondad’ (virtud) de su acción mediante el logro de fines. Quien aplasta o destruye al adversario (quiere decir a lo que le da fuerza a ese adversario) es ‘verdadero’ y ‘bueno’ porque es efectivo. Los aparatos clericales afirman, en cambio, que la verdad y el ‘bien’ (virtud) no se siguen del éxito o fracaso en la acción, sino de un ‘orden’ o canon previo a la acción, canon cuyo origen y fundamento es ajeno, aunque vincula, a la historia humana. Es un orden sobre-natural, donde ‘natural’ posee un doble valor: contiene lo propio o esencia de las cosas (lo que las hace verdaderas y buenas aunque distintas) y también su inserción en un único sistema vinculante, el del orden debido de todo lo que existe, o ley natural. En la tradición ‘cristiana’ occidental, esta ley natural es obra de Dios. Es sagrada, por tanto. No debe (y estrictamente no puede) ser violada.
En la historia del pensamiento a este último posicionamiento y a los imaginarios que surgen desde él se le conoce como naturalismo ético que apunta a que lo debido para los seres humanos está o se basa en el orden natural. ‘Natural’ en la tradición filosófica es un concepto complejo que comprende tanto la generación de una cosa (“natural” viene de “nacer”, nascere), su carácter específico (presencia y función) y su vínculo con la base desde la que se despliega todo lo que nace, la Naturaleza, el Ser o Dios, en el caso que nos ocupa. Por su ‘naturaleza’, en este sentido complejo, el carácter del mundo se sigue de la creación divina y el ser humano solo puede discernirla (por su naturaleza racional) y obedecerla. Es insensatez o aberración no seguir la naturaleza de las cosas, no obedecer el deseo de Dios. También puede ser soberbia, el pecado de Lucifer, es decir de quien se levanta contra la voluntad de Dios y atrae su castigo eterno. La naturaleza de cada cosa ‘pertenece’ a la Naturaleza desde la que todas nacen (physis, natura) o “son creadas” y encuentran su fundamento. Para este imaginario el ser humano resulta una creatura/criatura. Alguien que por su naturaleza debe obedecer. Eso sí, a la autoridad correcta, legítima, o buena. La que se sigue del ‘orden’ natural de las cosas.
El culto mariano (a María, madre de Jesús), es un buen ejemplo de cómo funciona este naturalismo ético que algún autor católico (C. I. Massini) llama iusnaturalismo realista para oponerlo a lo que él valora negativamente como iusnaturalismo individualista o ‘moderno’. La expresión “realista” muestra el vínculo del naturalismo ético con el campo más amplio del realismo filosófico: las cosas existen efectivamente fuera y con independencia de la subjetividad (prácticas, entendimiento, percepciones, razón) humana. Y existen, por la naturaleza de su Creador, como obligaciones. No es posible (que quiere decir que está prohibido) para el ser humano ignorar la ‘naturaleza’ de las cosas ni transgredir su propia naturaleza.
Se mencionó que la católica suprema veneración por María, cuyo proceso de institucionalización data del siglo V, es un buen ejemplo del alcance y caracteres del naturalismo y realismo éticos. El parágrafo final (#108) de la encíclica Fides et Ratio (1998), de Juan Pablo II, sintetiza bien los caracteres de este culto. El Papa establece en este numeral una correlación entre la vocación de la Virgen y una “auténtica filosofía”. La determina así: “Al igual que María, en el consentimiento dado al anuncio de Gabriel, nada perdió de su verdadera humanidad y libertad, así el pensamiento filosófico, cuando acoge el requerimiento que procede de la verdad del Evangelio, nada pierde de su autonomía, sino que siente como su búsqueda es impulsada hacia su más alta realización”.
Para quienes no tienen familiaridad con el texto evangélico que describe el anuncio que el ángel Gabriel hace a María de su embarazo por el Espíritu Santo, éste se encuentra en Lucas, 1, 28-38. Cuando el enviado divino ha informado a María, ella contesta: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. La Biblia latinoamericana, reemplaza “esclava” por “servidora”, pero el cambio no afecta decisivamente el sentido de la respuesta. La ‘autonomía’ de María consiste no en decidir por sí misma sino en plegarse a la voluntad (autoridad) de Dios. De este modo la observación del Papa Juan Pablo II acerca de que María “nada perdió de su verdadera humanidad” es cierta si la ‘naturaleza’ de María, y de todo ser humano, consiste en obedecer, sin siquiera preguntar por el alcance de lo que (le) sucederá, acontece y acontecerá, la voluntad de Dios. Pero es polémica su afirmación de que ella “no pierda nada de su libertad”, excepto que ‘libertad’ se entienda como asunción de lo necesario e inevitable, de lo debido por fuerza o por la ‘naturaleza’ de las cosas. Aquí las ‘cosas’ son la naturaleza de Dios y la de María y el vínculo estructuralmente asimétrico (Creador-creatura) que las vincula. Así, el anuncio del ángel supone en María una objetividad/creencia previa que la obliga a cualquier cosa querida por Dios, que la somete a Dios. El Papa califica a esta creencia/objetividad como la “más alta realización”. Por eso María no pregunta. Es irrelevante. Las cosas acontecerán según Dios quiera. Lo que Él desea será “su más alta realización” para María. El imaginario del realismo ético le hace violencia a María, pero ella, inserta en ese imaginario, no siente esa violencia. Menos todavía podría resentirla. La experimenta como algo ‘bueno’ por debido. Lo que se dice de María es aplicable a todos los seres humanos. Forma parte de la antropología católica. Todos los seres humanos, y cada uno de ellos, están en deuda eterna con Dios.
Esta disposición ‘natural’ de María para abandonarse por entero a la voluntad de Dios, como su esclava o sierva, creatura/criatura,se advierte perfectamente en dichos muy generalizados de la cotidianidad latinoamericana. Ante un huracán destructor, el asesinato brutal de los hijos, la tortura militar que transforma a una mujer en vegetal por el resto de sus días..., mucha gente observa: “Dios lo ha querido así”. “Es la voluntad de Dios”, “Los caminos de Dios no son los nuestros”. A la obediencia, la sigue la resignación.
Ahora, este imaginario de sumisión y resignación (y el naturalismo ético y la antropología que lo fundan) pertenece al Mundo Antiguo. No es moderno.
No se discute aquí si es bueno o malo, verdadero o falso, mejor o peor. Solo se constata que es propio del Mundo Antiguo. Puede discutirse si afecta de manera semejante a los imaginarios de los pueblos profundos u originales (indígenas) de este hemisferio. En América Latina logra parecernos ‘natural’ porque la constitución de las formaciones sociales latinoamericanas se liga con la gran propiedad señorial, el autoritarismo y el catolicismo. ‘Nuestro’ (aunque no lo es) ethos sociocultural (y con él nuestra subjetividad e identificaciones) contiene elementos/factores de un imaginario propio del Mundo Antiguo.
En el imaginario moderno, por referir un ejemplo, la libertad consiste en la
capacidad de elegir desde uno mismo (autonomía) y, por ello, hacerse responsable por la elección. María en el relato evangélico obtiene su ‘autoestima’ por el hecho de obedecer lo que no puede/debe evitar. En el mundo moderno, las Marías obtienen su autoestima de su integración personal que las apodera para elegir. ‘Elegir’ quiere decir que existen opciones efectivas, que ellas son diferentes y conducen a diversos resultados. La María de Lucas está ‘hecha’ por naturaleza. Las Marías modernas van haciéndose por medio de sus elecciones, de sus opciones. No tienen ‘naturaleza’. Son procesos por ser. Por llegar a ser. ‘Son’ su camino. Su autoproducción (desde otros, con otros, para otros).Y ningún camino está hecho. Ninguna autoridad no consentida (y esto implica discernida) tiene legitimidad para determinar implacablemente los caminos. En el imaginario del mundo moderno las mujeres podrían rechazar lo que sería no un vinculante anuncio del ángel, o sea una orden, sino una propuesta entre otras. Una posibilidad con la cual puede uno comprometerse o no.
No se discute aquí, insistamos, si esto es mejor o peor. Según el cronista del período, la María hebrea se sintió a gusto (y hasta quizás “libre”) con la notificación del ángel. Pero la subjetividad de esta María hebrea no es moderna. Y estos son tiempos modernos. Y en estos tiempos “libertad” quiere decir darse la capacidad para crear opciones y para elegir entre ellas y hacerse responsable por la elección. En otro ángulo, modernamente “libertad” puede asociarse con el libre juego de las facultades humanas. Se trata de una antropología no-católica. Ni mejor ni peor. Otra.
Aunque parezca curioso, y el aparato clerical católico y sus allegados no estén de acuerdo, ninguna de estas últimas versiones de la libertad humana resulta por sí misma incompatible con la existencia de un Dios creador, personal, del Amor y de la Vida. Con lo que sí resulta incompatible es con el Dios de la sujeción absoluta, con el Dios omnisciente que crea las condiciones para el “pecado” y luego castiga a los pecadores, con el Dios todopoderoso que contempla ‘amorosamente’ a sus creaturas en “un valle de lágrimas”, de exclusión, de guerra, de empobrecimiento biológico, social y espiritual, de golpes de Estado, de tortura, etc., que los seres humanos no podrían cambiar porque es ‘natural’ y buscar transformarlo (o crear otro para al menos poder elegir) es una acción inspirada por Satán. Este último Dios, y no por casualidad, parece hecho a la medida por y para sociedades con principios de imperio, sujeción, explotación, exclusión y violencia que se desean, es decir los grupos dominantes, como la oligarquía hondureña, desean, sociohistóricamente eternos.
En este mundo sociohistóricamente perverso tiene cabal lugar la adoración de un Dios que ofrece la ‘seguridad de otra vida’, pero más allá de la historia. Y la ofrece a las ‘almas’ a las que corresponde transfigurar (moderar, ‘sanar’ a los cuerpos de sus desviaciones) las apetencias antinaturales (excesivas) de ‘la carne’.
Es en relación con estos campos temáticos donde aparece la funcionalidad de los aparatos clericales latinoamericanos, específicamente el católico, en la constitución y reproducción del ‘orden’ político oligárquico, señorial y clientelar (y su ethos sociocultural) que caracteriza mayoritariamente a las formaciones sociales latinoamericanas.
Pero antes de mirar con un poco más de detalle esta funcionalidad estructural, retornemos, brevemente, a las diferencias entre el imaginario clerical católico, centrado en el Mundo Antiguo y su naturalismo/realismo éticos y el imaginario del Mundo Moderno cuyo eje es la autoproducción humana de la que se sigue su agencia (capacidad y responsabilidad de sujeto). El asunto tiene interés decisivo porque los aparatos clericales acusan a esta última sensibilidad de ignorar o asesinar a Dios (secularismo, inmanentismo). Este juicio, según hemos señalado, es enteramente falso. El Dios afectado por el imaginario moderno es el que hace de María una esclava. Pero en la cultura occidental existen otras maneras de experimentar a Dios sin necesidad de convertirse en sus esclavos.
Para mostrar las diferencias entre el imaginario del aparato clerical católico, propio del Mundo Antiguo, y el moderno, utilizaremos la letra de una canción de Michael Jackson, estrella del espectáculo, recientemente fallecido. No es una referencia frívola. Jackson expresa en ella una sensibilidad cultural hoy legítima para muchos pero que no es la de los grupos dominantes ni la más generalizada en América Latina. La canción es “Heal the World” (Cura al mundo). Su letra comienza señalando que el cantante se ubica en el vínculo entre las generaciones: “… Digo que tenemos que hacer un sitio para nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, para que ellos (…) ellos saben que es un mundo mejor para ellos. Y yo creo que sí es factible hacer que sea un sitio mejor”. Aquí no se trata de que Dios constituya un sitio mejor, sino que los seres humanos tienen la capacidad para hacer ese sitio mejor para sus hijos y los hijos de sus hijos, es decir para la humanidad. En términos básicos: los seres humanos hacen/producen su historia y, en el mismo movimiento, producen su humanidad como un ‘sitio’ mejor. No es el Cielo evangélico de los creyentes religiosos, pero lo avisa. Aunque, también, no es el ‘Cielo’ católico porque “ése” no existe en tanto de él no puede darse ninguna referencia humana legítima. Lo que sí existe porque está en cada uno es la posibilidad (virtualidad) de hacer de este mundo un ‘sitio mejor’. El planteamiento no resulta incompatible con el mensaje evangélico. No lo es porque no discute si Dios puso en los seres humanos esa capacidad, sino que constata esa capacidad a la que considera tienen igual acceso todos los individuos de la especie.
El sitio que en cada uno hace posible producir ese mundo mejor está en el corazón de cada cual. Jackson lo determina como “amor” (and I know that it is love). El amor es una afección, un movimiento de la voluntad y del deseo, un querer. Está en nosotros, nos constituye y mueve. Para efectos de nuestra acción, no nos viene de ‘afuera’. Forma parte de nuestro repertorio. La letra prosigue: Si realmente te esfuerzas en el amor verás que no hay motivo para llorar. En la voluntad humana de amar no hay espacio para el dolor ni la pena (there’s no hurt or sorrow). Y a continuación, la petición: si efectivamente te interesas por quienes viven y por la vida, construye espacio para el amor, aunque sea pequeño, y haz del mundo un mejor sitio (if you care enough for the living make a little space make a better place). Nada de esto es competencia de Dios. Está en cada ser humano y en todos ellos.
No menos importante es la negativa de Jackson a aceptar como necesario un mundo que es “un valle de lágrimas” (Salve Regina). Se le puede cambiar porque nosotros hacemos el mundo y aunque podemos odiar también estamos facultados para amar. No temamos ni despreciemos el mundo. Amémoslo para cambiarlo. Y cambiémoslo para amarlo todavía más. No es necesario solicitar esto a la Virgen María. Podemos hacerlo nosotros mismos desde nosotros mismos y para nosotros mismos. “Para ti y para mí”, reitera la canción. Este planteamiento es moderno. Y no implica despreciar a Dios o matarlo, sino asumir la dignidad y capacidad humana para producir “sitios mejores”, tal vez pequeños (no cósmicos), pero mejores que los que hemos producido hasta ahora.
Más adelante, la letra enfatiza esta idea que desecha el temor y la inseguridad y levanta en cambio la autoestima y confianza humanas en sus propias capacidades: “El amor es fuerte y solo se interesa por dar (gratuitamente) felicidad y alegría. En él no sentiremos recelo ni pavor”. Y un refuerzo antropológico que es, al mismo tiempo, una crítica social: “Con el amor, dejamos de existir y comenzamos a vivir”. Y este ‘vivir’ contiene la alegría y la felicidad, que provienen de la integración personal y social en el amor, aquí en la tierra. Esta alegría y felicidad no eliminan ni son incompatibles con su eterna prolongación en algún Cielo. No es solo otra antropología (concepción del ser humano), sino también la posibilidad de un distinto vínculo entre ‘Historia’ y ‘Cielo’, entre inmanencia (historia) y trascendencia (cielo). Con ello, también de otro vínculo, rotundamente negado por el catolicismo, entre los seres humanos y Dios. Los primeros dejan de ser meras creaturas/criaturas (o, como prefiere el aparato clerical, “ovejas” necesitadas de pastor (y perros que les muerdan las patas y las defiendan)). Y Dios puede ser compañero y referente de la experiencia humana pero no su dueño.
El texto de Jackson es enteramente evangélico, aunque moderno. ‘No importa lo que entra en ti, sino lo que tú hagas salir de ti’. Si logras, porque te esfuerzas, que salga amor, producirás con otros y para otros un sitio mejor y humanidad. Pero Jackson no da una orden. Describe una realidad carencial (gente que existe mal muriendo, destrucción de la vida en el planeta, guerras, odios, miedos) y apunta la posibilidad/capacidad que tenemos de transformarla. Hay que elegir. Y para optar hay que crear las condiciones que faciliten esa opción. Se trata de un desafío humano/cultural, de dar la talla de lo que somos también capaces.
Y para que no quede duda alguna que este texto moderno de una estrella pop, que se movía en universo comercial, no elimina para nada a Dios ni lo relega a un rincón secundario, la letra dice: “Though it’s plain to see/This world is heavenly/Be God’s glow’ (Es fácil comprobarlo/Este mundo es celestial/Produzcámonos como la alegría (brillo) de Dios).
Pero el Dios de “Heal the world” no es el Dios del aparato clerical católico. No es Alguien que amarra y somete. Es un Dios que se alegra de la libertad humana para producir un mundo desde y para su amor por la vida. Es un compañero de elecciones, de sueños, de esperanzas. Se acerca al que describe Juan en su Carta/Apocalipsis: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguien escucha mi voz y me abre, entraré a su casa a comer. Yo con él y él conmigo” (Juan, 3, 20). Dios no se presenta como una autoridad inapelable, sino como un nuevo comensal. Alguien que desea ser invitado al proceso de auto producción humana. Ser humano y Dios se asemejan y ambos pueden sentir que esto es bueno.
La referencia a Michael Jackson y al carácter de su arte permite también presentar otro aspecto crítico acerca del imaginario católico, ahora en relación con la separación que éste hace entre cuerpo y alma humanos y en la hostilidad con que los enfrenta al considerar al primero “cárcel” de la segunda y también ocasión de pecado (o sea de Satán). El artista se hizo famoso por sus coreografías dinámicas, su exploración de las posibilidades del baile y la explícita sexualidad (caderas, pubis, pene, cuerpo entero) de sus movimientos. Se trató siempre de una explícita reivindicación del cuerpo (al que en su vida privada intentó incluso reinventar) como expresión de una energía anímica, de un espíritu deseoso de comunicar destreza, creación, fiesta, comunión y alegría. Jackson no asume por tanto las separaciones entre ‘alma’ y cuerpo y entre espíritu y entorno (mundo). El espíritu (amor) humano (materializado en su caso como danza) puede producir (crear) el sentido de los entornos. Este último aspecto tiene además un alcance para el aparato ministerial de algunos grupos de protestantes. Nos referiremos a él más adelante.
Centrándonos en el aparato clerical católico, éste sospecha del cuerpo, y en especial de la sexualidad genital (la única que conoce, por lo demás), lo anatematiza y determina a sus deseos y expresividades como idolátricos. En opinión de la jerarquía católica, por medio de la gratificación sexual (valorada como lascivia), las parejas se “creerían Dios” (Deus caritas est, # 4, 5 y siguientes) y por ello esta gratificación debe ser ‘disciplinada’: “…el eros quiere remontarnos « en éxtasis » hacia lo divino, llevarnos más allá de nosotros mismos, pero precisamente por eso necesita seguir un camino de ascesis, renuncia, purificación y recuperación” (ídem, # 5). El disciplinamiento del cuerpo, su sobrerrepresión por una ética arbitraria, por doctrinal, forma parte del carácter antipopular y reaccionario del aparato clerical católico. Del asunto volveremos a ocuparnos, aunque brevemente, más adelante.
Interesa ahora recuperar el examen de un imaginario que postula una ley natural y un Dios que sujecionan a los seres humanos a quienes se pide amar/respetar esta sujeción en la tierra (sociohistoria) para obtener del “amor” de Dios un lugar eterno en el Cielo (que tampoco construyen). A este imaginario, el aparato clerical católico añade sus propios “esponsales” con ese Dios. Este “casamiento” indisoluble torna a este aparato la única iglesia revelada y por tanto la única institución capaz de visar un pasaporte para el Cielo. Dios salva, pero los documentos de viaje las almas deben adquirirlos en la Iglesia Católica. Es obvio que un imaginario con estas características (recordemos que llegar al Cielo es el Bien Supremo, Último, Todo el Sentido de la existencia personal y de la Humanidad) proviene de un aparato de poder. Jamás surgiría desde la experiencia social de los derrotados, de los enfermos, de los proscritos y perseguidos. Se trata de un imaginario de un aparato de poder. Y de un grupo dominante (aparato del Imperio Romano, por lo demás) que se da una identificación y una institucionalidad que le permitan seguir dominando. Por ello reclama para sí el monopolio de la revelación de Dios. Este monopolio contiene la autoasignación de su ejercicio y organización institucional como ‘sagrados’ (realidad, verdad, belleza, virtud).
Este es el aparato clerical que es factor, desde su gestación (Conquista, Colonia) de la dominación oligárquica y señorial que todavía constituye un ethos sociocultural poderoso en América Latina. Iglesia de señores y para señores… y de masas (anónimas, empobrecidas, explotadas, acorraladas, asesinadas) a las que educa/evangeliza en la sumisión, la seguridad falsa de la liturgia y la limosna, los ‘buenos modos’ y los ‘altos valores’ de la paz y la solidaridad siempre que no se toquen, ni con una oración, intereses de los poderosos o del establishment que resultan de una compleja articulación de oligarquías y clientelas locales con la acumulación global de capital y sus actores, y que se presenta hoy bajo las formas de Estados autónomos, regímenes democráticos de gobierno y espiritualidad ‘evangélica’. En curiosa opinión de S. Huntington, América Latina no es propiamente “occidental” pero sus grupos dominantes se mueren por serlo (Choque de civilizaciones).
Excursus sobre la producción espiritual de entornos y algún imaginario protestante
Al mencionar las coreografías vigorosamente corporales y eróticas de Michael Jackson se señaló que mostraban una ‘espiritualidad’ que se materializaba como danza y que creaba entornos no impúdicos (como podría indicar el circuito clerical) sino festivos, alegres. La alegría de amar con el espíritu/cuerpo y la capacidad para crear/producir humanamente entornos comunitarios de fiesta, de alegre gratificación de los sentidos y del ‘alma’.
El punto contiene un alcance para los aparatos ministeriales ‘protestantes’ que han sido puestos más de relieve durante el golpe hondureño. La forma en que sus líderes (el más nombrado y polémico es Evelio Reyes, Pastor General de la Iglesia Cristiana Vida Abundante, quien apoya el golpe y ha saludado efusivamente a los militares en tanto ellos han sido el brazo con el que Dios ha atendido a las oraciones, pero también se menciona a Oswaldo Canales, René Peñalba y Misael Argeñal quienes se opusieron a lo que creyeron era la intención del presidente Zelaya por reformar la Constitución, o al mismo Peñalba, Mario Cantor y Carlos Hernández, este último presidente de la Asociación para una Sociedad más Justa quienes, desde diversos ángulos, se han pronunciado contra el golpe) han utilizado los llamamientos a la oración, el ayuno y las manifestaciones pacíficas para apoyar o a Zelaya o a los golpistas, no han podido sino levantar una ardiente polémica en el seno de los protestantes hondureños y latinoamericanos.
La cuestión de fondo es que para muchos protestantes los pastores/líderes no deben inmiscuirse en asuntos políticos y sociales. Su función se liga con la lucha entre Dios y Satanás, que es el ‘verdadero’ conflicto, y sus tareas deben centrarse en la predicación de la palabra de Dios, la oración y el ayuno: “(el papel de la iglesia) no es otro que la proclamación del Santo Evangelio para salvación y restauración de las almas y de nuestras naciones. O es que vamos a hacer lo que tantos hemos criticado de la iglesia católica de su hipocresía religiosa y de su complicidad con los más poderosos…” (todas las referencias en este excursus son del sitio web http://www.entrecristianos.com/, visitado el 24/07/09).
Para estos protestantes, los entornos (incluyendo las instituciones y sus autoridades), que la letra de la canción de Jackson pide a los seres humanos transformar, los determina Dios y el discernimiento humano se centra en apreciar en ellos la presencia de Satanás o de Dios. Por eso el recurso a las oraciones para que Dios ilumine y acompañe a los pastores/líderes y al pueblo protestante pero no en su apoyo o a Zelaya o a Micheletti, apoyo que puede ser valorado como un extravío, sino en el desempeño que lleva al pueblo de Honduras a encontrarse con la realidad que Dios le tiene destinada. Muchos lemas y frases acompañan este sentimiento protestante: “Mientras que nuestros ojos estén puesto en los hombres, Satanás nos tendrá derrotados”. “… oren por nuestros líderes, los pastores, para que sean movidos a llevar al pueblo cristiano a ser una iglesia de oración, el resto lo hace el Espíritu Santo”, “… el evangelio no tiene nada que ver con política. La justicia que buscamos es la que viene del cielo, no la de los hombres. ¿Hasta cuándo nos mezclaremos con las demás religiones y actuaremos de la misma forma?”, “Nosotros los Cristianos estamos llamados a ser Luz de las Naciones, todo aquel que profesa al señor Jesucristo con su boca no puede alinearse con el mundo”, por ejemplo.
En relación con este sentimiento de prescindir de los entornos sociohistóricos para concentrarse en una ‘guerra’ espiritual, un apoyo frontal a un golpe de Estado no puede sino dividir al ‘pueblo cristiano’. Primero, se remueve y frustra una ‘autoridad’ dispuesta por Dios. Segundo, algunos funcionarios están a favor de una acción de sectores golpistas que no han respetado la autoridad señalada por Dios. No solo han incurrido en un acto político sino que se han puesto al servicio de Satanás. Han pervertido su papel de dirigentes. Se puede sospechar que incluso anteponen intereses personales a la voluntad de Dios. Se ha de orar por ellos para que retornen al ‘pueblo cristiano’. Si además los golpistas reprimen y en la represión se producen muertes, entonces la pugna se torna mayor: Dios no puede desear esas muertes derivadas de la remoción de una autoridad legítima.
Por supuesto, cualquier bando puede dar sus argumentos: “Zelaya es quien pervirtió satánicamente a Honduras. El golpe empresarial/militar es una respuesta de Dios a las oraciones de los creyentes religiosos, a sus marchas, a sus ayunos”. “Dios puso a Zelaya, pero también ha puesto a Micheletti”. Etc.
Sin embargo, cualquiera sea la racionalización del posicionamiento el asunto, por su fondo (Bien contra Mal), será resuelto por Dios y, por su forma, deberá seguir la institucionalidad vigente: “… Zelaya debería regresar al país y debe haber una investigación completa sobre sus acciones. Si él ha quebrantado la ley, debe ser juzgado y condenado (…) también debemos impulsar una investigación sobre quién es el responsable de este golpe de Estado y también debe ser investigado y juzgado. Sólo así podremos demostrar que ninguna de las partes está por encima de la ley y que ninguna de las partes puede tomar la ley en sus propias manos. Así mostraremos al mundo que la justicia para todos es posible, incluso en Honduras".
Pero el punto anterior es replicado de inmediato: “(juzgado y condenado) ¿y que pasó con el arrepentimiento y el perdón que enseñaba Jesús de Nazareth en Mateo 6.14; 18.33-35; Lucas 23,34...?”. Es decir, la respuesta institucional debe adoptar el metro cristiano. El arrepentimiento y el perdón, desde el alma, prevalecen sobre las normas puramente humanas. Arrepentimiento y perdón, no alegría y emprendimiento, como propone Jackson. Aparece, en esta discusión otra fuente de discernimiento: el texto bíblico, quizás visto de manera literal. En tanto entorno, la Biblia, palabra de Dios, es lo que menos debería ser alterado/transformado por la acción humana.
Los entornos, entonces, no deberían comprometer la ‘identificación cristiana’ de los protestantes. De aquí puede entenderse tanto su desapego como su recelo por las cuestiones sociales y políticas y su deseo de pertenecer a un templo (su mismidad, el aparato clerical o el orden de Dios). Sociedad y política son mundos transitorios de los que se ocupa el Espíritu Santo. El posicionamiento asume una separación entre las firmes subjetividades ‘de oración’ (la creencia religiosa/Dios) y la mudable y engañosa realidad de las instituciones que serán o aceptadas en tanto expresan la voluntad de Dios o generarán repugnancia por su perversión (“El político es del mundo, se hace títere del diablo a la larga”). El ‘efecto’ social de esta comprensión compartimentada pasa tanto por el conservadurismo y la pasividad ante el establishment como por su rechazo y la vigorosa adopción de un “sitio seguro” en la intimidad de la oración personal o comunitaria en el seno de la familia (una institución ‘natural’) o de la iglesia, espacios en los que pueden sobresalir los dones salvíficos de cada cual. No se busca por ello producir un “sitio mejor” aquí en la tierra, como desea Jackson, porque ese sitio mejor ya está en el corazón y en la voluntad/designio de Dios y en los lugares en los que se le alaba. No puede existir nada mejor que esos sitios. Dudar de ello, o vacilar, es abrirle las puertas a Satán, caer en sus trampas.
Este imaginario resulta, como se advierte en la situación hondureña, extremadamente susceptible de manipulación y, también, ampliamente abierto a la irritación, la descalificación y el temor abiertos a lo que las oraciones no parecen poder controlar: la corrupción, la guerra, la represión, el desorden, el pecado. La cuestión se abre a un imaginario catastrofista (o de seguridad/esperanza, según se vea): "Este mundo se está acabando, salvémonos orando".
Todavía un alcance: los actores políticos no protestantes, y en especial los medios masivos, interpretan las marchas, jornadas de oración o ayunos de los creyentes religiosos protestantes como adhesiones o rechazos a los posicionamientos particulares en pugna. La mayor parte de estos creyentes busca con su acción, en cambio, la intervención de Dios tanto en sus corazones como en la marcha de los sucesos. Por supuesto, pastores oportunistas pueden traducir la confianza que en su carisma depositan estos creyentes en caudal político o tarjeta de presentación clientelar y electoral. Y también los empresarios capitalistas pueden confiar en que trabajadores de inspiración protestante se inclinen con mayor docilidad a responder con calidad humana/laboral a los muy injustos requerimientos de su contrato. El punto no aproxima a un eventual sindicato, sino al Espíritu Santo. Él resolverá.
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Retornemos al imaginario del aparato clerical católico. El Dios que sujeciona absolutamente (porque no obedecerlo es pecado castigado con la última muerte) se expresa por medio de la única iglesia revelada, la católica. Ésta se sigue de los apóstoles y Dios se ha desposado con ella. Posee así el monopolio de la revelación y del discernimiento de lo que Dios quiere o rechaza (criterios ético/morales). El aparato clerical se reclama comunitario, pero su lógica interna es vertical, monárquica, con un estamento ‘superior’, el “ordenado”, y una “masa laica” a la que se desagrega internamente (en los últimos lugares se encuentran las mujeres jóvenes). Al monopolio de ‘la’ verdad moral (obedecer en todo a Dios y a sus ‘sacerdotes’) se liga el monopolio del discernimiento ético y con ello el monopolio de la configuración de pecados y herejías y también de dispensas, perdones, indulgencias y recompensas. Ya no se trata de un Dios sujecionador, sino de un implacable aparato muy terrenal que presenta su ‘autoridad’ sagrada como inapelable y, al mismo tiempo, la ofrece como “servicio”. Porque se ama al ser humano, siguiendo órdenes de Dios/Padre, se le disciplina, prohíbe, persigue o, encogido, se le acoge. Culturalmente este autoritarismo es señorial: el aparato clerical es Madre y Maestra (e internamente, para sus miembros, Gestapo, Congregación para la Doctrina de la Fe (la única), Inquisición). En las sociedades modernas no puede perseguir y asesinar a los “herejes” porque sería un delito, pero se arroga la capacidad para liquidarlos simbólicamente, culturalmente. El autoritarismo señorial del aparato clerical es también patriarcal y adultocentrado. En América Latina, etnocéntrico (Europa). Todas las discriminaciones, nunca reconocidas como tales, contra laicos, mujeres, jóvenes, niños, pueblos indígenas, homosexuales, pobres/miserables, ancianos… son presentados como “servicios” de caridad. Se les discrimina por su ‘naturaleza’ y porque la Iglesia los ama con ‘natural’ amor de madre. Quien te quiere (pero ama más a Dios y lo obedece) te aporrea. Discriminar, reprimir, aporrear, condenar culturalmente, asesinar incluso, es válido cuando se trata de apartar del pecado y del demonio.
La lógica autoritaria de este aparato sacerdotal de terror se presenta a los fieles como comunitarias liturgias de servicio. En la misa, los aporreados, que se consideran seguros en el templo, se dan la paz.
Los valores de discriminación contenidos por esta compleja pero siempre autoritaria lógica clerical pueden ser fácilmente asociados con el carácter oligárquico del sistema social, político y cultural de las formaciones sociales latinoamericanas. Este último, centrado en la exclusividad de la gran propiedad (que conlleva riqueza y prestigio excluyentes) requiere asimismo de una alianza con un ‘Dios’ clerical que en un mismo movimiento sancione las discriminaciones, las reproduzca, y las consuele.
La dominación oligárquica, en tanto tal, no ofrece consuelo, en particular para los sectores más vulnerables. Para ellos está el castigo, la represión judicial, policial y militar, el desprecio, las diversiones ‘de masas’. Si al arbitrio del señor le acomoda, las prácticas de discriminación, despojo, indiferencia, asco y violencia pueden ser desplazadas por una ‘simpatía’ azarosa y momentánea, nunca por el reconocimiento de derechos al “vulgo” o “chusma”. Una cosa es la gracia benevolente del señor/señora y otra reconocer derechos a quienes son sirvientes, pueblo, mugre.
El aparato clerical católico, en tanto factor oligárquico, sirve como válvula de escape a la presión social, irritación y pesadumbre generada por la violencia político-cultural y armada de la dominación oligárquica. En su discurso y liturgias Dios ama a todos porque todos son sus hijos. Y en su Reino metafìsico no existirá discriminación ninguna porque en él las almas someterán definitivamente a los cuerpos y a sus pulsiones, extravíos y aberraciones. No existirán campesinas tomas de tierras, digamos. Es enteramente otro mundo y en él los humildes serán los primeros. La iglesia no distingue entre opulentos y empobrecidos, sino entre quienes siguen los caminos determinados por Dios y quienes los pierden o desprecian. Estos últimos son los pecadores. Los seres humanos, a los ojos del aparato clerical, se dividen básicamente en justos y pecadores. Todas las otras subdivisiones (arrepentidos, inocentes, impenitentes, aberrados, etc.) se siguen de esta división básica.
‘Pecadores’ son todos los que no asumen la sensibilidad y normativa de la “esposa” de Dios. Sospechosos de pecado, o al menos con alguna discapacidad moral que favorece al pecado, quienes no se aparecen por el templo a inclinar la cabeza y comulgar. Quien no da limosnas ni ayuda a las finanzas del aparato clerical. Quien disiente de las opiniones clericales y, peor, quien, siendo ordenado en su seno, las critica y combate. Pero, sobre todo, quien no es humilde para asumir que su suerte social es ‘natural’ y que solo podrá cambiar por la gracia de Dios (o de su santa corte) que todo lo puede, hasta el milagro. En especial los milagros. Se puede pedir/rogar, sujecionada oración mediante, mucho a Dios; excepto reverencia/temor/fidelidad absolutos, no se le puede dar nada aunque se le entregue todo. Los opulentos pueden ser caritativos y ofrecer limosnas y traspasar bienes al aparato clerical. Se les descontará de sus faltas, omisiones y pecadillos. Los vulnerables deben aceptar sin rechistar su condición en este valle de lágrimas, servir con lealtad y honradez a sus patrones, señores y empresarios, no atender a ideologías perversas, ser generosos y agradecidos con el Dios que envió a su Hijo a morir por ellos, que no se lo merecían, y que vuelven a torturarlo con sus pecados. Y, por supuesto, generosos y agradecidos con el aparato clerical que representa a este Dios y a su Hijo. Enfaticemos: el aparato clerical católico gusta traducir la humana filiación divina bajo la figura de “ovejas”.
La actitud ante este Dios generoso que todo lo puede desde el misterio de su gracia es idéntica a la que se debe tener ante Su Iglesia. Humildad y honra se deben a sus personeros, instancias, sacramentos y liturgias, hagan lo que hagan. Son sagrados. Indican con seguridad el camino terrenal al Cielo donde todo dolor será resuelto y transformado en dicha. Por tanto, obediencia. Comunidad de obediencia. Si se obedece, se posee la certeza de alcanzar el Cielo. En un mundo radicalmente incierto y precario para los vulnerables, el aparato clerical oferta seguridad: seguridad de la fijeza del rito, seguridad del agua bendita, seguridad de las formas. Seguridad en la ausencia de preguntas. Seguridad en el reconocimiento de la autoridad. Seguridad de llegar bien peinadito al cielo. Nada de darse sudorosa autonomía para crear un mejor sitio aquí en la tierra.
La gente humilde asocia, con plena justificación, esta seguridad ofrecida por el aparato clerical, con las buenas costumbres, con el orden, con los ‘modos cosméticos’ con que se simula la paz. En misa regular no se chilla, se canta. La liturgia la conocen todos: sin necesidad de ordenarlo (a lo más se les recuerda), todos de pie. Luego, todos sentados. Al rato, todos parecen rezar la misma oración. Deberían, porque el Dios que los está mirando tiene el terrible poder de escrutar los corazones.
Lo que importa sin embargo, es reparar en algunas señales sociales latinoamericanas: las madres humildes llevan a sus bebés a bautizar para que sean salvos. Y a sus niños preadolescentes al catecismo de la parroquia (un lugar seguro) para que “crezcan en las buenas maneras”. Cuando retornan a sus aposentos (una o dos piezas a veces, encerradas por latas y cartones), tras la puerta las espera la imagen de la Virgen, siempre bella, o del Sagrado Corazón de Jesús. Ambos prolongan la seguridad del templo en los ‘hogares’. Protegen. Con sus ‘favores’, anticipan el merecido e imperturbable Cielo, digamos. Y tanta petición o manda "concedida". ¿Cómo dudar?
La estabilidad de la violencia, el hambre y la exclusión es necesaria para la dominación oligárquica. Como sector social, los vulnerables no deben irritarse, menos organizarse. Pero el convencimiento de que esa estabilidad es necesaria también para ‘salvarse’ es tarea o función central del aparato clerical católico. Éste procura la internalización por la gente de esa necesidad. En eso consiste su ‘evangelización’. Que la gente asuma con humildad y resignación y temor de Dios las miserias de este mundo. Con confianza en que desde ellas brincará al Cielo. Que no crea en sí misma nunca (es el pecado de soberbia), sino que deposite su esperanza y sueños en ritos, misterios, liturgias y mandas a los personajes santos. Los santos y en especial La Virgen concederán milagros. A una familia de empobrecidos urbanos en América Latina le parece 'milagroso' que su hija apruebe los exámenes de bachillerato. Lo recordarán, testimoniarán y y agradecerán hasta el último día de sus existencias. La Virgen, Dios, se ha fijado en ellos que no lo merecen.
El aparato clerical busca y hace que los vulnerables (¿y quién no lo es ante los poderes metafìsicos del pecado y del Cielo?) realicen este traspaso o transferencia de poderes (desde la indignaciòny la pesadumbre propias hasta la sumisión al 'orden' del mundo) parte de sus identificaciones sociales, parte permanente de su existencia cotidiana: “Si mis hijas se prostituyen, es porque el Maligno (o el pecado, comunismo, o Castro o Chávez), han entrado en ellas y ellas lo han permitido. Alabado sea Dios y malditos todos los otros”. Entre estos 'otros' pueden estar las hijas. Solo la lógica de las mercancías y el mercado capitalista (ganadores y perdedores) puede gestar una sensibilidad y un mundo tan maniqueamente violento como éste y venderlo como felicidad por el consumo en un caso y apacentador y salvìfico servicio religioso en el otro.
En el templo, en efecto, muchos pueden experimentar una soledad apaciguada y deudora. Las catedrales suelen ser amplias, calladas, y sus figuras abren los brazos como para estrechar a quien sufre porque necesita amar y no se lo permiten. O necesita ser amado y no lo consigue. La soledad y el dolor apaciguados pueden traducirse como consuelo. Consuelo del alma porque el cuerpo se queda fuera del templo o debe ocultarse bajo las ropas. El templo también opera el exorcismo de anular al cuerpo, esa fuente de dolor desconfiado, ese núcleo de recelo, de buscar a otros, de gritar y golpear fuerte. O de aullar de ira porque al menos en América Latina ningún vulnerable se merece este ‘valle de lágrimas’ cualesquiera sean los cielos que lo compensen.
La perversidad del aparato clerical católico puede medirse por la fiereza con que busca anular el cuerpo humano. Es así, porque muchos empobrecidos solo tienen sus cuerpos. Sus ‘vidas’ las han entregado al latifundista, a la relación salarial, al desempleo, a los sacerdotes y sus liturgias de ‘sanación’. Su cuerpo les dice sin engaño posible que sufren, que son escupidos, que a nadie le importan. Pero también su cuerpo, por contraste, les anuncia la posibilidad de la ternura, de la fiesta, del reconocimiento y acompañamiento humanos. Cuando se encuentran, los empobrecidos se estrechan con fuerza como si hubiesen estado extraviados. Y cuando van a la lucha social sus cuerpos enlazados, en hileras o bloques, son su principal, cuando no única, arma de resistencia y combate. El aparato clerical busca que atribuyan a sus cuerpos el pecado, la lujuria, la soberbia. La oración desvanece los cuerpos, sus ansias, sus deseos. Sin ningún conflicto, la Virgen María, ese cuerpo inmune a las relaciones sociales, encabeza los densos disciplinados cuerpos militares de la oligarquía, los bendice, santifica sus armas, los conduce a la Cumbre de las Victorias. En la televisión, un sacerdote gritará, mientras en calles urbanas y caminos rurales, se asesina y aplasta a los pobres: “No teman a quien mata los cuerpos, sino a quienes buscan matar sus almas”. La lucha social mata el alma. El comunismo. La organización sindical. El gremio de maestros. El frente campesino. El hondureño pastor Evelio Reyes nunca ha estado solo en América Latina.
Cuando se ha exorcizado y desvanecido los cuerpos y sus relacionalidades resulta sencillo flotar o levitar por encima de ellos como “conciencia ética”. El aparato clerical católico, autodeclarado virgen esposa de Jesús, discierne desde arriba (desde el Cielo, exactamente) los conflictos, media, “pacifica”, desarma. Proclama la paz, condena la violencia, venga de donde venga. Los valores populares que sostienen la lucha social claramente reclamable sin duda contendrán violencia. Pues se les condena. Si es del caso, se justificará la represión que los pulverizó porque se había “roto” el orden y por allí amenaza Satán. Es cierto, se ora por los muertos y se consuela a sus familias. Pero previamente ejército y oligarquía y medios se han asegurado que esos muertos no gritarán ni blandirán sus puños ni levantarán cabezas y, si pueden, que no tendrán hijos. Un Jesús que hoy resucitara a dirigentes sindicales, líderes campesinos, indígenas mutilados o que proféticamente reuniera grupos populares para recordarles su autonomía, su capacidad para “sanar este mundo” como manera propia de preparar el próximo, no sería aceptable. A él y a sus seguidores se les declararía, locos, impostores, delincuentes, subversivos. Habría que crucificarlos. El aparato clerical pondría maderos, clavos, martillos, piadosos ojos en blancos y escondidos suspiros de alivio. Desde estos suspiros organizaría un tedeum.
Cuando se disuelve el cuerpo, se abre la puerta a la hipocresía y mojigatería. El aparato clerical es hipócrita y mojigato y lo sabe. Esto también lo diferencia de los aparatos militares y demás cuerpos políticos de la oligarquía. Éstos no son mojigatos. Saben lo que hacen y no experimentan como sector ningún remordimiento cuando explotan, aturden, persiguen y destruyen. Entienden que su violencia ‘es santa’ por propia y que redime.
La cuestión de la hipocresía de los poderosos en América Latina, cuya vertiente es clerical, toca otro punto básico del ethos sociocultural. La gente dice que sí al aparato clerical católico y se entrega a él pero no lo entiende ni obedece. La razón es que se entrega por temor a perder incluso la posibilidad de una vida eterna y, más prácticamente, porque el aparato ‘sagrado’ puede conceder ‘favores’ o extender mantos y quemar incienso para disimular el hedor de las injusticias sociales. Pero la gente tiene su existencia como puede. Y si le dicen que su cuerpo peca o sus deseos pecan o su imaginación peca, pues lo confiesa y ya. Es dudoso que se arrepienta porque continúa utilizando condones, continúa falseando el peso de lo que vende, continúa sus adulterios, continua traduciendo como prójimos solo a quienes, siendo como él o ella, están con él o ella en sus faltas y delitos. En ningún sector social se lleva el catolicismo a la totalidad de la existencia cotidiana. Penetra superficialmente allí por intersticios. Se es católico en el templo. Fuera de él, la vida dirá. Vale para militares y sicarios. Y para políticos y empresarios. Y hasta para muchos ‘sacerdotes’. El desafío de la hipocresía se vincula de esta manera con un catolicismo epidérmico y con una muy extendida doble ‘moral’. El aparato clerical lo sabe. Pero tiene para su mercadeo la herramienta de una fácil confesión (conversión, arrepentimiento, reparación) sin arrepentimiento ni reparación efectivos. Es el desafío laico o secular y militar de la impunidad. Ahí verá este Dios que hace con ella. Porque el aparato clerical lo utiliza sin asco. Un solo ejemplo: simula reconocer (contadas veces) los “excesos” cristianos de la Conquista de América, pero no se arrepiente por ellos ni mueve un dedo para repararlos. De paso, los atribuye a acciones individuales, no institucionales. Carga esa “herencia de pecado” en este subcontinente sin ningún problema. Fue la voluntad de Dios. A los indios se les hizo un bien matándolos, robándoles, esclavizándolos.
Uno de los medios oblicuos para disipar el cuerpo y sus deseos, consiste en escamotear las relaciones sociales o, si se quiere, la sociohistoria. Fieles y herejes son individuos. No existe pecado social ni institucional. Cada cual es culpable, en tanto individuo, de fallarle a Dios. Una transformación social, una reforma agraria pequeño-campesina, por ejemplo, o la liquidación del imperio patriarcal, que no contenga a la ‘verdadera iglesia’ en los corazones de los individuos (o sea al Dios de los grandes propietarios y al machismo señorial) es una extravagancia y un fracaso. La gente requiere de esas autoridades señoriales (o cualquier otra, siempre que sea implacable y se apoye en el aparato clerical) para no extraviarse. La gente sin tutela o contención descuida y descarría sus almas en la concupiscencia de la idolatría. Es sencillo entender por qué el aparato clerical en América Latina respalda los golpes de Estado y pone los ojos blancos y se da con una piedra en el pecho ante el terror de Estado, pero no toma ninguna acción efectiva para detenerlo y castigarlo. Su reino es de este mundo, pero el aparato clerical afirma que no. El aparato clerical salva 'almas'. Y en América Latina, el 'reino de este mundo' es muy frágil tanto social como jurídicamente. ¿Como un factor del poder oligárquico no estaría con él en las contadas duras y relamiéndose y admirándose en el espejo en las constantes maduras? Le va en ello lo que ha sido su existencia. No quiere aprender a mirarse de otra manera. Apuesta al orden antihumano (idolátrico por ello) de las oligarquías y sus ejércitos porque desconfía, a veces hasta entrar en pánico, del cambio. ¿Qué haría el aparato clerical sin la angustia social generada por la precariedad y la incertidumbre sin los vulnerables no vieran en ellas los efectos del pecado?
Por supuesto, en el amplio radio de acción e incidencia del aparato clerical (en América Latina beatería y fe religiosa viva andan por todos lados), se dan excepciones, programas, documentos personalidades y acciones proféticas, sinceras, reales testimonios en busca de la justicia y la paz, mártires y héroes. Pero se presentan aislados, no responden a la lógica del aparato clerical ni tampoco se han liberado radicalmente de su fardo ideológico, no acumulan y no poseen un peso estadístico que favoreciera su análisis como tendencia hacia una transformación radical de la experiencia católica de la fe religiosa (sin duda hoy antievangélica). Mostrar, desde un referente hondureño y a partir del reciente golpe de Estado, que esta otra manera de experimentar la fe es factible corresponde al último apartado de este trabajo.
3.- Dos documentos católicos ante el golpe empresarial/militar en Honduras
Ya se señaló que en los días inmediatos de julio, tras el golpe, se dieron dos pronunciamientos con distinta interpretación de lo ocurrido en Honduras. Uno, el Mensaje de la Diócesis de Santa Rosa de Copán, suscrito por su obispo Luis Alfonso Santos, y el otro, un Comunicado de la Conferencia Episcopal de Honduras, “Edificar desde la crisis”. Haremos un tipo de lectura ideológica de ambos documentos para mostrar sus posicionamientos diversos y encontrados e indicar, con este procedimiento cómo, entrado el siglo XXI, se dan grietas al interior del imaginario del aparato clerical católico contra su lógica autoritaria y también a causa de ella, principalmente por la distancia que muestra en relación con la realidad socio histórica de los pueblos latinoamericanos. El examen no será exhaustivo, por razones de espacio. Se comenzará con el segundo texto en el tiempo, por tratarse de un documento más tradicional u ortodoxo.
El posicionamiento de la Conferencia Episcopal de Honduras sobre el golpe de Estado de junio del 2009
El Comunicado de la Conferencia Episcopal fue leído a todos los hondureños por el Cardenal Óscar Rodríguez quien hizo además un aporte personal al texto. A su aporte individual nos referiremos más adelante.
El documento es un comunicado de 20 párrafos gramaticales, organizados en tres apartados (No existe ruptura institucional; Aprender de los errores y Llamamientos especiales) cuyos núcleos temáticos son:
En “No existe ruptura institucional”:
a) la afirmación tajante de que en Honduras no existió un golpe de Estado: “Todos y cada uno de los documentos que han llegado a nuestras manos, demuestran que las instituciones del Estado democrático hondureño, están en vigencia y que sus ejecutorias en material jurídico-legal han sido apegadas a derecho (…) Los tres poderes del Estado, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, están en vigor legal y democrático de acuerdo a la Constitución de la República de Honduras”.
En este núcleo (y en todo el documento) se evita mencionar por su nombre al Presidente Zelaya. La despersonalización se realiza mediante dos paráfrasis elusivas: “la persona requerida”, “ciudadano Presidente de la República de Honduras”. Tampoco se mencionan los nombres de los dirigentes golpistas. Se los esconde indicando instituciones: Corte Suprema de Justicia, Tribunal Supremo Electoral, Ministerio Público, etc.
Para los obispos, la inexistencia de un golpe se sigue de que en el momento de su “captura” (en verdad secuestro de su casa de habitación por personal militar o paramilitar) la “persona requerida” ya no fungía como Presidente de Honduras por estar acusada de “contra la forma de Gobierno” (sic), “traición a la Patria”, “abuso de autoridad” y “usurpación de funciones”.
Los obispos declaran que llegaron a la conclusión antes expuesta al buscar información en las “instancias competentes del Estado”, es decir acudieron a fuentes “oficiales” aunque en esos momentos también golpistas.
El subtítulo, “Aprender de los errores para enmendarlos en el futuro”, contiene los núcleos:
b) la Conferencia Episcopal cree merecer una “explicación” por lo “acaecido el 28 de junio”, día del golpe de Estado (secuestro y expulsión de Zelaya). Los obispos vuelven a evitar mencionar tanto a Zelaya como al golpe;
c) Todos lo hondureños son responsables por la injusticia social. Pese a ésta, la Conferencia afirma creer que Honduras ha sido y quiere seguir siendo un pueblo de hermanos “para vivir unidos en la justicia y la paz”; un camino para ayudar a Honduras a superar la injusticia y la inequidad es la globalización de la solidaridad;
d) La justicia y paz internas se conseguirán escuchando las opiniones de los demás y entablando un “verdadero diálogo entre todos los sectores de la sociedad”. La meta es dar con soluciones constructivas;
e) Es fundamental respetar el calendario del Tribunal Supremo Electoral para las elecciones de noviembre próximo (2009);
En los llamados especiales:
f) a los dirigentes políticos que han tenido o tienen en sus manos la conducción del país se les invita a “no dejarse llevar por los egoísmos, la venganza, la persecución, la violencia y la corrupción”. Se observa que siempre se puede “buscar caminos de entendimiento y reconciliación”;
g) a los grupos sociales, económicos y políticos se les exhorta a superar “reacciones emotivas y a buscar la verdad”. Los medios de comunicación deben “expresar su amor por Honduras” buscando la pacificación y serenidad del pueblo. Deben ‘dejar de lado los ataques personales’ buscando el bien común;
h) a la población en general se la invita a continuar en un espacio de participación respetuosa y responsable entendiendo que “todos podemos construir una Honduras más justa y solidaria, con el trabajo honesto;
i) a la OEA se le pide prestar atención (monitorear) a todas las ilegalidades ocurridas antes del 28 de junio y no sólo desde esa fecha. El pueblo hondureño se pregunta por qué la OEA “no ha condenado las amenazas bélicas” contra Honduras. La OEA “se limita a proteger la democracia en las urnas, pero no le da seguimiento a un buen gobierno”. Así, de nada servirá reaccionar tardíamente ante las crisis;
j) a la comunidad internacional se le manifiesta el derecho de Honduras a definir su propio destino sin presiones unilaterales y a buscar “soluciones que promuevan el bien de todos”. Se rechazan “amenazas de fuerza o bloqueos (…) que solamente hacen sufrir a los más pobres”;
k) se agradece a los hermanos y hermanas de muchos países por su solidaridad y cercanía que “nos proporcionan horizontes de esperanza en contraste con actitudes amenazantes de algunos gobiernos”.
Se concluye que la situación actual puede servir “para edificar y emprender un nuevo camino, una nueva Honduras”. No debe servir, en cambio, para agudizar la violencia, sino como punto de partida para el diálogo el consenso y la reconciliación que “nos fortalezcan como familia hondureña” de modo de emprender un camino de desarrollo integral para todos los hondureños y hondureñas.
Se exhorta finalmente “al pueblo fiel a intensificar la oración y el ayuno solidario (sic) para que reine (sic) la justicia y la paz”.
Los interlocutores de este comunicado de los obispos son de dos tipos: hondureños e internacionales. Dentro de los hondureños distinguen a los dirigentes de los dirigidos, al pueblo fiel y a los medios de comunicación. Se los engloba bajo la expresión “familia hondureña”. Los internacionales son favorables y desfavorables. Entre estos últimos están quienes amenazan y agreden y quienes desatienden sus responsabilidades y ‘desnaturalizan’ su mandato (OEA). Los favorables son los ‘hermanos’ (¿de fe religiosa?) que expresan su solidaridad con los golpistas y les manifiestan su inquietud por 'Honduras'. Las referencias son siempre genéricas, nunca se identifica a grupos especìficos (por ejemplo, campesinos, etc.).
Una primera aproximación nos dice que el comunicado de los obispos prácticamente reproduce letra por letra el posicionamiento golpista básico. No es extraño porque sus fuentes de información son las instituciones del Estado en las que se tramó el golpe (creación de la sensibilidad golpista y orquestación del mismo). Los obispos no solo defienden la continuidad del Estado de derecho sino que la vigencia de un régimen democrático de gobierno. Su mismo texto entra en conflicto, sin embargo, con esta versión. Si a Zelaya se le presumían delitos como abuso de autoridad y usurpación de funciones, por qué en lugar de comunicársele la indagatoria (y apresarlo incluso para evitar su fuga eventual) se le secuestró y sacó del país el 28 de junio. Los obispos mismos solicitan una “explicación”.
Y si el orden institucional se mantenía incólume ¿por qué hablan de “crisis políticas, económicas y sociales” y llaman a los dirigentes a no “dejarse llevar por los egoísmos, la venganza, la persecución, la violencia y la corrupción”? Parece al menos que el orden institucional se resquebrajó en Honduras tanto como para pensar que el país se ha dividido en Capuletos y Montescos. ¿Y por qué llamar a los medios a “buscar la pacificación y serenidad de nuestro pueblo” si esta paz y serenidad no ha sufrido mella? Además, en su aporte ‘personal’ al comunicado de los obispos, el cardenal Óscar Rodríguez pidió a Zelaya dramáticamente no regresar al país para “evitar un baño de sangre”. ¿Se compadece esta exhortación con la perfecta estabilidad institucional?
Obviamente los obispos están hablando más de sí mismos y de sus intereses que de lo que está ocurriendo en Honduras. En este punto, su comunicado dice: “No nos gustaba el comportamiento de Zelaya. Es bueno y justo para nosotros (y para el país) que lo hayan botado del Gobierno”. Y como consolación: “Nos sirve para empezar de nuevo”. Este último mensaje, “empezar de nuevo” también indica que los obispos reconocen que se ha producido una ruptura. Solo que el responsable de ella es el innombrable, “la persona requerida”, el “ciudadano Presidente”. Que Zelaya haya sido en parte responsable político de la activación del golpe de Estado puede tener elementos de verdad. Pero como lo que se discute es si se dio o no un golpe contra él, pues la constatación de los obispos de que “no ha pasado nada” resulta falsa, aunque conveniente para sus intereses. Es decir, leemos la declaración cómplice de un sector golpista. declcraciòn que se sostiene desde una autoidentificaciòn social.
A esa primera aproximación se pueden agregar elementos de análisis menos obvios. Si la declaración de los obispos es la declaraciòn cómplice de un sector golpista, esto los transforma al menos situacionalmente en factor del statu quo oligárquico. Mostrar que no solo son factor situacional de él, sino también estructural, no puede hacerse con los reducidos elementos (fuentes) de este análisis. Pero sí puede mostrarse cómo aparecen en esta situación los factores estructurales que llevan al aparato clerical católico a pronunciarse a favor del dominio oligárquico institucionalizado y a rechazar su alteración.
El ‘naturalismo ético’ está claramente presente en el llamamiento de los obispos a “buscar la verdad”. No se trata de producir una verdad sino de ‘la’ verdad que reside en las cosas porque Dios la ha puesto allí. O sea, la ha depositado en el establishment. Éste se presenta con errores, disfunciones (derivados del pecado humano), pero sin conflicto sistémico porque el antagonismo no existe en el plan divino (sería un principio de desorden y caos equivalente a la ‘desnaturalización’ de la realidad, a su existencia aberrada, demoníaca e ignorante, que solo puede llevar a la destrucción y la muerte). Por eso, detrás del establishment, o por encima de él, como se desee, existe un orden natural de paz, bien común y justicia. Por injusta, violenta y sectaria que haya sido la realidad sociohistórica de Honduras, existe una matriz objetiva y divina (la realidad ‘verdadera’ del mundo que, además es trascendente y teleológica) que, sin cambiar la naturaleza de las cosas, puede hacer surgir una Honduras justa, pacífica y comunitaria (Bien Común) o al menos equilibradamente societaria. Los fieles católicos pueden contribuir a ello con oración y ayuno. Los dirigentes, renunciando al pecado (egoísmo, venganza, corrupción, por citar tres). Los obispos, indicando éticamente el camino. Se trata de una transformación de los corazones (almas) que atienden o desean atender al llamado del aparato clerical católico (que aquí se presenta como un aparato de poder): este llamado es tanto a la conversión como a la renuncia a reconocer como real tanto una conflictividad sistémica en la creación divina como en las particularidades sociales con que ella se pone de manifiesto en Honduras.
La conflictividad desaparece porque no existe ni en la realidad metafìsica del Cielo ni en la generalidad de los sectores sociales (u oligárquicos o populares, por ejemplo) esfumados como 'almas' que aspiran o deben aspirar al Bien Común que los determina.
Obsérvese la diferencia respecto del planteamiento de la canción de Michael Jackson citada. Para éste, la conflictividad sistémica (de clases sociales, por ejemplo, o derivada del dominio de sexo/género) existe porque la realidad social no la hizo (produjo) Dios sino los seres humanos y puede y debe ser cambiada porque en otro sitio, producido con amor, es decir sin dominación sistémica, no se darán ni penas ni terror. Y será bueno.
En el enfoque del aparato clerical católico, tributario del naturalismo ético, la existencia puede ser empobrecedora y terrorífica (para muchos hondureños lo es, realmente y de formas diversas), pero se trata de un efecto del pecado. Se puede cambiar esta realidad, pero siguiendo la voluntad de Dios (que es idéntico al pronunciamiento ético/político de su única Iglesia), es decir como continuidad de las cosas (‘naturales’ y sociales); si se fracasa, (porque siempre habrá pecado), Dios recompensará con la salvación y el Cielo. Y salvación y Cielo son en este mundo monopolio del aparato clerical católico. Como se advierte, al igual que en los casinos, la Casa Gana Siempre.
Quienes pierden siempre, en cambio, son quienes buscan cambiar las relaciones autoritarias ‘establecidas por Dios’. Socialistas, campesinos, zelayistas, obreros, castristas, mujeres, jóvenes, indígenas, chavistas, etc.
Un botón: por todo lo anterior es que la declaración de los obispos culmina con la enunciación de la “familia hondureña”. Se recurre a ella porque se la imagina y transmite como un espacio ‘natural’, continuo, regido por los valores eternos de la castidad, la procreación y el cuido de los hijos. La familia ‘natural’ carece de conflictos (excepto las disfunciones derivadas de la desobediencia a los padres o a la separación entre los hijos, todas ellas derivadas del pecado, en especial el egoísmo y la lujuria), y las naciones, Honduras, deben prolongar el modelo familiar porque así es la voluntad divina. En la familia y en el país, por supuesto, constituye una aberración intentar cambiar la autoridad depositada en la correcta jerarquía de las ‘cosas’: gobernantes y gobernados, varones y mujeres, padres e hijos, iglesia ‘verdadera’ y sectas, etc.
Estamos ante un discurso conservador, y para las condiciones de Honduras, reaccionario, puesto que el golpe que los obispos defienden paraliza (y quizás destruye) algunas transformaciones elementales del statu quo oligárquico que favorecían a campesinos y trabajadores y, en el mismo movimiento, los golpistas hacen entrar en crisis a la débil institucionalidad con que se pretendía avanzar hacia un Estado de derecho y un régimen democrático de Gobierno. Parte de la crisis se produce por el exaltado reingreso de los aparatos militares hondureños como ‘guardianes’ del orden. Aparecen así al menos tres factores que expresando la ley natural (Dios) se ubican ‘por encima’ de las instituciones sociohistóricas hondureñas: la conciencia ética de los obispos, la acción militar correcta y eficaz, y la trama económico-social-cultural y geopolítica determinada por el vínculo entre la globalización de la forma mercancía y el dominio oligárquico y neoligárquico en Honduras. Se trata de una ley natural y divina con claros nombres y apellidos sociohistóricos.
Una última mención al naturalismo ético (con claros efectos políticos) que sostiene el comunicado de los obispos. En este discurso, los valores (lo apetecido y bueno, por verdadero y trascendente) no surgen desde la existencia humana sino que ‘caen’ desde arriba con poder inapelable sobre esta existencia. Así, los valores, aunque no se practiquen en la vida (el Bien Común, la solidaridad, la paz, etc.) tienen vigencia porque expresan la objetiva voluntad divina. Son o constituyen la verdad del mundo aunque no se practiquen del todo aquí en la tierra. Se cumplirán para los fieles o los justos allá en el Cielo.
El efecto central de este posicionamiento es la desvalorización de la existencia inmediata (y de las relaciones sociales que involucran a los cuerpos) sobredeterminada por factores metafísicos (más allá y por encima de la existencia sociohistórica) para discernir entre lo apropiado y lo inapropiado, lo justo y lo injusto, lo ‘bueno y lo ‘malo’. Lo ‘bueno’ resulta así impuesto a la existencia en tanto no surge desde ella y aunque no se lo sienta/viva de manera alguna. La solidaridad efectiva, por ejemplo. O la castidad sexual.
Estos factores metafísicos que constituyen la realidad social y política son básicamente Pecado y Cielo (salvación). Se personifican en el Demonio y Dios y su corte. Ahora Dios (el único verdadero) y Pecado son administrativamente monopolio del aparato clerical católico. Bajo este esquema, la noción de ‘responsabilidad’ (utilizada en el texto) se convierte en la noción de “culpa”. De esta manera, una fórmula que tiene un alcance positivo “… dijimos que todos somos en mayor o menor medida responsables de una situación de injusticia social”, se traduce como todos somos culpables de pecado, todos somos pecadores, excepto la institución católica. Sus personeros pueden pecar en tanto individuos de carne y hueso, pero la institución, por sus esponsales con Cristo/Jesús, no. La institución está animada por el Espíritu Santo. La lógica de la institución, su espíritu, no peca nunca. Por eso el aparato clerical católico, ahora identificado con la institución que salva, no se arrepiente tampoco nunca. En tanto institución está por encima del Bien y del Mal. De esta manera, puede absolver a los pecadores aquí en la tierra. Y extender el perdón (o sea la impunidad) a los militares y políticos golpistas (violadores de derechos humanos, entre otras violencias) sin arrepentimiento ni reparación ningunos.
Como se advierte, sí existe una (varias, en realidad) violencia legítima para estos apóstoles de la paz familiar. No estamos hablando de cualquier monstruo. Una tarea del aparato clerical católico es señalar e introyectar en la gente, en especial en sus fieles, la necesidad de la violencia oligárquica y militar para salvar al mundo querido por Dios para América Latina. Esta función se amplía a la invisibilización de la violencia del sistema y de las instituciones excluyentes y autoritarias. Esta violencia consentida, necesaria, deseable, es llamada paz y solidaridad. Desde esta violencia permanente, deshumanizadora, es que el aparato clerical católico convoca a reconciliarse. Se habla de una 'reconciliación' en el marco de un sistema que está determinado por los caracteres sociales que desean imprimirle los golpistas. La cuestiòn carece de importancia para el discurso de los obispos porque la 'reconciliación' opera en el sistema metafísico donde no existen golpes militares.Éstos solo pueden darse en la existencia histórica, donde residen los pecadores, los Zelaya (innombrables), el Demonio.
Todavía una palabra sobre el aporte individual que el Cardenal Óscar Andrés Rodríguez hizo a la Declaración de la Conferencia Episcopal. En realidad el documento fue leído por él en su totalidad, en cadena de televisión (financiada y producida por los golpistas que tenían bajo control a los medios). Pero él se permitió, además, un aporte de su cosecha cardenalicia al apoyo clerical al golpe militar.
La coreografía de la presentación en televisión del cardenal fue rigurosamente orquestada. El cardenal, adecuadamente maquillado, hablando desde un tipo de púlpito, escoltado por las banderas de Honduras y el Vaticano, ataviado con los signos externos de su “fe”, estricto negro del hábito, el pequeño cuello blanco, y una cruz probablemente de plata, grande, elegante, cayendo desde su cuello en cadena hacia el centro de su pecho. El detalle salvífico, una imagen, enmarcada,al fondo, de Cristo/Jesús en cuerpo entero y resaltando su corazón misericordioso y leal. Impecable.
Se necesitaba algo así para la perversidad personal de su intervención. A diferencia del documento de los obispos, él designó por su nombre al presidente depuesto. Lo llamó “el amigo José Manuel Zelaya”. Agregó el cardenal que él sabía que este amigo “amaba la vida, respetaba la vida” y le recordó que hasta ese momento no había “muerto ni un solo hondureño”. El retorno de Zelaya (el cardenal daba su alocución el 3 de julio), según Rodríguez, podría desatar “un baño de sangre”. Como Zelaya no era respaldado por ejército ninguno, este baño de sangre solo podía aludir a la represión militar y policial contra la población hondureña que organizada o espontáneamente apoyaba el retorno de Zelaya. El cardenal hacía culpable de esta represión brutal al presidente depuesto. Exoneraba enteramente a militares y policías y a los políticos y empresarios golpistas por una eventual masacre y hacía recaer la violencia asesina en quien retornaba legítimamente a su país a reclamar sus derechos y aceptar las responsabilidades si era ello lo que correspondía. Culpa y exoneración los realizaba Rodríguez desde su ‘pedestal’ ético de Cardenal de Dios. Le pedìa a Zelaya que "no fuera malo".
Obviamente se trataba de un chantaje doble: “Mira “amigo” Zelayita, decía el cardenal, “si te apareces por aquí te vamos a matar a ti y a tu familia y a tus seguidores, campesinos, trabajadores, estudiantes, y vamos a confirmar para siempre el orden que nunca debiste desafiar. Así que piénsalo. Porque además esa matanza tiene el apoyo de la Iglesia y de Dios. No la queremos masiva, pero si tú la exiges, será”.
El aporte ‘personal’ (clerical en verdad) de Rodríguez, no se quedó allí. Recordó en su interpelación a Zelaya que cuando asumió la Presidencia juró “No robar, no mentir, no matar”. Juró no pecar. En el contexto antes reseñado, el cardenal decía a Zelaya, a quien la Conferencia Episcopal calificaba de delincuente, que “ya había robado, ya había mentido y que ahora mataría. Y que sería adecuadamente liquidado por ello”. El Cardenal no estaba hablando a la ciudadanía: enrostra a Zelaya su pecado y mentira. Y de cómo por su pecado será Zelaya castigado. Y con él, quienes lo sigan. El Cardenal quiere sacudir/estremecer a los fieles. Y llevarlos a condenar moralmente al presidente depuesto. El aparato clerical es el el único que, dentro de la oligarquía, puede hacer esto. Empresarios, políticos, transnacionales y medios masivos no tienen esa capacidad.
Y todo esto lo articulaba el Cardenal emperifollado en sus vestidos clericales y el símbolo de la cruz y el martirio y teniendo como fondo el corazón generoso de Jesús y las banderas de La Patria y El Vaticano: el Estado y Dios, ambos con poder de muerte.
¿Quién dijo miedo? ¿Alguien musitó siquiera o tartamudeó conciencia ética?
Si la descripción del aporte personal del Cardenal parece dura en exceso (¿podrá ser un ‘hombre de iglesia’ ruin y canalla?), es bueno recordar que el documento de los obispos, que Rodríguez tenía en las manos, le ofrecía una opción de discurso enteramente distinta, opción que podría hasta haber pasado por evangélica. Rodríguez pudo decir: “Señor Manuel Zelaya: según las leyes hondureñas usted ha cometido delitos graves y debe ser juzgado por ellos. Si desea retornar a nuestro país como un ciudadano, este Cardenal y mis hermanos obispos y los fieles que deseen acompañarnos le aseguramos su integridad personal hasta que llegue usted a manos de la justicia y también que estaremos atentos en todo momento a que se respeten los derechos que tiene como hondureño. Asimismo, como obispos, nos comprometemos desde ya a resguardar y a proteger a sus familiares más cercanos de cualquier acción que los amenace o viole sus derechos de ciudadanos en un país apegado a derecho”. Pudo haber agregado que él y los obispos asumían este compromiso, pese a resultar innecesario, como expresión de buena fe y caridad y con total confianza en las nuevas autoridades legítimas (los golpistas).
Esta declaración habría resultado inteligente aunque hipócrita, pero no brutal como la que realizó. Habría puesto políticamente a la defensiva a Zelaya, habría proclamado la buena fe y el apego a la institucionalidad del nuevo régimen, y hasta hubiera permitido irradiar en el país la imagen de un cardenal asumiendo su función de conciencia ética y con la sensibilidad del samaritano.
Por el contrario, la ruindad ventajista de las palabras del Cardenal no hizo sino confirmar que al menos él sí sabía que se había producido un golpe de Estado y que políticamente un eventual retorno de Zelaya tornaría más vigorosa la resistencia interna de la población que se oponía a los golpistas. Puesto que tuvo a la mano una mejor y coherente opción para debilitar la posición de Zelaya (a quien probablemente odia por razones personales) su aporte individual, además de ruin, puede considerarse estúpido. Que se haya reparado poco en ello se deriva exclusivamente de que, como cardenal, la gente ve en él y escucha en sus palabras, algo sagrado, 'espiritual'.
Un posicionamiento católico alternativo: el “Mensaje de la Diócesis de Santa Rosa de Copán”
Dos días antes de la declaración de la Conferencia Episcopal de Honduras, la Diócesis de Santa Rosa de Copán había hecho público, dentro de sus limitaciones y en el marco de la censura impuesta por los golpistas, un Mensaje en el que denunciaba y rechazaba “la sustancia, la forma y el estilo con que se ha impuesto al Pueblo un nuevo Jefe de Poder ejecutivo”. Caracterizaba lo sucedido como un golpe de Estado. También a diferencia del grupo de obispos, estimaba que el golpe de Estado había abierto una crisis cuyo fundamento era “la inequidad social en que siempre hemos vivido”. Aunque fuera solo por estos contenidos, el Mensaje se posiciona en forma muy diferente a la Declaración de los obispos, en parte quizás porque se emitió dos días antes.
La diócesis de Santa Rosa de Copán se ubica al extremo occidental de Honduras y limita por el sur con El Salvador, por el norte y por el oeste con Guatemala. La población de la diócesis puede alcanzar algo más del millón de personas, es decir poco menos de 1/7 de la población total del país.
El documento diocesano consta de 15 párrafos gramaticales. Dentro de ellos hay una enumeración, referencias bíblicas y también varias exhortaciones. Se inicia con dos numerales propuestos como premisas o bases del mensaje: el primero identifica a la Diócesis de Santa Rosa de Copán en su deber de anunciar el Reino de Dios y denunciar las situaciones de injusticia. Pide a los hondureños hacer un esfuerzo profundo por restablecer la paz social. En el segundo, señala que la inmensa mayoría de hondureños no quiere confrontaciones callejeras, guerras civiles ni confrontaciones con otros países.
Desde estos numerales exige “a los grupos que han alterado el orden público” poner su buena voluntad para resolver por la vía del diálogo la crisis en curso. Indica aquí que esta crisis resulta de “la inequidad social en que siempre hemos vivido”.
Volviendo a identificarse, esta vez como ‘responsables de la conducción de la Iglesia Católica en el Occidente de Honduras”, el mensaje repudia el golpe de Estado. Precisa que si el Presidente José Manuel Zelaya hubiese cometido algún ilícito, tenía derecho a un juicio justo “igual que todo ciudadano hondureño y en general todo ser humano”. Cita el artículo 84 de la Constitución de Honduras como respaldo de su planteamiento.
Pasa a señalar las que ve como consecuencias del golpe: reclamos de la ciudadanía en calles y carreteras, clima de inseguridad y miedo en las familias por limitación de las garantías constitucionales. Enumera las garantías que advierte limitadas: libertad de circulación, libertad de asociación y manifestación, inviolabilidad del domicilio, propiedad privada, libertad de prensa y difusión de ideas y opiniones, libertad personal (no ser detenido administrativamente en sede policial por más de 24 horas ni en sede judicial por más de 6 días) afectada por detenciones indefinidas y jurídicamente arbitrarias. Las “limitaciones”, enfatiza, están contenidas todas en el Decreto sobre el “Estado de Excepción” discutido el 1º de julio en el Congreso. Ve en ese decreto una base para una “masiva violación” de Derechos Humanos.
Sobre esta violación, que ya se estaría produciendo, destaca: la violencia para silenciar a Radio Progreso y otros medios de comunicación. Las detenciones ilegales. El destierro de hondureños. Los golpes y heridas sangrantes.
Refiriéndose otra vez a su identidad como Iglesia Católica que “peregrina en el Occidente de Honduras” recuerda a los 124 diputados de los partidos Liberal y Nacional, a quienes responsabiliza por el golpe de Estado, que ellos no son los dueños de Honduras y que nadie está por encima de la ley. Les señala que reciben sus sueldos “de este pueblo que están oprimiendo”. Les echa en cara que no cumplieron con su deber de reglamentar el plebiscito y el referéndum, y apunta a este incumplimiento como causa inmediata del golpe. En su lugar, la Diócesis dice que “prefirieron ser fieles a los grupos económicamente fuertes, nacionales y transnacionales”. Manifiesta la esperanza de que en las elecciones próximas la ciudadanía (“Pueblo”, escriben) les de un voto de castigo.
Recuerda a todos, pero en especial a las Fuerzas Armadas y a la Policía Nacional, el quinto mandamiento “No matarás”. Extiende el mandato a la prohibición de golpes, heridas y todo tipo de apremio ilegal o tortura (escriben “vejación”). Fundamentan su interpretación del mandamiento en que el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios y que es Templo del Espíritu Santo.
Lamenta todo acto de violación a la Constitución de Honduras. Rechaza toda amenaza e injerencia de otros países en los asuntos internos de Honduras.
Enumera lo que los hondureños desean: paz, en primer lugar. No más mentiras. No más injusticias. Respeto a la integridad de la persona y a Derechos Humanos. Vivir en libertad. No sufrir represión.
Enfatiza que el llamado de Jesús es “a vivir en el amor”. El documento de la Diócesis interpreta: “… no más odios, venganza, violencia ni rencor”. Reiteran la referencia evangélica con los textos de Marcos: “¿Por qué están con tanto miedo? ¿Cómo no tienen fe?” (Mc, 4,40). Inspirados en este texto invita a todos a “confiar en la presencia misericordiosa y salvífica del Señor que nos acompaña en nuestro peregrinar”.
Llama a intensificar la oración por Honduras.
El Mensaje diocesano finaliza con la súplica al Señor para que les permita alcanzar la Paz y la Bonanza y a la Patrona “Santa Rosa de Lima” que interceda por todos los hondureños. Hasta aquí el documento.
Conviene remarcar de inmediato una diferencia de posicionamiento con la Declaración de la Conferencia Episcopal. No se refiere este posicionamiento al rechazo o aceptación del golpe, sino a un nivel ideológico más básico. El pleno de obispos hondureños no considera necesario identificarse como jerarcas hondureños. Habla desde su autoridad investida y a otras autoridades que valora legítimas. El documento de la Diócesis de Santa Rosa de Copán considera indispensable identificarse, o sea determinar qué iglesia habla. Qué Iglesia habla tiene alcances para determinar de qué Dios habla, a qué seres humanos habla y por qué les habla, o comunica, de cierta manera. La Conferencia Episcopal habla desde la Autoridad, desde un Dios que se supone vivido universalmente por la Fe, interpela y acepta ser interpelada por autoridades 'legítimas' y el efecto de todo este posicionamiento (y del naturalismo ético) es invisibilizar el golpe e invisibilizar la suerte de los hondureños. Cuando el Documento de la Diócesis de San Rosa de Copán estima indispensable identificarse, aparecen también la suerte (virtual y efectiva) de los hondureños de carne, hueso y espíritu y la existencia de un golpe.
Resulta apropiado entonces mostrar con más detalle esta identidad que se atribuye a sí misma la diócesis. Es “…fiel a una misión: anunciar el Reino de Dios” (trascendencia, escatología) anuncio del que no pueden separar “denunciar las situaciones de injusticia” (sociohistoria, tramas sociales). La Conferencia Episcopal habla como autoridad institucional a otras autoridades a las que legitima ética y moralmente con su interpelación (ése es, en realidad, el objetivo central de su declaración). La Diócesis “…que peregrina en el Occidente de Honduras” se entiende como portadora de un mensaje de salvación universal y como “responsables de la conducción de la Iglesia Católica en el Occidente de Honduras”, o sea como una institución a la vez sociohistórica (particularidad de lo católico) y metafísica (El Reino). La diócesis liga la existencia sociohistórica con la salvación. No separa tajantemente estos planos. Es sensibilidad ética y profética cristiana en situación. Por esto último recoge el clamor de quienes sufren violencia y violación de sus derechos humanos y, más importante para estas observaciones, de sus cuerpos.
Los ciudadanos con sus cuerpos (preñados de relaciones sociales no solo jurídicas ni tampoco existiendo solo a través de los valores de sus almas) no existen en la Declaración de la Conferencia Episcopal. Constituyen en cambio un núcleo central del Mensaje de la Diócesis de Santa Rosa de Copán. Aparecen porque esta última se posiciona como iglesia que “peregrina en el Occidente de Honduras”, es decir que camina con su pueblo, al lado de su pueblo, para su pueblo, aprendiendo de este pueblo e iluminando (lo) desde su testimonio (histórico) de la fe cristiana. La iglesia del pleno de obispos ya está hecha. La de Santa Rosa de Copán se va haciendo desde ‘su’ pueblo (los católicos) y desde el pueblo peregrino: todos los hondureños. Se ha debilitado, o desaparecido, el componente autoritario presente en la declaración del pleno de obispos. Ha aparecido un ecumenismo (y macroecumenismo) dialógico que proviene doctrinalmente del Concilio Vaticano II (1959-65). Por decirlo esquemáticamente: el texto de los obispos es pre-Concilio Vaticano II. El de Santa Rosa de Copán se enraíza en ese Concilio. Ambos son católicos. Pero leen diversamente su tradición de fe. Se trata de iglesias, e incluso aquí de aparatos clericales católicos, que no coinciden en posicionamiento básicos y que por ello pueden encontrarse en pugna.
Al poner de manifiesto lo que considera su identidad de peregrina o caminante en la Historia (y hacia la Salvación), hemos visto, la Diócesis de Santa Rosa de Copán torna visibles a los ciudadanos de Honduras, a sus raíces sociales y también a sus cuerpos. Hace visible la sociohistoria, con su conflictividad, enteramente invisible en la comunicación 'moral' del pleno de obispos. La cuestión de ‘los cuerpos’ de los hondureños es particularmente vívida. Se los asocia con el mandamiento “No matarás” y se extiende el valor de esta prohibición a los golpes, heridas y tortura. El fundamento de la prohibición es que el ser humano integral (cuerpo/alma, cuerpo/espíritu, individuo/sociedad) es semejante a Dios y Templo del Espíritu Santo.
En su lectura más radical, no la única posible, el ser humano es creador, como Dios, y por ello posee dignidad divina. Quien lo mata o tortura o somete a violencia, ofende a Dios. En esta perspectiva, no existe violencia corporal ni espiritual legítima contra los seres humanos. La reivindicación de los cuerpos (en ellos está una de las raíces del Reino) y de la promesa divina de que ellos vivirán para siempre porque El los resucitará, es también una observación de que los seres humanos no deben ser sufrir violencia en sus relaciones sociales: economía, familia, relaciones de sexo/género, relaciones generacionales, étnicas, políticas, culturales, etc. Se advierte aquí la posibilidad de una apertura doctrinal católica hacia derechos humanos y al principio de agencia, apertura no factible desde el naturalismo ético en cual los seres humanos son ‘esclavos’ de la ley natural, de Dios y de la autoridad clerical (no necesariamente en ese orden), y estrictamente no pueden reclamar derechos humanos ni tampoco ser creadores constitutivos de formas de existencia. Para el naturalismo ético los seres humanos son libres solo para pecar (por la presencia metafísica de Satán), o sea para desobedecer, pero no para crear como si fuesen dioses… que mueren (y a los que el Dios del Amor y la Vida resucita).
Con la rehabilitación de los cuerpos, el documento de la Diócesis de Santa Rosa de Copán, recupera las tramas sociales conflictivas existentes en Honduras y desenmascara, queriéndolo o no, la ideología de los individuos abstractos, escindidos en cuerpo y alma, determinados por valores absolutos que no provienen de su historia y a los que se ofende con el pecado, que es la ideología que alimenta el discurso del aparato clerical católico, discurso que potencia el carácter de su dominación ‘espiritual’ y ‘universal’.
No es escasa, entonces, la diferencia entre el planteamiento politicista, sectario y malamente abstracto, aunque plenamente ‘católico’, del pleno de obispos, y el planteamiento sociopolítico, religioso y salvífico de la diócesis de Santa Rosa de Copán que, aunque probablemente minoritario, es también católico. En uno, Dios y los obispos son autoridades. En el otro, la iglesia es una compañera del pueblo ‘de Dios’, católico y no católico, en la Historia con horizonte utópico de Salvación. En el primero, se expresa la legitimación o sanción de cristiandad a la violencia “legítima’ de la autoridad. En el segundo, la denuncia profética bíblica por el mal ejercicio de la responsabilidad inherente a la autoridad. En el primero, una antropología de la sujeción conduce a la insignificancia de los cuerpos y de las relaciones sociales. En el segundo, los seres humanos en cuerpo y alma aparecen como co-creadores o complementadores de la Creación y de su sentido al lado de Dios y, desde aquí, se hace posible reclamar relaciones sociales en que impere la justicia (dar a cada quien lo debido) para todos. A cada ser humano debe procurársele socialmente todas las oportunidades para su despliegue libre y creativo. Otra antropología, otra economía, otro ordenamiento político y cultural. Otro Dios.
Y todo este universo de posibilidades, aquí apenas entreabierto, aparece en un humilde documento de una diócesis hondureña. No es necesariamente otra manera de experimentar la fe católica, pero la avisa.
Y, agreguemos, se necesita.
Conviene todavía examinar dos aspectos. El recuerdo hecho por el mensaje diocesano a las Fuerzas Armadas hondureñas respecto del mandamiento “No matarás” expresa claramente una memoria histórica. En América Central, siglo XX, y en especial en Guatemala, El Salvador y Honduras (en la Nicaragua somocista el ejército era un aparato al servicio de una familia), los militares y los organismos policiales militarizados fueron utilizados inicialmente por los grupos oligárquicos como su brazo represivo. Es decir, eran destacamentos militares orientados principalmente no a defender la soberanía nacional, sino para castigar a quienes amenazaran la propiedad y privilegios de los poderosos y, después de la década de los sesentas, con instrucción estadounidense, para realizar tareas preventivas y de guerra contra la insurgencia. Esta última situación fue generalizada en América Latina.
Sin embargo en América Central se expresó más vigorosa y corruptamente la tesis, también de inspiración estadounidense, de que las Fuerzas Armadas debían encabezar en la región las tareas propias de la modernización para el desarrollo porque su disciplina y formación técnica las constituían como el actor más capacitado para esos efectos, cuando no el único (Doctrina McNamara). En el clima de Guerra Fría, las FF.AA. latinoamericanas, quizás con las excepciones de México y Cuba, pudieron aparecer en el discurso público como actores políticos centrales tanto porque eran la herramienta contra el comunismo (insurgencia), como porque su preparación las facultaba para encabezar las tareas del desarrollo. Menos pública era una tercera razón: como aparato estatal eran altamente dependientes, para su formación y dotación de guerra, del Pentágono y del Departamento de Estado. Su ‘autonomía’ o ejecutoriedad era todavía entonces más peligrosa.
En América Central se desplegó con más intensidad que en otros sitios la tesis de que la autonomía de los aparatos armados los transformaba en actores políticos por sí mismos (fracción de la clase dominante). Dejaban de ser meros brazos armados. Se transformaban, para este imaginario, en conciencia político-ética y económico-social de las formaciones sociales latinoamericanas. Y tenían, además, el monopolio de los armamentos legales. Esta situación se vivió con particular fuerza en Guatemala (donde se mantiene hasta hoy), El Salvador y Honduras. De sirvientes pasaron a ser socios de la oligarquía, pero socios con poder de fuego.
Un fenómeno semejante, pero con características propias, se dio en América del Sur con las dictaduras empresarial-militares de Seguridad Nacional.
Los efectos de este proceso de autonomización de los aparatos militares fueron desastrosos. Señores de la vida y de la muerte su corrupción se tradujo en las prácticas de la Guerra Sucia, el paramilitarismo, las zonas de Autodefensa, la asesoría a las bandas blancas, los secuestros y desapariciones, el mercado negro de armas, su ingreso en sectores financieros, el crimen organizado y la delincuencialidad común. Sobre ello su lógica interna, vía el discurso de las doctrinas contra la insurgencia, devino anticivil y antipopular. En este sentido militares y policías militarizados cultivaron un patente desprecio por derechos humanos.
Esta historia del heroísmo ‘militar’, aquí apenas esbozada y en las que se ha prescindido de sus dictaduras directas (como la de López Arellano en Honduras (1965-1974)), es la que recuerda el breve pero directo párrafo de la Diócesis de Santa Rosa de Copán. Aunque el aparato militar guatemalteco es sin duda el más criminal y salvaje de la región centroamericana, los militares hondureños siempre han disputado con brío un segundo lugar. Por eso el “no matarás y no torturarás” es tan tajante. Señala hacia la historia de los militares hondureños a quienes un golpe de Estado en el que retornan a ser protagonistas, que se apoya en toques de queda y estados de “excepción” y que, entre sus alientos, contiene la ambición de grupos oligárquicos, vuelve a abrir de par en par la puerta para violaciones de derechos humanos y para desatar una cacería inmisericorde entre trabajadores y campesinos humildes.
Conceptualmente, lo sepa o no la gente que redactó el documento de la diócesis, la defensa de derechos humanos y del régimen democrático de gobierno, aquí enfrentados al dominio militar, apunta hacia el principio liberal de agencia. Sintéticamente expuesto se trata de una propuesta moderna que postula que es propio de todo individuo humano desarrollar una autonomía que le permite decidir desde sí y hacerse responsable por sus decisiones. En las sociedades modernas, antropocentradas, esta responsabilidad es principalmente jurídica. La categoría de ‘responsabilidad’ desplaza a la noción teocéntrica/clerical de pecado y culpabilidad, propia especialmente del medioevo.
No es raro que el pleno de obispos no mencione en su declaración ni una sola vez derechos humanos, pese a la represión y censura que se estaba desplegando ante sus ojos. Al igual que el nombre y apellido de Zelaya, tornan invisibles ‘derechos humanos’ tanto por peso doctrinal como para evitarse dificultades.
El régimen democrático aparece mencionado por los obispos en dos ocasiones. Una cuando afirman que en Honduras no ha pasado nada y que todo sigue institucionalmente sin mácula. Otra, cuando encaran a la OEA para enrostrarle que no “monitoreó” los excesos del gobierno antes del 28 de junio.
Ni derechos humanos ni régimen democrático interesan al pleno de obispos. Sus valores pasan por una abstracta “globalización de la solidaridad” cuyas campanas escucharon en algún Foro Social de los Pueblos (donde también suele ser una consigna abstracta) y “el diálogo, el consenso y la reconciliación” tal como ellos pueden surgir después de un golpe de Estado, la ocupación militar del país, y el acoso contra los opositores.
Sea ésta la última cuestión que examinamos aquí. En ambos documentos católicos pareciera existir una coincidencia. Resumámosla inicialmente con una referencia a dos valores: el diálogo y la paz. Dice el grupo de Santa Rosa de Copán: “Los hondureños queremos Paz”. Redacta el grupo de obispos: “Honduras ha sido y quiere seguir siendo un pueblo de hermanos para vivir unidos en la justicia y la paz”.
Parecen coincidir en sus deseos. Pero incluso en esas citas se advierte la diferencia: el documento de la Diócesis hace de la paz social un horizonte de esperanza que guía u orienta desde los procesos de resolución de las inequidades sociales que caracterizan la historia de Honduras. El pleno de obispos estima la paz como algo que existe entre hermanos (una relación ‘natural’) hondureños, algo que fluye naturalmente desde esta hermandad y que ha estado siempre presente (aunque no se haya efectualizado) en la sociedad hondureña. Es una paz metafísica deseada por Dios. Es una paz que no ve conflictos y por lo tanto no los asume. Los elimina abstractamente mediante el recurso al deseo de Dios. La Diócesis de Santa Rosa ve los conflictos sociales y dice que deben ser superados para llegar a una paz socialmente construida. Se trata no de una paz de las almas metafísicas, sino de una paz social construida con paciencia y ardor entre, por ejemplo, empresarios y trabajadores, intereses transnacionales e intereses hondureños, varones patriarcales y mujeres en pie de liberación, aparatos clericales idolátricos y de cristiandad e iglesias comunitarias que testimonian día con día al Dios de la vida que hace del otro un prójimo efectivo. La diócesis se expresa en una clave semejante a la de Michael Jackson.
Se habla, entonces, de ‘paces’ muy diferentes. A una se llega por la uniformidad “espiritual” (que por lo demás el aparato clerical católico no practica). A la otra por la resolución de los conflictos sociales cuyas asimetrías, dependencias y dominaciones niegan permanentemente a muchos su dignidad humana. Reconocimiento e invisibilización del conflicto son fundamentales para comprender estas “paces” diferentes.
Algo semejante ocurre con el diálogo. El diálogo es un práctica de comunicación que supone una cierta simetría entre quienes dialogan. Cuando existen asimetrías de poder estructurales o constitutivas, como entre Papa y cura, Comandante militar y teniente, empresario y obrero, macho y mujer, adulto y joven, blanco/ladino e indígena, por citar algunas, no existe el diálogo como comunicación. Lo central de un diálogo no consiste en que uno convenza al otro, sino en que ambos dialogantes aprendan a aprender. Ningún tipo de autoritarismo dialoga. Menos el que porta la revelación de Dios en el bolsillo de la sotana. Por esto, y por otras razones, no puede existir diálogo sincero si algunos saben y otros no, si algunos están informados y otros no. Si algunos llevan fusiles o penes y los otros/otras no. Aquí también lleva razón práctica o política el documento de la Diócesis. Para que exista diálogo deben crearse las condiciones sociales para que existan dialogantes. En las sociedades de inequidad como Honduras no existen tales condiciones. Hay que echar a andar los procesos de cambio para que esas condiciones existan.
En estas dos referencias puede advertirse como construyen sus valores los autores de los disímiles documentos. El grupo de obispos hace bajar o “caer” valores (justicia, paz, dignidad, fraternidad) desde un cielo para que su reconocimiento como referentes absolutos obligue a la gente a cumplirlos o a acercarse a su cumplimiento. Los diocesanos de Santa Rosa de Copán hacen surgir los valores (en tanto realidades y deseos) desde la existencia conflictiva de los grupos sociales y de los individuos. Esto no elimina los valores del Reino, que podrían ser considerados absolutos, pero los materializa y torna significativos, comunicables, dialogables, desde prácticas humanas efectivas y abre la cuestión de ‘la’ verdad al diálogo entre diversos que no pueden ser nunca tratados como inferiores o 'pecadores' desde el criterio de los ‘otros’.
Este texto se ha alargado ya en demasía. Cumplirá sus objetivos comunicativos si ayuda a pensar el carácter político de los aparatos clericales en América Latina y la organización de sus discursos ideológicos. Y será útil si facilita avanzar en la comprensión y asunción de que otra manera de vivir la fe cristiana, es factible y deseable en este subcontinente y que ello no contiene para nada renunciar a la seguridad/confianza que acompaña a la fe religiosa ni tampoco quiere decir matar o renunciar a Dios.
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Nota
(1) Estos regímenes empresarial/militares combinaron el terror de Estado contra los sectores populares y los opositores, la imposición de un régimen de libre empresa y la consecuente inserción funcional de las economías en el proceso de acumulación global. Los más publicitados por su ferocidad y corrupción fueron los de Argentina y Chile.
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Referencias:
Benedicto XVI: Dominus caritas est, 2005, http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/encyclicals/documents/
Berman,. Marshall: Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad, Siglo XXI, México, 1988.
Conferencia Episcopal de Honduras: Edificar desde la crisis, http://www.radioevangelizacion.org/
Diócesis de Santa Rosa de Copán: Mensaje http://www.ciudadredonda.org/
Entrecristianos: Evangélicos en Honduras ven el golpe como “respuesta a las oraciones”, en http://www.entrecristianos.com/
Gallardo, Helio: Notas sobre el golpe de Estado en Honduras, en Pensar América Latina, http://www.heliogallardo-americalatina.info/
Gallardo, Helio: Cuestiones latinoamericanas del golpe de Estado en Honduras, en Pensar América Latina, http://www.heliogallardo-americalatina.info/
Jackson, Michael: Heal the World, en http://www.letras4u.com/michael_jackson/heal_the_world.htm
Massini, Carlos Ignacio: El derecho, los derechos humanos y el valor del derecho, Abeledo/Perrot, Buenos Aires, Argentina, 1987.
1.- Preliminar
Con independencia de que el presidente José Manuel Zelaya haya incurrido en acciones inconstitucionales, asunto polémico, acciones por los cuales se le debió seguir un proceso de acuerdo a la las leyes hondureñas, contra él se activó un golpe de Estado. Este golpe de Estado recibió el rechazo, aunque por razones diversas, de una parte significativa de la población de Honduras, y también el inevitable repudio de la Organización de los Estados Americanos (OEA) que, además, exigió la inmediata restitución del presidente Zelaya en su cargo. Esta instancia, para quienes desean hoy desconocerla, es una organización internacional panamericana de la cual forman parte todos los Estados americanos (excepto Honduras, suspendido en julio del 2009) y a la que solo no pertenecen los territorios que todavía son colonias (Guayana Francesa o, más polémicamente, Puerto Rico, por ejemplo). Cuba fue recientemente readmitida en la OEA pero no participa en ella. La suspensión de Honduras fue votada por 33 Estados de 34 (Honduras se abstuvo). La decisión de la OEA se basó en su carta constitutiva (1948) y en la reciente Carta Democrática Interamericana (2001). Está, pues, apegada a derecho panamericano e internacional.
Por supuesto, este derecho podría cambiar, si así lo estimasen los Estados que concurren en la OEA. Lo que no tiene valor para los Estados y sus personeros en el seno de la OEA, excepto por razones diferentes al golpe de Estado perpetrado por empresarios, militares y funcionarios políticos hondureños, es acusar a la OEA de injerencismo, desautorizar a su Secretario General que sigue instrucciones de la Asamblea General, e, incluso, gestionar ‘mediaciones’ que no tengan como eje el rechazo frontal al golpe de Estado y la exigencia de inmediata restitución del presidente Zelaya en su cargo. Que Estados Unidos haya sugerido inicialmente una negociación que no contenía estas reclamaciones y la encargue a Costa Rica (y este Estado la acepte) solo indica que ambos Estados votaron por algo en lo que no creían ya sea porque favorezcan el golpe (que parece ser la posición de Estados Unidos) o por conveniente confusión mental (que podría ser el caso de Costa Rica) en un marco de desprecio por la OEA y más específicamente por la realidad de las “repúblicas bananeras”. Se debe asimismo reconocer que, en tanto organismo internacional, la OEA no posee un prestigio incontestable y que su posicionamiento actual busca ganar solidez interna y darse un protagonismo del que históricamente ha carecido. En estos esfuerzos tropieza, sin duda, con la permanente voluntad hegemónica de Estados Unidos en el subcontinente, con las diferencias internas entre los países latinoamericanos y sus propias limitaciones institucionales.
Este artículo, cuya redacción se inicia el 18 de julio, no se ocupa, sin embargo, del desenlace del golpe de Estado ni de sus alcances para la organización de los Estados Americanos, sino de algo que constituye ya un dato: el apoyo de los aparatos clericales hondureños (católicos y un buen número de iglesias y pastores protestantes) plasmado en pronunciamientos y jornadas de oración y, también, de las oposiciones a ese apoyo concretado asimismo en al menos un documento de una de las diócesis hondureñas y en las movilizaciones a favor de Zelaya en las que participan, sin duda, creyentes religiosos cristianos protestantes y católicos.
Debe observarse que tanto las jornadas de oración, llamadas principalmente por el pastor Evelio Reyes, como la declaración de la Conferencia Episcopal hondureña fueron ampliamente difundidas por la prensa empresarial y las agencias periodísticas favorables al golpe, difusión de la que carecieron los pronunciamientos de inspiración religiosa o clerical en contra de él. Por lo tanto el análisis no prejuzga acerca de las opciones ‘cristianas’ o de otros creyentes religiosos en el conflicto, sino que se interesa exclusivamente en posicionamientos que pueden atribuirse a reducidos círculos ‘sacerdotales’ ‘cristianos’.
De esta manera el interés de la discusión no se centra tanto en la realidad hondureña específica de hoy, sino en la consideración conceptual de lo que subyace y sostiene en América Latina a los posicionamientos y toma de partido clericales en favor de una dominación oligárquica y neoligárquica, señorial, que históricamente se puede comprobar tiene efectos antievangélicos y antihumanos por ser excluyente y bloquear sistémicamente el principio de agencia (sostiene la institucionalidad democrática y el reconocimiento de derechos humanos) tanto en su versión liberal (individual) como social.
Por supuesto, el análisis es solo introductorio, en el sentido de comienzo de una discusión.
Por ello mismo, conviene fijar algunas determinaciones básicas. Aquí ni se asocia ni se identifica ‘clericalidad’ o ‘aparatos clericales’ con “sentimientos religiosos” o “religiosidad”. En el caso católico, ‘clericalidad’ remite a su autoridad jerárquica incontestable por tratarse de una institución con lógica vertical o autoritaria de 'inspiración divina' y control absoluto por parte de minorías aplicado a una comunidad de fieles. En las iglesias protestantes, se trata de la figura del ‘pastor’ en quien los fieles confían o delegan responsabilidades de predicación y apoderamiento de la oración personal, funciones que pueden ser entendidas como tareas ministeriales profesionales, pero no como sacerdocio derivado de Dios. En términos básicos podríamos hablar de ‘aparatos sacerdotales’ para el caso católico y de ‘aparatos ministeriales profesionales’ para la situación protestante (que admite diferenciaciones internas). Estos aparatos son enteramente producción sociohistórica y en ellos pueden alcanzar responsabilidades funcionarios sin fe religiosa o con ella pasando por todos los matices y posicionamientos intermedios. ‘Iglesia’ no es por tanto aquí sinónimo de religión, religiosidad o fe religiosa, y los posicionamientos, pronunciamientos o acciones clericales se refieren siempre a sus ‘autoridades’ sacerdotales y ministeriales.
De esta manera, el análisis no puede ser entendido como un ataque a la fe religiosa (procedimiento usual en América Latina para descalificar ad portas cualquier discusión sobre acciones clericales) excepto mediante una simplificación corriente aunque interesada acerca del fenómeno religioso. Aunque pueden existir articulaciones positivas entre fe religiosa, religiosidad cultural y social, iglesias y aparatos clericales, ellas no son necesarias ni obligatorias y están siempre abiertas al análisis social.
Esta discusión sí se centra en las determinaciones que las ‘jerarquías’ clericales, en especial la católica, proponen a sus fieles respecto de cómo debe experimentarse personal y socialmente la fe religiosa. Estas determinaciones tienen alcance político en un sentido básico aunque los aparatos clericales las propongan como éticas y salvíficas y sin opción partidaria o sectaria, en su sentido estrecho de inclinación por un partido político específico. Solo para una comprensión reductivamente politicista (que es un sesgo común del análisis político ‘oficial’) las opciones políticas son entendidas como decisiones exclusivas sobre partidos (Nacional o Liberal en el caso hondureño), personalidades (o Zelaya o Micheletti) o estancamente focalizadas en el eje de acción jurídico-estatal. Lo sepan o no los ciudadanos, los diversos sectores sociales y las personas están, en las formaciones sociales modernas, constantemente decidiendo, por ejemplo, sobre el sistema social, las lógicas institucionales o el carácter del poder o poderes sociales. Las opciones partidarias no están desvinculadas de estas elecciones que las subyacen y las sustentan, aunque entre estos factores y procesos pueda existir una significativa diferenciación.
Interesa a este trabajo introducir a los caracteres de este substrato que lleva a los aparatos clericales públicos asentados en América Latina con mayor capacidad de incidencia en la población a apoyar la constitución y continuidad de un sistema de dominación económico/social y político/cultural oligárquico y neoligárquico centrado en intereses y privilegios particulares y excluyentes y que resuelve sus situaciones de crisis con violencia armada como expresión particular y brutal de la violencia institucional y sistémica (estructural) omnipresente en las formaciones sociales latinoamericanas.
Si se prefiere, en términos directos, esta discusión se ocupa de por qué los golpes militares/empresariales y geopolíticos resultan apoyados por los aparatos clericales ‘cristianos’ de masas y la violencia del sistema oligárquico, que no es solo militar o policial, es acompañada con escasa o ninguna crítica (ni siquiera profética, sino mínimamente ética) por estos aparatos clericales. La experiencia hondureña de junio/julio del 2009, facilita elementos distintivos para esta discusión.
2.- Factores básicos de los imaginarios de los aparatos clericales latinoamericanos
Entre la amplia literatura de posicionamiento básico e inspiración clerical que generó el golpe en Honduras destacan dos documentos emitidos por el aparato clerical católico de ese país. Uno, considerados cronológicamente, es el “Mensaje de la Diócesis de Santa Rosa de Copán”, fechado el 1º de julio y el segundo es el Comunicado de la Conferencia Episcopal de Honduras, titulado “Edificar desde la crisis”, con fecha del 3 de julio. En el primer documento, se rechaza tajantemente lo que se considera el “Golpe de Estado del 28 de junio” (quinto párrafo). El mensaje diocesano es suscrito por el obispo Luis Alfonso Santos. En el comunicado de la Conferencia, en cambio, se sostiene que no ha existido golpe de Estado y se enfatiza que “… las instituciones del Estado democrático hondureño, están vigencia y que sus ejecutorias en materia jurídico-legal han sido apegadas a derecho” (segundo párrafo). El régimen, considerado “golpista” por el Mensaje de Santa Rosa, es presentado por este segundo documento como de pleno “vigor legal y democrático de acuerdo a la Constitución de la República de Honduras”. El gobierno de facto de Micheletti no es solo legal, según la conferencia de obispos, sino ‘democrático’.
Conviene reparar en que el comunicado de los obispos es posterior al mensaje de Santa Rosa y que fue firmado por los once obispos hondureños, es decir fue también respaldado por el obispo Luis Alfonso Santos. Esto último puede querer decir que Santos fue persuadido de su “error” y “desinformación”por otros obispos, o que no quiso aparecer como disidente o rebelde de un modo que el cuerpo jerárquico sacerdotal apareciese con fisuras en una situación especial de crisis, o que no captó los alcances políticos de su pronunciamiento del 1º de julio.
En cualquier caso, en el seno de la conferencia episcopal que produjo el mensaje debe haberse dado algún tipo de discusión porque su documento incorpora un párrafo relativamente inconsistente con su afirmación de que ‘en todo se había procedido a derecho’. El párrafo reza: “Ningún hondureño podrá ser expatriado ni entregado a un Estado extranjero (Art. 102, Constitución de la República). Creemos que todos merecemos una explicación de lo acaecido el 28 de junio”. Lo que acaeció el 28 de junio fue el violento arresto/secuestro del presidente Zelaya por un grupo de militares, y su posterior envío forzado a Costa Rica en un avión no identificado. Esa acción al menos fue, obviamente, ilegal e inconstitucional, y materializa el ‘golpe de Estado’ que la declaración no reconoce. Los obispos exigen, una “explicación”. Pero ninguna ‘explicación’, por racional o ética que parezca, podrá quitarle a la acción de los militares su carácter de inconstitucional e ilegal. De modo que se trató de un golpe de Estado, aunque la Conferencia proclame que ese golpe nunca existió. Y llevaba razón en este punto el al parecer minoritario obispo Santos.
Lo que interesa centralmente aquí no es, sin embargo, el golpe de Estado, sino el por qué y desde que matriz, no puramente circunstancial, la Conferencia Episcopal, apoya un golpe empresarial/militar que, con su respaldo clerical y el de otros ‘pastores’, puede ser valorado asimismo como ‘cristiano’. Esta cuestión vale, con las diferencias específicas de cada caso, para el diversificado apoyo que los aparatos clericales inscritos en América Latina dieron en su momento a los regímenes de Seguridad Nacional en el Cono Sur(1), para su opción frontal y conspirativa inicial contra la instauración del régimen revolucionario y popular cubano, para su encabezamiento de la “contrarrevolución” en Nicaragua (década de los ochenta) y para el aislamiento, al interior del aparato clerical, del arzobispo Óscar Arnulfo Romero en El Salvador. El ‘pecado’ de éste fue declarar ética, por tanto grata a los ojos de Dios, la lucha armada del Farabundo Martí para la Liberación Nacional y llamar a las tropas “oficiales” del Estado salvadoreño a deponer las armas. El arzobispo fue aislado por el aparato clerical católico salvadoreño y luego asesinado por un escuadrón de la muerte de la oligarquía. El Papa, Juan Pablo II, enterado del crimen, envió un sensible pero abstracto mensaje protocolario lamentando el suceso, pero el Vaticano reaccionó a la exigencia de condenar a la caverna salvadoreña con un frío: “ (…) no se sabe aún el color de la bala que mató al arzobispo". Un cuarto de siglo después de su asesinato, y como parte de un demorado proceso que debería llevarlo a su canonización, la burocracia vaticana lo reconoce como “de sus filas” clericales con un tajante: “Romero no era un obispo revolucionario, sino un hombre de la Iglesia, del Evangelio y de los pobres”. Éstas son solo algunas referencias extremas de las polémicas asistencias clericales.
La primera observación, obvia, es que el aparato clerical católico forma parte del sistema de poder y dominación de las formaciones sociales latinoamericanas. En este sentido se asemeja a los aparatos militares (directamente involucrados en los aparatos estatales) o a los medios masivos empresariales privados, pero no es idéntico a ellos. En Chile, los pequeños campesinos del sur, solían decir en broma y en serio: “Cuando veo venir por el camino al patrón (terrateniente) y a su lado el policía y al otro el cura, agarro mi gallina más gorda y corro a esconderme al monte porque de esos tres juntos no se puede esperar nada bueno para los pobres”. En Chile la policía (carabineros) era militarizada. Y hoy el pequeño campesino podría agregar el cuarto jinete del Apocalipsis que faltaba en su relato: los “periodistas” de la Sociedad Interamericana de Prensa o CNN. La mirada del campesino reconocía las personificaciones del sistema de iniquidad y represión, pero diferenciaba a sus componentes. Tenía razón.
La razón del campesino puede ser descompuesta de esta manera: el propietario rico y poderoso lo interpelaba y amenazaba en tanto él era pobre, que en América Latina se traduce sin poder. El carabinero o policía con su autoridad legal lo interpelaba en tanto él era un ciudadano de segunda o tercera, muchas veces un no-ciudadano y, hasta en situaciones de crisis, una no-persona, en particular si era indígena. El cura, en cambio, lo trataba como un alma igual y lo interpelaba, desde su carácter sagrado, como fiel de una iglesia a la que debía someterse para estar bien con Dios y ganar el Cielo. Solo el cura le ofrecía una esperanza, pero a costa de dejarse arrebatar su única gallina gorda. Por eso su huída al monte podía contener remordimiento porque podía costarle la vida eterna. En cambio, burlar al patrón o al policía formaba parte de las chilenas y latinoamericanas reglas del juego para un empobrecido.
Enfaticemos: el aparato clerical católico, aunque sea parte del sistema de dominación, no funciona idéntico a la represión militar. El aparato militar, abierto o encubierto, invade, golpea, reprime, destruye, mata. Por ello, a veces resulta enjuiciado y castigado. El aparato clerical enjuicia y es atendido, habla y es escuchado, convoca para desmovilizar y puede alcanzar éxito, ofrece su mediación como si estuviese por encima de la historia y de sus antagonismos, condena la violencia (toda, cualquiera) y llama a buscar la verdad, la paz y a la reconciliación apelando a un “Bien Común”. Y nunca, o casi nunca, se exige castigo contra él o lo recibe. A su vez la gente no se siente recibiendo ‘castigo’ por parte de las iglesias, sino algún tipo de seguridad e incluso experimenta formas de gratitud hacia ellas, aunque a costa de recibir sus reprimendas. Cuando interpela en sus liturgias, el aparato clerical no habla a ningún sector social o nacionalidad: su discurso esta dirigido a adeptos clericales que las personas traducen como adhesión religiosa, como una expresión de fe religiosa. Es una identificación íntima y a la vez trascendente. Muy distinta a la de 'mero' campesino o ciudadano. De hecho, el aparato clerical no interpela, en tanto tales, a campesinos y ciudadanos. Los 'convierte' en fieles.
Es oportuno detenerse en otro aspecto de la diferencia entre aparatos militares y aparatos clericales: los primeros producen su verdad bajo la forma de la victoria o la derrota. Los segundos buscan y proponen una verdad que estaría en ‘las cosas’, como su naturaleza (o esencia). Los aparatos militares (que son directamente aparatos políticos) determinan la ‘verdad’ y ‘bondad’ (virtud) de su acción mediante el logro de fines. Quien aplasta o destruye al adversario (quiere decir a lo que le da fuerza a ese adversario) es ‘verdadero’ y ‘bueno’ porque es efectivo. Los aparatos clericales afirman, en cambio, que la verdad y el ‘bien’ (virtud) no se siguen del éxito o fracaso en la acción, sino de un ‘orden’ o canon previo a la acción, canon cuyo origen y fundamento es ajeno, aunque vincula, a la historia humana. Es un orden sobre-natural, donde ‘natural’ posee un doble valor: contiene lo propio o esencia de las cosas (lo que las hace verdaderas y buenas aunque distintas) y también su inserción en un único sistema vinculante, el del orden debido de todo lo que existe, o ley natural. En la tradición ‘cristiana’ occidental, esta ley natural es obra de Dios. Es sagrada, por tanto. No debe (y estrictamente no puede) ser violada.
En la historia del pensamiento a este último posicionamiento y a los imaginarios que surgen desde él se le conoce como naturalismo ético que apunta a que lo debido para los seres humanos está o se basa en el orden natural. ‘Natural’ en la tradición filosófica es un concepto complejo que comprende tanto la generación de una cosa (“natural” viene de “nacer”, nascere), su carácter específico (presencia y función) y su vínculo con la base desde la que se despliega todo lo que nace, la Naturaleza, el Ser o Dios, en el caso que nos ocupa. Por su ‘naturaleza’, en este sentido complejo, el carácter del mundo se sigue de la creación divina y el ser humano solo puede discernirla (por su naturaleza racional) y obedecerla. Es insensatez o aberración no seguir la naturaleza de las cosas, no obedecer el deseo de Dios. También puede ser soberbia, el pecado de Lucifer, es decir de quien se levanta contra la voluntad de Dios y atrae su castigo eterno. La naturaleza de cada cosa ‘pertenece’ a la Naturaleza desde la que todas nacen (physis, natura) o “son creadas” y encuentran su fundamento. Para este imaginario el ser humano resulta una creatura/criatura. Alguien que por su naturaleza debe obedecer. Eso sí, a la autoridad correcta, legítima, o buena. La que se sigue del ‘orden’ natural de las cosas.
El culto mariano (a María, madre de Jesús), es un buen ejemplo de cómo funciona este naturalismo ético que algún autor católico (C. I. Massini) llama iusnaturalismo realista para oponerlo a lo que él valora negativamente como iusnaturalismo individualista o ‘moderno’. La expresión “realista” muestra el vínculo del naturalismo ético con el campo más amplio del realismo filosófico: las cosas existen efectivamente fuera y con independencia de la subjetividad (prácticas, entendimiento, percepciones, razón) humana. Y existen, por la naturaleza de su Creador, como obligaciones. No es posible (que quiere decir que está prohibido) para el ser humano ignorar la ‘naturaleza’ de las cosas ni transgredir su propia naturaleza.
Se mencionó que la católica suprema veneración por María, cuyo proceso de institucionalización data del siglo V, es un buen ejemplo del alcance y caracteres del naturalismo y realismo éticos. El parágrafo final (#108) de la encíclica Fides et Ratio (1998), de Juan Pablo II, sintetiza bien los caracteres de este culto. El Papa establece en este numeral una correlación entre la vocación de la Virgen y una “auténtica filosofía”. La determina así: “Al igual que María, en el consentimiento dado al anuncio de Gabriel, nada perdió de su verdadera humanidad y libertad, así el pensamiento filosófico, cuando acoge el requerimiento que procede de la verdad del Evangelio, nada pierde de su autonomía, sino que siente como su búsqueda es impulsada hacia su más alta realización”.
Para quienes no tienen familiaridad con el texto evangélico que describe el anuncio que el ángel Gabriel hace a María de su embarazo por el Espíritu Santo, éste se encuentra en Lucas, 1, 28-38. Cuando el enviado divino ha informado a María, ella contesta: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. La Biblia latinoamericana, reemplaza “esclava” por “servidora”, pero el cambio no afecta decisivamente el sentido de la respuesta. La ‘autonomía’ de María consiste no en decidir por sí misma sino en plegarse a la voluntad (autoridad) de Dios. De este modo la observación del Papa Juan Pablo II acerca de que María “nada perdió de su verdadera humanidad” es cierta si la ‘naturaleza’ de María, y de todo ser humano, consiste en obedecer, sin siquiera preguntar por el alcance de lo que (le) sucederá, acontece y acontecerá, la voluntad de Dios. Pero es polémica su afirmación de que ella “no pierda nada de su libertad”, excepto que ‘libertad’ se entienda como asunción de lo necesario e inevitable, de lo debido por fuerza o por la ‘naturaleza’ de las cosas. Aquí las ‘cosas’ son la naturaleza de Dios y la de María y el vínculo estructuralmente asimétrico (Creador-creatura) que las vincula. Así, el anuncio del ángel supone en María una objetividad/creencia previa que la obliga a cualquier cosa querida por Dios, que la somete a Dios. El Papa califica a esta creencia/objetividad como la “más alta realización”. Por eso María no pregunta. Es irrelevante. Las cosas acontecerán según Dios quiera. Lo que Él desea será “su más alta realización” para María. El imaginario del realismo ético le hace violencia a María, pero ella, inserta en ese imaginario, no siente esa violencia. Menos todavía podría resentirla. La experimenta como algo ‘bueno’ por debido. Lo que se dice de María es aplicable a todos los seres humanos. Forma parte de la antropología católica. Todos los seres humanos, y cada uno de ellos, están en deuda eterna con Dios.
Esta disposición ‘natural’ de María para abandonarse por entero a la voluntad de Dios, como su esclava o sierva, creatura/criatura,se advierte perfectamente en dichos muy generalizados de la cotidianidad latinoamericana. Ante un huracán destructor, el asesinato brutal de los hijos, la tortura militar que transforma a una mujer en vegetal por el resto de sus días..., mucha gente observa: “Dios lo ha querido así”. “Es la voluntad de Dios”, “Los caminos de Dios no son los nuestros”. A la obediencia, la sigue la resignación.
Ahora, este imaginario de sumisión y resignación (y el naturalismo ético y la antropología que lo fundan) pertenece al Mundo Antiguo. No es moderno.
No se discute aquí si es bueno o malo, verdadero o falso, mejor o peor. Solo se constata que es propio del Mundo Antiguo. Puede discutirse si afecta de manera semejante a los imaginarios de los pueblos profundos u originales (indígenas) de este hemisferio. En América Latina logra parecernos ‘natural’ porque la constitución de las formaciones sociales latinoamericanas se liga con la gran propiedad señorial, el autoritarismo y el catolicismo. ‘Nuestro’ (aunque no lo es) ethos sociocultural (y con él nuestra subjetividad e identificaciones) contiene elementos/factores de un imaginario propio del Mundo Antiguo.
En el imaginario moderno, por referir un ejemplo, la libertad consiste en la
capacidad de elegir desde uno mismo (autonomía) y, por ello, hacerse responsable por la elección. María en el relato evangélico obtiene su ‘autoestima’ por el hecho de obedecer lo que no puede/debe evitar. En el mundo moderno, las Marías obtienen su autoestima de su integración personal que las apodera para elegir. ‘Elegir’ quiere decir que existen opciones efectivas, que ellas son diferentes y conducen a diversos resultados. La María de Lucas está ‘hecha’ por naturaleza. Las Marías modernas van haciéndose por medio de sus elecciones, de sus opciones. No tienen ‘naturaleza’. Son procesos por ser. Por llegar a ser. ‘Son’ su camino. Su autoproducción (desde otros, con otros, para otros).Y ningún camino está hecho. Ninguna autoridad no consentida (y esto implica discernida) tiene legitimidad para determinar implacablemente los caminos. En el imaginario del mundo moderno las mujeres podrían rechazar lo que sería no un vinculante anuncio del ángel, o sea una orden, sino una propuesta entre otras. Una posibilidad con la cual puede uno comprometerse o no.
No se discute aquí, insistamos, si esto es mejor o peor. Según el cronista del período, la María hebrea se sintió a gusto (y hasta quizás “libre”) con la notificación del ángel. Pero la subjetividad de esta María hebrea no es moderna. Y estos son tiempos modernos. Y en estos tiempos “libertad” quiere decir darse la capacidad para crear opciones y para elegir entre ellas y hacerse responsable por la elección. En otro ángulo, modernamente “libertad” puede asociarse con el libre juego de las facultades humanas. Se trata de una antropología no-católica. Ni mejor ni peor. Otra.
Aunque parezca curioso, y el aparato clerical católico y sus allegados no estén de acuerdo, ninguna de estas últimas versiones de la libertad humana resulta por sí misma incompatible con la existencia de un Dios creador, personal, del Amor y de la Vida. Con lo que sí resulta incompatible es con el Dios de la sujeción absoluta, con el Dios omnisciente que crea las condiciones para el “pecado” y luego castiga a los pecadores, con el Dios todopoderoso que contempla ‘amorosamente’ a sus creaturas en “un valle de lágrimas”, de exclusión, de guerra, de empobrecimiento biológico, social y espiritual, de golpes de Estado, de tortura, etc., que los seres humanos no podrían cambiar porque es ‘natural’ y buscar transformarlo (o crear otro para al menos poder elegir) es una acción inspirada por Satán. Este último Dios, y no por casualidad, parece hecho a la medida por y para sociedades con principios de imperio, sujeción, explotación, exclusión y violencia que se desean, es decir los grupos dominantes, como la oligarquía hondureña, desean, sociohistóricamente eternos.
En este mundo sociohistóricamente perverso tiene cabal lugar la adoración de un Dios que ofrece la ‘seguridad de otra vida’, pero más allá de la historia. Y la ofrece a las ‘almas’ a las que corresponde transfigurar (moderar, ‘sanar’ a los cuerpos de sus desviaciones) las apetencias antinaturales (excesivas) de ‘la carne’.
Es en relación con estos campos temáticos donde aparece la funcionalidad de los aparatos clericales latinoamericanos, específicamente el católico, en la constitución y reproducción del ‘orden’ político oligárquico, señorial y clientelar (y su ethos sociocultural) que caracteriza mayoritariamente a las formaciones sociales latinoamericanas.
Pero antes de mirar con un poco más de detalle esta funcionalidad estructural, retornemos, brevemente, a las diferencias entre el imaginario clerical católico, centrado en el Mundo Antiguo y su naturalismo/realismo éticos y el imaginario del Mundo Moderno cuyo eje es la autoproducción humana de la que se sigue su agencia (capacidad y responsabilidad de sujeto). El asunto tiene interés decisivo porque los aparatos clericales acusan a esta última sensibilidad de ignorar o asesinar a Dios (secularismo, inmanentismo). Este juicio, según hemos señalado, es enteramente falso. El Dios afectado por el imaginario moderno es el que hace de María una esclava. Pero en la cultura occidental existen otras maneras de experimentar a Dios sin necesidad de convertirse en sus esclavos.
Para mostrar las diferencias entre el imaginario del aparato clerical católico, propio del Mundo Antiguo, y el moderno, utilizaremos la letra de una canción de Michael Jackson, estrella del espectáculo, recientemente fallecido. No es una referencia frívola. Jackson expresa en ella una sensibilidad cultural hoy legítima para muchos pero que no es la de los grupos dominantes ni la más generalizada en América Latina. La canción es “Heal the World” (Cura al mundo). Su letra comienza señalando que el cantante se ubica en el vínculo entre las generaciones: “… Digo que tenemos que hacer un sitio para nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, para que ellos (…) ellos saben que es un mundo mejor para ellos. Y yo creo que sí es factible hacer que sea un sitio mejor”. Aquí no se trata de que Dios constituya un sitio mejor, sino que los seres humanos tienen la capacidad para hacer ese sitio mejor para sus hijos y los hijos de sus hijos, es decir para la humanidad. En términos básicos: los seres humanos hacen/producen su historia y, en el mismo movimiento, producen su humanidad como un ‘sitio’ mejor. No es el Cielo evangélico de los creyentes religiosos, pero lo avisa. Aunque, también, no es el ‘Cielo’ católico porque “ése” no existe en tanto de él no puede darse ninguna referencia humana legítima. Lo que sí existe porque está en cada uno es la posibilidad (virtualidad) de hacer de este mundo un ‘sitio mejor’. El planteamiento no resulta incompatible con el mensaje evangélico. No lo es porque no discute si Dios puso en los seres humanos esa capacidad, sino que constata esa capacidad a la que considera tienen igual acceso todos los individuos de la especie.
El sitio que en cada uno hace posible producir ese mundo mejor está en el corazón de cada cual. Jackson lo determina como “amor” (and I know that it is love). El amor es una afección, un movimiento de la voluntad y del deseo, un querer. Está en nosotros, nos constituye y mueve. Para efectos de nuestra acción, no nos viene de ‘afuera’. Forma parte de nuestro repertorio. La letra prosigue: Si realmente te esfuerzas en el amor verás que no hay motivo para llorar. En la voluntad humana de amar no hay espacio para el dolor ni la pena (there’s no hurt or sorrow). Y a continuación, la petición: si efectivamente te interesas por quienes viven y por la vida, construye espacio para el amor, aunque sea pequeño, y haz del mundo un mejor sitio (if you care enough for the living make a little space make a better place). Nada de esto es competencia de Dios. Está en cada ser humano y en todos ellos.
No menos importante es la negativa de Jackson a aceptar como necesario un mundo que es “un valle de lágrimas” (Salve Regina). Se le puede cambiar porque nosotros hacemos el mundo y aunque podemos odiar también estamos facultados para amar. No temamos ni despreciemos el mundo. Amémoslo para cambiarlo. Y cambiémoslo para amarlo todavía más. No es necesario solicitar esto a la Virgen María. Podemos hacerlo nosotros mismos desde nosotros mismos y para nosotros mismos. “Para ti y para mí”, reitera la canción. Este planteamiento es moderno. Y no implica despreciar a Dios o matarlo, sino asumir la dignidad y capacidad humana para producir “sitios mejores”, tal vez pequeños (no cósmicos), pero mejores que los que hemos producido hasta ahora.
Más adelante, la letra enfatiza esta idea que desecha el temor y la inseguridad y levanta en cambio la autoestima y confianza humanas en sus propias capacidades: “El amor es fuerte y solo se interesa por dar (gratuitamente) felicidad y alegría. En él no sentiremos recelo ni pavor”. Y un refuerzo antropológico que es, al mismo tiempo, una crítica social: “Con el amor, dejamos de existir y comenzamos a vivir”. Y este ‘vivir’ contiene la alegría y la felicidad, que provienen de la integración personal y social en el amor, aquí en la tierra. Esta alegría y felicidad no eliminan ni son incompatibles con su eterna prolongación en algún Cielo. No es solo otra antropología (concepción del ser humano), sino también la posibilidad de un distinto vínculo entre ‘Historia’ y ‘Cielo’, entre inmanencia (historia) y trascendencia (cielo). Con ello, también de otro vínculo, rotundamente negado por el catolicismo, entre los seres humanos y Dios. Los primeros dejan de ser meras creaturas/criaturas (o, como prefiere el aparato clerical, “ovejas” necesitadas de pastor (y perros que les muerdan las patas y las defiendan)). Y Dios puede ser compañero y referente de la experiencia humana pero no su dueño.
El texto de Jackson es enteramente evangélico, aunque moderno. ‘No importa lo que entra en ti, sino lo que tú hagas salir de ti’. Si logras, porque te esfuerzas, que salga amor, producirás con otros y para otros un sitio mejor y humanidad. Pero Jackson no da una orden. Describe una realidad carencial (gente que existe mal muriendo, destrucción de la vida en el planeta, guerras, odios, miedos) y apunta la posibilidad/capacidad que tenemos de transformarla. Hay que elegir. Y para optar hay que crear las condiciones que faciliten esa opción. Se trata de un desafío humano/cultural, de dar la talla de lo que somos también capaces.
Y para que no quede duda alguna que este texto moderno de una estrella pop, que se movía en universo comercial, no elimina para nada a Dios ni lo relega a un rincón secundario, la letra dice: “Though it’s plain to see/This world is heavenly/Be God’s glow’ (Es fácil comprobarlo/Este mundo es celestial/Produzcámonos como la alegría (brillo) de Dios).
Pero el Dios de “Heal the world” no es el Dios del aparato clerical católico. No es Alguien que amarra y somete. Es un Dios que se alegra de la libertad humana para producir un mundo desde y para su amor por la vida. Es un compañero de elecciones, de sueños, de esperanzas. Se acerca al que describe Juan en su Carta/Apocalipsis: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguien escucha mi voz y me abre, entraré a su casa a comer. Yo con él y él conmigo” (Juan, 3, 20). Dios no se presenta como una autoridad inapelable, sino como un nuevo comensal. Alguien que desea ser invitado al proceso de auto producción humana. Ser humano y Dios se asemejan y ambos pueden sentir que esto es bueno.
La referencia a Michael Jackson y al carácter de su arte permite también presentar otro aspecto crítico acerca del imaginario católico, ahora en relación con la separación que éste hace entre cuerpo y alma humanos y en la hostilidad con que los enfrenta al considerar al primero “cárcel” de la segunda y también ocasión de pecado (o sea de Satán). El artista se hizo famoso por sus coreografías dinámicas, su exploración de las posibilidades del baile y la explícita sexualidad (caderas, pubis, pene, cuerpo entero) de sus movimientos. Se trató siempre de una explícita reivindicación del cuerpo (al que en su vida privada intentó incluso reinventar) como expresión de una energía anímica, de un espíritu deseoso de comunicar destreza, creación, fiesta, comunión y alegría. Jackson no asume por tanto las separaciones entre ‘alma’ y cuerpo y entre espíritu y entorno (mundo). El espíritu (amor) humano (materializado en su caso como danza) puede producir (crear) el sentido de los entornos. Este último aspecto tiene además un alcance para el aparato ministerial de algunos grupos de protestantes. Nos referiremos a él más adelante.
Centrándonos en el aparato clerical católico, éste sospecha del cuerpo, y en especial de la sexualidad genital (la única que conoce, por lo demás), lo anatematiza y determina a sus deseos y expresividades como idolátricos. En opinión de la jerarquía católica, por medio de la gratificación sexual (valorada como lascivia), las parejas se “creerían Dios” (Deus caritas est, # 4, 5 y siguientes) y por ello esta gratificación debe ser ‘disciplinada’: “…el eros quiere remontarnos « en éxtasis » hacia lo divino, llevarnos más allá de nosotros mismos, pero precisamente por eso necesita seguir un camino de ascesis, renuncia, purificación y recuperación” (ídem, # 5). El disciplinamiento del cuerpo, su sobrerrepresión por una ética arbitraria, por doctrinal, forma parte del carácter antipopular y reaccionario del aparato clerical católico. Del asunto volveremos a ocuparnos, aunque brevemente, más adelante.
Interesa ahora recuperar el examen de un imaginario que postula una ley natural y un Dios que sujecionan a los seres humanos a quienes se pide amar/respetar esta sujeción en la tierra (sociohistoria) para obtener del “amor” de Dios un lugar eterno en el Cielo (que tampoco construyen). A este imaginario, el aparato clerical católico añade sus propios “esponsales” con ese Dios. Este “casamiento” indisoluble torna a este aparato la única iglesia revelada y por tanto la única institución capaz de visar un pasaporte para el Cielo. Dios salva, pero los documentos de viaje las almas deben adquirirlos en la Iglesia Católica. Es obvio que un imaginario con estas características (recordemos que llegar al Cielo es el Bien Supremo, Último, Todo el Sentido de la existencia personal y de la Humanidad) proviene de un aparato de poder. Jamás surgiría desde la experiencia social de los derrotados, de los enfermos, de los proscritos y perseguidos. Se trata de un imaginario de un aparato de poder. Y de un grupo dominante (aparato del Imperio Romano, por lo demás) que se da una identificación y una institucionalidad que le permitan seguir dominando. Por ello reclama para sí el monopolio de la revelación de Dios. Este monopolio contiene la autoasignación de su ejercicio y organización institucional como ‘sagrados’ (realidad, verdad, belleza, virtud).
Este es el aparato clerical que es factor, desde su gestación (Conquista, Colonia) de la dominación oligárquica y señorial que todavía constituye un ethos sociocultural poderoso en América Latina. Iglesia de señores y para señores… y de masas (anónimas, empobrecidas, explotadas, acorraladas, asesinadas) a las que educa/evangeliza en la sumisión, la seguridad falsa de la liturgia y la limosna, los ‘buenos modos’ y los ‘altos valores’ de la paz y la solidaridad siempre que no se toquen, ni con una oración, intereses de los poderosos o del establishment que resultan de una compleja articulación de oligarquías y clientelas locales con la acumulación global de capital y sus actores, y que se presenta hoy bajo las formas de Estados autónomos, regímenes democráticos de gobierno y espiritualidad ‘evangélica’. En curiosa opinión de S. Huntington, América Latina no es propiamente “occidental” pero sus grupos dominantes se mueren por serlo (Choque de civilizaciones).
Excursus sobre la producción espiritual de entornos y algún imaginario protestante
Al mencionar las coreografías vigorosamente corporales y eróticas de Michael Jackson se señaló que mostraban una ‘espiritualidad’ que se materializaba como danza y que creaba entornos no impúdicos (como podría indicar el circuito clerical) sino festivos, alegres. La alegría de amar con el espíritu/cuerpo y la capacidad para crear/producir humanamente entornos comunitarios de fiesta, de alegre gratificación de los sentidos y del ‘alma’.
El punto contiene un alcance para los aparatos ministeriales ‘protestantes’ que han sido puestos más de relieve durante el golpe hondureño. La forma en que sus líderes (el más nombrado y polémico es Evelio Reyes, Pastor General de la Iglesia Cristiana Vida Abundante, quien apoya el golpe y ha saludado efusivamente a los militares en tanto ellos han sido el brazo con el que Dios ha atendido a las oraciones, pero también se menciona a Oswaldo Canales, René Peñalba y Misael Argeñal quienes se opusieron a lo que creyeron era la intención del presidente Zelaya por reformar la Constitución, o al mismo Peñalba, Mario Cantor y Carlos Hernández, este último presidente de la Asociación para una Sociedad más Justa quienes, desde diversos ángulos, se han pronunciado contra el golpe) han utilizado los llamamientos a la oración, el ayuno y las manifestaciones pacíficas para apoyar o a Zelaya o a los golpistas, no han podido sino levantar una ardiente polémica en el seno de los protestantes hondureños y latinoamericanos.
La cuestión de fondo es que para muchos protestantes los pastores/líderes no deben inmiscuirse en asuntos políticos y sociales. Su función se liga con la lucha entre Dios y Satanás, que es el ‘verdadero’ conflicto, y sus tareas deben centrarse en la predicación de la palabra de Dios, la oración y el ayuno: “(el papel de la iglesia) no es otro que la proclamación del Santo Evangelio para salvación y restauración de las almas y de nuestras naciones. O es que vamos a hacer lo que tantos hemos criticado de la iglesia católica de su hipocresía religiosa y de su complicidad con los más poderosos…” (todas las referencias en este excursus son del sitio web http://www.entrecristianos.com/, visitado el 24/07/09).
Para estos protestantes, los entornos (incluyendo las instituciones y sus autoridades), que la letra de la canción de Jackson pide a los seres humanos transformar, los determina Dios y el discernimiento humano se centra en apreciar en ellos la presencia de Satanás o de Dios. Por eso el recurso a las oraciones para que Dios ilumine y acompañe a los pastores/líderes y al pueblo protestante pero no en su apoyo o a Zelaya o a Micheletti, apoyo que puede ser valorado como un extravío, sino en el desempeño que lleva al pueblo de Honduras a encontrarse con la realidad que Dios le tiene destinada. Muchos lemas y frases acompañan este sentimiento protestante: “Mientras que nuestros ojos estén puesto en los hombres, Satanás nos tendrá derrotados”. “… oren por nuestros líderes, los pastores, para que sean movidos a llevar al pueblo cristiano a ser una iglesia de oración, el resto lo hace el Espíritu Santo”, “… el evangelio no tiene nada que ver con política. La justicia que buscamos es la que viene del cielo, no la de los hombres. ¿Hasta cuándo nos mezclaremos con las demás religiones y actuaremos de la misma forma?”, “Nosotros los Cristianos estamos llamados a ser Luz de las Naciones, todo aquel que profesa al señor Jesucristo con su boca no puede alinearse con el mundo”, por ejemplo.
En relación con este sentimiento de prescindir de los entornos sociohistóricos para concentrarse en una ‘guerra’ espiritual, un apoyo frontal a un golpe de Estado no puede sino dividir al ‘pueblo cristiano’. Primero, se remueve y frustra una ‘autoridad’ dispuesta por Dios. Segundo, algunos funcionarios están a favor de una acción de sectores golpistas que no han respetado la autoridad señalada por Dios. No solo han incurrido en un acto político sino que se han puesto al servicio de Satanás. Han pervertido su papel de dirigentes. Se puede sospechar que incluso anteponen intereses personales a la voluntad de Dios. Se ha de orar por ellos para que retornen al ‘pueblo cristiano’. Si además los golpistas reprimen y en la represión se producen muertes, entonces la pugna se torna mayor: Dios no puede desear esas muertes derivadas de la remoción de una autoridad legítima.
Por supuesto, cualquier bando puede dar sus argumentos: “Zelaya es quien pervirtió satánicamente a Honduras. El golpe empresarial/militar es una respuesta de Dios a las oraciones de los creyentes religiosos, a sus marchas, a sus ayunos”. “Dios puso a Zelaya, pero también ha puesto a Micheletti”. Etc.
Sin embargo, cualquiera sea la racionalización del posicionamiento el asunto, por su fondo (Bien contra Mal), será resuelto por Dios y, por su forma, deberá seguir la institucionalidad vigente: “… Zelaya debería regresar al país y debe haber una investigación completa sobre sus acciones. Si él ha quebrantado la ley, debe ser juzgado y condenado (…) también debemos impulsar una investigación sobre quién es el responsable de este golpe de Estado y también debe ser investigado y juzgado. Sólo así podremos demostrar que ninguna de las partes está por encima de la ley y que ninguna de las partes puede tomar la ley en sus propias manos. Así mostraremos al mundo que la justicia para todos es posible, incluso en Honduras".
Pero el punto anterior es replicado de inmediato: “(juzgado y condenado) ¿y que pasó con el arrepentimiento y el perdón que enseñaba Jesús de Nazareth en Mateo 6.14; 18.33-35; Lucas 23,34...?”. Es decir, la respuesta institucional debe adoptar el metro cristiano. El arrepentimiento y el perdón, desde el alma, prevalecen sobre las normas puramente humanas. Arrepentimiento y perdón, no alegría y emprendimiento, como propone Jackson. Aparece, en esta discusión otra fuente de discernimiento: el texto bíblico, quizás visto de manera literal. En tanto entorno, la Biblia, palabra de Dios, es lo que menos debería ser alterado/transformado por la acción humana.
Los entornos, entonces, no deberían comprometer la ‘identificación cristiana’ de los protestantes. De aquí puede entenderse tanto su desapego como su recelo por las cuestiones sociales y políticas y su deseo de pertenecer a un templo (su mismidad, el aparato clerical o el orden de Dios). Sociedad y política son mundos transitorios de los que se ocupa el Espíritu Santo. El posicionamiento asume una separación entre las firmes subjetividades ‘de oración’ (la creencia religiosa/Dios) y la mudable y engañosa realidad de las instituciones que serán o aceptadas en tanto expresan la voluntad de Dios o generarán repugnancia por su perversión (“El político es del mundo, se hace títere del diablo a la larga”). El ‘efecto’ social de esta comprensión compartimentada pasa tanto por el conservadurismo y la pasividad ante el establishment como por su rechazo y la vigorosa adopción de un “sitio seguro” en la intimidad de la oración personal o comunitaria en el seno de la familia (una institución ‘natural’) o de la iglesia, espacios en los que pueden sobresalir los dones salvíficos de cada cual. No se busca por ello producir un “sitio mejor” aquí en la tierra, como desea Jackson, porque ese sitio mejor ya está en el corazón y en la voluntad/designio de Dios y en los lugares en los que se le alaba. No puede existir nada mejor que esos sitios. Dudar de ello, o vacilar, es abrirle las puertas a Satán, caer en sus trampas.
Este imaginario resulta, como se advierte en la situación hondureña, extremadamente susceptible de manipulación y, también, ampliamente abierto a la irritación, la descalificación y el temor abiertos a lo que las oraciones no parecen poder controlar: la corrupción, la guerra, la represión, el desorden, el pecado. La cuestión se abre a un imaginario catastrofista (o de seguridad/esperanza, según se vea): "Este mundo se está acabando, salvémonos orando".
Todavía un alcance: los actores políticos no protestantes, y en especial los medios masivos, interpretan las marchas, jornadas de oración o ayunos de los creyentes religiosos protestantes como adhesiones o rechazos a los posicionamientos particulares en pugna. La mayor parte de estos creyentes busca con su acción, en cambio, la intervención de Dios tanto en sus corazones como en la marcha de los sucesos. Por supuesto, pastores oportunistas pueden traducir la confianza que en su carisma depositan estos creyentes en caudal político o tarjeta de presentación clientelar y electoral. Y también los empresarios capitalistas pueden confiar en que trabajadores de inspiración protestante se inclinen con mayor docilidad a responder con calidad humana/laboral a los muy injustos requerimientos de su contrato. El punto no aproxima a un eventual sindicato, sino al Espíritu Santo. Él resolverá.
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Retornemos al imaginario del aparato clerical católico. El Dios que sujeciona absolutamente (porque no obedecerlo es pecado castigado con la última muerte) se expresa por medio de la única iglesia revelada, la católica. Ésta se sigue de los apóstoles y Dios se ha desposado con ella. Posee así el monopolio de la revelación y del discernimiento de lo que Dios quiere o rechaza (criterios ético/morales). El aparato clerical se reclama comunitario, pero su lógica interna es vertical, monárquica, con un estamento ‘superior’, el “ordenado”, y una “masa laica” a la que se desagrega internamente (en los últimos lugares se encuentran las mujeres jóvenes). Al monopolio de ‘la’ verdad moral (obedecer en todo a Dios y a sus ‘sacerdotes’) se liga el monopolio del discernimiento ético y con ello el monopolio de la configuración de pecados y herejías y también de dispensas, perdones, indulgencias y recompensas. Ya no se trata de un Dios sujecionador, sino de un implacable aparato muy terrenal que presenta su ‘autoridad’ sagrada como inapelable y, al mismo tiempo, la ofrece como “servicio”. Porque se ama al ser humano, siguiendo órdenes de Dios/Padre, se le disciplina, prohíbe, persigue o, encogido, se le acoge. Culturalmente este autoritarismo es señorial: el aparato clerical es Madre y Maestra (e internamente, para sus miembros, Gestapo, Congregación para la Doctrina de la Fe (la única), Inquisición). En las sociedades modernas no puede perseguir y asesinar a los “herejes” porque sería un delito, pero se arroga la capacidad para liquidarlos simbólicamente, culturalmente. El autoritarismo señorial del aparato clerical es también patriarcal y adultocentrado. En América Latina, etnocéntrico (Europa). Todas las discriminaciones, nunca reconocidas como tales, contra laicos, mujeres, jóvenes, niños, pueblos indígenas, homosexuales, pobres/miserables, ancianos… son presentados como “servicios” de caridad. Se les discrimina por su ‘naturaleza’ y porque la Iglesia los ama con ‘natural’ amor de madre. Quien te quiere (pero ama más a Dios y lo obedece) te aporrea. Discriminar, reprimir, aporrear, condenar culturalmente, asesinar incluso, es válido cuando se trata de apartar del pecado y del demonio.
La lógica autoritaria de este aparato sacerdotal de terror se presenta a los fieles como comunitarias liturgias de servicio. En la misa, los aporreados, que se consideran seguros en el templo, se dan la paz.
Los valores de discriminación contenidos por esta compleja pero siempre autoritaria lógica clerical pueden ser fácilmente asociados con el carácter oligárquico del sistema social, político y cultural de las formaciones sociales latinoamericanas. Este último, centrado en la exclusividad de la gran propiedad (que conlleva riqueza y prestigio excluyentes) requiere asimismo de una alianza con un ‘Dios’ clerical que en un mismo movimiento sancione las discriminaciones, las reproduzca, y las consuele.
La dominación oligárquica, en tanto tal, no ofrece consuelo, en particular para los sectores más vulnerables. Para ellos está el castigo, la represión judicial, policial y militar, el desprecio, las diversiones ‘de masas’. Si al arbitrio del señor le acomoda, las prácticas de discriminación, despojo, indiferencia, asco y violencia pueden ser desplazadas por una ‘simpatía’ azarosa y momentánea, nunca por el reconocimiento de derechos al “vulgo” o “chusma”. Una cosa es la gracia benevolente del señor/señora y otra reconocer derechos a quienes son sirvientes, pueblo, mugre.
El aparato clerical católico, en tanto factor oligárquico, sirve como válvula de escape a la presión social, irritación y pesadumbre generada por la violencia político-cultural y armada de la dominación oligárquica. En su discurso y liturgias Dios ama a todos porque todos son sus hijos. Y en su Reino metafìsico no existirá discriminación ninguna porque en él las almas someterán definitivamente a los cuerpos y a sus pulsiones, extravíos y aberraciones. No existirán campesinas tomas de tierras, digamos. Es enteramente otro mundo y en él los humildes serán los primeros. La iglesia no distingue entre opulentos y empobrecidos, sino entre quienes siguen los caminos determinados por Dios y quienes los pierden o desprecian. Estos últimos son los pecadores. Los seres humanos, a los ojos del aparato clerical, se dividen básicamente en justos y pecadores. Todas las otras subdivisiones (arrepentidos, inocentes, impenitentes, aberrados, etc.) se siguen de esta división básica.
‘Pecadores’ son todos los que no asumen la sensibilidad y normativa de la “esposa” de Dios. Sospechosos de pecado, o al menos con alguna discapacidad moral que favorece al pecado, quienes no se aparecen por el templo a inclinar la cabeza y comulgar. Quien no da limosnas ni ayuda a las finanzas del aparato clerical. Quien disiente de las opiniones clericales y, peor, quien, siendo ordenado en su seno, las critica y combate. Pero, sobre todo, quien no es humilde para asumir que su suerte social es ‘natural’ y que solo podrá cambiar por la gracia de Dios (o de su santa corte) que todo lo puede, hasta el milagro. En especial los milagros. Se puede pedir/rogar, sujecionada oración mediante, mucho a Dios; excepto reverencia/temor/fidelidad absolutos, no se le puede dar nada aunque se le entregue todo. Los opulentos pueden ser caritativos y ofrecer limosnas y traspasar bienes al aparato clerical. Se les descontará de sus faltas, omisiones y pecadillos. Los vulnerables deben aceptar sin rechistar su condición en este valle de lágrimas, servir con lealtad y honradez a sus patrones, señores y empresarios, no atender a ideologías perversas, ser generosos y agradecidos con el Dios que envió a su Hijo a morir por ellos, que no se lo merecían, y que vuelven a torturarlo con sus pecados. Y, por supuesto, generosos y agradecidos con el aparato clerical que representa a este Dios y a su Hijo. Enfaticemos: el aparato clerical católico gusta traducir la humana filiación divina bajo la figura de “ovejas”.
La actitud ante este Dios generoso que todo lo puede desde el misterio de su gracia es idéntica a la que se debe tener ante Su Iglesia. Humildad y honra se deben a sus personeros, instancias, sacramentos y liturgias, hagan lo que hagan. Son sagrados. Indican con seguridad el camino terrenal al Cielo donde todo dolor será resuelto y transformado en dicha. Por tanto, obediencia. Comunidad de obediencia. Si se obedece, se posee la certeza de alcanzar el Cielo. En un mundo radicalmente incierto y precario para los vulnerables, el aparato clerical oferta seguridad: seguridad de la fijeza del rito, seguridad del agua bendita, seguridad de las formas. Seguridad en la ausencia de preguntas. Seguridad en el reconocimiento de la autoridad. Seguridad de llegar bien peinadito al cielo. Nada de darse sudorosa autonomía para crear un mejor sitio aquí en la tierra.
La gente humilde asocia, con plena justificación, esta seguridad ofrecida por el aparato clerical, con las buenas costumbres, con el orden, con los ‘modos cosméticos’ con que se simula la paz. En misa regular no se chilla, se canta. La liturgia la conocen todos: sin necesidad de ordenarlo (a lo más se les recuerda), todos de pie. Luego, todos sentados. Al rato, todos parecen rezar la misma oración. Deberían, porque el Dios que los está mirando tiene el terrible poder de escrutar los corazones.
Lo que importa sin embargo, es reparar en algunas señales sociales latinoamericanas: las madres humildes llevan a sus bebés a bautizar para que sean salvos. Y a sus niños preadolescentes al catecismo de la parroquia (un lugar seguro) para que “crezcan en las buenas maneras”. Cuando retornan a sus aposentos (una o dos piezas a veces, encerradas por latas y cartones), tras la puerta las espera la imagen de la Virgen, siempre bella, o del Sagrado Corazón de Jesús. Ambos prolongan la seguridad del templo en los ‘hogares’. Protegen. Con sus ‘favores’, anticipan el merecido e imperturbable Cielo, digamos. Y tanta petición o manda "concedida". ¿Cómo dudar?
La estabilidad de la violencia, el hambre y la exclusión es necesaria para la dominación oligárquica. Como sector social, los vulnerables no deben irritarse, menos organizarse. Pero el convencimiento de que esa estabilidad es necesaria también para ‘salvarse’ es tarea o función central del aparato clerical católico. Éste procura la internalización por la gente de esa necesidad. En eso consiste su ‘evangelización’. Que la gente asuma con humildad y resignación y temor de Dios las miserias de este mundo. Con confianza en que desde ellas brincará al Cielo. Que no crea en sí misma nunca (es el pecado de soberbia), sino que deposite su esperanza y sueños en ritos, misterios, liturgias y mandas a los personajes santos. Los santos y en especial La Virgen concederán milagros. A una familia de empobrecidos urbanos en América Latina le parece 'milagroso' que su hija apruebe los exámenes de bachillerato. Lo recordarán, testimoniarán y y agradecerán hasta el último día de sus existencias. La Virgen, Dios, se ha fijado en ellos que no lo merecen.
El aparato clerical busca y hace que los vulnerables (¿y quién no lo es ante los poderes metafìsicos del pecado y del Cielo?) realicen este traspaso o transferencia de poderes (desde la indignaciòny la pesadumbre propias hasta la sumisión al 'orden' del mundo) parte de sus identificaciones sociales, parte permanente de su existencia cotidiana: “Si mis hijas se prostituyen, es porque el Maligno (o el pecado, comunismo, o Castro o Chávez), han entrado en ellas y ellas lo han permitido. Alabado sea Dios y malditos todos los otros”. Entre estos 'otros' pueden estar las hijas. Solo la lógica de las mercancías y el mercado capitalista (ganadores y perdedores) puede gestar una sensibilidad y un mundo tan maniqueamente violento como éste y venderlo como felicidad por el consumo en un caso y apacentador y salvìfico servicio religioso en el otro.
En el templo, en efecto, muchos pueden experimentar una soledad apaciguada y deudora. Las catedrales suelen ser amplias, calladas, y sus figuras abren los brazos como para estrechar a quien sufre porque necesita amar y no se lo permiten. O necesita ser amado y no lo consigue. La soledad y el dolor apaciguados pueden traducirse como consuelo. Consuelo del alma porque el cuerpo se queda fuera del templo o debe ocultarse bajo las ropas. El templo también opera el exorcismo de anular al cuerpo, esa fuente de dolor desconfiado, ese núcleo de recelo, de buscar a otros, de gritar y golpear fuerte. O de aullar de ira porque al menos en América Latina ningún vulnerable se merece este ‘valle de lágrimas’ cualesquiera sean los cielos que lo compensen.
La perversidad del aparato clerical católico puede medirse por la fiereza con que busca anular el cuerpo humano. Es así, porque muchos empobrecidos solo tienen sus cuerpos. Sus ‘vidas’ las han entregado al latifundista, a la relación salarial, al desempleo, a los sacerdotes y sus liturgias de ‘sanación’. Su cuerpo les dice sin engaño posible que sufren, que son escupidos, que a nadie le importan. Pero también su cuerpo, por contraste, les anuncia la posibilidad de la ternura, de la fiesta, del reconocimiento y acompañamiento humanos. Cuando se encuentran, los empobrecidos se estrechan con fuerza como si hubiesen estado extraviados. Y cuando van a la lucha social sus cuerpos enlazados, en hileras o bloques, son su principal, cuando no única, arma de resistencia y combate. El aparato clerical busca que atribuyan a sus cuerpos el pecado, la lujuria, la soberbia. La oración desvanece los cuerpos, sus ansias, sus deseos. Sin ningún conflicto, la Virgen María, ese cuerpo inmune a las relaciones sociales, encabeza los densos disciplinados cuerpos militares de la oligarquía, los bendice, santifica sus armas, los conduce a la Cumbre de las Victorias. En la televisión, un sacerdote gritará, mientras en calles urbanas y caminos rurales, se asesina y aplasta a los pobres: “No teman a quien mata los cuerpos, sino a quienes buscan matar sus almas”. La lucha social mata el alma. El comunismo. La organización sindical. El gremio de maestros. El frente campesino. El hondureño pastor Evelio Reyes nunca ha estado solo en América Latina.
Cuando se ha exorcizado y desvanecido los cuerpos y sus relacionalidades resulta sencillo flotar o levitar por encima de ellos como “conciencia ética”. El aparato clerical católico, autodeclarado virgen esposa de Jesús, discierne desde arriba (desde el Cielo, exactamente) los conflictos, media, “pacifica”, desarma. Proclama la paz, condena la violencia, venga de donde venga. Los valores populares que sostienen la lucha social claramente reclamable sin duda contendrán violencia. Pues se les condena. Si es del caso, se justificará la represión que los pulverizó porque se había “roto” el orden y por allí amenaza Satán. Es cierto, se ora por los muertos y se consuela a sus familias. Pero previamente ejército y oligarquía y medios se han asegurado que esos muertos no gritarán ni blandirán sus puños ni levantarán cabezas y, si pueden, que no tendrán hijos. Un Jesús que hoy resucitara a dirigentes sindicales, líderes campesinos, indígenas mutilados o que proféticamente reuniera grupos populares para recordarles su autonomía, su capacidad para “sanar este mundo” como manera propia de preparar el próximo, no sería aceptable. A él y a sus seguidores se les declararía, locos, impostores, delincuentes, subversivos. Habría que crucificarlos. El aparato clerical pondría maderos, clavos, martillos, piadosos ojos en blancos y escondidos suspiros de alivio. Desde estos suspiros organizaría un tedeum.
Cuando se disuelve el cuerpo, se abre la puerta a la hipocresía y mojigatería. El aparato clerical es hipócrita y mojigato y lo sabe. Esto también lo diferencia de los aparatos militares y demás cuerpos políticos de la oligarquía. Éstos no son mojigatos. Saben lo que hacen y no experimentan como sector ningún remordimiento cuando explotan, aturden, persiguen y destruyen. Entienden que su violencia ‘es santa’ por propia y que redime.
La cuestión de la hipocresía de los poderosos en América Latina, cuya vertiente es clerical, toca otro punto básico del ethos sociocultural. La gente dice que sí al aparato clerical católico y se entrega a él pero no lo entiende ni obedece. La razón es que se entrega por temor a perder incluso la posibilidad de una vida eterna y, más prácticamente, porque el aparato ‘sagrado’ puede conceder ‘favores’ o extender mantos y quemar incienso para disimular el hedor de las injusticias sociales. Pero la gente tiene su existencia como puede. Y si le dicen que su cuerpo peca o sus deseos pecan o su imaginación peca, pues lo confiesa y ya. Es dudoso que se arrepienta porque continúa utilizando condones, continúa falseando el peso de lo que vende, continúa sus adulterios, continua traduciendo como prójimos solo a quienes, siendo como él o ella, están con él o ella en sus faltas y delitos. En ningún sector social se lleva el catolicismo a la totalidad de la existencia cotidiana. Penetra superficialmente allí por intersticios. Se es católico en el templo. Fuera de él, la vida dirá. Vale para militares y sicarios. Y para políticos y empresarios. Y hasta para muchos ‘sacerdotes’. El desafío de la hipocresía se vincula de esta manera con un catolicismo epidérmico y con una muy extendida doble ‘moral’. El aparato clerical lo sabe. Pero tiene para su mercadeo la herramienta de una fácil confesión (conversión, arrepentimiento, reparación) sin arrepentimiento ni reparación efectivos. Es el desafío laico o secular y militar de la impunidad. Ahí verá este Dios que hace con ella. Porque el aparato clerical lo utiliza sin asco. Un solo ejemplo: simula reconocer (contadas veces) los “excesos” cristianos de la Conquista de América, pero no se arrepiente por ellos ni mueve un dedo para repararlos. De paso, los atribuye a acciones individuales, no institucionales. Carga esa “herencia de pecado” en este subcontinente sin ningún problema. Fue la voluntad de Dios. A los indios se les hizo un bien matándolos, robándoles, esclavizándolos.
Uno de los medios oblicuos para disipar el cuerpo y sus deseos, consiste en escamotear las relaciones sociales o, si se quiere, la sociohistoria. Fieles y herejes son individuos. No existe pecado social ni institucional. Cada cual es culpable, en tanto individuo, de fallarle a Dios. Una transformación social, una reforma agraria pequeño-campesina, por ejemplo, o la liquidación del imperio patriarcal, que no contenga a la ‘verdadera iglesia’ en los corazones de los individuos (o sea al Dios de los grandes propietarios y al machismo señorial) es una extravagancia y un fracaso. La gente requiere de esas autoridades señoriales (o cualquier otra, siempre que sea implacable y se apoye en el aparato clerical) para no extraviarse. La gente sin tutela o contención descuida y descarría sus almas en la concupiscencia de la idolatría. Es sencillo entender por qué el aparato clerical en América Latina respalda los golpes de Estado y pone los ojos blancos y se da con una piedra en el pecho ante el terror de Estado, pero no toma ninguna acción efectiva para detenerlo y castigarlo. Su reino es de este mundo, pero el aparato clerical afirma que no. El aparato clerical salva 'almas'. Y en América Latina, el 'reino de este mundo' es muy frágil tanto social como jurídicamente. ¿Como un factor del poder oligárquico no estaría con él en las contadas duras y relamiéndose y admirándose en el espejo en las constantes maduras? Le va en ello lo que ha sido su existencia. No quiere aprender a mirarse de otra manera. Apuesta al orden antihumano (idolátrico por ello) de las oligarquías y sus ejércitos porque desconfía, a veces hasta entrar en pánico, del cambio. ¿Qué haría el aparato clerical sin la angustia social generada por la precariedad y la incertidumbre sin los vulnerables no vieran en ellas los efectos del pecado?
Por supuesto, en el amplio radio de acción e incidencia del aparato clerical (en América Latina beatería y fe religiosa viva andan por todos lados), se dan excepciones, programas, documentos personalidades y acciones proféticas, sinceras, reales testimonios en busca de la justicia y la paz, mártires y héroes. Pero se presentan aislados, no responden a la lógica del aparato clerical ni tampoco se han liberado radicalmente de su fardo ideológico, no acumulan y no poseen un peso estadístico que favoreciera su análisis como tendencia hacia una transformación radical de la experiencia católica de la fe religiosa (sin duda hoy antievangélica). Mostrar, desde un referente hondureño y a partir del reciente golpe de Estado, que esta otra manera de experimentar la fe es factible corresponde al último apartado de este trabajo.
3.- Dos documentos católicos ante el golpe empresarial/militar en Honduras
Ya se señaló que en los días inmediatos de julio, tras el golpe, se dieron dos pronunciamientos con distinta interpretación de lo ocurrido en Honduras. Uno, el Mensaje de la Diócesis de Santa Rosa de Copán, suscrito por su obispo Luis Alfonso Santos, y el otro, un Comunicado de la Conferencia Episcopal de Honduras, “Edificar desde la crisis”. Haremos un tipo de lectura ideológica de ambos documentos para mostrar sus posicionamientos diversos y encontrados e indicar, con este procedimiento cómo, entrado el siglo XXI, se dan grietas al interior del imaginario del aparato clerical católico contra su lógica autoritaria y también a causa de ella, principalmente por la distancia que muestra en relación con la realidad socio histórica de los pueblos latinoamericanos. El examen no será exhaustivo, por razones de espacio. Se comenzará con el segundo texto en el tiempo, por tratarse de un documento más tradicional u ortodoxo.
El posicionamiento de la Conferencia Episcopal de Honduras sobre el golpe de Estado de junio del 2009
El Comunicado de la Conferencia Episcopal fue leído a todos los hondureños por el Cardenal Óscar Rodríguez quien hizo además un aporte personal al texto. A su aporte individual nos referiremos más adelante.
El documento es un comunicado de 20 párrafos gramaticales, organizados en tres apartados (No existe ruptura institucional; Aprender de los errores y Llamamientos especiales) cuyos núcleos temáticos son:
En “No existe ruptura institucional”:
a) la afirmación tajante de que en Honduras no existió un golpe de Estado: “Todos y cada uno de los documentos que han llegado a nuestras manos, demuestran que las instituciones del Estado democrático hondureño, están en vigencia y que sus ejecutorias en material jurídico-legal han sido apegadas a derecho (…) Los tres poderes del Estado, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, están en vigor legal y democrático de acuerdo a la Constitución de la República de Honduras”.
En este núcleo (y en todo el documento) se evita mencionar por su nombre al Presidente Zelaya. La despersonalización se realiza mediante dos paráfrasis elusivas: “la persona requerida”, “ciudadano Presidente de la República de Honduras”. Tampoco se mencionan los nombres de los dirigentes golpistas. Se los esconde indicando instituciones: Corte Suprema de Justicia, Tribunal Supremo Electoral, Ministerio Público, etc.
Para los obispos, la inexistencia de un golpe se sigue de que en el momento de su “captura” (en verdad secuestro de su casa de habitación por personal militar o paramilitar) la “persona requerida” ya no fungía como Presidente de Honduras por estar acusada de “contra la forma de Gobierno” (sic), “traición a la Patria”, “abuso de autoridad” y “usurpación de funciones”.
Los obispos declaran que llegaron a la conclusión antes expuesta al buscar información en las “instancias competentes del Estado”, es decir acudieron a fuentes “oficiales” aunque en esos momentos también golpistas.
El subtítulo, “Aprender de los errores para enmendarlos en el futuro”, contiene los núcleos:
b) la Conferencia Episcopal cree merecer una “explicación” por lo “acaecido el 28 de junio”, día del golpe de Estado (secuestro y expulsión de Zelaya). Los obispos vuelven a evitar mencionar tanto a Zelaya como al golpe;
c) Todos lo hondureños son responsables por la injusticia social. Pese a ésta, la Conferencia afirma creer que Honduras ha sido y quiere seguir siendo un pueblo de hermanos “para vivir unidos en la justicia y la paz”; un camino para ayudar a Honduras a superar la injusticia y la inequidad es la globalización de la solidaridad;
d) La justicia y paz internas se conseguirán escuchando las opiniones de los demás y entablando un “verdadero diálogo entre todos los sectores de la sociedad”. La meta es dar con soluciones constructivas;
e) Es fundamental respetar el calendario del Tribunal Supremo Electoral para las elecciones de noviembre próximo (2009);
En los llamados especiales:
f) a los dirigentes políticos que han tenido o tienen en sus manos la conducción del país se les invita a “no dejarse llevar por los egoísmos, la venganza, la persecución, la violencia y la corrupción”. Se observa que siempre se puede “buscar caminos de entendimiento y reconciliación”;
g) a los grupos sociales, económicos y políticos se les exhorta a superar “reacciones emotivas y a buscar la verdad”. Los medios de comunicación deben “expresar su amor por Honduras” buscando la pacificación y serenidad del pueblo. Deben ‘dejar de lado los ataques personales’ buscando el bien común;
h) a la población en general se la invita a continuar en un espacio de participación respetuosa y responsable entendiendo que “todos podemos construir una Honduras más justa y solidaria, con el trabajo honesto;
i) a la OEA se le pide prestar atención (monitorear) a todas las ilegalidades ocurridas antes del 28 de junio y no sólo desde esa fecha. El pueblo hondureño se pregunta por qué la OEA “no ha condenado las amenazas bélicas” contra Honduras. La OEA “se limita a proteger la democracia en las urnas, pero no le da seguimiento a un buen gobierno”. Así, de nada servirá reaccionar tardíamente ante las crisis;
j) a la comunidad internacional se le manifiesta el derecho de Honduras a definir su propio destino sin presiones unilaterales y a buscar “soluciones que promuevan el bien de todos”. Se rechazan “amenazas de fuerza o bloqueos (…) que solamente hacen sufrir a los más pobres”;
k) se agradece a los hermanos y hermanas de muchos países por su solidaridad y cercanía que “nos proporcionan horizontes de esperanza en contraste con actitudes amenazantes de algunos gobiernos”.
Se concluye que la situación actual puede servir “para edificar y emprender un nuevo camino, una nueva Honduras”. No debe servir, en cambio, para agudizar la violencia, sino como punto de partida para el diálogo el consenso y la reconciliación que “nos fortalezcan como familia hondureña” de modo de emprender un camino de desarrollo integral para todos los hondureños y hondureñas.
Se exhorta finalmente “al pueblo fiel a intensificar la oración y el ayuno solidario (sic) para que reine (sic) la justicia y la paz”.
Los interlocutores de este comunicado de los obispos son de dos tipos: hondureños e internacionales. Dentro de los hondureños distinguen a los dirigentes de los dirigidos, al pueblo fiel y a los medios de comunicación. Se los engloba bajo la expresión “familia hondureña”. Los internacionales son favorables y desfavorables. Entre estos últimos están quienes amenazan y agreden y quienes desatienden sus responsabilidades y ‘desnaturalizan’ su mandato (OEA). Los favorables son los ‘hermanos’ (¿de fe religiosa?) que expresan su solidaridad con los golpistas y les manifiestan su inquietud por 'Honduras'. Las referencias son siempre genéricas, nunca se identifica a grupos especìficos (por ejemplo, campesinos, etc.).
Una primera aproximación nos dice que el comunicado de los obispos prácticamente reproduce letra por letra el posicionamiento golpista básico. No es extraño porque sus fuentes de información son las instituciones del Estado en las que se tramó el golpe (creación de la sensibilidad golpista y orquestación del mismo). Los obispos no solo defienden la continuidad del Estado de derecho sino que la vigencia de un régimen democrático de gobierno. Su mismo texto entra en conflicto, sin embargo, con esta versión. Si a Zelaya se le presumían delitos como abuso de autoridad y usurpación de funciones, por qué en lugar de comunicársele la indagatoria (y apresarlo incluso para evitar su fuga eventual) se le secuestró y sacó del país el 28 de junio. Los obispos mismos solicitan una “explicación”.
Y si el orden institucional se mantenía incólume ¿por qué hablan de “crisis políticas, económicas y sociales” y llaman a los dirigentes a no “dejarse llevar por los egoísmos, la venganza, la persecución, la violencia y la corrupción”? Parece al menos que el orden institucional se resquebrajó en Honduras tanto como para pensar que el país se ha dividido en Capuletos y Montescos. ¿Y por qué llamar a los medios a “buscar la pacificación y serenidad de nuestro pueblo” si esta paz y serenidad no ha sufrido mella? Además, en su aporte ‘personal’ al comunicado de los obispos, el cardenal Óscar Rodríguez pidió a Zelaya dramáticamente no regresar al país para “evitar un baño de sangre”. ¿Se compadece esta exhortación con la perfecta estabilidad institucional?
Obviamente los obispos están hablando más de sí mismos y de sus intereses que de lo que está ocurriendo en Honduras. En este punto, su comunicado dice: “No nos gustaba el comportamiento de Zelaya. Es bueno y justo para nosotros (y para el país) que lo hayan botado del Gobierno”. Y como consolación: “Nos sirve para empezar de nuevo”. Este último mensaje, “empezar de nuevo” también indica que los obispos reconocen que se ha producido una ruptura. Solo que el responsable de ella es el innombrable, “la persona requerida”, el “ciudadano Presidente”. Que Zelaya haya sido en parte responsable político de la activación del golpe de Estado puede tener elementos de verdad. Pero como lo que se discute es si se dio o no un golpe contra él, pues la constatación de los obispos de que “no ha pasado nada” resulta falsa, aunque conveniente para sus intereses. Es decir, leemos la declaración cómplice de un sector golpista. declcraciòn que se sostiene desde una autoidentificaciòn social.
A esa primera aproximación se pueden agregar elementos de análisis menos obvios. Si la declaración de los obispos es la declaraciòn cómplice de un sector golpista, esto los transforma al menos situacionalmente en factor del statu quo oligárquico. Mostrar que no solo son factor situacional de él, sino también estructural, no puede hacerse con los reducidos elementos (fuentes) de este análisis. Pero sí puede mostrarse cómo aparecen en esta situación los factores estructurales que llevan al aparato clerical católico a pronunciarse a favor del dominio oligárquico institucionalizado y a rechazar su alteración.
El ‘naturalismo ético’ está claramente presente en el llamamiento de los obispos a “buscar la verdad”. No se trata de producir una verdad sino de ‘la’ verdad que reside en las cosas porque Dios la ha puesto allí. O sea, la ha depositado en el establishment. Éste se presenta con errores, disfunciones (derivados del pecado humano), pero sin conflicto sistémico porque el antagonismo no existe en el plan divino (sería un principio de desorden y caos equivalente a la ‘desnaturalización’ de la realidad, a su existencia aberrada, demoníaca e ignorante, que solo puede llevar a la destrucción y la muerte). Por eso, detrás del establishment, o por encima de él, como se desee, existe un orden natural de paz, bien común y justicia. Por injusta, violenta y sectaria que haya sido la realidad sociohistórica de Honduras, existe una matriz objetiva y divina (la realidad ‘verdadera’ del mundo que, además es trascendente y teleológica) que, sin cambiar la naturaleza de las cosas, puede hacer surgir una Honduras justa, pacífica y comunitaria (Bien Común) o al menos equilibradamente societaria. Los fieles católicos pueden contribuir a ello con oración y ayuno. Los dirigentes, renunciando al pecado (egoísmo, venganza, corrupción, por citar tres). Los obispos, indicando éticamente el camino. Se trata de una transformación de los corazones (almas) que atienden o desean atender al llamado del aparato clerical católico (que aquí se presenta como un aparato de poder): este llamado es tanto a la conversión como a la renuncia a reconocer como real tanto una conflictividad sistémica en la creación divina como en las particularidades sociales con que ella se pone de manifiesto en Honduras.
La conflictividad desaparece porque no existe ni en la realidad metafìsica del Cielo ni en la generalidad de los sectores sociales (u oligárquicos o populares, por ejemplo) esfumados como 'almas' que aspiran o deben aspirar al Bien Común que los determina.
Obsérvese la diferencia respecto del planteamiento de la canción de Michael Jackson citada. Para éste, la conflictividad sistémica (de clases sociales, por ejemplo, o derivada del dominio de sexo/género) existe porque la realidad social no la hizo (produjo) Dios sino los seres humanos y puede y debe ser cambiada porque en otro sitio, producido con amor, es decir sin dominación sistémica, no se darán ni penas ni terror. Y será bueno.
En el enfoque del aparato clerical católico, tributario del naturalismo ético, la existencia puede ser empobrecedora y terrorífica (para muchos hondureños lo es, realmente y de formas diversas), pero se trata de un efecto del pecado. Se puede cambiar esta realidad, pero siguiendo la voluntad de Dios (que es idéntico al pronunciamiento ético/político de su única Iglesia), es decir como continuidad de las cosas (‘naturales’ y sociales); si se fracasa, (porque siempre habrá pecado), Dios recompensará con la salvación y el Cielo. Y salvación y Cielo son en este mundo monopolio del aparato clerical católico. Como se advierte, al igual que en los casinos, la Casa Gana Siempre.
Quienes pierden siempre, en cambio, son quienes buscan cambiar las relaciones autoritarias ‘establecidas por Dios’. Socialistas, campesinos, zelayistas, obreros, castristas, mujeres, jóvenes, indígenas, chavistas, etc.
Un botón: por todo lo anterior es que la declaración de los obispos culmina con la enunciación de la “familia hondureña”. Se recurre a ella porque se la imagina y transmite como un espacio ‘natural’, continuo, regido por los valores eternos de la castidad, la procreación y el cuido de los hijos. La familia ‘natural’ carece de conflictos (excepto las disfunciones derivadas de la desobediencia a los padres o a la separación entre los hijos, todas ellas derivadas del pecado, en especial el egoísmo y la lujuria), y las naciones, Honduras, deben prolongar el modelo familiar porque así es la voluntad divina. En la familia y en el país, por supuesto, constituye una aberración intentar cambiar la autoridad depositada en la correcta jerarquía de las ‘cosas’: gobernantes y gobernados, varones y mujeres, padres e hijos, iglesia ‘verdadera’ y sectas, etc.
Estamos ante un discurso conservador, y para las condiciones de Honduras, reaccionario, puesto que el golpe que los obispos defienden paraliza (y quizás destruye) algunas transformaciones elementales del statu quo oligárquico que favorecían a campesinos y trabajadores y, en el mismo movimiento, los golpistas hacen entrar en crisis a la débil institucionalidad con que se pretendía avanzar hacia un Estado de derecho y un régimen democrático de Gobierno. Parte de la crisis se produce por el exaltado reingreso de los aparatos militares hondureños como ‘guardianes’ del orden. Aparecen así al menos tres factores que expresando la ley natural (Dios) se ubican ‘por encima’ de las instituciones sociohistóricas hondureñas: la conciencia ética de los obispos, la acción militar correcta y eficaz, y la trama económico-social-cultural y geopolítica determinada por el vínculo entre la globalización de la forma mercancía y el dominio oligárquico y neoligárquico en Honduras. Se trata de una ley natural y divina con claros nombres y apellidos sociohistóricos.
Una última mención al naturalismo ético (con claros efectos políticos) que sostiene el comunicado de los obispos. En este discurso, los valores (lo apetecido y bueno, por verdadero y trascendente) no surgen desde la existencia humana sino que ‘caen’ desde arriba con poder inapelable sobre esta existencia. Así, los valores, aunque no se practiquen en la vida (el Bien Común, la solidaridad, la paz, etc.) tienen vigencia porque expresan la objetiva voluntad divina. Son o constituyen la verdad del mundo aunque no se practiquen del todo aquí en la tierra. Se cumplirán para los fieles o los justos allá en el Cielo.
El efecto central de este posicionamiento es la desvalorización de la existencia inmediata (y de las relaciones sociales que involucran a los cuerpos) sobredeterminada por factores metafísicos (más allá y por encima de la existencia sociohistórica) para discernir entre lo apropiado y lo inapropiado, lo justo y lo injusto, lo ‘bueno y lo ‘malo’. Lo ‘bueno’ resulta así impuesto a la existencia en tanto no surge desde ella y aunque no se lo sienta/viva de manera alguna. La solidaridad efectiva, por ejemplo. O la castidad sexual.
Estos factores metafísicos que constituyen la realidad social y política son básicamente Pecado y Cielo (salvación). Se personifican en el Demonio y Dios y su corte. Ahora Dios (el único verdadero) y Pecado son administrativamente monopolio del aparato clerical católico. Bajo este esquema, la noción de ‘responsabilidad’ (utilizada en el texto) se convierte en la noción de “culpa”. De esta manera, una fórmula que tiene un alcance positivo “… dijimos que todos somos en mayor o menor medida responsables de una situación de injusticia social”, se traduce como todos somos culpables de pecado, todos somos pecadores, excepto la institución católica. Sus personeros pueden pecar en tanto individuos de carne y hueso, pero la institución, por sus esponsales con Cristo/Jesús, no. La institución está animada por el Espíritu Santo. La lógica de la institución, su espíritu, no peca nunca. Por eso el aparato clerical católico, ahora identificado con la institución que salva, no se arrepiente tampoco nunca. En tanto institución está por encima del Bien y del Mal. De esta manera, puede absolver a los pecadores aquí en la tierra. Y extender el perdón (o sea la impunidad) a los militares y políticos golpistas (violadores de derechos humanos, entre otras violencias) sin arrepentimiento ni reparación ningunos.
Como se advierte, sí existe una (varias, en realidad) violencia legítima para estos apóstoles de la paz familiar. No estamos hablando de cualquier monstruo. Una tarea del aparato clerical católico es señalar e introyectar en la gente, en especial en sus fieles, la necesidad de la violencia oligárquica y militar para salvar al mundo querido por Dios para América Latina. Esta función se amplía a la invisibilización de la violencia del sistema y de las instituciones excluyentes y autoritarias. Esta violencia consentida, necesaria, deseable, es llamada paz y solidaridad. Desde esta violencia permanente, deshumanizadora, es que el aparato clerical católico convoca a reconciliarse. Se habla de una 'reconciliación' en el marco de un sistema que está determinado por los caracteres sociales que desean imprimirle los golpistas. La cuestiòn carece de importancia para el discurso de los obispos porque la 'reconciliación' opera en el sistema metafísico donde no existen golpes militares.Éstos solo pueden darse en la existencia histórica, donde residen los pecadores, los Zelaya (innombrables), el Demonio.
Todavía una palabra sobre el aporte individual que el Cardenal Óscar Andrés Rodríguez hizo a la Declaración de la Conferencia Episcopal. En realidad el documento fue leído por él en su totalidad, en cadena de televisión (financiada y producida por los golpistas que tenían bajo control a los medios). Pero él se permitió, además, un aporte de su cosecha cardenalicia al apoyo clerical al golpe militar.
La coreografía de la presentación en televisión del cardenal fue rigurosamente orquestada. El cardenal, adecuadamente maquillado, hablando desde un tipo de púlpito, escoltado por las banderas de Honduras y el Vaticano, ataviado con los signos externos de su “fe”, estricto negro del hábito, el pequeño cuello blanco, y una cruz probablemente de plata, grande, elegante, cayendo desde su cuello en cadena hacia el centro de su pecho. El detalle salvífico, una imagen, enmarcada,al fondo, de Cristo/Jesús en cuerpo entero y resaltando su corazón misericordioso y leal. Impecable.
Se necesitaba algo así para la perversidad personal de su intervención. A diferencia del documento de los obispos, él designó por su nombre al presidente depuesto. Lo llamó “el amigo José Manuel Zelaya”. Agregó el cardenal que él sabía que este amigo “amaba la vida, respetaba la vida” y le recordó que hasta ese momento no había “muerto ni un solo hondureño”. El retorno de Zelaya (el cardenal daba su alocución el 3 de julio), según Rodríguez, podría desatar “un baño de sangre”. Como Zelaya no era respaldado por ejército ninguno, este baño de sangre solo podía aludir a la represión militar y policial contra la población hondureña que organizada o espontáneamente apoyaba el retorno de Zelaya. El cardenal hacía culpable de esta represión brutal al presidente depuesto. Exoneraba enteramente a militares y policías y a los políticos y empresarios golpistas por una eventual masacre y hacía recaer la violencia asesina en quien retornaba legítimamente a su país a reclamar sus derechos y aceptar las responsabilidades si era ello lo que correspondía. Culpa y exoneración los realizaba Rodríguez desde su ‘pedestal’ ético de Cardenal de Dios. Le pedìa a Zelaya que "no fuera malo".
Obviamente se trataba de un chantaje doble: “Mira “amigo” Zelayita, decía el cardenal, “si te apareces por aquí te vamos a matar a ti y a tu familia y a tus seguidores, campesinos, trabajadores, estudiantes, y vamos a confirmar para siempre el orden que nunca debiste desafiar. Así que piénsalo. Porque además esa matanza tiene el apoyo de la Iglesia y de Dios. No la queremos masiva, pero si tú la exiges, será”.
El aporte ‘personal’ (clerical en verdad) de Rodríguez, no se quedó allí. Recordó en su interpelación a Zelaya que cuando asumió la Presidencia juró “No robar, no mentir, no matar”. Juró no pecar. En el contexto antes reseñado, el cardenal decía a Zelaya, a quien la Conferencia Episcopal calificaba de delincuente, que “ya había robado, ya había mentido y que ahora mataría. Y que sería adecuadamente liquidado por ello”. El Cardenal no estaba hablando a la ciudadanía: enrostra a Zelaya su pecado y mentira. Y de cómo por su pecado será Zelaya castigado. Y con él, quienes lo sigan. El Cardenal quiere sacudir/estremecer a los fieles. Y llevarlos a condenar moralmente al presidente depuesto. El aparato clerical es el el único que, dentro de la oligarquía, puede hacer esto. Empresarios, políticos, transnacionales y medios masivos no tienen esa capacidad.
Y todo esto lo articulaba el Cardenal emperifollado en sus vestidos clericales y el símbolo de la cruz y el martirio y teniendo como fondo el corazón generoso de Jesús y las banderas de La Patria y El Vaticano: el Estado y Dios, ambos con poder de muerte.
¿Quién dijo miedo? ¿Alguien musitó siquiera o tartamudeó conciencia ética?
Si la descripción del aporte personal del Cardenal parece dura en exceso (¿podrá ser un ‘hombre de iglesia’ ruin y canalla?), es bueno recordar que el documento de los obispos, que Rodríguez tenía en las manos, le ofrecía una opción de discurso enteramente distinta, opción que podría hasta haber pasado por evangélica. Rodríguez pudo decir: “Señor Manuel Zelaya: según las leyes hondureñas usted ha cometido delitos graves y debe ser juzgado por ellos. Si desea retornar a nuestro país como un ciudadano, este Cardenal y mis hermanos obispos y los fieles que deseen acompañarnos le aseguramos su integridad personal hasta que llegue usted a manos de la justicia y también que estaremos atentos en todo momento a que se respeten los derechos que tiene como hondureño. Asimismo, como obispos, nos comprometemos desde ya a resguardar y a proteger a sus familiares más cercanos de cualquier acción que los amenace o viole sus derechos de ciudadanos en un país apegado a derecho”. Pudo haber agregado que él y los obispos asumían este compromiso, pese a resultar innecesario, como expresión de buena fe y caridad y con total confianza en las nuevas autoridades legítimas (los golpistas).
Esta declaración habría resultado inteligente aunque hipócrita, pero no brutal como la que realizó. Habría puesto políticamente a la defensiva a Zelaya, habría proclamado la buena fe y el apego a la institucionalidad del nuevo régimen, y hasta hubiera permitido irradiar en el país la imagen de un cardenal asumiendo su función de conciencia ética y con la sensibilidad del samaritano.
Por el contrario, la ruindad ventajista de las palabras del Cardenal no hizo sino confirmar que al menos él sí sabía que se había producido un golpe de Estado y que políticamente un eventual retorno de Zelaya tornaría más vigorosa la resistencia interna de la población que se oponía a los golpistas. Puesto que tuvo a la mano una mejor y coherente opción para debilitar la posición de Zelaya (a quien probablemente odia por razones personales) su aporte individual, además de ruin, puede considerarse estúpido. Que se haya reparado poco en ello se deriva exclusivamente de que, como cardenal, la gente ve en él y escucha en sus palabras, algo sagrado, 'espiritual'.
Un posicionamiento católico alternativo: el “Mensaje de la Diócesis de Santa Rosa de Copán”
Dos días antes de la declaración de la Conferencia Episcopal de Honduras, la Diócesis de Santa Rosa de Copán había hecho público, dentro de sus limitaciones y en el marco de la censura impuesta por los golpistas, un Mensaje en el que denunciaba y rechazaba “la sustancia, la forma y el estilo con que se ha impuesto al Pueblo un nuevo Jefe de Poder ejecutivo”. Caracterizaba lo sucedido como un golpe de Estado. También a diferencia del grupo de obispos, estimaba que el golpe de Estado había abierto una crisis cuyo fundamento era “la inequidad social en que siempre hemos vivido”. Aunque fuera solo por estos contenidos, el Mensaje se posiciona en forma muy diferente a la Declaración de los obispos, en parte quizás porque se emitió dos días antes.
La diócesis de Santa Rosa de Copán se ubica al extremo occidental de Honduras y limita por el sur con El Salvador, por el norte y por el oeste con Guatemala. La población de la diócesis puede alcanzar algo más del millón de personas, es decir poco menos de 1/7 de la población total del país.
El documento diocesano consta de 15 párrafos gramaticales. Dentro de ellos hay una enumeración, referencias bíblicas y también varias exhortaciones. Se inicia con dos numerales propuestos como premisas o bases del mensaje: el primero identifica a la Diócesis de Santa Rosa de Copán en su deber de anunciar el Reino de Dios y denunciar las situaciones de injusticia. Pide a los hondureños hacer un esfuerzo profundo por restablecer la paz social. En el segundo, señala que la inmensa mayoría de hondureños no quiere confrontaciones callejeras, guerras civiles ni confrontaciones con otros países.
Desde estos numerales exige “a los grupos que han alterado el orden público” poner su buena voluntad para resolver por la vía del diálogo la crisis en curso. Indica aquí que esta crisis resulta de “la inequidad social en que siempre hemos vivido”.
Volviendo a identificarse, esta vez como ‘responsables de la conducción de la Iglesia Católica en el Occidente de Honduras”, el mensaje repudia el golpe de Estado. Precisa que si el Presidente José Manuel Zelaya hubiese cometido algún ilícito, tenía derecho a un juicio justo “igual que todo ciudadano hondureño y en general todo ser humano”. Cita el artículo 84 de la Constitución de Honduras como respaldo de su planteamiento.
Pasa a señalar las que ve como consecuencias del golpe: reclamos de la ciudadanía en calles y carreteras, clima de inseguridad y miedo en las familias por limitación de las garantías constitucionales. Enumera las garantías que advierte limitadas: libertad de circulación, libertad de asociación y manifestación, inviolabilidad del domicilio, propiedad privada, libertad de prensa y difusión de ideas y opiniones, libertad personal (no ser detenido administrativamente en sede policial por más de 24 horas ni en sede judicial por más de 6 días) afectada por detenciones indefinidas y jurídicamente arbitrarias. Las “limitaciones”, enfatiza, están contenidas todas en el Decreto sobre el “Estado de Excepción” discutido el 1º de julio en el Congreso. Ve en ese decreto una base para una “masiva violación” de Derechos Humanos.
Sobre esta violación, que ya se estaría produciendo, destaca: la violencia para silenciar a Radio Progreso y otros medios de comunicación. Las detenciones ilegales. El destierro de hondureños. Los golpes y heridas sangrantes.
Refiriéndose otra vez a su identidad como Iglesia Católica que “peregrina en el Occidente de Honduras” recuerda a los 124 diputados de los partidos Liberal y Nacional, a quienes responsabiliza por el golpe de Estado, que ellos no son los dueños de Honduras y que nadie está por encima de la ley. Les señala que reciben sus sueldos “de este pueblo que están oprimiendo”. Les echa en cara que no cumplieron con su deber de reglamentar el plebiscito y el referéndum, y apunta a este incumplimiento como causa inmediata del golpe. En su lugar, la Diócesis dice que “prefirieron ser fieles a los grupos económicamente fuertes, nacionales y transnacionales”. Manifiesta la esperanza de que en las elecciones próximas la ciudadanía (“Pueblo”, escriben) les de un voto de castigo.
Recuerda a todos, pero en especial a las Fuerzas Armadas y a la Policía Nacional, el quinto mandamiento “No matarás”. Extiende el mandato a la prohibición de golpes, heridas y todo tipo de apremio ilegal o tortura (escriben “vejación”). Fundamentan su interpretación del mandamiento en que el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios y que es Templo del Espíritu Santo.
Lamenta todo acto de violación a la Constitución de Honduras. Rechaza toda amenaza e injerencia de otros países en los asuntos internos de Honduras.
Enumera lo que los hondureños desean: paz, en primer lugar. No más mentiras. No más injusticias. Respeto a la integridad de la persona y a Derechos Humanos. Vivir en libertad. No sufrir represión.
Enfatiza que el llamado de Jesús es “a vivir en el amor”. El documento de la Diócesis interpreta: “… no más odios, venganza, violencia ni rencor”. Reiteran la referencia evangélica con los textos de Marcos: “¿Por qué están con tanto miedo? ¿Cómo no tienen fe?” (Mc, 4,40). Inspirados en este texto invita a todos a “confiar en la presencia misericordiosa y salvífica del Señor que nos acompaña en nuestro peregrinar”.
Llama a intensificar la oración por Honduras.
El Mensaje diocesano finaliza con la súplica al Señor para que les permita alcanzar la Paz y la Bonanza y a la Patrona “Santa Rosa de Lima” que interceda por todos los hondureños. Hasta aquí el documento.
Conviene remarcar de inmediato una diferencia de posicionamiento con la Declaración de la Conferencia Episcopal. No se refiere este posicionamiento al rechazo o aceptación del golpe, sino a un nivel ideológico más básico. El pleno de obispos hondureños no considera necesario identificarse como jerarcas hondureños. Habla desde su autoridad investida y a otras autoridades que valora legítimas. El documento de la Diócesis de Santa Rosa de Copán considera indispensable identificarse, o sea determinar qué iglesia habla. Qué Iglesia habla tiene alcances para determinar de qué Dios habla, a qué seres humanos habla y por qué les habla, o comunica, de cierta manera. La Conferencia Episcopal habla desde la Autoridad, desde un Dios que se supone vivido universalmente por la Fe, interpela y acepta ser interpelada por autoridades 'legítimas' y el efecto de todo este posicionamiento (y del naturalismo ético) es invisibilizar el golpe e invisibilizar la suerte de los hondureños. Cuando el Documento de la Diócesis de San Rosa de Copán estima indispensable identificarse, aparecen también la suerte (virtual y efectiva) de los hondureños de carne, hueso y espíritu y la existencia de un golpe.
Resulta apropiado entonces mostrar con más detalle esta identidad que se atribuye a sí misma la diócesis. Es “…fiel a una misión: anunciar el Reino de Dios” (trascendencia, escatología) anuncio del que no pueden separar “denunciar las situaciones de injusticia” (sociohistoria, tramas sociales). La Conferencia Episcopal habla como autoridad institucional a otras autoridades a las que legitima ética y moralmente con su interpelación (ése es, en realidad, el objetivo central de su declaración). La Diócesis “…que peregrina en el Occidente de Honduras” se entiende como portadora de un mensaje de salvación universal y como “responsables de la conducción de la Iglesia Católica en el Occidente de Honduras”, o sea como una institución a la vez sociohistórica (particularidad de lo católico) y metafísica (El Reino). La diócesis liga la existencia sociohistórica con la salvación. No separa tajantemente estos planos. Es sensibilidad ética y profética cristiana en situación. Por esto último recoge el clamor de quienes sufren violencia y violación de sus derechos humanos y, más importante para estas observaciones, de sus cuerpos.
Los ciudadanos con sus cuerpos (preñados de relaciones sociales no solo jurídicas ni tampoco existiendo solo a través de los valores de sus almas) no existen en la Declaración de la Conferencia Episcopal. Constituyen en cambio un núcleo central del Mensaje de la Diócesis de Santa Rosa de Copán. Aparecen porque esta última se posiciona como iglesia que “peregrina en el Occidente de Honduras”, es decir que camina con su pueblo, al lado de su pueblo, para su pueblo, aprendiendo de este pueblo e iluminando (lo) desde su testimonio (histórico) de la fe cristiana. La iglesia del pleno de obispos ya está hecha. La de Santa Rosa de Copán se va haciendo desde ‘su’ pueblo (los católicos) y desde el pueblo peregrino: todos los hondureños. Se ha debilitado, o desaparecido, el componente autoritario presente en la declaración del pleno de obispos. Ha aparecido un ecumenismo (y macroecumenismo) dialógico que proviene doctrinalmente del Concilio Vaticano II (1959-65). Por decirlo esquemáticamente: el texto de los obispos es pre-Concilio Vaticano II. El de Santa Rosa de Copán se enraíza en ese Concilio. Ambos son católicos. Pero leen diversamente su tradición de fe. Se trata de iglesias, e incluso aquí de aparatos clericales católicos, que no coinciden en posicionamiento básicos y que por ello pueden encontrarse en pugna.
Al poner de manifiesto lo que considera su identidad de peregrina o caminante en la Historia (y hacia la Salvación), hemos visto, la Diócesis de Santa Rosa de Copán torna visibles a los ciudadanos de Honduras, a sus raíces sociales y también a sus cuerpos. Hace visible la sociohistoria, con su conflictividad, enteramente invisible en la comunicación 'moral' del pleno de obispos. La cuestión de ‘los cuerpos’ de los hondureños es particularmente vívida. Se los asocia con el mandamiento “No matarás” y se extiende el valor de esta prohibición a los golpes, heridas y tortura. El fundamento de la prohibición es que el ser humano integral (cuerpo/alma, cuerpo/espíritu, individuo/sociedad) es semejante a Dios y Templo del Espíritu Santo.
En su lectura más radical, no la única posible, el ser humano es creador, como Dios, y por ello posee dignidad divina. Quien lo mata o tortura o somete a violencia, ofende a Dios. En esta perspectiva, no existe violencia corporal ni espiritual legítima contra los seres humanos. La reivindicación de los cuerpos (en ellos está una de las raíces del Reino) y de la promesa divina de que ellos vivirán para siempre porque El los resucitará, es también una observación de que los seres humanos no deben ser sufrir violencia en sus relaciones sociales: economía, familia, relaciones de sexo/género, relaciones generacionales, étnicas, políticas, culturales, etc. Se advierte aquí la posibilidad de una apertura doctrinal católica hacia derechos humanos y al principio de agencia, apertura no factible desde el naturalismo ético en cual los seres humanos son ‘esclavos’ de la ley natural, de Dios y de la autoridad clerical (no necesariamente en ese orden), y estrictamente no pueden reclamar derechos humanos ni tampoco ser creadores constitutivos de formas de existencia. Para el naturalismo ético los seres humanos son libres solo para pecar (por la presencia metafísica de Satán), o sea para desobedecer, pero no para crear como si fuesen dioses… que mueren (y a los que el Dios del Amor y la Vida resucita).
Con la rehabilitación de los cuerpos, el documento de la Diócesis de Santa Rosa de Copán, recupera las tramas sociales conflictivas existentes en Honduras y desenmascara, queriéndolo o no, la ideología de los individuos abstractos, escindidos en cuerpo y alma, determinados por valores absolutos que no provienen de su historia y a los que se ofende con el pecado, que es la ideología que alimenta el discurso del aparato clerical católico, discurso que potencia el carácter de su dominación ‘espiritual’ y ‘universal’.
No es escasa, entonces, la diferencia entre el planteamiento politicista, sectario y malamente abstracto, aunque plenamente ‘católico’, del pleno de obispos, y el planteamiento sociopolítico, religioso y salvífico de la diócesis de Santa Rosa de Copán que, aunque probablemente minoritario, es también católico. En uno, Dios y los obispos son autoridades. En el otro, la iglesia es una compañera del pueblo ‘de Dios’, católico y no católico, en la Historia con horizonte utópico de Salvación. En el primero, se expresa la legitimación o sanción de cristiandad a la violencia “legítima’ de la autoridad. En el segundo, la denuncia profética bíblica por el mal ejercicio de la responsabilidad inherente a la autoridad. En el primero, una antropología de la sujeción conduce a la insignificancia de los cuerpos y de las relaciones sociales. En el segundo, los seres humanos en cuerpo y alma aparecen como co-creadores o complementadores de la Creación y de su sentido al lado de Dios y, desde aquí, se hace posible reclamar relaciones sociales en que impere la justicia (dar a cada quien lo debido) para todos. A cada ser humano debe procurársele socialmente todas las oportunidades para su despliegue libre y creativo. Otra antropología, otra economía, otro ordenamiento político y cultural. Otro Dios.
Y todo este universo de posibilidades, aquí apenas entreabierto, aparece en un humilde documento de una diócesis hondureña. No es necesariamente otra manera de experimentar la fe católica, pero la avisa.
Y, agreguemos, se necesita.
Conviene todavía examinar dos aspectos. El recuerdo hecho por el mensaje diocesano a las Fuerzas Armadas hondureñas respecto del mandamiento “No matarás” expresa claramente una memoria histórica. En América Central, siglo XX, y en especial en Guatemala, El Salvador y Honduras (en la Nicaragua somocista el ejército era un aparato al servicio de una familia), los militares y los organismos policiales militarizados fueron utilizados inicialmente por los grupos oligárquicos como su brazo represivo. Es decir, eran destacamentos militares orientados principalmente no a defender la soberanía nacional, sino para castigar a quienes amenazaran la propiedad y privilegios de los poderosos y, después de la década de los sesentas, con instrucción estadounidense, para realizar tareas preventivas y de guerra contra la insurgencia. Esta última situación fue generalizada en América Latina.
Sin embargo en América Central se expresó más vigorosa y corruptamente la tesis, también de inspiración estadounidense, de que las Fuerzas Armadas debían encabezar en la región las tareas propias de la modernización para el desarrollo porque su disciplina y formación técnica las constituían como el actor más capacitado para esos efectos, cuando no el único (Doctrina McNamara). En el clima de Guerra Fría, las FF.AA. latinoamericanas, quizás con las excepciones de México y Cuba, pudieron aparecer en el discurso público como actores políticos centrales tanto porque eran la herramienta contra el comunismo (insurgencia), como porque su preparación las facultaba para encabezar las tareas del desarrollo. Menos pública era una tercera razón: como aparato estatal eran altamente dependientes, para su formación y dotación de guerra, del Pentágono y del Departamento de Estado. Su ‘autonomía’ o ejecutoriedad era todavía entonces más peligrosa.
En América Central se desplegó con más intensidad que en otros sitios la tesis de que la autonomía de los aparatos armados los transformaba en actores políticos por sí mismos (fracción de la clase dominante). Dejaban de ser meros brazos armados. Se transformaban, para este imaginario, en conciencia político-ética y económico-social de las formaciones sociales latinoamericanas. Y tenían, además, el monopolio de los armamentos legales. Esta situación se vivió con particular fuerza en Guatemala (donde se mantiene hasta hoy), El Salvador y Honduras. De sirvientes pasaron a ser socios de la oligarquía, pero socios con poder de fuego.
Un fenómeno semejante, pero con características propias, se dio en América del Sur con las dictaduras empresarial-militares de Seguridad Nacional.
Los efectos de este proceso de autonomización de los aparatos militares fueron desastrosos. Señores de la vida y de la muerte su corrupción se tradujo en las prácticas de la Guerra Sucia, el paramilitarismo, las zonas de Autodefensa, la asesoría a las bandas blancas, los secuestros y desapariciones, el mercado negro de armas, su ingreso en sectores financieros, el crimen organizado y la delincuencialidad común. Sobre ello su lógica interna, vía el discurso de las doctrinas contra la insurgencia, devino anticivil y antipopular. En este sentido militares y policías militarizados cultivaron un patente desprecio por derechos humanos.
Esta historia del heroísmo ‘militar’, aquí apenas esbozada y en las que se ha prescindido de sus dictaduras directas (como la de López Arellano en Honduras (1965-1974)), es la que recuerda el breve pero directo párrafo de la Diócesis de Santa Rosa de Copán. Aunque el aparato militar guatemalteco es sin duda el más criminal y salvaje de la región centroamericana, los militares hondureños siempre han disputado con brío un segundo lugar. Por eso el “no matarás y no torturarás” es tan tajante. Señala hacia la historia de los militares hondureños a quienes un golpe de Estado en el que retornan a ser protagonistas, que se apoya en toques de queda y estados de “excepción” y que, entre sus alientos, contiene la ambición de grupos oligárquicos, vuelve a abrir de par en par la puerta para violaciones de derechos humanos y para desatar una cacería inmisericorde entre trabajadores y campesinos humildes.
Conceptualmente, lo sepa o no la gente que redactó el documento de la diócesis, la defensa de derechos humanos y del régimen democrático de gobierno, aquí enfrentados al dominio militar, apunta hacia el principio liberal de agencia. Sintéticamente expuesto se trata de una propuesta moderna que postula que es propio de todo individuo humano desarrollar una autonomía que le permite decidir desde sí y hacerse responsable por sus decisiones. En las sociedades modernas, antropocentradas, esta responsabilidad es principalmente jurídica. La categoría de ‘responsabilidad’ desplaza a la noción teocéntrica/clerical de pecado y culpabilidad, propia especialmente del medioevo.
No es raro que el pleno de obispos no mencione en su declaración ni una sola vez derechos humanos, pese a la represión y censura que se estaba desplegando ante sus ojos. Al igual que el nombre y apellido de Zelaya, tornan invisibles ‘derechos humanos’ tanto por peso doctrinal como para evitarse dificultades.
El régimen democrático aparece mencionado por los obispos en dos ocasiones. Una cuando afirman que en Honduras no ha pasado nada y que todo sigue institucionalmente sin mácula. Otra, cuando encaran a la OEA para enrostrarle que no “monitoreó” los excesos del gobierno antes del 28 de junio.
Ni derechos humanos ni régimen democrático interesan al pleno de obispos. Sus valores pasan por una abstracta “globalización de la solidaridad” cuyas campanas escucharon en algún Foro Social de los Pueblos (donde también suele ser una consigna abstracta) y “el diálogo, el consenso y la reconciliación” tal como ellos pueden surgir después de un golpe de Estado, la ocupación militar del país, y el acoso contra los opositores.
Sea ésta la última cuestión que examinamos aquí. En ambos documentos católicos pareciera existir una coincidencia. Resumámosla inicialmente con una referencia a dos valores: el diálogo y la paz. Dice el grupo de Santa Rosa de Copán: “Los hondureños queremos Paz”. Redacta el grupo de obispos: “Honduras ha sido y quiere seguir siendo un pueblo de hermanos para vivir unidos en la justicia y la paz”.
Parecen coincidir en sus deseos. Pero incluso en esas citas se advierte la diferencia: el documento de la Diócesis hace de la paz social un horizonte de esperanza que guía u orienta desde los procesos de resolución de las inequidades sociales que caracterizan la historia de Honduras. El pleno de obispos estima la paz como algo que existe entre hermanos (una relación ‘natural’) hondureños, algo que fluye naturalmente desde esta hermandad y que ha estado siempre presente (aunque no se haya efectualizado) en la sociedad hondureña. Es una paz metafísica deseada por Dios. Es una paz que no ve conflictos y por lo tanto no los asume. Los elimina abstractamente mediante el recurso al deseo de Dios. La Diócesis de Santa Rosa ve los conflictos sociales y dice que deben ser superados para llegar a una paz socialmente construida. Se trata no de una paz de las almas metafísicas, sino de una paz social construida con paciencia y ardor entre, por ejemplo, empresarios y trabajadores, intereses transnacionales e intereses hondureños, varones patriarcales y mujeres en pie de liberación, aparatos clericales idolátricos y de cristiandad e iglesias comunitarias que testimonian día con día al Dios de la vida que hace del otro un prójimo efectivo. La diócesis se expresa en una clave semejante a la de Michael Jackson.
Se habla, entonces, de ‘paces’ muy diferentes. A una se llega por la uniformidad “espiritual” (que por lo demás el aparato clerical católico no practica). A la otra por la resolución de los conflictos sociales cuyas asimetrías, dependencias y dominaciones niegan permanentemente a muchos su dignidad humana. Reconocimiento e invisibilización del conflicto son fundamentales para comprender estas “paces” diferentes.
Algo semejante ocurre con el diálogo. El diálogo es un práctica de comunicación que supone una cierta simetría entre quienes dialogan. Cuando existen asimetrías de poder estructurales o constitutivas, como entre Papa y cura, Comandante militar y teniente, empresario y obrero, macho y mujer, adulto y joven, blanco/ladino e indígena, por citar algunas, no existe el diálogo como comunicación. Lo central de un diálogo no consiste en que uno convenza al otro, sino en que ambos dialogantes aprendan a aprender. Ningún tipo de autoritarismo dialoga. Menos el que porta la revelación de Dios en el bolsillo de la sotana. Por esto, y por otras razones, no puede existir diálogo sincero si algunos saben y otros no, si algunos están informados y otros no. Si algunos llevan fusiles o penes y los otros/otras no. Aquí también lleva razón práctica o política el documento de la Diócesis. Para que exista diálogo deben crearse las condiciones sociales para que existan dialogantes. En las sociedades de inequidad como Honduras no existen tales condiciones. Hay que echar a andar los procesos de cambio para que esas condiciones existan.
En estas dos referencias puede advertirse como construyen sus valores los autores de los disímiles documentos. El grupo de obispos hace bajar o “caer” valores (justicia, paz, dignidad, fraternidad) desde un cielo para que su reconocimiento como referentes absolutos obligue a la gente a cumplirlos o a acercarse a su cumplimiento. Los diocesanos de Santa Rosa de Copán hacen surgir los valores (en tanto realidades y deseos) desde la existencia conflictiva de los grupos sociales y de los individuos. Esto no elimina los valores del Reino, que podrían ser considerados absolutos, pero los materializa y torna significativos, comunicables, dialogables, desde prácticas humanas efectivas y abre la cuestión de ‘la’ verdad al diálogo entre diversos que no pueden ser nunca tratados como inferiores o 'pecadores' desde el criterio de los ‘otros’.
Este texto se ha alargado ya en demasía. Cumplirá sus objetivos comunicativos si ayuda a pensar el carácter político de los aparatos clericales en América Latina y la organización de sus discursos ideológicos. Y será útil si facilita avanzar en la comprensión y asunción de que otra manera de vivir la fe cristiana, es factible y deseable en este subcontinente y que ello no contiene para nada renunciar a la seguridad/confianza que acompaña a la fe religiosa ni tampoco quiere decir matar o renunciar a Dios.
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Nota
(1) Estos regímenes empresarial/militares combinaron el terror de Estado contra los sectores populares y los opositores, la imposición de un régimen de libre empresa y la consecuente inserción funcional de las economías en el proceso de acumulación global. Los más publicitados por su ferocidad y corrupción fueron los de Argentina y Chile.
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Referencias:
Benedicto XVI: Dominus caritas est, 2005, http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/encyclicals/documents/
Berman,. Marshall: Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad, Siglo XXI, México, 1988.
Conferencia Episcopal de Honduras: Edificar desde la crisis, http://www.radioevangelizacion.org/
Diócesis de Santa Rosa de Copán: Mensaje http://www.ciudadredonda.org/
Entrecristianos: Evangélicos en Honduras ven el golpe como “respuesta a las oraciones”, en http://www.entrecristianos.com/
Gallardo, Helio: Notas sobre el golpe de Estado en Honduras, en Pensar América Latina, http://www.heliogallardo-americalatina.info/
Gallardo, Helio: Cuestiones latinoamericanas del golpe de Estado en Honduras, en Pensar América Latina, http://www.heliogallardo-americalatina.info/
Jackson, Michael: Heal the World, en http://www.letras4u.com/michael_jackson/heal_the_world.htm
Massini, Carlos Ignacio: El derecho, los derechos humanos y el valor del derecho, Abeledo/Perrot, Buenos Aires, Argentina, 1987.
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