jueves, 8 de julio de 2010

Entre cristianismo y revolución (II Parte)

Panamá Profundo


José González
Lea la Parte I

Paroxismo
"De los campesinos, el grito, el dolor…"
(Rubén Darío).

"Concédeselo porque nos importuna con sus gritos"
(Mt 15,23).

Violando todos los acuerdos previos sobre la seguridad de la plaza asumidos por la comisión conjunta Iglesia-Gobierno, el vocero oficial de la curia arzobispal de Managua, Monseñor Bismarck Carballo, había decidido públicamente "tomarse" la plaza con cuarenta mil cristianos, porque la marcha organizada por la comisión coordinadora era violatoria del derecho de convocar a la fe (ese número de cristianos dijo él y esa razón dio). Sobra decir que en su parroquia y en Don Bosco (recordemos que el arzobispo de Managua era un salesiano), desde días antes se estaba organizando todo el coro de consignas que se opondrían a las de los cristianos simpatizantes con el gobierno.

Esas consignas preparadas sólo eran religiosas en su apariencia exterior, y para nadie que haya seguido paso a paso el proceso de la implicación política de todo lo religioso desde el triunfo contra la dictadura de los Somoza eran ningún misterio. No se gritaba "¡viva el Papa!", por ejemplo, porque eso lo gritaban todos los que estaban en la plaza, sino "¡viva monseñor Obando!", que el 10 de junio de 1983 aceptó claramente ser líder de oposición política cuando fue entre los representantes de los partidos de oposición a la embajada
norteamericana convocados por el embajador itinerante, Richard Stone, de la administración Reagan (cfr Barricada, Nuevo Diario y La Prensa del 11 de junio de 1983). O gritaban: "¿Quién trajo al Papa? ¡La Virgen de Cuapa!". No trajo al Papa una invitación del gobierno, sino la Virgen de Cuapa, cuya devoción nucleaba y manipulaba el diario La Prensa y toda la oposición de la clase económicamente fuerte de Nicaragua, sobre todo los conservadores granadinos.

Monseñor Carballo y sus "cristianos" antigobiernistas no sólo intentaron tomarse la plaza desde la medianoche del tres de marzo, sino que de hecho ocuparon un estrado, colocado frente al estrado principal, y que había sido reservado para los periodistas internacionales. Lo de la plaza no comenzó, pues, con la llegada del Papa a las 4 y 30 de la tarde.

Desde muy temprano del día 4, la plaza hervía con cristianos de todas las ideologías políticas que coreaban sus consignas favorables al gobierno o contra él. Conforme la plaza se fue llenando, la confrontación, claramente política, había ido subiendo de tono, y cuando el Papa llegó a la plaza esos grupos llevaban hasta doce horas de estarse gritando consignas y hasta amenazas veladas o descaradas.

Los cristianos antigobiernistas abucheaban desde hacía horas las consignas de los cristianos simpatizantes del gobierno y éstos respondían con consignas o abucheos a los gritos de los cristianos oposicionistas. El ambiente se había salido de quicio y control mucho antes de que el Papa llegara a la plaza no sólo por esto, sino porque ese 4 de marzo el calor era absolutamente bochornoso y la gente se estaba desmayando por el calor, el cansancio y la emoción, a mucha mayor velocidad que la que podían poner en atenderla los sacrificados miembros de la Cruz Roja.

A las cuatro y treinta de la tarde, y con un cielo que empezaba a ponerse claramente rosado, llegó a la plaza Juan Pablo II, se revistió los ornamentos para la Misa en un local de la Universidad Centro Americana y salió hacia el estrado siendo recibido por el clamor enorme y los aplausos de la inmensa muchedumbre.

El Papa hizo un largo recorrido despacioso hasta el estrado y altar de la Misa. Como al salir del avión en su llegada, Juan Pablo levantaba la mano con gesto de saludo, pero no sonreía. El coro de niños y adultos empezó a cantar la "Canción de bienvenida al Papa Juan Pablo II", creada por un compositor local. El maestro de ceremonias, Padre Uriel Reyes, empezó a gritar por los micrófonos dominantes de la plaza entera los títulos que, según el anuario pontificio, corresponden al Papa: ¡viva el Papa!, ¡viva el Santo Padre!, ¡viva el vicario de Cristo!, ¡viva el Sumo Pontífice!, ¡viva el sucesor de Pedro!, ¡viva el patriarca universal!, ¡viva la cabeza de la Iglesia !, ¡viva el siervo de los siervos de Dios!, ¡viva el obispo de Roma!, etc., etc. La inmensa muchedumbre respondía con aclamaciones y aplausos a cada uno de estos títulos. El Papa llegó al estrado, subió las escaleras y se dirigió al altar, acompañado por los obispos y sacerdotes especialmente escogidos para concelebrar junto a él en el altar. En este momento, el arzobispo de Managua, Monseñor Obando y Bravo, dijo unas palabras de bienvenida que fueron ya una herida más en el corazón de muchos de los presentes y que, desde luego, tenían directa intención política. El arzobispo recordó una anécdota del Papa Juan XXIII. Este Papa había visitado la cárcel pública de Roma y después un preso había dicho que el Papa lo había mirado a los ojos y que, desde ese momento, se había sentido libre a pesar de seguir preso. Terminó diciendo que el pueblo de Nicaragua tenía tres amores: el amor a Jesús Sacramentado, el amor a María, y el amor al Papa. Mucha gente después reclamó diciendo: ¿y el amor a la Patria?, ¿y el amor al pueblo?
El coro entonó, inmediatamente después, el canto de entrada de la Misa Popular Nicaragüense. Apenas terminado el canto, el Papa empezó la Misa con toda normalidad. El lector del Evangelio, Padre Montoya, se hizo notar cuando, en vez de leer o proclamar la lectura, hizo una declamación o dramatización del Evangelio, con gestos exagerados y teatrales.
Terminado el Evangelio, el Papa empezó a leer la Homilía-alocución que traía preparada desde Roma, y cuyo tema era "La unidad de la Iglesia". Ciertamente el tema fue tratado como para ser entendido sólo por sacerdotes o religiosos. Aún así, apenas el pueblo escuchó las palabras del comienzo: "Esta amada tierra de Nicaragua, tan probada, tan heroica ante las calamidades naturales que la han azotado; tan vigorosa y activa para responder a los desafíos de la historia y procurar edificar una sociedad a la medida de las necesidades materiales y de la dimensión trascendente del hombre", aplaudió estruendosamente, y no volvió a oír palabras más positivas en el resto de la tarde; no las hubo.
Desde este momento en adelante el Papa subrayó, con el tono imperioso de su voz, palabras sueltas, que son las que el pueblo aplaudió de ese discurso excesivamente clerical, y aclamó cuando escuchó una frase que le gustara, sacada totalmente de su contexto por el tono del Papa, contexto que el pueblo no comprendía. La gente se fue impresionando mucho más por el tono y la actitud del Papa que por lo que decía. El pueblo ya no sólo interrumpió con aplausos o vivas, sino con frases que querían establecer un diálogo que no existía, una comunicación personal con el Papa, un diálogo que Juan Pablo II jamás permitió que se estableciera allí. Con el tono de voz y el gesto autoritario intentó acallar a la multitud con gritos de "¡silencio!", que más bien enardecieron la emotividad de la inmensa muchedumbre.
Las madres de los muertos en la frontera, muchas de ellas enlutadas y muchas de ellas llevando los retratos de sus hijos, esperaban que el Papa las bendijera o que, por lo menos, orara por ellos, y lo veían allí airado y distante, empezaron a perder la devoción sencilla que las había traído, y avanzaron, desde el lugar preferencial que se les había asignado hasta echarse sobre la primera tarima, que era la del coro de niños y adultos; éstos, aterrorizados y muchos de ellos llorando, se movieron hacia la parte de la tribuna que contenía a los cientos de sacerdotes presentes. Las madres de los muertos, ya enardecidas y emocionadas hasta la histeria algunas de ellas, agarraron el micrófono del coro que, ya lo dije antes, era uno de los tres micrófonos esenciales, que tenían dominio sobre toda la plaza. Desde este momento se escucharon en la plaza entera voces que interrumpían al Papa con gritos pidiendo una oración por los muertos, o gritando consignas como "poder popular" o "queremos la paz".
Consignas como "poder popular" significaban en Nicaragua, según la ocasión en que fueran dichas, cosas bien diferentes. El día del festival de la canción por la paz pude oír de nuevo esa consigna en un momento exactamente correspondiente al de la plaza el 4 de marzo, cuando el pueblo congregado pidió que siguiera cantando Silvio Rodríguez y los organizadores del evento querían que continuara el programa con el siguiente cantante. ¿Qué ocurrió? La masa enorme de oyentes empezó a gritar "poder popular" y Silvio Rodríguez tuvo que volver a salir porque creyó que tenía que complacer esta petición del pueblo puesto que si había venido a Nicaragua era para servirlo.
No perdamos de vista ni un momento que la petición de las madres al Papa se hizo al día siguiente del "shock" del entierro de veintiún muertos en la frontera velados por el pueblo en esa misma plaza.
El Papa se negó a orar por los muertos y todavía no he encontrado a nadie que pueda explicar por qué el Papa "no podía" orar por los muertos. Nadie le pedía en ese momento que hiciera algo "sandinista", sino que hiciera algo cristiano por unos muertos. Si el Papa hubiera rezado en ese momento, aunque sólo hubiera sido un Padrenuestro en memoria de todos los muertos de Nicaragua (así de indiferenciado; tanto por los muertos de un lado como del otro), se hubiera llevado en el bolsillo el corazón de todos los nicaragüenses y el tumulto de la plaza hubiera cesado inmediatamente. El 22 de junio de 1983, apenas tres meses después de lo de Nicaragua, en Polonia (¡claro, en Polonia!) el Papa beatificó a dos polacos, religiosos ambos y uno de ellos sacerdote, que habían participado en la insurrección armada polaca contra los rusos en 1863; no sólo, pues, se podía rezar por los muertos por defender su Patria, sino que se puede hacer mucho más que rezar (cfr. La Prensa, 22 y 23 de junio de 1983).
El único momento en que pareció que Juan Pablo II estuviera viendo al pueblo que tenía delante y que reaccionara personalmente frente a él, fue cuando gritó "¡la primera que quiere la paz es la Iglesia!" como respuesta a una de las consignas de "¡queremos la paz!". Por cierto, la respuesta del Papa en ese momento tiene que ser interpretada como que la Iglesia es la primera que quiere la paz para Nicaragua, y no como que la Iglesia quiere la paz para ella. La Iglesia no tiene nada que pedir para ella, sino que todo lo quiere para sus hijos; la Iglesia está al servicio del mundo y no para buscar su propio provecho.
De todos modos, los nicaragüenses no pudieron conseguir que el Papa dejara el discurso preparado y hablara directamente con el pueblo que lo cuestionaba. Cuando pude ver la versión que la comisión vaticana entregó a los periodistas bajo "embargo" periodístico, antes de la Misa , me había impresionado que el Papa traía subrayado desde Roma las palabras que pronunciaría en la plaza en tono más alto para darles importancia.
En este momento de tremendo descontrol ocurrieron dos cosas notables de signo completamente distinto: Monseñor Martín Abril, obispo que había venido desde Roma con el Papa, se quitó su solideo y su faja roja (que lo identificaban claramente ante los presentes como obispo) y se fue al estrado en donde estaban los sacerdotes presentes y empezó a darles instrucciones al oído a varios de ellos. Por el otro lado, Aldo Díaz, encargado de protocolo en la plaza, se fue a los controles generales de megáfonos y le dio la orden al encargado de que pusiera, a todo volumen y por todos los altavoces de la plaza, el himno del FSLN. Debemos a la sensatez del empleado encargado de los controles generales de altavoces el que la Misa no haya quedado definitivamente interrumpida en ese momento, con los incalculables resultados que tal cosa hubiera tenido en la misma plaza y en el exterior de Nicaragua.
Cuando el grito de "poder popular" y "queremos la paz" se hicieron insistentes y masivos, los miembros del gobierno que estaban en el estrado principal, optaron entre ponerse del lado del Papa, que en ese momento desairaba al pueblo de Nicaragua, o ponerse de parte del pueblo que insistía en su petición de una oración por los muertos con esas consignas. Empezaron a levantar el brazo empuñado y a gritar cuando el pueblo lo hacía.
El Papa terminó de leer su Homilía-alocución, después de gritar al pueblo, en tono visiblemente colérico, seis veces "¡silencio!". Cuando el Papa terminó su discurso, a pesar de las interrupciones continuas por parte de quienes se habían quedado con el micrófono del coro, se empezó la oración de los fieles.
La Misa continuó trabajosamente hasta el final entre gritos y consignas de la muchedumbre, todos en el mismo sentido: "¡queremos la paz!", "¡poder popular!". Nunca, y lo digo con la conciencia de haberme fijado expresamente, hubo un solo grito que insultara al Papa en su persona o en su función.
Hacia el final de la Misa se hizo un silencio penoso, que todos los presentes interpretaron después como de toma de conciencia masiva de lo que acababa de ocurrir en la plaza. Algo tremendo había ocurrido allí: el pueblo de Nicaragua no había conseguido hacer cambiar la actitud que el Papa había traído asumida desde Roma; el pueblo de Nicaragua no había conseguido que el Papa nombrara la injusticia que se cometía todos los días con él. La enorme muchedumbre se recuperó del corto estupor en el que había caído y reaccionó insistiendo en sus peticiones de paz y de que se tuviera en cuenta su voluntad.
El fin de la Misa iba a llegar cuando, por los altavoces de toda la plaza, se escuchó el himno del FSLN a todo volumen. Lo que a muchos opositores les pareció la ofensa "broche de oro", de hecho fue en ese momento totalmente providencial: le salvó la vida a muchas personas, probablemente. Los ánimos se habían caldeado en esas doce horas que la muchedumbre llevaba en la plaza de tal manera que, al terminar la Misa, hubiera habido una pelea masiva a garrotazos. Al poner el himno del FSLN, que es excesivamente prolongado, ocurrió algo favorable, dada la situación: los que estaban en contra del gobierno no lo cantaban sino que empezaron a retirarse. Los que estaban a favor del gobierno no se podían mover porque lo estaban cantando. Cuando el himno terminó, toda la muchedumbre había quedado revuelta y en pleno movimiento; todo el mundo había perdido de vista al contendiente que había tenido delante y localizado durante muchas horas.
Aquella inmensa muchedumbre, de alrededor de setecientas mil personas se puso en movimiento hacia sus domicilios o transportes, además se había hecho de noche. La gente volvió a su casa con un terrible sentimiento de frustración, con la sensación de que algo horrible e irreparable, fuera cual fuera el punto de vista político que tuviera, había ocurrido ese día al pueblo de Nicaragua. Se trató de un verdadero trauma nacional que, todavía, no ha sido enteramente digerido y asimilado.
María, madre de Dios hecho hombre, siempre ha sido vista por la teología cristiana como madre y prototipo de la Iglesia. María dice en el Magníficat (Lc 1,46-53) que se alegra porque Dios ha despedido vacíos a los ricos y a los pobres los llenó de sus bienes. Algo estuvo mal en la Plaza 19 de Julio, el 4 de marzo de 1983, en esa Misa del Papa, porque sucedió allí exactamente lo contrario de lo que María, figura de la Iglesia , sobre todo en Nicaragua, proclama en el Magníficat. Ese día los ricos nicaragüenses salieron encantados y los pobres salieron de la plaza con las manos vacías o, por lo menos, no salieron con el bien que habían ido a buscar. Algo, como en la Dinamarca de Hamlet, sigue oliendo a podrido en la Iglesia de Nicaragua cuando en ella ocurren cosas totalmente contrarias a las que anuncia como señal del Reino de Dios que llega, y canta la que, en Nicaragua especialmente mariana, es figura de la Iglesia.
He de decir que, al día siguiente de lo sucedido en la plaza, se sentía claramente en el ambiente de la capital un silencio absoluto; como si sobre la ciudad hubiera caído una gran tapa de acero; la sensación de que había sucedido algo que jamás hubiéramos querido que pasara, algo que tendría consecuencias ominosas para todos. Y esa sensación tardó como cinco días en desaparecer.
El arzobispo de Managua, Monseñor Obando, dijo en Costa Rica que el gobierno nicaragüense sólo había llevado a la plaza a los comunistas. Le hicieron notar que en la plaza había el 4 de marzo alrededor de setecientas mil personas adultas, de un país que entonces contaba con un poco menos de tres millones de pobladores, que si ésos eran los "comunistas" que el gobierno "manejaba", ¿quién podía oponerse en Nicaragua a un gobierno con tal base popular? Dos meses después de la visita papal, en la visita "ad limina" en Roma, Monseñor Obando salió al paso diciendo que sólo una minoría, manipulada por el gobierno, había gritado consignas en la plaza el 4 de marzo; cualquier cosa, menos sintonizar con el pueblo al que pretendía pastorear; cualquier cosa, menos reconocer su desastroso papel como testimonio evangélico.

"¿Callaremos ahora para llorar después?"
(Rubén Darío).
Después del desastre de la plaza, el Papa fue a la Nunciatura Apostólica, allí se cambió de ropa y se fue al aeropuerto a donde, según el protocolo previamente acordado, debía llegar a las siete y treinta de la noche. El Papa llegó unos minutos antes de lo acordado y la Junta de Gobierno no había llegado todavía al aeropuerto. Allí lo recibió Aldo Fabri, representante de protocolo del gobierno de Nicaragua. El Papa comunicó, a través de la ventanilla del auto, a dicho funcionario, que había decidido irse de Nicaragua sin despedirse oficialmente. Aldo Fabri contestó que el Papa era un Jefe de Estado y que debía respetar el protocolo correspondiente. El Papa se volvió hacia el Cardenal Casaroli y le dijo algunas palabras. El Cardenal salió del auto, dio la vuelta alrededor de él y le dijo a Aldo Fabri que, de todos modos, Su Santidad había decidido irse sin despedirse. Aldo Fabri respondió que tal cosa no podía hacerse y se recostó sobre la puerta del auto en tal forma que el Papa no pudo salir por esa puerta, dando así tiempo a que la Junta de Gobierno, que llegaba en esos momentos, acogiera al Papa y lo llevara, según lo mandaba el protocolo, al podio de la pista del aeropuerto.

Daniel Ortega, coordinador de la Junta de Gobierno, había recibido, debido a lo sucedido en la plaza, la consigna, de parte de la Dirección Nacional del FSLN de ser, en su despedida oficial, absolutamente frío y protocolar. Ortega, haciéndose eco del dolor popular, improvisó un emocionante discurso que la inmensa mayoría del pueblo desconoce porque no lo escuchó por estar, en esos momentos, en pleno movimiento hacia sus viviendas o lugares de origen.
En ese discurso Ortega le dio todavía al Papa la oportunidad, servida en bandeja de plata, de llevarse en el bolsillo el corazón de todos los nicaragüenses aunque fuera en el último minuto. El Papa, gélido y distante, sacó y leyó el enésimo discurso que había traído preparado desde Roma y en el que agradecía la cortesía de la acogida del Gobierno y de los obispos de Nicaragua. Dijo que recordaba "sobre todo con profundo consuelo, los encuentros tenidos en León y la Eucaristía celebrada en Managua con tantos fieles del país", y terminó diciendo: "Dios bendiga a esta Iglesia. Dios asista y proteja a Nicaragua. Así sea". Todo, menos haberse dejado impactar por lo que había visto y oído con sus propios ojos y oídos.
Cuatro días después de la visita del Papa, la Dirección Nacional del FSLN emitió un pronunciamiento oficial sobre las repercusiones políticas que toda declaración del Papa tiene en una región convulsionada por luchas políticas, sociales y hasta militares. Confiaba la Dirección Nacional en que el Papa reflexionaría en lo que había visto personalmente. Reafirmaba su política de principios sobre la religión (cfr. Comunicado de octubre de 1980). "Al mismo tiempo reafirmamos nuestra vocación -decían- e invariable voluntad de encauzar nuestro proceso revolucionario a favor de los explotados y oprimidos, los sedientos de justicia de que habla el Evangelio". Todavía el 8 de abril, el diario La Prensa (Cfr. "Córdova Rivas accede hablar a La Prensa ") intentaba manipular el que hubiera sido la Dirección Nacional del FSLN y no la Junta de Gobierno la que había emitido el pronunciamiento ese. En el exterior, tanto en Miami como en Honduras o Costa Rica, muchos políticos o exguardias de Somoza intentaron capitalizar a su favor lo sucedido en la plaza. Todos ellos eran, en esos momentos, magníficos "cristianos", ofendidos en sus más íntimos sentimientos, que querían "desagraviar" al Papa.
Algún tiempo después del desastre de la plaza, el arzobispo de Managua, Monseñor Obando, visitó al Nuncio en Nicaragua y le pidió que "la Iglesia" como tal rompiera sus relaciones públicamente con el Gobierno de Nicaragua. El Nuncio le preguntó con qué fin. Monseñor Obando contestó que, si "la Iglesia" rompía públicamente con el Gobierno de Nicaragua, el gobierno caería. El Nuncio respondió: en primer lugar yo no estoy seguro de que el Gobierno se caería sólo porque la Iglesia rompiera con él y, en segundo lugar, no es labor de "la Iglesia" hacer caer al gobierno de Nicaragua.
"Y siento como un eco del corazón del mundo que penetra y conmueve mi propio corazón"
(Rubén Darío).
¿Cuáles fueron los frutos inmediatos de esa venida? ¿La paz para una Centro América combatida y asediada? La deteriorada situación de El Salvador y Guatemala, masacradas bajo una salvaje dictadura militar entonces, es la evidencia de que no se consiguió tal cosa. Los ataques e invasiones a Nicaragua desde Honduras y desde Costa Rica también desmienten este logro. La amenaza terrible e inminente de una guerra general provocada, abastecida, armada, entrenada y pagada por los Estados Unidos contra Nicaragua significaría un golpe más contundente todavía contra la paz en esta ya percutida región. No, la visita del Papa, no consiguió la paz para Centro América, sino la capitalización por parte de los criminales gobernantes de El Salvador y Guatemala de la recepción de esa visita.

¿La unidad de la Iglesia? Prescindiendo de la intención que el mismo Juan Pablo II trajera, no hubo cosa que dividiera más la Iglesia de Nicaragua que esa venida. La visita papal no hizo sino polarizar agudamente las divisiones que ya existían. Los cristianos que estaban a favor del gobierno sandinista quedaron mucho más a favor, y los cristianos que estaban en contra quedaron mucho más en contra. Lo sucedido en la Plaza 19 de Julio el 4 de marzo fue una tremenda cuchillada a la fe sencilla de los jóvenes que no encontraron una explicación plausible a la negativa de un Papa a orar por muertos que honestamente morían creyendo que lo hacían en defensa de su Patria y que, desde luego, todavía no tenían recursos suficientes en su formación para superar la impresión que les causó la actitud colérica de Juan Pablo.
¿La concordia entre los nicaragüenses? Ya he aclarado, en el párrafo anterior, que la visita del Papa no hizo sino polarizar las actitudes religiosas y políticas de los nicaragüenses, cristianos o no. Dejando a un lado las intenciones que, suponemos, tenía el Papa al venir, sí puedo afirmar a posteriori que si el Papa pensaba conseguir esos tres frutos, no los consiguió. En este nivel, Juan Pablo II fracasó claramente en su visita a Nicaragua en 1983.
Desde luego, para quienes seguimos paso a paso, y minuto a minuto, las diez horas que duró la visita, fue absolutamente evidente que el Papa no "se puso bravo" en Nicaragua por nada que él hubiera visto personalmente, sino que ya venía bravo desde Costa Rica o desde Roma contra Nicaragua.
El Papa traía la decisión de fortalecer la posición de Monseñor Miguel Obando y Bravo, darle respaldo público y reconocimiento, a pesar de la politización clara de su figura. Traía también la decisión de hacer imposible, con su actitud, cualquier entendimiento entre el gobierno sandinista y la jerarquía eclesiástica católica, por lo menos durante las diez horas de su visita. ¿Quién le dio a entender al Papa que la Iglesia no debía confiar en el gobierno de Nicaragua ni tomar sus palabras como garantía de nada? ¿Por qué podía Juan Pablo buscar un entendimiento, como lo buscó, con el gobierno comunista de Polonia del general Yaruselski y, sin embargo, hacer imposible el entendimiento con el de Nicaragua? (Cfr. La Prensa, 18 de junio de 1983). La pregunta que muchos cristianos nicaragüenses nos hicimos en los años siguientes, muchas veces, es ¿quién fue el culpable de esa visita fracasada y, sobre todo, de provocar la actitud con la que el Papa llegó desde Roma a Nicaragua?
¿Qué fue lo que hubo de malo en Nicaragua? ¿Que se politizó la venida del Papa? En Polonia, en junio de ese mismo año, la visita papal estuvo politizada desde el comienzo hasta el fin por el mismo Papa, y eso no le pareció mal a nadie ni en Polonia ni en Roma ni en Nicaragua (Cfr. La Prensa, desde el día 16 de junio de 1983 hasta el día 26). ¿O es que la politización era mala en Nicaragua y buena en Polonia? ¿Fue que en Nicaragua se politizó una Misa? También en Polonia, y no sólo en ese viaje de junio, hemos podido ver durante años y visitas las banderas de la oposición polaca desplegadas durante las Misas del Papa, y leímos y vimos y oímos por Televisión sobre los aplausos y gritos que interrumpieron las alocuciones papales, y en Polonia Juan Pablo sonreía como respuesta y continuaba como si nada. Si en Polonia todo eso no fue nada malo, ¿por qué en Nicaragua sí? Para no irnos tan lejos: en El Salvador dijo, en ese mismo viaje de marzo, todo lo que en Nicaragua no quiso decir, y, para más contundencia, durante el sermón de la Misa ante el pueblo, ¿por qué en Nicaragua decir esas cosas era político y en El Salvador no?

Tenemos la madurez suficiente para separar la persona y el cargo, cuando es necesario hacerlo. Sabemos perfectamente el respeto que nos merece el cargo y el respeto que debemos a la actitud personal que quien lo desempeña asume en un momento determinado. Sabemos de sobra que la infalibilidad del Papa no se extiende a sus actividades y actitudes personales. Nosotros pertenecemos a la Iglesia cuyo pastor universal es el Papa y respetamos sus normas pastorales y sus declaraciones ex cátedra, que compartimos plenamente. El Papa no es infalible cuando habla, con magisterio ordinario, acerca de política o economía, ése es el campo específico del apostolado de los laicos cristianos, según la teología más segura de la Iglesia. Si nos cabía la menor duda al respecto, hemos quedado libres de ella desde el 4 de marzo de 1983. También las diez horas que estuvo Juan Pablo II entre los nicaragüenses y cada una de sus palabras deben ser analizadas desde el Evangelio y desde la solidaridad con los pobres. El día en que la Iglesia dejara de presentarse al mundo como pobre y aliada natural de los pobres, sea entonces el Papa que entonces sea, traicionaría enteramente su misión y, desde luego, traicionaría a su Señor, Jesús de Nazaret. Pero la Iglesia no nos pide que veamos al Papa, a ningún Papa, como un hombre inteligente, guapo, simpático, o santo, sino sólo que lo obedezcamos en lo que él tiene derecho a mandar.
Bibliografía
• "Juan Pablo II. Viaje Pastoral a Nicaragua. 4 de marzo de 1983", folleto de 24 páginas, editado en el Centro Juvenil "Don Bosco", Managua, 1983.
• "Juan Pablo II. Viaje Pastoral a Centroamérica; 2-9 de marzo de 1983". Discursos, Homilías y mensajes. Texto completo con sub-títulos orientadores y selección de fotos. Libro de 201 páginas, editado en el Centro Juvenil "Don Bosco", Managua, 1983.
• "Emmanuel", revista de formación pastoral. Edición especial. Con los Mensajes Integros del Viaje Apostólico de Juan Pablo II. Editada en Panamá, marzo-abril 1983, n 30, por el Equipo de Evangelización de los Padres Dominicos, David, Panamá.
• "Envío", revista n 21; editada por el Instituto Histórico Centroamericano, Managua, Nicaragua, marzo de 1983, pp 7-20.
• "Comunicación, Confer, Nicaragua", segunda época, n 17, febrero-marzo 1983; El Papa pasó por Nicaragua, pp 6-9.
• "Amanecer", revista, n 16 y 17; editada por el Centro Ecuménico Antonio Valdivieso, Managua, Nicaragua, febrero-marzo-abril de 1983.
• "Icla", boletín; editado por el Secretariado Latinoamericano MIEC-PAX ROMANA-JECI; Año IV, n 41-42, febrero-marzo de 1983. Especial, Reportaje de una visita.
• "ECA", Estudios Centroamericanos, Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, San Salvador, El Salvador; "La visita de Juan Pablo II a Centroamérica", n 413-414; marzo-abril 1983.
• "El Papa en Centroamérica", edición especial del diario "La Nación", marzo de 1983, San José, Costa Rica, páginas 76.
• "Juan Pablo II: Misionero de la Paz"; Suplemento Istmo, domingo 27 de febrero de 1983; La Estrella de Panamá, 32 páginas.
• "Sobre la Divina Misericordia", carta encíclica de Juan Pablo II, Edit. Don Bosco, La Paz-Bolivia, 1980.
• "Los muchachos"; revista de la juventud nicaragüense; n 9/83; Managua, Nicaragua, "El mensajero de la Paz", páginas 26-27.
• Periódicos La Prensa, Barricada, en Nicaragua en ese año.
• Entrevistas personales hechas en ese momento.


José González
Lea la Parte I

Paroxismo
"De los campesinos, el grito, el dolor…"
(Rubén Darío).

"Concédeselo porque nos importuna con sus gritos"
(Mt 15,23).

Violando todos los acuerdos previos sobre la seguridad de la plaza asumidos por la comisión conjunta Iglesia-Gobierno, el vocero oficial de la curia arzobispal de Managua, Monseñor Bismarck Carballo, había decidido públicamente "tomarse" la plaza con cuarenta mil cristianos, porque la marcha organizada por la comisión coordinadora era violatoria del derecho de convocar a la fe (ese número de cristianos dijo él y esa razón dio). Sobra decir que en su parroquia y en Don Bosco (recordemos que el arzobispo de Managua era un salesiano), desde días antes se estaba organizando todo el coro de consignas que se opondrían a las de los cristianos simpatizantes con el gobierno.

Esas consignas preparadas sólo eran religiosas en su apariencia exterior, y para nadie que haya seguido paso a paso el proceso de la implicación política de todo lo religioso desde el triunfo contra la dictadura de los Somoza eran ningún misterio. No se gritaba "¡viva el Papa!", por ejemplo, porque eso lo gritaban todos los que estaban en la plaza, sino "¡viva monseñor Obando!", que el 10 de junio de 1983 aceptó claramente ser líder de oposición política cuando fue entre los representantes de los partidos de oposición a la embajada
norteamericana convocados por el embajador itinerante, Richard Stone, de la administración Reagan (cfr Barricada, Nuevo Diario y La Prensa del 11 de junio de 1983). O gritaban: "¿Quién trajo al Papa? ¡La Virgen de Cuapa!". No trajo al Papa una invitación del gobierno, sino la Virgen de Cuapa, cuya devoción nucleaba y manipulaba el diario La Prensa y toda la oposición de la clase económicamente fuerte de Nicaragua, sobre todo los conservadores granadinos.

Monseñor Carballo y sus "cristianos" antigobiernistas no sólo intentaron tomarse la plaza desde la medianoche del tres de marzo, sino que de hecho ocuparon un estrado, colocado frente al estrado principal, y que había sido reservado para los periodistas internacionales. Lo de la plaza no comenzó, pues, con la llegada del Papa a las 4 y 30 de la tarde.

Desde muy temprano del día 4, la plaza hervía con cristianos de todas las ideologías políticas que coreaban sus consignas favorables al gobierno o contra él. Conforme la plaza se fue llenando, la confrontación, claramente política, había ido subiendo de tono, y cuando el Papa llegó a la plaza esos grupos llevaban hasta doce horas de estarse gritando consignas y hasta amenazas veladas o descaradas.

Los cristianos antigobiernistas abucheaban desde hacía horas las consignas de los cristianos simpatizantes del gobierno y éstos respondían con consignas o abucheos a los gritos de los cristianos oposicionistas. El ambiente se había salido de quicio y control mucho antes de que el Papa llegara a la plaza no sólo por esto, sino porque ese 4 de marzo el calor era absolutamente bochornoso y la gente se estaba desmayando por el calor, el cansancio y la emoción, a mucha mayor velocidad que la que podían poner en atenderla los sacrificados miembros de la Cruz Roja.

A las cuatro y treinta de la tarde, y con un cielo que empezaba a ponerse claramente rosado, llegó a la plaza Juan Pablo II, se revistió los ornamentos para la Misa en un local de la Universidad Centro Americana y salió hacia el estrado siendo recibido por el clamor enorme y los aplausos de la inmensa muchedumbre.

El Papa hizo un largo recorrido despacioso hasta el estrado y altar de la Misa. Como al salir del avión en su llegada, Juan Pablo levantaba la mano con gesto de saludo, pero no sonreía. El coro de niños y adultos empezó a cantar la "Canción de bienvenida al Papa Juan Pablo II", creada por un compositor local. El maestro de ceremonias, Padre Uriel Reyes, empezó a gritar por los micrófonos dominantes de la plaza entera los títulos que, según el anuario pontificio, corresponden al Papa: ¡viva el Papa!, ¡viva el Santo Padre!, ¡viva el vicario de Cristo!, ¡viva el Sumo Pontífice!, ¡viva el sucesor de Pedro!, ¡viva el patriarca universal!, ¡viva la cabeza de la Iglesia !, ¡viva el siervo de los siervos de Dios!, ¡viva el obispo de Roma!, etc., etc. La inmensa muchedumbre respondía con aclamaciones y aplausos a cada uno de estos títulos. El Papa llegó al estrado, subió las escaleras y se dirigió al altar, acompañado por los obispos y sacerdotes especialmente escogidos para concelebrar junto a él en el altar. En este momento, el arzobispo de Managua, Monseñor Obando y Bravo, dijo unas palabras de bienvenida que fueron ya una herida más en el corazón de muchos de los presentes y que, desde luego, tenían directa intención política. El arzobispo recordó una anécdota del Papa Juan XXIII. Este Papa había visitado la cárcel pública de Roma y después un preso había dicho que el Papa lo había mirado a los ojos y que, desde ese momento, se había sentido libre a pesar de seguir preso. Terminó diciendo que el pueblo de Nicaragua tenía tres amores: el amor a Jesús Sacramentado, el amor a María, y el amor al Papa. Mucha gente después reclamó diciendo: ¿y el amor a la Patria?, ¿y el amor al pueblo?
El coro entonó, inmediatamente después, el canto de entrada de la Misa Popular Nicaragüense. Apenas terminado el canto, el Papa empezó la Misa con toda normalidad. El lector del Evangelio, Padre Montoya, se hizo notar cuando, en vez de leer o proclamar la lectura, hizo una declamación o dramatización del Evangelio, con gestos exagerados y teatrales.
Terminado el Evangelio, el Papa empezó a leer la Homilía-alocución que traía preparada desde Roma, y cuyo tema era "La unidad de la Iglesia". Ciertamente el tema fue tratado como para ser entendido sólo por sacerdotes o religiosos. Aún así, apenas el pueblo escuchó las palabras del comienzo: "Esta amada tierra de Nicaragua, tan probada, tan heroica ante las calamidades naturales que la han azotado; tan vigorosa y activa para responder a los desafíos de la historia y procurar edificar una sociedad a la medida de las necesidades materiales y de la dimensión trascendente del hombre", aplaudió estruendosamente, y no volvió a oír palabras más positivas en el resto de la tarde; no las hubo.
Desde este momento en adelante el Papa subrayó, con el tono imperioso de su voz, palabras sueltas, que son las que el pueblo aplaudió de ese discurso excesivamente clerical, y aclamó cuando escuchó una frase que le gustara, sacada totalmente de su contexto por el tono del Papa, contexto que el pueblo no comprendía. La gente se fue impresionando mucho más por el tono y la actitud del Papa que por lo que decía. El pueblo ya no sólo interrumpió con aplausos o vivas, sino con frases que querían establecer un diálogo que no existía, una comunicación personal con el Papa, un diálogo que Juan Pablo II jamás permitió que se estableciera allí. Con el tono de voz y el gesto autoritario intentó acallar a la multitud con gritos de "¡silencio!", que más bien enardecieron la emotividad de la inmensa muchedumbre.
Las madres de los muertos en la frontera, muchas de ellas enlutadas y muchas de ellas llevando los retratos de sus hijos, esperaban que el Papa las bendijera o que, por lo menos, orara por ellos, y lo veían allí airado y distante, empezaron a perder la devoción sencilla que las había traído, y avanzaron, desde el lugar preferencial que se les había asignado hasta echarse sobre la primera tarima, que era la del coro de niños y adultos; éstos, aterrorizados y muchos de ellos llorando, se movieron hacia la parte de la tribuna que contenía a los cientos de sacerdotes presentes. Las madres de los muertos, ya enardecidas y emocionadas hasta la histeria algunas de ellas, agarraron el micrófono del coro que, ya lo dije antes, era uno de los tres micrófonos esenciales, que tenían dominio sobre toda la plaza. Desde este momento se escucharon en la plaza entera voces que interrumpían al Papa con gritos pidiendo una oración por los muertos, o gritando consignas como "poder popular" o "queremos la paz".
Consignas como "poder popular" significaban en Nicaragua, según la ocasión en que fueran dichas, cosas bien diferentes. El día del festival de la canción por la paz pude oír de nuevo esa consigna en un momento exactamente correspondiente al de la plaza el 4 de marzo, cuando el pueblo congregado pidió que siguiera cantando Silvio Rodríguez y los organizadores del evento querían que continuara el programa con el siguiente cantante. ¿Qué ocurrió? La masa enorme de oyentes empezó a gritar "poder popular" y Silvio Rodríguez tuvo que volver a salir porque creyó que tenía que complacer esta petición del pueblo puesto que si había venido a Nicaragua era para servirlo.
No perdamos de vista ni un momento que la petición de las madres al Papa se hizo al día siguiente del "shock" del entierro de veintiún muertos en la frontera velados por el pueblo en esa misma plaza.
El Papa se negó a orar por los muertos y todavía no he encontrado a nadie que pueda explicar por qué el Papa "no podía" orar por los muertos. Nadie le pedía en ese momento que hiciera algo "sandinista", sino que hiciera algo cristiano por unos muertos. Si el Papa hubiera rezado en ese momento, aunque sólo hubiera sido un Padrenuestro en memoria de todos los muertos de Nicaragua (así de indiferenciado; tanto por los muertos de un lado como del otro), se hubiera llevado en el bolsillo el corazón de todos los nicaragüenses y el tumulto de la plaza hubiera cesado inmediatamente. El 22 de junio de 1983, apenas tres meses después de lo de Nicaragua, en Polonia (¡claro, en Polonia!) el Papa beatificó a dos polacos, religiosos ambos y uno de ellos sacerdote, que habían participado en la insurrección armada polaca contra los rusos en 1863; no sólo, pues, se podía rezar por los muertos por defender su Patria, sino que se puede hacer mucho más que rezar (cfr. La Prensa, 22 y 23 de junio de 1983).
El único momento en que pareció que Juan Pablo II estuviera viendo al pueblo que tenía delante y que reaccionara personalmente frente a él, fue cuando gritó "¡la primera que quiere la paz es la Iglesia!" como respuesta a una de las consignas de "¡queremos la paz!". Por cierto, la respuesta del Papa en ese momento tiene que ser interpretada como que la Iglesia es la primera que quiere la paz para Nicaragua, y no como que la Iglesia quiere la paz para ella. La Iglesia no tiene nada que pedir para ella, sino que todo lo quiere para sus hijos; la Iglesia está al servicio del mundo y no para buscar su propio provecho.
De todos modos, los nicaragüenses no pudieron conseguir que el Papa dejara el discurso preparado y hablara directamente con el pueblo que lo cuestionaba. Cuando pude ver la versión que la comisión vaticana entregó a los periodistas bajo "embargo" periodístico, antes de la Misa , me había impresionado que el Papa traía subrayado desde Roma las palabras que pronunciaría en la plaza en tono más alto para darles importancia.
En este momento de tremendo descontrol ocurrieron dos cosas notables de signo completamente distinto: Monseñor Martín Abril, obispo que había venido desde Roma con el Papa, se quitó su solideo y su faja roja (que lo identificaban claramente ante los presentes como obispo) y se fue al estrado en donde estaban los sacerdotes presentes y empezó a darles instrucciones al oído a varios de ellos. Por el otro lado, Aldo Díaz, encargado de protocolo en la plaza, se fue a los controles generales de megáfonos y le dio la orden al encargado de que pusiera, a todo volumen y por todos los altavoces de la plaza, el himno del FSLN. Debemos a la sensatez del empleado encargado de los controles generales de altavoces el que la Misa no haya quedado definitivamente interrumpida en ese momento, con los incalculables resultados que tal cosa hubiera tenido en la misma plaza y en el exterior de Nicaragua.
Cuando el grito de "poder popular" y "queremos la paz" se hicieron insistentes y masivos, los miembros del gobierno que estaban en el estrado principal, optaron entre ponerse del lado del Papa, que en ese momento desairaba al pueblo de Nicaragua, o ponerse de parte del pueblo que insistía en su petición de una oración por los muertos con esas consignas. Empezaron a levantar el brazo empuñado y a gritar cuando el pueblo lo hacía.
El Papa terminó de leer su Homilía-alocución, después de gritar al pueblo, en tono visiblemente colérico, seis veces "¡silencio!". Cuando el Papa terminó su discurso, a pesar de las interrupciones continuas por parte de quienes se habían quedado con el micrófono del coro, se empezó la oración de los fieles.
La Misa continuó trabajosamente hasta el final entre gritos y consignas de la muchedumbre, todos en el mismo sentido: "¡queremos la paz!", "¡poder popular!". Nunca, y lo digo con la conciencia de haberme fijado expresamente, hubo un solo grito que insultara al Papa en su persona o en su función.
Hacia el final de la Misa se hizo un silencio penoso, que todos los presentes interpretaron después como de toma de conciencia masiva de lo que acababa de ocurrir en la plaza. Algo tremendo había ocurrido allí: el pueblo de Nicaragua no había conseguido hacer cambiar la actitud que el Papa había traído asumida desde Roma; el pueblo de Nicaragua no había conseguido que el Papa nombrara la injusticia que se cometía todos los días con él. La enorme muchedumbre se recuperó del corto estupor en el que había caído y reaccionó insistiendo en sus peticiones de paz y de que se tuviera en cuenta su voluntad.
El fin de la Misa iba a llegar cuando, por los altavoces de toda la plaza, se escuchó el himno del FSLN a todo volumen. Lo que a muchos opositores les pareció la ofensa "broche de oro", de hecho fue en ese momento totalmente providencial: le salvó la vida a muchas personas, probablemente. Los ánimos se habían caldeado en esas doce horas que la muchedumbre llevaba en la plaza de tal manera que, al terminar la Misa, hubiera habido una pelea masiva a garrotazos. Al poner el himno del FSLN, que es excesivamente prolongado, ocurrió algo favorable, dada la situación: los que estaban en contra del gobierno no lo cantaban sino que empezaron a retirarse. Los que estaban a favor del gobierno no se podían mover porque lo estaban cantando. Cuando el himno terminó, toda la muchedumbre había quedado revuelta y en pleno movimiento; todo el mundo había perdido de vista al contendiente que había tenido delante y localizado durante muchas horas.
Aquella inmensa muchedumbre, de alrededor de setecientas mil personas se puso en movimiento hacia sus domicilios o transportes, además se había hecho de noche. La gente volvió a su casa con un terrible sentimiento de frustración, con la sensación de que algo horrible e irreparable, fuera cual fuera el punto de vista político que tuviera, había ocurrido ese día al pueblo de Nicaragua. Se trató de un verdadero trauma nacional que, todavía, no ha sido enteramente digerido y asimilado.
María, madre de Dios hecho hombre, siempre ha sido vista por la teología cristiana como madre y prototipo de la Iglesia. María dice en el Magníficat (Lc 1,46-53) que se alegra porque Dios ha despedido vacíos a los ricos y a los pobres los llenó de sus bienes. Algo estuvo mal en la Plaza 19 de Julio, el 4 de marzo de 1983, en esa Misa del Papa, porque sucedió allí exactamente lo contrario de lo que María, figura de la Iglesia , sobre todo en Nicaragua, proclama en el Magníficat. Ese día los ricos nicaragüenses salieron encantados y los pobres salieron de la plaza con las manos vacías o, por lo menos, no salieron con el bien que habían ido a buscar. Algo, como en la Dinamarca de Hamlet, sigue oliendo a podrido en la Iglesia de Nicaragua cuando en ella ocurren cosas totalmente contrarias a las que anuncia como señal del Reino de Dios que llega, y canta la que, en Nicaragua especialmente mariana, es figura de la Iglesia.
He de decir que, al día siguiente de lo sucedido en la plaza, se sentía claramente en el ambiente de la capital un silencio absoluto; como si sobre la ciudad hubiera caído una gran tapa de acero; la sensación de que había sucedido algo que jamás hubiéramos querido que pasara, algo que tendría consecuencias ominosas para todos. Y esa sensación tardó como cinco días en desaparecer.
El arzobispo de Managua, Monseñor Obando, dijo en Costa Rica que el gobierno nicaragüense sólo había llevado a la plaza a los comunistas. Le hicieron notar que en la plaza había el 4 de marzo alrededor de setecientas mil personas adultas, de un país que entonces contaba con un poco menos de tres millones de pobladores, que si ésos eran los "comunistas" que el gobierno "manejaba", ¿quién podía oponerse en Nicaragua a un gobierno con tal base popular? Dos meses después de la visita papal, en la visita "ad limina" en Roma, Monseñor Obando salió al paso diciendo que sólo una minoría, manipulada por el gobierno, había gritado consignas en la plaza el 4 de marzo; cualquier cosa, menos sintonizar con el pueblo al que pretendía pastorear; cualquier cosa, menos reconocer su desastroso papel como testimonio evangélico.

"¿Callaremos ahora para llorar después?"
(Rubén Darío).
Después del desastre de la plaza, el Papa fue a la Nunciatura Apostólica, allí se cambió de ropa y se fue al aeropuerto a donde, según el protocolo previamente acordado, debía llegar a las siete y treinta de la noche. El Papa llegó unos minutos antes de lo acordado y la Junta de Gobierno no había llegado todavía al aeropuerto. Allí lo recibió Aldo Fabri, representante de protocolo del gobierno de Nicaragua. El Papa comunicó, a través de la ventanilla del auto, a dicho funcionario, que había decidido irse de Nicaragua sin despedirse oficialmente. Aldo Fabri contestó que el Papa era un Jefe de Estado y que debía respetar el protocolo correspondiente. El Papa se volvió hacia el Cardenal Casaroli y le dijo algunas palabras. El Cardenal salió del auto, dio la vuelta alrededor de él y le dijo a Aldo Fabri que, de todos modos, Su Santidad había decidido irse sin despedirse. Aldo Fabri respondió que tal cosa no podía hacerse y se recostó sobre la puerta del auto en tal forma que el Papa no pudo salir por esa puerta, dando así tiempo a que la Junta de Gobierno, que llegaba en esos momentos, acogiera al Papa y lo llevara, según lo mandaba el protocolo, al podio de la pista del aeropuerto.

Daniel Ortega, coordinador de la Junta de Gobierno, había recibido, debido a lo sucedido en la plaza, la consigna, de parte de la Dirección Nacional del FSLN de ser, en su despedida oficial, absolutamente frío y protocolar. Ortega, haciéndose eco del dolor popular, improvisó un emocionante discurso que la inmensa mayoría del pueblo desconoce porque no lo escuchó por estar, en esos momentos, en pleno movimiento hacia sus viviendas o lugares de origen.
En ese discurso Ortega le dio todavía al Papa la oportunidad, servida en bandeja de plata, de llevarse en el bolsillo el corazón de todos los nicaragüenses aunque fuera en el último minuto. El Papa, gélido y distante, sacó y leyó el enésimo discurso que había traído preparado desde Roma y en el que agradecía la cortesía de la acogida del Gobierno y de los obispos de Nicaragua. Dijo que recordaba "sobre todo con profundo consuelo, los encuentros tenidos en León y la Eucaristía celebrada en Managua con tantos fieles del país", y terminó diciendo: "Dios bendiga a esta Iglesia. Dios asista y proteja a Nicaragua. Así sea". Todo, menos haberse dejado impactar por lo que había visto y oído con sus propios ojos y oídos.
Cuatro días después de la visita del Papa, la Dirección Nacional del FSLN emitió un pronunciamiento oficial sobre las repercusiones políticas que toda declaración del Papa tiene en una región convulsionada por luchas políticas, sociales y hasta militares. Confiaba la Dirección Nacional en que el Papa reflexionaría en lo que había visto personalmente. Reafirmaba su política de principios sobre la religión (cfr. Comunicado de octubre de 1980). "Al mismo tiempo reafirmamos nuestra vocación -decían- e invariable voluntad de encauzar nuestro proceso revolucionario a favor de los explotados y oprimidos, los sedientos de justicia de que habla el Evangelio". Todavía el 8 de abril, el diario La Prensa (Cfr. "Córdova Rivas accede hablar a La Prensa ") intentaba manipular el que hubiera sido la Dirección Nacional del FSLN y no la Junta de Gobierno la que había emitido el pronunciamiento ese. En el exterior, tanto en Miami como en Honduras o Costa Rica, muchos políticos o exguardias de Somoza intentaron capitalizar a su favor lo sucedido en la plaza. Todos ellos eran, en esos momentos, magníficos "cristianos", ofendidos en sus más íntimos sentimientos, que querían "desagraviar" al Papa.
Algún tiempo después del desastre de la plaza, el arzobispo de Managua, Monseñor Obando, visitó al Nuncio en Nicaragua y le pidió que "la Iglesia" como tal rompiera sus relaciones públicamente con el Gobierno de Nicaragua. El Nuncio le preguntó con qué fin. Monseñor Obando contestó que, si "la Iglesia" rompía públicamente con el Gobierno de Nicaragua, el gobierno caería. El Nuncio respondió: en primer lugar yo no estoy seguro de que el Gobierno se caería sólo porque la Iglesia rompiera con él y, en segundo lugar, no es labor de "la Iglesia" hacer caer al gobierno de Nicaragua.
"Y siento como un eco del corazón del mundo que penetra y conmueve mi propio corazón"
(Rubén Darío).
¿Cuáles fueron los frutos inmediatos de esa venida? ¿La paz para una Centro América combatida y asediada? La deteriorada situación de El Salvador y Guatemala, masacradas bajo una salvaje dictadura militar entonces, es la evidencia de que no se consiguió tal cosa. Los ataques e invasiones a Nicaragua desde Honduras y desde Costa Rica también desmienten este logro. La amenaza terrible e inminente de una guerra general provocada, abastecida, armada, entrenada y pagada por los Estados Unidos contra Nicaragua significaría un golpe más contundente todavía contra la paz en esta ya percutida región. No, la visita del Papa, no consiguió la paz para Centro América, sino la capitalización por parte de los criminales gobernantes de El Salvador y Guatemala de la recepción de esa visita.

¿La unidad de la Iglesia? Prescindiendo de la intención que el mismo Juan Pablo II trajera, no hubo cosa que dividiera más la Iglesia de Nicaragua que esa venida. La visita papal no hizo sino polarizar agudamente las divisiones que ya existían. Los cristianos que estaban a favor del gobierno sandinista quedaron mucho más a favor, y los cristianos que estaban en contra quedaron mucho más en contra. Lo sucedido en la Plaza 19 de Julio el 4 de marzo fue una tremenda cuchillada a la fe sencilla de los jóvenes que no encontraron una explicación plausible a la negativa de un Papa a orar por muertos que honestamente morían creyendo que lo hacían en defensa de su Patria y que, desde luego, todavía no tenían recursos suficientes en su formación para superar la impresión que les causó la actitud colérica de Juan Pablo.
¿La concordia entre los nicaragüenses? Ya he aclarado, en el párrafo anterior, que la visita del Papa no hizo sino polarizar las actitudes religiosas y políticas de los nicaragüenses, cristianos o no. Dejando a un lado las intenciones que, suponemos, tenía el Papa al venir, sí puedo afirmar a posteriori que si el Papa pensaba conseguir esos tres frutos, no los consiguió. En este nivel, Juan Pablo II fracasó claramente en su visita a Nicaragua en 1983.
Desde luego, para quienes seguimos paso a paso, y minuto a minuto, las diez horas que duró la visita, fue absolutamente evidente que el Papa no "se puso bravo" en Nicaragua por nada que él hubiera visto personalmente, sino que ya venía bravo desde Costa Rica o desde Roma contra Nicaragua.
El Papa traía la decisión de fortalecer la posición de Monseñor Miguel Obando y Bravo, darle respaldo público y reconocimiento, a pesar de la politización clara de su figura. Traía también la decisión de hacer imposible, con su actitud, cualquier entendimiento entre el gobierno sandinista y la jerarquía eclesiástica católica, por lo menos durante las diez horas de su visita. ¿Quién le dio a entender al Papa que la Iglesia no debía confiar en el gobierno de Nicaragua ni tomar sus palabras como garantía de nada? ¿Por qué podía Juan Pablo buscar un entendimiento, como lo buscó, con el gobierno comunista de Polonia del general Yaruselski y, sin embargo, hacer imposible el entendimiento con el de Nicaragua? (Cfr. La Prensa, 18 de junio de 1983). La pregunta que muchos cristianos nicaragüenses nos hicimos en los años siguientes, muchas veces, es ¿quién fue el culpable de esa visita fracasada y, sobre todo, de provocar la actitud con la que el Papa llegó desde Roma a Nicaragua?
¿Qué fue lo que hubo de malo en Nicaragua? ¿Que se politizó la venida del Papa? En Polonia, en junio de ese mismo año, la visita papal estuvo politizada desde el comienzo hasta el fin por el mismo Papa, y eso no le pareció mal a nadie ni en Polonia ni en Roma ni en Nicaragua (Cfr. La Prensa, desde el día 16 de junio de 1983 hasta el día 26). ¿O es que la politización era mala en Nicaragua y buena en Polonia? ¿Fue que en Nicaragua se politizó una Misa? También en Polonia, y no sólo en ese viaje de junio, hemos podido ver durante años y visitas las banderas de la oposición polaca desplegadas durante las Misas del Papa, y leímos y vimos y oímos por Televisión sobre los aplausos y gritos que interrumpieron las alocuciones papales, y en Polonia Juan Pablo sonreía como respuesta y continuaba como si nada. Si en Polonia todo eso no fue nada malo, ¿por qué en Nicaragua sí? Para no irnos tan lejos: en El Salvador dijo, en ese mismo viaje de marzo, todo lo que en Nicaragua no quiso decir, y, para más contundencia, durante el sermón de la Misa ante el pueblo, ¿por qué en Nicaragua decir esas cosas era político y en El Salvador no?

Tenemos la madurez suficiente para separar la persona y el cargo, cuando es necesario hacerlo. Sabemos perfectamente el respeto que nos merece el cargo y el respeto que debemos a la actitud personal que quien lo desempeña asume en un momento determinado. Sabemos de sobra que la infalibilidad del Papa no se extiende a sus actividades y actitudes personales. Nosotros pertenecemos a la Iglesia cuyo pastor universal es el Papa y respetamos sus normas pastorales y sus declaraciones ex cátedra, que compartimos plenamente. El Papa no es infalible cuando habla, con magisterio ordinario, acerca de política o economía, ése es el campo específico del apostolado de los laicos cristianos, según la teología más segura de la Iglesia. Si nos cabía la menor duda al respecto, hemos quedado libres de ella desde el 4 de marzo de 1983. También las diez horas que estuvo Juan Pablo II entre los nicaragüenses y cada una de sus palabras deben ser analizadas desde el Evangelio y desde la solidaridad con los pobres. El día en que la Iglesia dejara de presentarse al mundo como pobre y aliada natural de los pobres, sea entonces el Papa que entonces sea, traicionaría enteramente su misión y, desde luego, traicionaría a su Señor, Jesús de Nazaret. Pero la Iglesia no nos pide que veamos al Papa, a ningún Papa, como un hombre inteligente, guapo, simpático, o santo, sino sólo que lo obedezcamos en lo que él tiene derecho a mandar.

Bibliografía
• "Juan Pablo II. Viaje Pastoral a Nicaragua. 4 de marzo de 1983", folleto de 24 páginas, editado en el Centro Juvenil "Don Bosco", Managua, 1983.
• "Juan Pablo II. Viaje Pastoral a Centroamérica; 2-9 de marzo de 1983". Discursos, Homilías y mensajes. Texto completo con sub-títulos orientadores y selección de fotos. Libro de 201 páginas, editado en el Centro Juvenil "Don Bosco", Managua, 1983.
• "Emmanuel", revista de formación pastoral. Edición especial. Con los Mensajes Integros del Viaje Apostólico de Juan Pablo II. Editada en Panamá, marzo-abril 1983, n 30, por el Equipo de Evangelización de los Padres Dominicos, David, Panamá.
• "Envío", revista n 21; editada por el Instituto Histórico Centroamericano, Managua, Nicaragua, marzo de 1983, pp 7-20.
• "Comunicación, Confer, Nicaragua", segunda época, n 17, febrero-marzo 1983; El Papa pasó por Nicaragua, pp 6-9.
• "Amanecer", revista, n 16 y 17; editada por el Centro Ecuménico Antonio Valdivieso, Managua, Nicaragua, febrero-marzo-abril de 1983.
• "Icla", boletín; editado por el Secretariado Latinoamericano MIEC-PAX ROMANA-JECI; Año IV, n 41-42, febrero-marzo de 1983. Especial, Reportaje de una visita.
• "ECA", Estudios Centroamericanos, Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, San Salvador, El Salvador; "La visita de Juan Pablo II a Centroamérica", n 413-414; marzo-abril 1983.
• "El Papa en Centroamérica", edición especial del diario "La Nación", marzo de 1983, San José, Costa Rica, páginas 76.
• "Juan Pablo II: Misionero de la Paz"; Suplemento Istmo, domingo 27 de febrero de 1983; La Estrella de Panamá, 32 páginas.
• "Sobre la Divina Misericordia", carta encíclica de Juan Pablo II, Edit. Don Bosco, La Paz-Bolivia, 1980.
• "Los muchachos"; revista de la juventud nicaragüense; n 9/83; Managua, Nicaragua, "El mensajero de la Paz", páginas 26-27.
• Periódicos La Prensa, Barricada, en Nicaragua en ese año.
• Entrevistas personales hechas en ese momento.

No hay comentarios: