jueves, 15 de julio de 2010

“El golpe creó la Resistencia y la Resistencia cambió toda nuestra forma de vivir”

Unas reflexiones subjetivas un año después del golpe de estado militar en Honduras

Revista Correo N° 10, Managua
Por Dick Emanuelsson

No es fácil resumir lo ocurrido en este año tras el golpe contra el Presidente Manuel Zelaya, pues tengo tantas impresiones de un pueblo valiente y admirable. Hemos cubierto innumerables marchas y manifestaciones, hemos visitado muchos sitios del interior del país, participado en velorios y sepelios de miembros activos del Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP), asesinados por escuadrones de la muerte. Pero creo que las palabras de BERTA CÁCERES, líder del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPHIN), resume el brusco cambio que significó el 28 de junio de 2009 para el pueblo hondureño: “El golpe creó la Resistencia y la Resistencia cambió toda nuestra forma de vivir”. Ya nada es igual. Dicen que Pablo Neruda hizo un poema sobre el pueblo de Honduras que decía más o menos que “el Pueblo puede estar dormido cien años pero cuando el pueblo de Morazán despierta, despierta con todo”.

Y así es. Un pueblo que antes el 28 de junio estaba sumiso ante el poder fáctico en Honduras, perdió todo el miedo y subordinación ante “El Patrón”. Y no solamente ante el patrón y los uniformados. Han enviado al carajo al cardenal, a obispos y pastores millonarios, y acá tenemos un pueblo sumamente creyente, pero ya no obedece más a los verdugos, patronos o los voceros religiosos de la clase social que domina Honduras.


El Embajador de Estados Unidos Hugo Llorens entró  a la Casa Presidencial a las 21.30 de la noche el 27 de junio de 2009. Saludó uno por uno a los invitados. Ahí estaban sentados los embajadores acreditados en Tegucigalpa. Los periodistas se acercaron como moscas para ver y escuchar la conversación formal entre los dos personajes. Intercambio de frases formales y nada especial. Después de unos 30 minutos del encuentro entre presidente Manuel Zelaya Rosales y los observadores internacionales que habían llegado a la tierra de Francisco Morazán para presenciar la Consulta Popular al día siguiente, el embajador Llorens se levantó y se fue del encuentro.

¿Qué cosas se movían en la cabeza de este cubano-americano cuando salía de la Casa Presidencial, dejando atrás un presidente que había normalizado las relaciones diplomáticas con la Habana y afilió el tercer país más pobre del continente americano a Petrocaribe y ALBA?

Dos semanas antes, en la ciudad de San Pedro Sula, Llorens se quejó ante Patricia Rodas, canciller de Honduras, porque su jefa, la Secretaria de estado Hillary Clinton, había tenido que esperar doce horas para poder intervenir en la Cumbre de la OEA, que se realizaba en esa ciudad hondureña. Rodas le respondió: “los pueblos latinoamericanos hemos esperado 40 años para poder hablar”.

Clinton se fue sin intervenir en esa cumbre, la misma donde la OEA resolvió la reintegración de Cuba al sistema interamericano y pidió al gobierno cubano volver a la “familia de la OEA”. La resolución fue de consenso y con el abierto respaldo del gobierno de Zelaya. Cuarenta años antes, el gobierno hondureño de turno había propuesto la expulsión de Cuba por el delito de emprender una revolución antiimperialista. Eran otros tiempos, cuando Washington dictaba a Tegucigalpa la política exterior que debía asumir.

La Habana respondió que “no”, porque seguramente los cubanos no quieren estar en un organismo –bautizado por el Che como el “Ministerio de Asuntos Coloniales de EE.UU.”–, dado que aún es un organismo en manos de Washington. Hillary se fue sin hablar, pero ella todavía no había dicho la última palabra sobre Honduras.

La noche del sábado 27 de Junio, durante la cena que Zelaya ofreció a 45 o 50 observadores internacionales que habían acudido a la consulta nacional sobre la Constituyente prevista a realizarse el día siguiente, el Presidente dijo algo difícil de olvidar:

“Mañana vamos a la Consulta Popular. La Centroamérica de ayer con los golpes de estado y guerras civiles no es la Centroamérica de hoy. Ahora las guerras se hacen en las urnas”.

Seis horas más tarde, a las 5:20 de la madrugada del 28 de junio, Zelaya fue sacado en pijamas de su casa en Tegucigalpa, mientras unos cien militares disparaban una lluvia de balas sobre su cabeza.

¿Sería esta la razón por la cual el embajador Llorens se marchó anticipadamente de Casa Presidencial la noche anterior? ¿Acaso iba a reunirse con la misma cúpula cívico militar con la que se había reunido unas semanas antes, junto a John Negroponte, para “discutir el futuro de Honduras”?

A Zelaya lo expatriaron a Costa Rica, pero antes, el avión militar que lo conducía tomó rumbo norte para aterrizar 15 minutos más tarde en Palmerola, la base aérea de Estados Unidos en Honduras, construida en 1982. Esta base cuenta con la pista aérea más larga de Centroamérica y está ubicada en el centro del centro del istmo. Su ubicación geoestratégica es indispensable para la militarización del continente por parte de Estados Unidos.

Meses antes del golpe, Zelaya había sugerido al Pentágono desalojar la base de Palmerola. Algo así como “muchas gracias, pero ahora les toca irse porque ya somos soberanos y acá vamos a construir un aeropuerto internacional”.

Ante la insistencia del Departamento de Estado de EE.UU. de negar su implicancia en el golpe militar no cabe más que preguntarse ¿Será que la Fuerza Aérea Hondureña no tenía combustible suficiente en su propia base de Tegucigalpa (la más grande de Centroamérica), y por eso el avión tuvo que llegar a Palmerola para pedirle a los gringos: ¡Full gastank, please! (llene el tanque, por favor!)?

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