sábado, 10 de julio de 2010

El arte de no aplaudir

Por Eduardo Montes de Oca

A juzgar por ciertas predicciones, todo andará sobre rieles en ese recodo de la viña del Señor llamado América Latina y el Caribe. Incluso uno mismo, tan “deformado” profesionalmente, tan perseguidor de contradicciones en un mundo donde las apariencias se venden etiquetadas como esencias, tiene que controlar el impulso de aplaudir no más hojea un reciente informe.

A finales de mayo último, la ONU pronosticaba a voz en cuello para la región en el 2010 un crecimiento económico por encima del 4 por ciento, la mejor noticia para momentos deleitosos como la sobremesa de una cena opípara, quizás hasta rematada por un puro, a la usanza burguesa del siglo XIX. Porque estamos hablando sobre todo de la burguesía (desnacionalizada, transnacionalizada, eso sí). Que los pobres son harina de otro costal, como siempre. Y que habrá más pobres, conforme a estudios que no me apuro en citar.

Y no me apuro porque primero habré de referir que el mayor despunte del área corresponderá a Brasil, con una previsión del 5,8 por ciento. El producto interno bruto del resto de Sudamérica prosperará entre 4,5 y 4,6 por ciento, mientras la expectativa para México y Centroamérica resulta cifrada en 3,4, y los países caribeños, con ser los de menor despliegue, se verán beneficiados con 2,1 por ciento. Providenciales porcentajes, ¿no?

Claro, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y otros organismos han señalado obstáculos como que en México más de la mitad de la población se encuentra sumida en la pobreza y los programas sociales devienen insuficientes. Y que lo mismo ocurre en Colombia, Perú, Guatemala, El Salvador, por mencionar a unos pocos de los golpeados por las políticas neoliberales. No en vano un reporte de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) repara en que, a pesar de constituir la nuestra una región exportadora, el alza de los precios de los alimentos y los combustibles ha provocado nueve millones más de hambrientos y un retroceso de la situación padecida desde comienzos del siglo.

Añadía, la FAO, que la crisis de los dos últimos años ha elevado a 51 millones el número de personas que (mal)viven en la miseria y a casi 200 millones la cifra de menesterosos (entre alrededor de 550 millones de habitantes), en un área con superávit de condumio, de pitanza. ¿Un ejemplo vívido? El de Perú, donde, si bien el PIB ha crecido entre 6 y 8 por ciento durante los postreros siete años, las ganancias han ido a parar a manos de las transnacionales y, en segundo término, de los ricos del patio. El 70 por ciento de los cerca de 30 millones de habitantes se halla… adivinó el lector: en la pobreza.

Y llegamos al meollo. Porque, en contraposición a las políticas en pro del bienestar de sus poblaciones puestas en práctica por los integrantes del ALBA, al parecer una parte considerable del concierto de países latinoamericanos reincide en la estrategia de libre comercio y privatizaciones que se agudizó en los 80 del siglo XX, junto con la crisis de la deuda externa, como si no hubiera fracasado en los cuatro puntos cardinales. Como si la propia CEPAL no aconsejara la rediscusión del papel del Estado para impulsar el crecimiento, sobre todo en la zona más desigual del orbe, donde el ingreso promedio per cápita en el estrato más acaudalado sobrepasa 17 veces al que percibe el 40 por ciento de los seres en los hogares más necesitados (frase lapidaria no precisamente de Marx: “Hay funciones cuya responsabilidad atañe al Estado para velar por el bien común y la cohesión social”).

Como si la caída de la inversión extranjera y la fuga neta de 63 mil millones de dólares desde el 2007 no hubieran dañado el futuro potencial de desarrollo.

He aquí la clave: crecimiento no es igual a desarrollo, pues, en el criterio de entendidos tales el argentino Atilio Borón, con el primero no se eliminan impedimentos como pobreza, exclusión social, desempleo, altas tasas de analfabetismo abierto y funcional, baja productividad media, profundos desequilibrios regionales, debilidad estatal para imponer reglas de juego en la economía, retraso tecnológico, vulnerabilidad externa, fragilidad de las instituciones democráticas (cuando las hay) y múltiples formas de dependencia de los centros del poder mundial.

Ahora, sería tonto, si no incauto, quien no comprenda que, en la economía mundial capitalista, el centro integrador, el núcleo central, se desarrolla en buena medida, si bien no exclusivamente, succionando plusvalor de la periferia, “por lo que el reverso del desarrollo del capitalismo en las metrópolis es el subdesarrollo de la periferia”, en palabras del pensador norteamericano Immanuel Wallerstein… ¿Ven por qué uno no puede aplaudir impulsivamente ante cualquier cifra aparentemente inobjetable?

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