viernes, 9 de junio de 2017

En el centenario de Juan Rulfo



Por Orlando Oramas León

Se trata de Juan Rulfo, el autor de la novela Pedro Páramo y el libro de cuentos El llano en llamas, que estremecieron los cimientos de la literatura mexicana, la cual sembró de tierra y tradición.

Nació en Apulco, en el estado de Jalisco, una región de villas rurales plenas de superstición y culto a los muertos. Ambientes desolados y de luchas violentas en las que su padre perdió la vida. Escenarios que recreó en sus breves pero brillante letras.

En 1934, se trasladó a Ciudad de México, donde trabajó como agente de inmigración en la Secretaría de la Gobernación. A partir de 1938, empezó a viajar por algunas regiones del país en comisiones de servicio y publicó sus cuentos más relevantes en revistas literarias.

Los 15 cuentos que integran El llano en llamas (1953) muestran una prosa sucinta pero expresiva sobre la dura vida de los pobres del campo, más allá de la anécdota social.

En su obra más conocida, Pedro Páramo (1955), Rulfo dio una forma más perfeccionada a la interiorización de la realidad de su país, en un universo donde cohabitan lo misterioso y lo real; un “texto inquietante”, como diría alguien, y una de las mejores novelas de la literatura contemporánea.

Así describen la esencia de Pedro Páramo:

El protagonista de la novela, Juan Preciado, llega a la fantasmagórica aldea de Comala en busca de su padre, Pedro Páramo, al que no conoce.

Las voces de los habitantes le hablan y reconstruyen el pasado del pueblo y de su cacique, el temible Pedro Páramo; Preciado tarda en advertir que en realidad todo los aldeanos han muerto, y muere él también, pero la novela sigue su curso, con nuevos monólogos y conversaciones entre difuntos, trazando el sobrecogedor retrato de un mundo arruinado por la miseria y la degradación moral.

La Comala creada por Rulfo, ardiente y estéril, más que mística, resulta una visión sobre el desarrollo histórico del país, desde el Porfiriato hasta la Revolución Mexicana. Se cumple un siglo de su llegada a este mundo, pero cuando pasen varios siglos más Rulfo seguirá siendo autor mexicano del siglo XX con mayor dimensión universal.

Así lo considera el arquitecto Víctor Jiménez, director de la Fundación Juan Rulfo (FJR), constituida por la familia del escritor en 1996 con la finalidad de cuidar y difundir su legado artístico.

Por estos días, la fundación recibió críticas por haber solicitado tanto al gobierno federal, como a autoridades del estado de Jalisco, de abstenerse de organizar homenajes públicos.

“La familia sabe que Juan Rulfo es alguien cuya figura es muy poderosa, sobre todo para políticos que quieren mejorar su imagen y a quienes sus asesores les aconsejan: ‘sí, es importante que hagas una declaración, que aparezcas portando un listón, que des un discurso’, hay baños de oportunismo. Eso se quiso mantener a raya”, argumenta Jiménez cuando en el país se viven tiempos electorales.

Pero añade otras razones:

“El medio literario mexicano no puede digerir que Rulfo es el autor nacional más leído dentro y fuera de país. Por ejemplo, tenemos detectadas más de 40 traducciones alrededor del mundo, pero no sabemos el número exacto, porque algunas son hechas al margen de la ley en diversos países”.

Rulfo escribió también guiones cinematográficos como Paloma herida (1963) y otra excelente novela corta, El gallo de oro (1963). En 1970 recibió el Premio Nacional de Literatura de México, y en 1983, el Príncipe de Asturias de la Letras.

Como parte de los homenajes a su figura, se presenta en el Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la Universidad Nacional Autónoma de México el libro El fotógrafo Juan Rulfo.

Lleva el mismo título de la exposición que muestra parte de su obra fotográfica en el Museo Amparo de Puebla.

Quizás la fotografía llevó a Rulfo a plasmar en textos la realidad que captaba su lente en los viajes por el interior del país.

“Sus fotos retienen el misterio de Pedro Páramo o de El Llano en llamas, mujeres enlutadas, campesinos, indios, ruinas, cielos borrascosos, campos resecos. Una poesía de la desolación y una humanidad concreta, una belleza real expresa un mundo que está más allá del paisaje y de sus gentes, construido en blanco y negro con gran economía y nobleza. Lo que su ojo veía el escritor los llevaba a las letras”.

La opinión es del escritor, periodista e historiador mexicano Fernando Benítez.

Pero la Fundación Juan Rulfo conserva más de seis mil contados de imágenes que muestran también a “siluetas nobles, rostros de mirada profunda, campesinas labrando la tierra o descansando y, sobre todo madres y abuelas orgullosas de sus progenituras”.

El 16 de octubre de 1963, Juan Rulfo fue contratado como redactor en el Departamento de Publicaciones del Instituto Nacional Indigenista (INI), hoy Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI), donde trabajó hasta su muerte, el 7 de enero de 1986.

Allí forjó una carrera como editor de libros y revistas especializados en los pueblos indígenas de México, que poco se conoce pero que fue una tarea fundamental para su faceta indigenista.

Durante 23 años Rulfo ocupó varios puestos en el Departamento de Publicaciones del Instituto creado en 1948. Fue redactor, corrector de estilo, subdirector de publicaciones, jefe de departamento, jefe de oficina, coordinador de publicaciones, subdirector de investigación e incluso asesor de la dirección del INI.

Allí participó en la edición de varias publicaciones, entre ellas la colección “Clásicos de la antropología”, una importante serie conformada por 80 títulos de antropología social y etnología sobre los pueblos indígenas de México. 70 de esos títulos de la colección que contiene varios autores extranjeros estuvieron a su cargo.

También, bajo su cuidado editorial, estuvo la publicación de la revista México Indígena; fue fundada por el propio Rulfo en 1970; a la que se suma el boletín Acción indigenista, que se difundía en varias de las comunidades indígenas del país.

A un siglo de su nacimiento, la Academia Mexicana de la Lengua (AML) celebró a uno de sus más distinguidos miembros con un homenaje que se llevó a cabo en el Centro de Cultura Casa Lamm, de la Ciudad de México.

“Rulfo es el primero de nuestros grandes narradores modernos a mi juicio, porque su estilo es único e inconfundible, está hecho de subversiones que desnudan con unas cuantas palabras los rasgos básicos y las acciones de los personajes.

El estilo de Juan Rulfo sobre una temática es lo que abrió la narrativa de México al mundo moderno”, comentó el poeta, ensayista y director de la Academia Mexicana de la Lengua, Jaime Labastida.

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