sábado, 18 de agosto de 2012

Los últimos entre los últimos




Las familias de los 362 privados de libertad muertos en la provocada tragedia del Centro penal de Comayagua, organizaron una vigilia para recordar los seis meses de tan macabra experiencia. Comenzó con una caminata que se plantó en los portones del Centro Penal en donde los familiares expresaron sus lamentos y pesares, sus rabias y exigencias, clamores e impotencias sobre lo ocurrido, y dejaron sentir la profunda frustración por el trato frío, indiferente, indigno, inhumano, cruel y discriminatorio que han recibido por parte de las autoridades, incluyendo el titular del Ejecutivo, Don Porfirio Lobo Sosa.
Después de un rato de reclamos, desahogos y exigencias, la caminata de familiares indignados retornó al gimnasio del centro educativo y durante toda la noche hasta ver clarear el nuevo día, compartiendo su testimonio de dolor como catarsis colectiva, cantando, rezando y gritando sus demandas. Una demanda resonó en toda la vigilia: “ya nos entregaron los cuerpos, ahora entréguennos a los culpables”.
Todas esas pobres gentes tienen plena conciencia de que las autoridades las han abandonado, y que han utilizado su tragedia incluso para recibir dineros del exterior. Una expresión implacable de este trato indigno son las cajas que el gobierno entregó a cada familia: Cuatro pedazos de madera falsa o cartón comprimido, varias de las cuales se rompieron con los cuerpos de los difuntos.
En Comayagua, y a los seis meses de una tragedia que convirtió el día del amor y la amistad en el día del horror y la maldad, una hermosa señal ha comenzado a brotar: la organización de las víctimas en torno a sus luchas y exigencias. Cuando ya era casi la medianoche, el señor de mayor edad de entre la asamblea juramentó a los miembros del Comité de Familias de Víctimas de Comayagua (COFAVICO) y les dio el mandato de representar a los víctimas con dignidad y honestidad.
Hubo señales llamativas. No hubo ni un solo representante de ninguno de los nueve partidos políticos inscritos para participar en las elecciones generales de noviembre de 2013. No había ni un solo dirigente del movimiento social y popular hondureño, ni de los sindicatos, ni del magisterio, ni de los patronatos, ni de los gremios magisteriales, ni del Frente Nacional de Resistencia Popular. No había ni un pastor evangélico y ni un solo obispo, apenas un par de curas despistados perdidos en medio de los familiares. No había ni una sola presencia de los organismos de derechos humanos que tanto suenan y resuenan cuando hay algo que protagonizar. Y no había, por supuesto, ningún representante de los empresarios ni del llamado Ministerio de Justicia y Derechos Humanos o del Comisionado Nacional de Derechos Humanos, que para efectos prácticos son la misma cosa.
En esta vigilia de los seis meses, los familiares de las víctimas estaban acompañados de sus propias lágrimas y de sus propias pobrezas, dolores, rabias y exigencias. Allí estaban los últimos entre los últimos, los que no caben en los marcos lógicos de las ongs ni en los cálculos de los políticos y dirigentes populares ni en las prudentes y muy bien agendadas oraciones eclesiásticas. Allí estaban las víctimas de los privados de libertad, de los sospechosos de todo y por eso mismo, a los que hay que mantener a raya para no arriesgar nuestras seguridades y nuestras honorabilidades. Allí estaban las víctimas muy dueñas de su dolor, gritando sus exigencias de verdad, justicia y reparación.
Mientras las campañas navegan viento en popa y mientras nos agotamos en nuestras seguridades humanas, sociales, económicas, religiosas, profesionales e intelectuales, las familias de las víctimas del Centro Penal de Comayagua, sin saber lo que es ideología y sin imaginarse lo que es una estadística y un marco lógico, nos advierten que a los ricos y la gobierno se les hace frente con un único verificador: su propio dolor y sus lágrimas convertidos en una tenaz y vital lucha contra la impunidad.

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