sábado, 25 de junio de 2011

Argentina: disparen contra Hebe


La Jornada

Morir por la causa de los hijos (La madre, Máximo Gorki), o tergiversarla para lavarse de culpas. Honrar su memoria con humildad, o lucrar con la guerra a costa de los propios hijos (Madre coraje, Bertolt Brecht). Luchar por los hijos de todos los desaparecidos (Hebe de Bonafini), o realizar el duelo con lacerantes expedientes de victimización individual (y dejémoslo ahí…).

Ahora sabemos que el poder masculino empezó cuando a la mujer se le impuso el catecismo de Platón y Aristóteles. De allí, los celos de la terrible Medea, que el racional Eurípides analizó con sosiego 2 mil 500 años antes de Freud: en situaciones extremas de confusión y dolor, las reacciones de la mujer son totalmente impredecibles.

Las risotadas del conservador Aristófanes echaron tierra sobre el enfoque crítico de Eurípides en Medea: diga o no diga, haga o no haga, la mujer no está facultada para intervenir en el mundo de los hombres. Y así nació la madre perfecta. Que si es cristiana al hijo le dice comes o te mato, y si es judía “comes o me ‘moiro’”. Los niños, que aun cuando juegan son serios, tienen razón en quejarse.

En la fábula San Julián, el hospitalario, de Flaubert, un cazador mata a la cierva y sus críos, y clava una flecha en la frente del ciervo. Herido, el animal embiste contra el cazador y, alzándose en dos patas, brama: ¡Maldito, maldito, maldito! ¡Algún día, corazón feroz, asesinarás a tu padre y a tu madre! Un modo piadoso de negar el hambre del cazador.

Frente a la una y la otra tragedia, el poder masculino se perdona a sí mismo: No matarás. Pero induce a creer que matar a los padres es más imperdonable que matar a los hijos. Esto aconteció en Argentina cuando, en plena dictadura militar (1981), la sociedad que negaba la desaparición y muerte de sus hijos se desgarró las vestiduras por el doble parricidio cometido por Pablo y Sergio Schoklender (20 y 23 años).

Los atenuantes no contaron. En el caso de las familias y personas desaparecidas, porque las buenas conciencias demandaban mano dura contra los enemigos de la mansedumbre. Y frente a los parricidas, por haber desafiado los sagrados fundamentos de la familia.

Lo de menos fue pensar que en cualquier sociedad que se precie de tal las personas pueden desaparecer por encanto, o lo declarado por los jóvenes: que el papá era un tipo violento y traficaba con armas, y la mamá una drogadicta y alcohólica que abusaba sexualmente de ellos. Los hermanos fueron condenados a cadena perpetua por el mismo delito: homicidio doblemente calificado, por ser sus padres las víctimas.

Por la ley que computaba doble los años en prisión sin sentencia en firme, Pablo consiguió la libertad condicional en 1995. Y Sergio, quien asumió la responsabilidad de todo, obtuvo en 2001 el mismo beneficio con permisos especiales para trabajar en el estudio de su defensor y regresar a dormir a su celda.

En la cárcel, Sergio aprovechó el tiempo: se recibió de abogado y de sicólogo, organizó talleres con los presos, tomó como bandera la defensa de los derechos humanos en los penales, y un buen día lo visitó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo.

Hebe se encariñó con Sergio, permitiendo que el joven se convirtiera en apoderado y en brazo derecho de una asociación que, para entonces, había crecido: universidades, empresas de construcción de viviendas populares, medios de comunicación, centros culturales, etcétera.

Sin embargo, el nada austero estilo de vida de Sergio llamó la atención de los buitres mediáticos. Y en días pasados, estalló el escándalo. El vértice de una organización mundialmente emblemática por su ética y moral probadas había sido tomado por un canalla que defraudaba sus ideales: enriquecimiento ilícito, lavado de dinero, ilícitos varios.

Las buenas conciencias hicieron picadillo a Hebe y se pusieron a ensayar retorcidas interpretaciones acerca de:

• Ella, que en medio del terrorismo de Estado miró con altivez al mundo de asesinos diseñado por los hombres.
• Ella, que empezó a pelear desde más abajo de los que dicen pelear desde abajo.
• Ella, que diluyó el nombre de sus hijos en nombre de todos los hijos muertos y desaparecidos.
• Ella, que por no entender de política decía cualquier cosa políticamente incorrecta.
• Ella, que no aceptó un centavo de indemnización por sus hijos, hasta lograr que el Estado pidiera perdón.
• Ella, la extremista que decidió apoyar a un gobierno burgués.
• Ella, la madre combativa que rechazó el diálogo y el lanzar palomas de la paz, sin previa justicia y castigo a los culpables del genocidio.
• Ella, que nunca llamó guerra a la cacería de jóvenes del Plan Cóndor, y la política de hambre y exclusión del Consenso de Washington.
• Ella, que nunca abandonó su vida de barrio y humilde vivienda, mientras construía otras de mejor calidad porque la gente debe vivir bien.

En suma, nada menos que acerca de ella: Hebe, la Kika, la madre imperfecta que, sin pelos en la lengua y durante 35 años, lidió con el insufrible mundo de los perfectos, y supo mandarlos a la mierda.

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