miércoles, 8 de junio de 2011

El asesinato por venganza de Bin Laden

Publico

Por Noam Chosmky

El ataque de Estados Unidos contra el complejo de Osama Bin Laden el 1 de mayo violó múltiples normas elementales del derecho internacional, empezando por la invasión de territorio paquistaní.

Al parecer no hubo intento alguno de aprehender a la víctima desarmada, como pudieron hacer los 79 soldados que no encontraron prácticamente oposición en el ataque.

El presidente Obama anunció que “se ha hecho justicia”. Muchos no estuvieron de acuerdo. Ni siquiera aliados cercanos a Estados Unidos.

El abogado británico Geoffrey Robertson, que en términos generales aprobó la operación, consideró que la aseveración de Obama era “absurda”, algo que debería ser obvio para quien fue profesor de Derecho Constitucional.

Las leyes paquistaníes y el derecho internacional exigen una investigación “cuando ocurra una muerte violenta como consecuencia de acción gubernamental o policial”, señala Robertson. Obama impidió que eso ocurriera al autorizar una “apresurada ‘sepultura en el mar’ sin un examen post mórtem, como exige la ley”.

“No siempre ha sido así”, nos recuerda Robertson. “Cuando llegó el momento de decidir sobre la suerte de hombres mucho más malvados que Osama Bin Laden –o sea, los líderes nazis– el Gobierno británico quiso que fueran ahorcados seis horas después de su captura”. El presidente Truman se mostró renuente, de acuerdo con el dictamen del juez Robert Jackson (fiscal jefe en el juicio de Nuremberg) que establecía que una ejecución sumaria “no sería aceptada por la conciencia estadounidense ni podría ser recordada con orgullo por nuestros hijos”. Dicho dictamen agregaba: “El único camino es determinar la inocencia o culpa de los acusados después de una audiencia tan desapasionada como lo permitan los tiempos y con base en un registro que deje en claro nuestras razones y motivos”.

Otra perspectiva sobre el ataque la han expuesto en The Atlantic el veterano corresponsal militar y de Oriente Medio Yochi Dreazen y sus colegas. Citando a un “alto funcionario militar de Estados Unidos”, llegan a la conclusión de que la muerte de Bin Laden fue un asesinato planeado. “Para muchos miembros del Pentágono y de la Agencia Central de Inteligencia, que habían pasado casi una década a la caza de Bin Laden, matarlo era un acto de venganza necesario y justificado”, escriben. Además, “capturar vivo a Bin Laden también habría comportado una amplia gama de molestos retos políticos y legales a la Administración”. Citan al excanciller de Alemania Occidental Helmut Schmidt, para quien “el ataque de Estados Unidos fue claramente una violación del derecho internacional” y Bin Laden “debió haber sido detenido y sometido a juicio”.

Los autores contrastan las declaraciones de Schmidt con las del fiscal general de EEUU, Eric Holder, que “defendió la decisión de matar a Bin Laden aunque no planteaba una amenaza inmediata para los SEAL de la Armada”. Observan, adicionalmente, que el asesinato es “la ilustración más clara hasta la fecha” de una diferencia crucial entre las políticas antiterroristas de Bush y Obama. Bush capturaba a los sospechosos y los enviaba a Guantánamo y otros campos, con consecuencias ahora bien conocidas. La política de Obama es matar a los sospechosos (junto con el “daño colateral” de la operación).

Las raíces del asesinato por venganza son profundas. En los días inmediatamente posteriores al 11-S, el deseo estadounidense de venganza desplazó cualquier preocupación por la ley o la seguridad.

En su libro The Far Enemy (El enemigo lejano), Fawaz Gerges, destacado académico especializado en el movimiento yihadista, señaló que “la respuesta dominante de los yihadistas al 11-S es un rechazo explícito de Al Qaeda y una oposición total a la internacionalización de la yihad.Al Qaeda unió todas las fuerzas sociales (en el mundo árabe) contra la yihad global”.

El influyente clérigo libanés jeque Mohammed Hussein Fadlallah condenó severamente las atrocidades cometidas por Al Qaeda el 11-S por principios. “No debemos castigar a individuos que no tienen relación con la Administración estadounidense o incluso a aquellos que tienen un papel indirecto”, dijo.

Fadlallah fue el blanco de una operación organizada por la CIA en 1985, cuando un enorme camión-bomba fue colocado en el exterior de una mezquita. El clérigo escapó con vida, pero 80 personas murieron, en su mayor parte niñas y mujeres que salían de la mezquita en el momento del ataque. Este es uno de esos innumerables crímenes que no se registran en los anales del terror.

Acciones posteriores de EEUU, particularmente la invasión de Irak, dieron nueva vida a Al Qaeda.

¿Cuáles son las consecuencias probables del asesinato de Bin Laden? Para el mundo árabe, probablemente significará muy poco. Desde hace tiempo, su presencia se estaba desvaneciendo, y en los últimos meses pasados se había visto eclipsado por la primavera árabe.

Una percepción más o menos general del mundo árabe se vio reflejada en el titular de un diario libanés: “La ejecución de Bin Laden, un arreglo de cuentas entre asesinos”.

Las consecuencias más inmediatas y significativas se producirán probablemente en Pakistán. Mucho se ha hablado acerca de la cólera de Washington porque Pakistán no entregó a Bin Laden. Menos se dice acerca de la furia en Pakistán ante el hecho de que Estados Unidos haya invadido su territorio para llevar a cabo un asesinato político.

Pakistán es el país más peligroso del mundo, con el arsenal nuclear de más rápido crecimiento. El asesinato por venganza en tierra paquistaní sólo ha alimentado el fervor antiestadounidense que había estado creciendo desde antes.

En su nuevo libro, Pakistan: A Hard Country, Anatol Lieven escribe que “si los estadounidenses alguna vez ponen a los soldados paquistaníes en una posición en la que sientan que el honor y el patriotismo les pide que combatan contra Estados Unidos, muchos se sentirán contentos de hacerlo”. Y si Pakistán se desplomara, “una consecuencia inevitable sería el flujo de numerosos exsoldados altamente adiestrados, entre ellos expertos en explosivos e ingenieros, hacia los grupos extremistas”.

La amenaza más inmediata es que materiales fisionables puedan caer en manos yihadistas, una posibilidad horrenda.

Los militares paquistaníes ya han sido presionados hasta el extremo por los ataques estadounidenses contra la soberanía paquistaní. Los ataques de aviones no tripulados que Obama incrementó inmediatamente después de la muerte de Bin Laden han arrojado más sal en las heridas.

Pero hay mucho más, incluyendo la demanda de que los militares paquistaníes cooperen en la guerra de Estados Unidos contra los talibanes afganos. Una abrumadora mayoría de los paquistaníes los ven como una fuerza que libra una guerra justa de resistencia contra un ejército invasor, dice Lieven.

La muerte de Bin Laden pudo haber sido la chispa que hiciera estallar una conflagración, con desastrosas consecuencias, particularmente si la fuerza invasora se hubiera visto obligada a combatir en su salida del país.

Quizá el asesinato fue percibido como un “acto de venganza”, como señala Robertson. Cualquiera que fuera el motivo, este no pudo haber sido la seguridad.

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