martes, 21 de junio de 2011
Reflexiones feministas
Vos el Soberano
Por Beatriz Gimeno
Las feministas ya sabemos que es difícil moverse entre el victimismo paralizante y la acción, que puede ser suicida y, en ese sentido también paralizante; entre la autoconservación y la cobardía. Entre culpar al culpable y no a la víctima y al mismo tiempo saber que si bien todas las mujeres somos desiguales respecto a los hombres no todas somos víctimas en la misma medida; que hay entre nosotras diferencias muy importantes de clase, de raza, de origen, de educación etc.; entre saber que las mujeres tenemos capacidad de agencia y resistencia incluso en las situaciones más duras y saber también que algunas tenemos mucha más capacidad de agencia que otras; entre querer que las mujeres ocupen puestos de poder y al mismo tiempo exigirles que usen esos puestos para avanzar hacia la igualdad: a estas alturas la mera presencia no es suficiente. Quienes hemos estudiado el mecanismo del “armario” sabemos hasta qué punto éste es un eficacísimo artefacto de opresión y parálisis. El armario no funciona sólo contra las personas lgtb, funciona contra otros grupos desposeídos y funciona para alejarles del acceso a la igualdad. Soy de la opinión de que también existe un armario en el que han entrado muchas mujeres feministas. Es hora de exigirles que, por el bien del feminismo, de la igualdad, de todas las mujeres, salgan de él y se hagan responsables de sus comportamientos y de su compromiso. O reprochárselo sin miedo.
En el artículo de El Mundo se nos describe una situación en la que las mujeres que se dedican a la política francesa son objeto de intolerables agresiones sexuales y comportamientos sexistas. Al parecer incluso la ministra de deportes no puede asistir a la Asamblea en falda so pena de que la agredan verbalmente. Es un caso claro de cómo el patriarcado ha aceptado que ciertas mujeres ocupen algunos puestos de poder siempre que no olviden que es un poder delegado, que podrán conservar mientras trabajen como si fueran hombres y se olviden de que son feministas; es decir que no lleven a sus puestos de poder reivindicaciones, comportamientos, política o ideología feminista.
Para ello se ponen en marcha las conocidas estrategias de control por medio de la agresión sexual que les recuerdan a cada minuto que están ocupando un puesto que no les corresponde y que pueden perder muy rápido, en cuanto se salgan del guión. Estas mujeres entonces se armarizan como feministas, están ahí como cuerpos sin sexo pero controladas por el sexo. Esas mujeres han conseguido una pequeña parcela de poder y se aferran a él a costa de lo que sea, porque es muy frágil y les ha costado mucho conseguirlo. Se les pide que sean buenas trabajadoras, pero no se admite que denuncien el sistema, el patriarcado, ni el machismo, que no sean activamente feministas, que no den la lata, que no protesten, no exijan, que no dediquen su tiempo a intentar cambiar el sistema patriarcal.
Eso ocurre con la mayoría de las feministas de todos los partidos políticos y en todos los países, feministas prestas a denunciar el machismo en los demás partidos o en personas de ideología contraria, pero siempre mudas si el machismo se da en su propio ámbito político. Pero estamos hablando de mujeres personalmente empoderadas, con suficientes recursos materiales y simbólicos, privilegiadas, con mucha capacidad de maniobra. Si la ministra insultada hubiera dado una rueda de prensa denunciando las agresiones de que es objeto es posible que el agresor se hubiera visto obligado a dimitir y es posible que alguien hubiera abierto una investigación y que se abriera así un camino para la denuncia o el cambio. Es posible que ella no pudiera seguir siendo ministra, o quizá sí que siguiera siéndolo, pero ¿qué precio tienen la dignidad, el compromiso, el comportamiento ético?
Si una diputada se volviera al diputado agresor y le denunciara ante quien corresponda, si junto con otras diputadas hablaran con los periódicos… ¿las iban a echar a todas? Si hubieran tenido el coraje de salirse del guión escrito para ellas las cosas podrían cambiar. Pero ellas aguantan y lo hacen por conservar su poder, sus sueldos, su posición, sus privilegios. Y a nosotras, a las feministas de andar por casa, se nos dice que es suficiente con que ellas estén ahí, con que haya mujeres ocupando puestos de poder. Pero no, a estas alturas ya no es suficiente. Me parece muy triste, pero muy ilustrativo que haya tenido que ser una camarera inmigrante, negra y pobre, precaria y sin ningún poder, la que haya decidido jugárselo todo para poner en su sitio a Strauss-Kahn y no las secretarias, periodistas o cargos políticos importantes a las que el parecer él ya había agredido. Todas callaron.
El segundo escenario es Michelle Bachelet. La he escuchado varias veces en persona y siempre me ha impresionado por su contundencia feminista. Sin embargo, como presidenta de Chile no dictó apenas leyes favorables al avance de las mujeres, no hizo gran cosa por ellas. Lo que ahora dice Bachelet en las conferencias que está dando en España, peticiones que comparto, no lo dijo ni lo llevó a cabo mientras fue presidenta de Chile. Supongo que no fue por falta de ganas, sino porque de nuevo, incluso para una presidenta, ese poder es delegado y se le permite ejercerlo mientras no se toque el statu quo entre mujeres y hombres. De lo contrario se le habría echado encima la prensa, la iglesia, los poderes mediáticos, los poderes empresariales, financieros, su propio partido político, la clase política entera…y quizá hubiera sido insoportable. Además, no lo olvidemos, ser mujer poderosa y ocuparse de cosas de mujeres devalúa ese poder y eso es, precisamente, lo que muchas políticas quieren evitar. Ha llegado el momento en que las feministas tenemos que exigir a las nuestras responsabilidad ética y compromiso con el feminismo. Si esas mujeres hicieran feminismo cada día (la inmensa mayoría son feministas) eso contribuiría a deslegitimar esa impresión de falsa igualdad que se ha instalado en la sociedad y contribuiría, además, a hacer comprensible lo que es el feminismo.
El tercer escenario es el de Sol, en donde todas sabemos lo que ha pasado. Y no al final, sino desde el principio. Las mujeres acampadas en Sol no han tenido problemas por mujeres, que hay allí muchas y no les pasa nada, sino por feministas. Por estar fuera del armario feminista. Ellas han pagado por aquellas que siendo feministas no se visibilizan y no dan la batalla en todos los espacios. Por ser la mayoría muy jóvenes y no vivir completamente integradas aun en el sistema no habían tenido ocasión de comprobar el castigo que se hace recaer sobre la visibilidad feminista. Ellas quisieron visibilizarse convencidas, además, de que al ser la acampada un espacio alternativo, al no estar en juego el poder real, ni un trabajo, ni una posición, ni dinero etc. y al ser “los compañeros” más o menos de la misma adscripción ideológica, sería más fácil. Craso error.El feminismo no sólo lo viven como una amenaza los hombres poderosos, sino la mayoría de ellos porque les cuestiona todo, desde el lenguaje que utilizan, hasta el espacio que ocupan, sus trabajos, los recursos, el ocio, las relaciones personales…El feminismo amenaza todo un sistema en el que todos los hombres son privilegiados respecto a las mujeres de su misma posición. Hay privilegios reales en juego, materiales, simbólicos, psicológicos, y es difícil desprenderse de ellos voluntariamente y sin un proceso de autorreflexión profundo que no todo el mundo está en disposición de hacer.
Las militantes feministas tenemos derecho a exigir compromiso y visibilidad a aquellas mujeres que se dicen feministas y que ocupan puestos de poder y responsabilidad, y tenemos derecho a hacerlo sin que se nos acuse de deslealtad con el feminismo, o de dividir a las mujeres. Es cierto que visibilizarse tiene un coste (si no lo hubiera no habría patriarcado), pero un coste mucho menor para algunas que para esa camarera inmigrante, un coste que hay que prepararse para pagar, que va en el cargo, en el sueldo, en el privilegio. Un coste asumible. A esas mujeres que se llaman a sí mismas feministas hay que exigirles que lo demuestren cada día, que salgan de sus armarios, que den la batalla. No estamos igual que hace 50 años, hemos andado un largo camino y las mujeres feministas tenemos derecho a exigir a otras mujeres feministas que se arriesguen sí, por las que no pueden, por las que sufren terriblemente por ser mujeres; si por cobardía no lo hacen, si por conservar su puestito no dicen nada, entonces creo que ha llegado la hora de reprochárselo.
Por Beatriz Gimeno
Las feministas ya sabemos que es difícil moverse entre el victimismo paralizante y la acción, que puede ser suicida y, en ese sentido también paralizante; entre la autoconservación y la cobardía. Entre culpar al culpable y no a la víctima y al mismo tiempo saber que si bien todas las mujeres somos desiguales respecto a los hombres no todas somos víctimas en la misma medida; que hay entre nosotras diferencias muy importantes de clase, de raza, de origen, de educación etc.; entre saber que las mujeres tenemos capacidad de agencia y resistencia incluso en las situaciones más duras y saber también que algunas tenemos mucha más capacidad de agencia que otras; entre querer que las mujeres ocupen puestos de poder y al mismo tiempo exigirles que usen esos puestos para avanzar hacia la igualdad: a estas alturas la mera presencia no es suficiente. Quienes hemos estudiado el mecanismo del “armario” sabemos hasta qué punto éste es un eficacísimo artefacto de opresión y parálisis. El armario no funciona sólo contra las personas lgtb, funciona contra otros grupos desposeídos y funciona para alejarles del acceso a la igualdad. Soy de la opinión de que también existe un armario en el que han entrado muchas mujeres feministas. Es hora de exigirles que, por el bien del feminismo, de la igualdad, de todas las mujeres, salgan de él y se hagan responsables de sus comportamientos y de su compromiso. O reprochárselo sin miedo.
En el artículo de El Mundo se nos describe una situación en la que las mujeres que se dedican a la política francesa son objeto de intolerables agresiones sexuales y comportamientos sexistas. Al parecer incluso la ministra de deportes no puede asistir a la Asamblea en falda so pena de que la agredan verbalmente. Es un caso claro de cómo el patriarcado ha aceptado que ciertas mujeres ocupen algunos puestos de poder siempre que no olviden que es un poder delegado, que podrán conservar mientras trabajen como si fueran hombres y se olviden de que son feministas; es decir que no lleven a sus puestos de poder reivindicaciones, comportamientos, política o ideología feminista.
Para ello se ponen en marcha las conocidas estrategias de control por medio de la agresión sexual que les recuerdan a cada minuto que están ocupando un puesto que no les corresponde y que pueden perder muy rápido, en cuanto se salgan del guión. Estas mujeres entonces se armarizan como feministas, están ahí como cuerpos sin sexo pero controladas por el sexo. Esas mujeres han conseguido una pequeña parcela de poder y se aferran a él a costa de lo que sea, porque es muy frágil y les ha costado mucho conseguirlo. Se les pide que sean buenas trabajadoras, pero no se admite que denuncien el sistema, el patriarcado, ni el machismo, que no sean activamente feministas, que no den la lata, que no protesten, no exijan, que no dediquen su tiempo a intentar cambiar el sistema patriarcal.
Eso ocurre con la mayoría de las feministas de todos los partidos políticos y en todos los países, feministas prestas a denunciar el machismo en los demás partidos o en personas de ideología contraria, pero siempre mudas si el machismo se da en su propio ámbito político. Pero estamos hablando de mujeres personalmente empoderadas, con suficientes recursos materiales y simbólicos, privilegiadas, con mucha capacidad de maniobra. Si la ministra insultada hubiera dado una rueda de prensa denunciando las agresiones de que es objeto es posible que el agresor se hubiera visto obligado a dimitir y es posible que alguien hubiera abierto una investigación y que se abriera así un camino para la denuncia o el cambio. Es posible que ella no pudiera seguir siendo ministra, o quizá sí que siguiera siéndolo, pero ¿qué precio tienen la dignidad, el compromiso, el comportamiento ético?
Si una diputada se volviera al diputado agresor y le denunciara ante quien corresponda, si junto con otras diputadas hablaran con los periódicos… ¿las iban a echar a todas? Si hubieran tenido el coraje de salirse del guión escrito para ellas las cosas podrían cambiar. Pero ellas aguantan y lo hacen por conservar su poder, sus sueldos, su posición, sus privilegios. Y a nosotras, a las feministas de andar por casa, se nos dice que es suficiente con que ellas estén ahí, con que haya mujeres ocupando puestos de poder. Pero no, a estas alturas ya no es suficiente. Me parece muy triste, pero muy ilustrativo que haya tenido que ser una camarera inmigrante, negra y pobre, precaria y sin ningún poder, la que haya decidido jugárselo todo para poner en su sitio a Strauss-Kahn y no las secretarias, periodistas o cargos políticos importantes a las que el parecer él ya había agredido. Todas callaron.
El segundo escenario es Michelle Bachelet. La he escuchado varias veces en persona y siempre me ha impresionado por su contundencia feminista. Sin embargo, como presidenta de Chile no dictó apenas leyes favorables al avance de las mujeres, no hizo gran cosa por ellas. Lo que ahora dice Bachelet en las conferencias que está dando en España, peticiones que comparto, no lo dijo ni lo llevó a cabo mientras fue presidenta de Chile. Supongo que no fue por falta de ganas, sino porque de nuevo, incluso para una presidenta, ese poder es delegado y se le permite ejercerlo mientras no se toque el statu quo entre mujeres y hombres. De lo contrario se le habría echado encima la prensa, la iglesia, los poderes mediáticos, los poderes empresariales, financieros, su propio partido político, la clase política entera…y quizá hubiera sido insoportable. Además, no lo olvidemos, ser mujer poderosa y ocuparse de cosas de mujeres devalúa ese poder y eso es, precisamente, lo que muchas políticas quieren evitar. Ha llegado el momento en que las feministas tenemos que exigir a las nuestras responsabilidad ética y compromiso con el feminismo. Si esas mujeres hicieran feminismo cada día (la inmensa mayoría son feministas) eso contribuiría a deslegitimar esa impresión de falsa igualdad que se ha instalado en la sociedad y contribuiría, además, a hacer comprensible lo que es el feminismo.
El tercer escenario es el de Sol, en donde todas sabemos lo que ha pasado. Y no al final, sino desde el principio. Las mujeres acampadas en Sol no han tenido problemas por mujeres, que hay allí muchas y no les pasa nada, sino por feministas. Por estar fuera del armario feminista. Ellas han pagado por aquellas que siendo feministas no se visibilizan y no dan la batalla en todos los espacios. Por ser la mayoría muy jóvenes y no vivir completamente integradas aun en el sistema no habían tenido ocasión de comprobar el castigo que se hace recaer sobre la visibilidad feminista. Ellas quisieron visibilizarse convencidas, además, de que al ser la acampada un espacio alternativo, al no estar en juego el poder real, ni un trabajo, ni una posición, ni dinero etc. y al ser “los compañeros” más o menos de la misma adscripción ideológica, sería más fácil. Craso error.El feminismo no sólo lo viven como una amenaza los hombres poderosos, sino la mayoría de ellos porque les cuestiona todo, desde el lenguaje que utilizan, hasta el espacio que ocupan, sus trabajos, los recursos, el ocio, las relaciones personales…El feminismo amenaza todo un sistema en el que todos los hombres son privilegiados respecto a las mujeres de su misma posición. Hay privilegios reales en juego, materiales, simbólicos, psicológicos, y es difícil desprenderse de ellos voluntariamente y sin un proceso de autorreflexión profundo que no todo el mundo está en disposición de hacer.
Las militantes feministas tenemos derecho a exigir compromiso y visibilidad a aquellas mujeres que se dicen feministas y que ocupan puestos de poder y responsabilidad, y tenemos derecho a hacerlo sin que se nos acuse de deslealtad con el feminismo, o de dividir a las mujeres. Es cierto que visibilizarse tiene un coste (si no lo hubiera no habría patriarcado), pero un coste mucho menor para algunas que para esa camarera inmigrante, un coste que hay que prepararse para pagar, que va en el cargo, en el sueldo, en el privilegio. Un coste asumible. A esas mujeres que se llaman a sí mismas feministas hay que exigirles que lo demuestren cada día, que salgan de sus armarios, que den la batalla. No estamos igual que hace 50 años, hemos andado un largo camino y las mujeres feministas tenemos derecho a exigir a otras mujeres feministas que se arriesguen sí, por las que no pueden, por las que sufren terriblemente por ser mujeres; si por cobardía no lo hacen, si por conservar su puestito no dicen nada, entonces creo que ha llegado la hora de reprochárselo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario