Por Germán Uribe
Si algo ha venido diluyéndose a una velocidad vertiginosa en el entorno de nuestras vidas, ello es la fidelidad a la verdad, particularmente por parte de quienes ejercen la función de informar, es decir, por parte de los periodistas que son los verdaderos proveedores de noticias en el espectro mediático que hoy por hoy está alcanzando la categoría de poder definitorio en la sociedad de estos comienzos del siglo XXI.
La globalización le ha insuflado una vida tan irresistiblemente dinámica a los medios de comunicación y le viene aportando un impulso tan arrollador y sorprendente, que hace de estos ya no un cuarto sino casi un primer poder, extremadamente peligroso si se observa que ha inspirado al cada vez más reducido número de poderosos propietarios de medios a construir primero, y luego a creerse, un contenido informativo que asimilan como la única verdad de la que disponen pueblos y gobiernos para encauzar sus vidas, sus políticas y su futuro.
Es probablemente un nostálgico pero condenable retorno a la época aristocrática griega durante la cual eran los poderosos quienes determinaban en donde estaba lo verdadero, y en donde lo falso.
Juan Linares, en Semana.com (04/03/2011), nos pinta un cuadro estremecedor aunque fidedigno al respecto:
"Así el periodismo, que antes era una especie de servicio social, hoy defiende al capitalismo globalizado a través de siete grupos multimedia que controlan el 70% de los medios de comunicación mundial. Estas siete corporaciones: Fox News, Time Warner, Disney, Sony, Bertelsmann, Viacom y General Electric, controlan la TV, los satélites, las agencias de noticias, las revistas, las radios, los periódicos, las editoriales, la producción cinematográfica, la conexión a Internet, la distribución de películas, etc. Estos siete fantásticos son los que marcan la agenda de la guerra o de la paz en los países petroleros, les dictan las “nuevas ideas” a nuestros gobernantes e imponen sus valores culturales a nuestros pueblos."
Para muestra, el más reciente botón: Libia. Y los botones que seguramente vendrán: Siria, Irán, Yemen, Pakistán, ¿Venezuela?...
Y el mismo Linares, haciendo mención al tema de verdad y periodismo, dice que la verdad es la " piedra fundacional sobre la cual se asienta el periodismo". Debió decir más bien "sobre la cual está obligado a asentarse el periodismo", puesto que más adelante puntualiza que esa "verdad" periodística pertenece "al censo de las palabras sospechosas", dicho por nosotros ahora, no solamente sospechosa, sino difusa y desteñida y en un alto porcentaje simplemente desaparecida.
Si tenemos en cuenta la definición -muy aproximada- de objetividad periodística como aquella coincidencia entre la realidad y su escrupulosa descripción, sabemos de antemano que estamos hablando de materia extraña a los mandamases de los medios y sus subalternos comunicadores, porque mientras estos continúen aferrados a la práctica de la interpretación como la regla que domina la información, ni la sinceridad, ni la objetividad, ni el derecho a las noticias veraces, ni el interés de la comunidad, podrán salir bien librados.
Alguien hablaba recientemente de los riesgos que corría la prensa no tanto por los avances de la Internet que viene engulléndolo y agitándolo todo, como por la insistencia para que la objetividad -reclamo medular en este tema- permanezca como el prurito de la misión periodística. Decía el extravagante aunque gracioso analista que la objetividad hacía del periodismo algo vacío y frio, restándole la pasión innata al vértigo noticioso y dejando a los diarios y a los medios en general "sin sangre y sin alma". Vaya, vaya, manera desvergonzada ésta de buscar rentabilidad en un trueque entre el uso y abuso de la verdad y el rating o las tiradas millonarias que generen espléndidos beneficios económicos a los patrones y "señores" de la industria mediática.
Habría que notificarlo de una vez: la verdadera enfermedad del periodismo contemporáneo no es el manipuleo que se permite "sufrir" por parte de las ideologías. Ni tampoco de manera exclusiva su rendida pleitesía al poder político y a las recurrentes "versiones oficiales". Ni su alienación en los rendimientos económicos. Ni siquiera sus turbios conceptos éticos. Ni la sobradez con la que a menudo se muestra fungiendo como la dueña y señora de la "verdad" -su verdad, sí, en su delirio quizás, pero no la verdad nuestra- que, poco a poco y de manera casi imperceptible, ha venido convirtiendo en propiedad privada.
No. La verdadera enfermedad del periodismo de nuestros días y que terminará por hacer colapsar la reinante preponderancia mediática, autodestruyéndola, es su desprecio por la objetividad. Porque no es otra que la falsedad la que nutre al globalizado monopolio mediático.
Pienso que lo único que puede hacer prevalecer la verdad y rendirle tributo a la objetividad en el fangoso mundo actual del imperio y la tiranía mediática, es la pasión amorosa -personal e individual- por el periodismo y el culto por su función social que seguramente anida en el alma y la inteligencia de numerosos honestos periodistas dispersos ellos por todo el el mundo.
Finalmente, "entredicho", dice el Diccionario de la lengua española, Wordreference, uno de los más visitados de la Internet, es la "duda que recae sobre algo o alguien, especialmente sobre su honradez o veracidad". He allí descrito en dos términos críticos mi punto de vista sobre la actual supremacía mediática, engendrada por la inagotable audacia del capitalismo y convenientemente globalizada para favorecer sus intereses.
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