Por Paco Bello
Quisiera que esto que voy a intentar estructurar tuviera algún valor; que sirviera de algo. Porque se nos están acabando las oportunidades de reflotar y embellecer aquello que otros crearon y que por momentos pareció tener algún futuro.
Puede que no nos queramos mover ni implicar en nada, soñando que eso que a los demás les está ocurriendo no nos va a ocurrir a nosotros, que por alguna razón somos tan especiales como para que las reformas laborales, de pensiones, de sanidad, impositivas, educativas, y otras, no nos afecten. O quizá pensamos que como somos independientes, no nos afectará la crisis que sí afecte a todos nuestros conciudadanos, o que somos muy mayores y ya poco nos puede afectar (si no tenemos familia es un planteamiento egoísta pero válido). Puede que incluso no tengamos opinión en lo que se refiere a las relaciones exteriores de nuestro país, o que no nos sintamos responsables de las muertes que produzca nuestro ejército. Tampoco nos afecta.
Todos sabemos que sí que nos afecta, otra cosa es que nos hayan incapacitado para asumir responsabilidades, o que no sepamos qué causa o movilización apoyar en la que nuestro mayor o menor esfuerzo esté bien invertido.
Parece poco provechoso apostar por temas puntuales y que afectan a un grupo concreto, y ciertamente en esos casos es verdad que aunque en el futuro pudiera afectarnos no haber ofrecido nuestro soporte, es una apuesta arriesgada jugar con nuestro escaso y necesario tiempo libre. Quizá con otros directamente no estemos de acuerdo. Pero hay uno que nos afecta a todos por igual: la información.
Voluntariamente, hasta en el lugar más recóndito del mundo, hemos ido adquiriendo e instalando el altavoz audiovisual que dicta los pasos y modas a seguir en todas las sociedades en cada uno de nuestros hogares. No en vano se conoce a esta época como la de la Sociedad de la Información. Hemos abandonado el templo y altar desde el que cada domingo se marcaban las directrices conductuales, por una pléyade de neopárrocos a sueldo de las corporaciones y factorías de opinión. Y hemos multiplicado exponencialmente la capacidad de penetración y la facilidad de difusión del mensaje. Es un bombardeo masivo e inmisericorde de adoctrinamiento de la modernidad cívica, desde donde se crean filias y fobias interesadas, y no solo con sermones, sino desde los espacios más inocentes, donde nos muestran cómo y dónde viven aquellos que son como nosotros y también los que son “mejores” y “peores”, para que nunca olvidemos que si se siguen las reglas podemos alcanzar el cielo, y si las rompemos… el infierno.
¿Pero quién decide los contenidos? Obviamente los dueños de esas corporaciones, que son a su vez garantes de su negocio y el modelo de Estado que lo sustenta.
¿Y las televisiones públicas? Es sencillo… si uno comprueba la porción de cuota de pantalla que dominan las cadenas privadas, podrá deducir que tienen poder para poner y quitar gobiernos manipulando a la población en contra o favor del que convenga. Por tanto el gobernante que quiera permanecer en su posición sabe que debe mantener ese statu quo de inacción fomentando el desinterés en las zonas donde existan esos grupos privados*.
Se discutió durante mucho tiempo si la programación que se ofrecía era la que la gente demandaba, o eran ellos mismos los que generaban la demanda. Parece que hoy día sólo es necesario echar un vistazo a cualquier dossier de mercadotecnia para comprobar que la televisión no es ajena al mercadeo. Eso no quiere decir que una importante parte de la población no apreciara un cambio o incluso una reforma completa del modelo actual de contenidos. Hay que recordar que en 2008 el primer debate entre los dos máximos candidatos para alcanzar la Presidencia del Gobierno (una manipulación más), José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, logró reunir una audiencia media superior a los trece millones de telespectadores y una cuota de pantalla del 59,1%. y más de doce millones de ciudadanos estuvieron pendientes al menos un minuto del debate emitido por Antena 3 entre los número dos del PSOE y del PP al Congreso por Madrid, Pedro Solbes y Manuel Pizarro.
Imaginemos que en lugar de debates preparados, partidistas y absolutamente pactados, tomásemos por metafórico asalto nuestro derecho a elegir el tipo de información, sentásemos unas horas al mes a representantes del gobierno de turno frente a personas no condicionadas ni laboral ni económicamente por ningún grupo de poder, y pudiésemos presenciar un careo sin paños calientes… ¿de qué cuota de pantalla estaríamos hablando? ¿cuánta información que silencian los medios pasaría al dominio público? ¿cómo cambiaría eso la relación de la administración con la ciudadanía? ¿qué consecuencias tendría romper la hegemonía del pensamiento único? ¿tomarían las mismas medidas si tuvieran que dar cuenta pública de sus actos con regularidad frente a personas independientes? ¿Está muy bien verdad? Pues sólo hay que pedirlo incansablemente y en masa, y debemos lograr que todas las voces de los librepensadores con poder de difusión mayor o menor se centren en este proyecto concreto, pero sin disputas ni fisuras. Si todos nos implicamos de forma unánime seguro que valoran conceder algo tan justo y pacífico como fomentar el diálogo en previsión de males mayores si se niegan.
Si no adoptamos medidas y nos concentramos en un proyecto viable y concreto, seguiremos perdidos en nuestras atomizadas reivindicaciones y denuncias particulares y anónimas. Esas que jamás existirán porque lo que no aparece en los grandes medios, no existe excepto para un grupo casi numéricamente invariable y cíclico que sigue enquistado en la alterinformación queriendo cambiar el mundo sin llegar al mundo. Y así agotaremos nuestras fuerzas, que no son infinitas, mientras llegan otros que continúen nuestro calvario partiendo de cero.
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