viernes, 20 de mayo de 2011

La razón de la independencia

La Jiribilla

Por Pedro Pablo Rodríguez

El ensayo de José Martí, considerado cada vez más como uno de los textos fundadores del pensamiento latinoamericano es, sin duda, también uno de los escritos iniciadores del modernismo literario hispanoamericano, cualidad quizá no destacada suficientemente. No pretendo en estos apuntes fundamentar tal aserto, sino solamente llamar la atención acerca de que las características de esta prosa atrevida y original son elemento decisivo para expresar justamente la síntesis analítica que hace del texto un valioso e iluminador examen de la realidad continental en su conjunto tanto para entender la región en aquel momento finisecular en que fue escrito, como en su alcance propositivo. Y, desde tal perspectiva, quiero ofrecer algunos comentarios acerca de la mirada martiana desde “Nuestra América” sobre el proceso independentista de los primeros decenios del siglo XIX.

Es indudable que los objetivos esenciales del ensayo son brindar una explicación del presente que se vivía para fundamentar la necesidad de asumir cambios radicales que desatasen a la región de sus viejas ataduras y que, al mismo tiempo, evitasen el ajuste de nuevos lazos sobre la base de los previos, que conducirían hasta la pérdida de la soberanía de las naciones de la zona. Por ello, se advierte de inmediato una cierta urgencia en sus palabras, que conspiran contra el análisis metódico, extenso y acabado. El intelectual cubano, a punto ya de lanzarse a asumir el liderazgo del movimiento patriótico insular, no ofrece, pues, un tratado —tan usual en la cultura de la época—, mas tampoco entrega un programa. Este, si de alguna manera lo hay en el texto, tiene un sentido absolutamente implícito.

No sabemos si el escrito le fue solicitado por los editores de La Revista Ilustrada de Nueva York, en la que apareció “Nuestra América” por primera ocasión el 1ro. de enero de 1891, ni cómo aquellos lo consideraron en términos de género literario. Lo que sí me parece obvio es que el escritor estaba consciente de que redactaba para una publicación periódica, asunto en lo que tenía vasta y larga experiencia, y que finalmente no lo consideró reñido con su envío a un diario como El Partido Liberal, de México, donde colaboraba habitualmente. Y la revisión de las publicaciones martianas en los diarios a lo largo de los años 80 demuestra que más de una pueden clasificarse claramente como ensayos. No estamos entonces ante algo inusual en el ejercicio martiano del periodismo.

La decisión o la inclinación inconsciente hacia el ensayo al redactar el texto, indican, en cualquiera de ambos casos, que hubo una voluntad escritural ajena a la crónica y al artículo sobre un determinado y preciso acontecimiento o asunto: a mi juicio, Martí pretendió a plena conciencia entregar su interpretación madura acerca de la problemática regional y no solo de sus problemas. De ahí, pues, lo tan abarcador de su estudio que requiere por ello de la síntesis, aunque esta también se le imponía, a mi ver, por su marcado deseo ya por esos años de huir de las trampas a que le conducía la lógica de la razón moderna, objetada entonces por él más de una vez y en el propio ensayo que nos ocupa.

El dilema martiano era tremendo: no solo debía entregar un análisis del presente con miras al futuro; no solo debía buscar las raíces de ese presente; sino que, además, debía hacerlo desde otras perspectivas y otras lógicas, diferentes a las que campeaban en aquellos tiempos, so pena de que su apreciación quedase en las mallas de las que entonces se repetían y de que, por consiguiente, tendiese a servir a los mismos intereses responsables de la situación que se vivía. Y no puede dejarse a un lado que el hombre que se sentó a redactar estas cuartillas no era, ni pretendía ser, un profesional de alguna disciplina social, ni siquiera un profesional de las letras —aunque viviese en sí mismo el drama moderno de escribir para recibir un pago y asegurar así su existencia—, sino que se trataba de un revolucionario profundo empeñado en quitar todas las trabas a la sociedad y a las personas. Recuérdese que había dicho que su deseo era “desatar a América y desuncir al hombre”, frase que, por cierto, evidencia una vez más su extraordinaria capacidad de síntesis a través de la imagen.

Esa lógica y esas perspectivas otras se hacen sentir, en consecuencia, en “Nuestra América” en todos los asuntos que allí fue tocando, lo cual, desde luego, es una evidencia más de esa voluntad analítica desde puntos de vista distantes a los usuales y a la vez, razón de su misma expresión.

II 
En el ensayo, Martí se refiere explícitamente a las independencias hispanoamericanas en dos momentos, aunque es obvio que ese asunto está en fondo de toda su mirada sobre la problemática continental.

La primera mención se sitúa justamente al comienzo del cuarto párrafo, que abre la tercera parte del texto, si nos atenemos a los separadores con que fue publicado tanto en Nueva York, como en México, parte que se dedica esencialmente a sustentar la crítica al empleo de fórmulas ajenas a las realidades continentales y a rechazar el considerar como incapaces y atrasadas a las clases populares.

Dice así Martí, apelando a la interrogante afirmativa: “¿Ni en qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de la pelea del libro con el cirial, sobre los brazos ensangrentados de un centenar de apóstoles?”.

En verdad el empleo del verbo “levantadas” permite entender la idea en dos sentidos: como referencia al proceso de las luchas patrióticas para alcanzar tales repúblicas, y como la existencia de esas repúblicas tras las guerras emancipadoras. La habitual polisemia martiana y el propio hecho histórico de que la mayoría de las repúblicas hispanoamericanas se “levantaron” tras cruentas guerras admite la lectura en ambos sentidos. Los “indios mudos”, frase usada por su autor en otros de sus textos, puede entenderse como la ausencia de voz propia, que expresa sus propios intereses, sobre todo cuando sabemos por otro escrito de aquella época —me refiero a su discurso “Madre América”, pronunciado el 19 de diciembre de 1889 ante los delegados de Hispanoamérica a la Conferencia Internacional Americana de Washington— que la presencia de los guerreros de los pueblos originarios fueron para él decisivos para la victoria de la causa patriótica.

La pelea del libro con el cirial puede entenderse como el enfrentamiento entre la iglesia, sostén del colonialismo español y afincada en la apelación a la fe, y la razón y el análisis, el conocimiento representado por el libro, manera también de recordar la significación de las personalidades ilustradas que generalmente dirigieron los procesos independentistas y de las nuevas ideas. Y “los apóstoles” de brazos ensangrentados alude a los aún llamados antecesores o protoindependentistas y muy probablemente a los líderes que encabezaron la resistencia indígena frente a la conquista. Tal interpretación se sustenta en señalamientos en tal sentido en “Madre América”, y en su discurso dedicado a Bolívar, en 1893, en que explica las independencias como la unión entre la “revolución de lo alto”, la “levadura rebelde” del español segundón, y la cólera baja y “el consuelo de la guerra” para las masas indígenas.

Más adelante, ya en el larguísimo párrafo siete de “Nuestra América”, que constituye a la vez la parte cuarta del ensayo, Martí se extiende en sus apreciaciones sobre las independencias. Obsérvese su marcado interés en señalar lo complejo de los sucesos en que se entremezclaron intereses y grupos y clases sociales diversos, y hasta los símbolos de la colonia, lo cual le sirve para sustentar la complejidad en que surgieron las repúblicas, y a la vez cómo las clases populares no estuvieron ausentes de dichos procesos: “Con los pies en el rosario, la cabeza blanca y el cuerpo pinto de indio y criollo, vinimos denodados al mundo de las naciones. Con el estandarte de la Virgen salimos a la conquista de la libertad.”

Y a continuación se extiende en la reiteración de estas características de complejidad en diferentes lugares del continente, como México, Centroamérica, Venezuela y la región del Plata.

“Un cura, unos cuantos tenientes y una mujer alzan en México la república en hombros de los indios. Un canónigo español, a la sombra de su capa, instruye en la libertad francesa a unos cuantos bachilleres magníficos, que ponen de jefe de Centroamérica contra España al general de España. Con los hábitos monárquicos, y el Sol por pecho, se echaron a levantar pueblos los venezolanos por el Norte y los argentinos por el Sur.”

Y la grandeza del proceso y de sus líderes se demuestra para el cubano con la entrevista de Guayaquil entre Bolívar y San Martín: “Cuando los dos héroes chocaron, y el continente iba a temblar, uno, que no fue el menos grande, volvió riendas”.

Parecería así que, a pesar de reconocer lo difícil y hasta contradictorio de aquel proceso de luchas armadas, Martí favorece una visión positiva de estas y encuentra que ellas abrieron camino un destino provechoso para nuestros pueblos, frustrado sin embargo por los regímenes republicanos que, entre otras cosas, apartaron a las clases populares y se asentaron sobre formas organizativas de otras realidades: “las capitales de corbatín dejaban en el zaguán al campo de bota de potro”; “los redentores bibliógenos no entendieron que la revolución que triunfó con el alma de la tierra desatada a la voz del salvador, con el alma de la tierra había de gobernar”. Y el continente desatendió o desoyó “a los ignorantes que lo habían ayudado a redimirse” y dio lugar a un gobierno que no tenía por base la razón de todos en las cosas de todos”, sino “la razón universitaria de unos sobre la razón campestre de otros”.

Y entonces, concluye que ocurrió lo contrario a lo buscado y logrado por las guerras de independencia: “La colonia continuó viviendo en la república.”

¿Fracasó, pues, para Martí la epopeya bélica de la independencia? Todo lo contrario. Al igual que explícitamente lo afirma en más de uno de sus escritos, al igual que califica en otros de sus textos de próceres y de héroes a los conductores de aquellas gestas, en “Nuestra América” indica la necesidad de recuperar aquel espíritu de unidad que inflamó a las luchas libertadoras y que los cambios imprescindibles para tomar el rumbo que marcaban las necesidades propias del continente, comportaban la inclusión de las clases populares.

Interesante e infrecuente lectura la de Martí acerca de los procesos independentistas hispanoamericanos, no como inevitables fracasos históricos, según el planteo de las fuerzas más conservadoras, ni como meros símbolos formales de las nuevas naciones burguesas que se estaban estructurando durante la segunda mitad del siglo XIX, sino como impulsos, acicates y ejemplos para las nuevas naciones inclusivas, originales y genuinas propuestas en “Nuestra América”.

Estamos entonces en presencia de otra lectura, de otra asimilación del pasado, de carácter renovador, revolucionario, que intentaba no valerse, ni validarse de la razón “universitaria” a la que se objeta sistemáticamente a lo largo del ensayo.

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