martes, 5 de octubre de 2010
Francisco Morazán: nuestro paradigma
Vos el Soberano
Por Gustavo Zelaya
A 218 años del nacimiento de Francisco Morazán la intransigencia conservadora sigue atropellando su herencia. La cintura de América continúa parcelada y es por ello que la vigencia del ideal morazánico no se agota ni ha podido ser liquidado por los que gobiernan Honduras y a otros países vecinos. Algunas de las propuestas principales de Morazán tenían como eje la idea del federalismo que provocó diversas reacciones.
La independencia tomó por sorpresa a las provincias centroamericanas y el proyecto unionista generó adhesiones y aversiones. Algo importante en aquél momento (1821-1842) es que, al pretender implantar el federalismo, se suscitaron rechazos hacia el rol hegemónico de Guatemala durante la colonia y en pleno proceso emancipador. Las provincias recelaban de la metrópoli regional por su poder económico y político, por otro lado, la oligarquía desconfiaba también del sistema federal. Los grupos más avanzados, representados en su momento por los liberales, pudieron saber que la única forma estatal que podía asegurar su dominación política era el que proponía Morazán y sus seguidores. Para ello habían varias razones: debido a la persistencia del colonialismo la adopción de un sistema central encarnaba reconocer el predominio de Guatemala; significaba también claudicar frente a la oligarquía colonial y dejar de lado los intereses de los grupos independentistas liberales; en esa circunstancia histórica se estaba gestando la formación de los Estados nacionales modernos en casi toda Nuestra Am[erica y los que parecían representar la naciente burguesía era muy débiles para imponer su dominio y romper el orden colonial, por ello adoptaron el sistema federal por dos motivos fundamentales: mantener la unidad y sacar al istmo del atraso colonial.
El sistema federal fue pensado como el instrumento político que haría posible la unidad centroamericana y como garante de la soberanía frente a otros Estados. Sin embargo, la fragilidad material y la inestabilidad se expresaban en el dominio inglés en Belice, en las amenazas sobre la Mosquitia, en la pérdida de Chiapas, en una actividad económica desarrollada alrededor de regiones centrales. Todo ello dificultó para que la nueva élite liberal pudiera ejercer un poder incuestionado, por su debilidad económica y política no pudo combatir a la oposición conservadora, sobre todo enfrentar la reacción encabezada por las “Familias” de Guatemala y el representante de la iglesia católica, el arzobispo Ramón Casaus y Torres.
El proyecto liberador se propuso forjar los fundamentos institucionales y políticos con la emisión de leyes avanzadas en la Asamblea Nacional Constituyente de 1823. Ello se convirtió en una derrota momentánea de la oligarquía al reiniciar el proyecto federal dirigido por Morazán y con el impulso de reformas que buscaban democratizar la actividad política, la abolición de la esclavitud, la libertad de imprenta, el reconocimiento de los derechos del hombre, la prohibición de portar títulos de nobleza y de los privilegios opuestos al principio de igualdad ciudadana, se fortalecieron los municipios, se decretó colonizar las tierras incultas, se planeó la construcción de puertos y del canal interoceánico en Nicaragua, se reformó la educación y el sistema de sueldos en el ejército, otorgados ya no por motivaciones raciales sino por el rango y el arma.
Este intento unionista enfrentó otros problemas. Tanto Morazán como el grupo liberal que lo respaldaba querían crear un aparato político que contrarrestara las tendencias separatistas, ese aparato estatal tendría que ejercer el poder central, organizar un sistema de finanzas públicas y capacitar a una burocracia en las nuevas funciones poscoloniales. Diversos motivos se conjuntaron para impedir el cumplimiento de esas exigencias. Por ejemplo, las convulsiones políticas dieron paso a la inestabilidad administrativa y ello provocó improvisación en los funcionarios; no se desecharon los favoritismos y el clientelismo político arrastrado desde la colonia tenía cierta vigencia; las finanzas del Estado crecían lentamente mientras que la burocracia aumentaba en el sistema, cuestión que daba lugar a que algunos funcionarios federales no recibieran sueldos hasta por diez meses. Además, el proceso independentista de 1821 no fue un resultado de guerras anticoloniales sino que fue producto de maniobras políticas y de actuaciones interesadas de las provincias, fue casi un procedimiento burocrático. Entre otras cosas, eso imposibilitó la organización de un ejército nacional que funcionara como el cuerpo armado del nuevo Estado.
Una de las tareas que emprendió Morazán, ese “genio poderoso”, según José Martí, fue la creación de la fuerza armada que garantizara el orden interno y la defensa de la soberanía de la federación frente a las amenazas del imperialismo inglés y de la reacción colonial heredera de España. Para ello contó con una base inicial que fue el Ejército Aliado Protector de la Ley, nutrido mayormente por salvadoreños y con algunos miembros de las demás provincias. Su disciplina y ciertos aspectos propios de un ejército profesional, fueron logrados por la participación de militares extranjeros como los franceses Nicolás Raoul, muy cercano a Napoleón Bonaparte e Isidoro Saget, En el momento en que Morazán está intentándolo estalló la guerra civil de 1826, provocando el surgimiento de los ejércitos locales dirigidos por caudillos regionales.
La reacción conservadora
Los grupos conservadores de la época de Morazán, al igual que la ultraderecha que planeó y ejecutó el golpe de estado del 28 d junio de 2010, manipularon sectores sociales con el uso de consignas que tocaban la tradición popular y manipulaban la ignorancia política de esos grupos, arrastraron tras de sí a la iglesia, los terratenientes, a los antiguos funcionarios coloniales y caudillos locales vociferando “Viva la religión” y “muerte a los extranjeros”. Toda esa oposición se concentró sobre todo en sectores pobres y en la aristocracia afincada en Guatemala, en “Las Familias” Beltranena, Aycinena, Lara, Pavón, Marticorena, Irisarri y Matheu, todos ellos miembros del Real Consulado de Comercio de Guatemala y en donde se aglutinaba la oligarquía fanática católica y antimorazanista. Esta oposición se sintió afectada por ciertas medidas del gobierno federal como la organización de cementerios fuera de los poblados porque atentaba contra viejas costumbres; se promulgó la ley del matrimonio civil y el divorcio que generó el rechazo de la iglesia y de la oligarquía de la época; la abolición de los diezmos, la libertad de cultos y la enseñanza laica, se constituyeron en amenazas contra los privilegios. A ello se puede agregar la permanencia en el poder de pensadores y políticos liberales como Mariano Gálvez y Pedro Molina, que representaban el pensamiento avanzado del siglo XIX.
La política agraria intentó constituir un monopolio federal sobre el cultivo de tabaco reglamentando cuáles serían las zonas de siembra, esto provocó más descontento en los propietarios de pequeñas fincas, cuestión que aumentó cuando se establecieron planes de colonización rural por medio de inmigrantes extranjeros, considerado como un factor modernizante. Estas medidas fueron aprovechadas por los terratenientes y ganaderos para poner a su favor a los campesinos afectados. Estos grupos controlaron los municipios y los ejércitos locales, consolidaron su poderío y se levantaron contra la federación. Exigieron la abolición de la política agraria liberal y aparecieron reclamaciones otras impregnadas de la religión y la política oligárquica, demandaron el regreso del arzobispo Casaus, la cancelación de los nuevos códigos y de las leyes federales.
En el fracaso del proyecto morazanista participaron no sólo el atraso material y la incultura política de la oligarquía y de la jerarquía católica, la estrechez del momento, el caudillismo localista, la conspiración constante de antiguos funcionarios coloniales, también fue importante la situación económica, social, cultural, política, ideológica de Centro América, tan rudimentaria todavía y tan distante de la propuesta avanzada de Francisco Morazán. Es importante tener bien claro que esa aspiración unionista no era otra utopía más, otro sueño de una mente privilegiada, sino que se fundamentaba en la situación de atraso existente y en las condiciones miserables en que vivían amplias masas de la población rural y urbana.
Tomando en cuenta las distancias históricas, muchos de los cambios pensados en aquel momento siguen pendientes y ahora se ve claramente que para efectuarlos no se puede contar con aquel andamiaje ideológico, propio del liberalismo clásico, ni con las nuevas versiones de esa teoría. Parece que se requiere más bien una ideología socialista que se apoye en la organización popular, que haga del concepto integración algo no solo presente en el discurso en los momentos en que las diferencias entre países ricos y pobres se ensanchan. Ese ideal unionista, integrador, a que aspiraba Francisco Morazán sigue a la espera de realizarse al igual que las propuestas de Simón Bolívar y de José Martí. Esa aspiración de construir Nuestra América sigue amenazada por la servil ultraderecha latinoamericana tramando golpes de estado, dispuesta a seguir puntualmente los mandatos imperiales que han atentado y atentan contra los intentos de erigir una sociedad más justa, equitativa y realmente democrática que vaya más allá del neoliberalismo.
Por Gustavo Zelaya
A 218 años del nacimiento de Francisco Morazán la intransigencia conservadora sigue atropellando su herencia. La cintura de América continúa parcelada y es por ello que la vigencia del ideal morazánico no se agota ni ha podido ser liquidado por los que gobiernan Honduras y a otros países vecinos. Algunas de las propuestas principales de Morazán tenían como eje la idea del federalismo que provocó diversas reacciones.
La independencia tomó por sorpresa a las provincias centroamericanas y el proyecto unionista generó adhesiones y aversiones. Algo importante en aquél momento (1821-1842) es que, al pretender implantar el federalismo, se suscitaron rechazos hacia el rol hegemónico de Guatemala durante la colonia y en pleno proceso emancipador. Las provincias recelaban de la metrópoli regional por su poder económico y político, por otro lado, la oligarquía desconfiaba también del sistema federal. Los grupos más avanzados, representados en su momento por los liberales, pudieron saber que la única forma estatal que podía asegurar su dominación política era el que proponía Morazán y sus seguidores. Para ello habían varias razones: debido a la persistencia del colonialismo la adopción de un sistema central encarnaba reconocer el predominio de Guatemala; significaba también claudicar frente a la oligarquía colonial y dejar de lado los intereses de los grupos independentistas liberales; en esa circunstancia histórica se estaba gestando la formación de los Estados nacionales modernos en casi toda Nuestra Am[erica y los que parecían representar la naciente burguesía era muy débiles para imponer su dominio y romper el orden colonial, por ello adoptaron el sistema federal por dos motivos fundamentales: mantener la unidad y sacar al istmo del atraso colonial.
El sistema federal fue pensado como el instrumento político que haría posible la unidad centroamericana y como garante de la soberanía frente a otros Estados. Sin embargo, la fragilidad material y la inestabilidad se expresaban en el dominio inglés en Belice, en las amenazas sobre la Mosquitia, en la pérdida de Chiapas, en una actividad económica desarrollada alrededor de regiones centrales. Todo ello dificultó para que la nueva élite liberal pudiera ejercer un poder incuestionado, por su debilidad económica y política no pudo combatir a la oposición conservadora, sobre todo enfrentar la reacción encabezada por las “Familias” de Guatemala y el representante de la iglesia católica, el arzobispo Ramón Casaus y Torres.
El proyecto liberador se propuso forjar los fundamentos institucionales y políticos con la emisión de leyes avanzadas en la Asamblea Nacional Constituyente de 1823. Ello se convirtió en una derrota momentánea de la oligarquía al reiniciar el proyecto federal dirigido por Morazán y con el impulso de reformas que buscaban democratizar la actividad política, la abolición de la esclavitud, la libertad de imprenta, el reconocimiento de los derechos del hombre, la prohibición de portar títulos de nobleza y de los privilegios opuestos al principio de igualdad ciudadana, se fortalecieron los municipios, se decretó colonizar las tierras incultas, se planeó la construcción de puertos y del canal interoceánico en Nicaragua, se reformó la educación y el sistema de sueldos en el ejército, otorgados ya no por motivaciones raciales sino por el rango y el arma.
Este intento unionista enfrentó otros problemas. Tanto Morazán como el grupo liberal que lo respaldaba querían crear un aparato político que contrarrestara las tendencias separatistas, ese aparato estatal tendría que ejercer el poder central, organizar un sistema de finanzas públicas y capacitar a una burocracia en las nuevas funciones poscoloniales. Diversos motivos se conjuntaron para impedir el cumplimiento de esas exigencias. Por ejemplo, las convulsiones políticas dieron paso a la inestabilidad administrativa y ello provocó improvisación en los funcionarios; no se desecharon los favoritismos y el clientelismo político arrastrado desde la colonia tenía cierta vigencia; las finanzas del Estado crecían lentamente mientras que la burocracia aumentaba en el sistema, cuestión que daba lugar a que algunos funcionarios federales no recibieran sueldos hasta por diez meses. Además, el proceso independentista de 1821 no fue un resultado de guerras anticoloniales sino que fue producto de maniobras políticas y de actuaciones interesadas de las provincias, fue casi un procedimiento burocrático. Entre otras cosas, eso imposibilitó la organización de un ejército nacional que funcionara como el cuerpo armado del nuevo Estado.
Una de las tareas que emprendió Morazán, ese “genio poderoso”, según José Martí, fue la creación de la fuerza armada que garantizara el orden interno y la defensa de la soberanía de la federación frente a las amenazas del imperialismo inglés y de la reacción colonial heredera de España. Para ello contó con una base inicial que fue el Ejército Aliado Protector de la Ley, nutrido mayormente por salvadoreños y con algunos miembros de las demás provincias. Su disciplina y ciertos aspectos propios de un ejército profesional, fueron logrados por la participación de militares extranjeros como los franceses Nicolás Raoul, muy cercano a Napoleón Bonaparte e Isidoro Saget, En el momento en que Morazán está intentándolo estalló la guerra civil de 1826, provocando el surgimiento de los ejércitos locales dirigidos por caudillos regionales.
La reacción conservadora
Los grupos conservadores de la época de Morazán, al igual que la ultraderecha que planeó y ejecutó el golpe de estado del 28 d junio de 2010, manipularon sectores sociales con el uso de consignas que tocaban la tradición popular y manipulaban la ignorancia política de esos grupos, arrastraron tras de sí a la iglesia, los terratenientes, a los antiguos funcionarios coloniales y caudillos locales vociferando “Viva la religión” y “muerte a los extranjeros”. Toda esa oposición se concentró sobre todo en sectores pobres y en la aristocracia afincada en Guatemala, en “Las Familias” Beltranena, Aycinena, Lara, Pavón, Marticorena, Irisarri y Matheu, todos ellos miembros del Real Consulado de Comercio de Guatemala y en donde se aglutinaba la oligarquía fanática católica y antimorazanista. Esta oposición se sintió afectada por ciertas medidas del gobierno federal como la organización de cementerios fuera de los poblados porque atentaba contra viejas costumbres; se promulgó la ley del matrimonio civil y el divorcio que generó el rechazo de la iglesia y de la oligarquía de la época; la abolición de los diezmos, la libertad de cultos y la enseñanza laica, se constituyeron en amenazas contra los privilegios. A ello se puede agregar la permanencia en el poder de pensadores y políticos liberales como Mariano Gálvez y Pedro Molina, que representaban el pensamiento avanzado del siglo XIX.
La política agraria intentó constituir un monopolio federal sobre el cultivo de tabaco reglamentando cuáles serían las zonas de siembra, esto provocó más descontento en los propietarios de pequeñas fincas, cuestión que aumentó cuando se establecieron planes de colonización rural por medio de inmigrantes extranjeros, considerado como un factor modernizante. Estas medidas fueron aprovechadas por los terratenientes y ganaderos para poner a su favor a los campesinos afectados. Estos grupos controlaron los municipios y los ejércitos locales, consolidaron su poderío y se levantaron contra la federación. Exigieron la abolición de la política agraria liberal y aparecieron reclamaciones otras impregnadas de la religión y la política oligárquica, demandaron el regreso del arzobispo Casaus, la cancelación de los nuevos códigos y de las leyes federales.
En el fracaso del proyecto morazanista participaron no sólo el atraso material y la incultura política de la oligarquía y de la jerarquía católica, la estrechez del momento, el caudillismo localista, la conspiración constante de antiguos funcionarios coloniales, también fue importante la situación económica, social, cultural, política, ideológica de Centro América, tan rudimentaria todavía y tan distante de la propuesta avanzada de Francisco Morazán. Es importante tener bien claro que esa aspiración unionista no era otra utopía más, otro sueño de una mente privilegiada, sino que se fundamentaba en la situación de atraso existente y en las condiciones miserables en que vivían amplias masas de la población rural y urbana.
Tomando en cuenta las distancias históricas, muchos de los cambios pensados en aquel momento siguen pendientes y ahora se ve claramente que para efectuarlos no se puede contar con aquel andamiaje ideológico, propio del liberalismo clásico, ni con las nuevas versiones de esa teoría. Parece que se requiere más bien una ideología socialista que se apoye en la organización popular, que haga del concepto integración algo no solo presente en el discurso en los momentos en que las diferencias entre países ricos y pobres se ensanchan. Ese ideal unionista, integrador, a que aspiraba Francisco Morazán sigue a la espera de realizarse al igual que las propuestas de Simón Bolívar y de José Martí. Esa aspiración de construir Nuestra América sigue amenazada por la servil ultraderecha latinoamericana tramando golpes de estado, dispuesta a seguir puntualmente los mandatos imperiales que han atentado y atentan contra los intentos de erigir una sociedad más justa, equitativa y realmente democrática que vaya más allá del neoliberalismo.
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