jueves, 21 de octubre de 2010
América Latina: unidad o dispersión
La Jornada
Por José Steinsleger
Las guerras imperialistas en Asia central han colocado a nuestros pueblos en una situación análoga a la del decenio 1935-45, cuando a raíz de la crisis capitalista de 1929 y la Segunda Guerra Mundial, los estados pegaron un salto de calidad institucional que se mantuvo hasta finales los años setenta.
Después, el neoliberalismo envileció todo, dejando una secuela de hambre, desnutrición y miseria, de insalubridad, desempleo y criminalidad, de analfabetismo orgánico, funcional, y feroz embrutecimiento mediático.
La ideología neoliberal vejó el sentido de la política, reconcentró la economía, relativizó el concepto de justicia, alienó la educación, monopolizó la comunicación, y despojó de conciencia e identidad a pueblos enteros.
Drama que empieza a revertirse. Dejando atrás las formas de resistencia social que en el decenio pasado jalonaron las luchas populares, en varios países se libran, con intensidad desigual, contraofensivas políticas que tienen lugar en cuatro escenarios interconectados. Veamos:
1. Países con gobiernos que apuntalan sus conquistas revolucionarias (Cuba, Venezuela, Bolivia).
2. Países con gobiernos que recuperan la soberanía del Estado en la toma de las decisiones políticas y económicas (Ecuador, Brasil, Argentina, Nicaragua y, con altibajos, Uruguay, El Salvador, Paraguay).
3. Países con gobiernos doblegados por las oligarquías nativas y las corporaciones trasnacionales (México, Chile, Colombia, Perú, Panamá, Costa Rica, Honduras, Guatemala, República Dominicana).
4. Países con movimientos rebeldes que, por vía violenta (Colombia) y no violenta (México), reniegan del Estado.
La situación ideal no existe en ningún país. Sin embargo, en casi todos irrumpe con vigor el rechazo al capitalismo salvaje. Horizonte auspicioso y, a un tiempo, cargado de nubarrones: persistencia del bloqueo imperial a Cuba; golpismo estimulado por la CIA (Venezuela, abril 2002; Honduras, junio 2009; Ecuador, septiembre 2010); despliegue de la Cuarta Flota imperial; instalación de bases del Pentágono en Colombia (2009); caotización del Estado en México (2006-10); estacionamiento de tropas yanquis en Haití y Costa Rica, y agresivas campañas de confusión lanzadas por el único partido político que le va quedando a las derechas: el Partido Mediático.
A escala macro, los estados del Mercosur (Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay, 1991) coordinan esfuerzos de integración económica subregional, en tanto los de la Alianza Bolivariana de las Américas (Alba, Venezuela, Cuba, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, Dominica, Antigua-Barbuda, San Vicente-Granadinas, 2004), comparten intereses políticos y de cooperación con la Unión de Naciones del Sur (Unasur, 2007).
A diferencia de Colombia, México, Perú y Chile, el Alba y la Unasur han rechazado la celebración de pactos militares con Washington, así como la intromisión del Pentágono en los conflictos intrarregionales.
La rápida reacción de la Unasur frente los afanes bélicos del ex presidente de Colombia Álvaro Uribe contra Venezuela, y la intentona golpista en Ecuador, marcaron hitos históricos y en consonancia con el comentario de Simón Bolívar al decir: Nosotros no podemos vivir sino de la unión.
Tal era el sentido de la anfictionía bolivariana. Tras la victoria sobre el poder militar español (Ayacucho, Perú, 1824), el Libertador convocó al Congreso en Panamá. El fracaso de esta reunión (Buenos Aires no envió delegados, los de México llegaron tarde), fue un golpe tan duro que Bolívar llegó a dudar de sus afanes unionistas. El segundo encuentro tendría lugar en Tacubaya, pero las luchas entre Iturbide y Guerrero no lo permitieron.
La disolución de la Gran Colombia (1830, Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá) acabó con el primer sueño bolivariano. Las guerras de independencia dejaron a nuestros pueblos en ruinas, y socorridos por la mano generosa de los ingleses, que dejó al continente hipotecado.
Decía el Libertador que las oligarquías nativas habían declarado la guerra a muerte contra la idea de la integridad, porque era contraria a los privilegios locales de las grandes familias... Y lo más triste es que se creen cambiando el mundo cuando lo que están es perpetuando el pensamiento más atrasado de España (Gabriel García Márquez, El general en su laberinto, Ed. Oveja Negra, Bogotá, 1989, p. 204).
Para Estados Unidos, todos los pueblos al sur del Bravo son latins, o sea, indios. Por ello, la integración económica y política con nuestras propias reglas del juego reclama de imaginación política y de ideas despojados de telarañas filosóficas, coartadas ideológicas, autoritarismo intelectual y subterfugios políticos.
Estatismo es concebir al Estado desde lecturas inconexas, chovinistas y descontextualizadas. Omitir el legado y las experiencias de los que nos precedieron en estos afanes, o dar por desaparecido el imperialismo yanqui en virtud de vaya a saber qué diversificación del centro, equivale a creer que otro mundo será posible, a costa de falsear los propios horizontes libertarios.
Por José Steinsleger
Las guerras imperialistas en Asia central han colocado a nuestros pueblos en una situación análoga a la del decenio 1935-45, cuando a raíz de la crisis capitalista de 1929 y la Segunda Guerra Mundial, los estados pegaron un salto de calidad institucional que se mantuvo hasta finales los años setenta.
Después, el neoliberalismo envileció todo, dejando una secuela de hambre, desnutrición y miseria, de insalubridad, desempleo y criminalidad, de analfabetismo orgánico, funcional, y feroz embrutecimiento mediático.
La ideología neoliberal vejó el sentido de la política, reconcentró la economía, relativizó el concepto de justicia, alienó la educación, monopolizó la comunicación, y despojó de conciencia e identidad a pueblos enteros.
Drama que empieza a revertirse. Dejando atrás las formas de resistencia social que en el decenio pasado jalonaron las luchas populares, en varios países se libran, con intensidad desigual, contraofensivas políticas que tienen lugar en cuatro escenarios interconectados. Veamos:
1. Países con gobiernos que apuntalan sus conquistas revolucionarias (Cuba, Venezuela, Bolivia).
2. Países con gobiernos que recuperan la soberanía del Estado en la toma de las decisiones políticas y económicas (Ecuador, Brasil, Argentina, Nicaragua y, con altibajos, Uruguay, El Salvador, Paraguay).
3. Países con gobiernos doblegados por las oligarquías nativas y las corporaciones trasnacionales (México, Chile, Colombia, Perú, Panamá, Costa Rica, Honduras, Guatemala, República Dominicana).
4. Países con movimientos rebeldes que, por vía violenta (Colombia) y no violenta (México), reniegan del Estado.
La situación ideal no existe en ningún país. Sin embargo, en casi todos irrumpe con vigor el rechazo al capitalismo salvaje. Horizonte auspicioso y, a un tiempo, cargado de nubarrones: persistencia del bloqueo imperial a Cuba; golpismo estimulado por la CIA (Venezuela, abril 2002; Honduras, junio 2009; Ecuador, septiembre 2010); despliegue de la Cuarta Flota imperial; instalación de bases del Pentágono en Colombia (2009); caotización del Estado en México (2006-10); estacionamiento de tropas yanquis en Haití y Costa Rica, y agresivas campañas de confusión lanzadas por el único partido político que le va quedando a las derechas: el Partido Mediático.
A escala macro, los estados del Mercosur (Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay, 1991) coordinan esfuerzos de integración económica subregional, en tanto los de la Alianza Bolivariana de las Américas (Alba, Venezuela, Cuba, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, Dominica, Antigua-Barbuda, San Vicente-Granadinas, 2004), comparten intereses políticos y de cooperación con la Unión de Naciones del Sur (Unasur, 2007).
A diferencia de Colombia, México, Perú y Chile, el Alba y la Unasur han rechazado la celebración de pactos militares con Washington, así como la intromisión del Pentágono en los conflictos intrarregionales.
La rápida reacción de la Unasur frente los afanes bélicos del ex presidente de Colombia Álvaro Uribe contra Venezuela, y la intentona golpista en Ecuador, marcaron hitos históricos y en consonancia con el comentario de Simón Bolívar al decir: Nosotros no podemos vivir sino de la unión.
Tal era el sentido de la anfictionía bolivariana. Tras la victoria sobre el poder militar español (Ayacucho, Perú, 1824), el Libertador convocó al Congreso en Panamá. El fracaso de esta reunión (Buenos Aires no envió delegados, los de México llegaron tarde), fue un golpe tan duro que Bolívar llegó a dudar de sus afanes unionistas. El segundo encuentro tendría lugar en Tacubaya, pero las luchas entre Iturbide y Guerrero no lo permitieron.
La disolución de la Gran Colombia (1830, Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá) acabó con el primer sueño bolivariano. Las guerras de independencia dejaron a nuestros pueblos en ruinas, y socorridos por la mano generosa de los ingleses, que dejó al continente hipotecado.
Decía el Libertador que las oligarquías nativas habían declarado la guerra a muerte contra la idea de la integridad, porque era contraria a los privilegios locales de las grandes familias... Y lo más triste es que se creen cambiando el mundo cuando lo que están es perpetuando el pensamiento más atrasado de España (Gabriel García Márquez, El general en su laberinto, Ed. Oveja Negra, Bogotá, 1989, p. 204).
Para Estados Unidos, todos los pueblos al sur del Bravo son latins, o sea, indios. Por ello, la integración económica y política con nuestras propias reglas del juego reclama de imaginación política y de ideas despojados de telarañas filosóficas, coartadas ideológicas, autoritarismo intelectual y subterfugios políticos.
Estatismo es concebir al Estado desde lecturas inconexas, chovinistas y descontextualizadas. Omitir el legado y las experiencias de los que nos precedieron en estos afanes, o dar por desaparecido el imperialismo yanqui en virtud de vaya a saber qué diversificación del centro, equivale a creer que otro mundo será posible, a costa de falsear los propios horizontes libertarios.
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