jueves, 14 de octubre de 2010

Chile ante sus héroes

Por Matías Bosch
matias.bosch@gmail.com

Los 33 mineros-héroes chilenos que se encuentran desde el 5 de agosto atrapados a 700 metros bajo tierra, a punto de ser rescatados, han debido afrontar las adversidades más severas. Pero su heroicidad no radica únicamente en su capacidad para enfrentar esta coyuntura, la más evidente en dramatismo pero a la vez la que cuenta con la masiva intervención de agentes públicos y privados. Para ser aprehendida del todo, debe verse inserta en el universo de su tragedia, en su razón de ser como trabajadores y ciudadanos de una nación que, como todas, tiene su historia, luchas y contradicciones. Las corrientes imperceptibles que fluyen bajo la superficie de los hechos, en que la cuestión minera parece responder al lema de "la bolsa o la vida".

A lo largo de diez años, la mina San José ha sido objeto de denuncias por el grado de inseguridad a que expone sus trabajadores. De acuerdo con datos de la prensa, en los últimos cuatro años ha habido tres accidentes fatales y dos que acarrearon la amputación de extremidades de los obreros afectados. Las cosas se pusieron tan color de hormigas que en 2007 se ordenó el cierre definitivo de las operaciones. Sin embargo, sus dueños consiguieron la reapertura en 2008 comprometiéndose a cumplir normas elementales que no obedecieron y gatillaron el drama vivido por los 33 obreros desde el 5 de agosto, a quienes se les ha sometido a afrentas tales como dotarlos de una vía de escape sin los escalones necesarios para atravesarla cuesta arriba. Los últimos reclamos del sindicato minero se conocieron el 1 de julio de 2010, un mes antes del desastre, y otra vez fueron desatendidos.

Las políticas sobre derechos laborales en las minas chilenas son generalmente débiles. El Servicio Nacional de Geología y Minas apenas cuenta con 16 fiscalizadores para todo el país. Estudios realizados han determinado que los mineros son los asalariados con más carga horaria laboral, y 373 han perdido la vida en las faenas durante la última década. En Atacama, región donde se localiza la mina San José, en los primeros ocho meses de 2010 se constataron 31 accidentes. Así las cosas, el obispo regional Gaspar Quintero ha cuestionado: "¿por qué hoy algunos chilenos son tratados como esclavos?... Nos llenamos la boca con el desarrollo, y ¿qué hacemos por solucionar esto...?".

Pero la pequeña mina San José es tan sólo la parte delgada por donde a menudo se corta la soga del negocio minero. Es en la gran minería donde se atrapa el pedazo grueso, ancho y jugoso del pastel; allí el papel del Estado tiende a diluirse y se difumina la importancia de los derechos y las aspiraciones colectivas en la repartición de las riquezas que Chile produce.

Si en 1971 la participación de las empresas estatales en la producción de la gran minería era del 88%, en 2007 apenas llegaba al 31%. Consecuencias: tan sólo en 2006 las empresas transnacionales recuperaron el doble de toda la inversión realizada desde 1974, enviando como ganancias al exterior la friolera de US$25 mil millones, equivalentes al 75% de todo el presupuesto del Estado de Chile, cuatro veces el del Ministerio de Educación, el doble del PIB de Bolivia y el triple del PIB de Paraguay. Aún con tales réditos, en el afán de recortar costos de producción las empresas abonan la precariedad laboral echando mano a empleados contratistas y subcontratistas por tan sólo el 25% del salario de los empleados tradicionales, que van siendo sacados del juego. Atrás quedaron los principios establecidos en la reforma constitucional del 11 de julio de 1971, impulsada por el gobierno de Salvador Allende, que instauró la Soberanía y la Solidaridad Nacional como principios rectores de la minería chilena. Esos postulados fueron barridos en 1973 por el golpe de Estado y las políticas de liberalización -simbolizadas en la anticonstitucional Ley Orgánica Constitucional de Concesiones Mineras- que terminaron imponiendo en todas las industrias estratégicas la ventaja de la ganancia de contubernios privados por sobre lo social. El bombardeo de La Moneda ilustra bien que lo que estaba en juego no eran cosas de niños.

Ante el drama de la mina San José, el discurso gubernamental se ha enfocado estrictamente en la reestructuración de las entidades reguladoras del sector. Aún queda pendiente discutir en sentido más amplio -como se preguntaba el obispo Quintana- qué sintonía tiene que haber entre desarrollo y reglas sociales. ¿Podrá la sociedad chilena -como cualquiera de las nuestras- ejercer la compasión por aquellos que ve atrapados en la catástrofe, y al mismo tiempo reconocer su tragedia como propia, ver el reflejo de sus propios dilemas y su propia cruz?

Se dice comúnmente que los héroes son espejos donde mirarnos. Permiten enfrentarnos a lo que somos, nuestra condición, victorias y miserias, y los pasos que nos han traído hasta el "aquí y ahora"; un momento de toma de conciencia. En hora buena los 33 héroes saldrán vivos y sanos, ejemplos de la capacidad humana, y también metáforas de toda una colectividad que se reencuentra consigo misma. Los espejos no hacen los cambios en lugar nuestro, pero son indispensables para que nos atrevamos, más aún cuando dejan traslucir lo mejor de nosotros mismos.

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