Por Maciek Wisniewsky
La Jornada Semanal dialoga con Zygmunt Bauman, sociólogo polaco, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2010, sobre la esperanza, pesimismo, optimismo y la suerte de Europa. Retratado a menudo –también por sí mismo–, como un pesimista, Bauman logra combinar el escepticismo del análisis con un optimismo de la acción; renuente a hacer predicciones, jamás ha renunciado a la esperanza. Vivir sin esperanza en estos “tiempos oscuros”, como los llamó Hannah Arendt, –dice Bauman– es difícil; e igualmente es difícil vivir con una esperanza no anclada, no atada a un tiempo y un lugar determinado. Es como vivir con espíritu sin cuerpo. Además: la gente no le deja a uno quedarse con su esperanza tan vaporosa, pregunta e insiste: “¿en qué apoyas tu esperanza?”, “¿qué pruebas tienes para respaldarla? ”
Bauman, nacido en 1925 en Poznan, en Polonia, en 1968 y a consecuencia de una campaña nacionalista y antisemita se vio obligado –junto con otros miles polacos de raíces judías–a abandonar el país. Se fue a Israel, pero detestando el nacionalismo que reinaba en este país (apenas huyó del otro nacionalismo), abandonó Medio Oriente y, después de las andanzas por otros continentes, en 1971 volvió a Europa para ocupar un puesto en la Universidad de Leeds, Inglaterra. Con el paso del tiempo se convirtió en uno de los más importantes pensadores europeos, cuya influencia trascendió las fronteras del viejo continente. No sólo finalmente ancló su vida en Europa, sino también apoyó buena parte de su esperanza en ella; a la vez se ocupó de estudiar y describir su cambiante condición. El resultado ha sido entre otros un libro: Europa. Una aventura inacabada (Madrid, 2006).
Bauman, que hizo de la modernidad su gran tema de estudio (en obras como Modernidad y holocuastoo Modernidad líquida) argumenta en Europa...que fue la misma modernidad –ese “invento” europeo– la que hizo al viejo continente más débil: con el paso de la “modernidad sólida” hacia la “modernidad líquida”, Europa entró en una crisis, perdió las fuerzas y el control sobre el mundo. Sin embargo, esta debilidad pudo haber sido –según Bauman– una ventaja. Criticando a Estados Unidos –“un planeta de Fukuyama/Hobbes” dónde predominaba la lógica de la fuerza militar–, el sociólogo polaco dirigía su mirada hacia la ue– “un (posible) planeta de Kant” de la paz perpetua, apto para actuar éticamente: la misma Europa que en el pasado desencadenaba guerras hobbesianas (bellum omnium contra omnes), una fuerza conquistadora de otros continentes podía ahora dedicarse a hacer de este mundo un lugar más hospitalario.
– ¿No resulta su análisis demasiado eurocentrista?
– Escribo y hablo más sobre Europa, porque la conozco mejor que otros continentes y porque siento una gran co-resposabilidad por sus actuaciones. A pesar de esto, a diestra y siniestra estoy pregonando el policentrismo del mundo actual y la necesidad de pasar de la integración de las naciones a la integración de toda la humanidad.
Una tarea indispensable, pero sumamente difícil, ya que el panorama general pintado por Bauman es poco alentador:
Padecemos una falta de recursos, magnificada por la cantidad de tareas; una incompatibilidad de herramientas con metas. Todos sufrimos a raíz del divorcio del poder (Macht) con la política (Politik)
– ¿Dónde está su parte optimista?
– Hasta hace poco iba con conferencias a muchas partes: después de las presentaciones casi siempre alguien me preguntaba por qué soy tan pesimista; a menos que la conferencia estuviera dedicada a Europa, entonces me preguntaban ¿por qué soy tan optimista?
– ¿Cómo entender este contraste?
– La diferencia reside en el estatus cognitivo de los dos análisis: usted mismo alababa a Gramsci y a su llamado a contrarrestar “el pesimismo de la inteligencia” con “el optimismo de la voluntad” [véase Maciek Winiewsky, Zygmunt Bauman: un pesimista insólito en La Jornada, 12/ VI/ 2010.] Y Europa parecía tener precisamente esa voluntad: parecía saber qué era lo que quería y se preparaba para vencer al Goliath de la inevitabilidad con la honda davidiana de la voluntad. Sólo ella se ponía a resolver los problemas tratados por el resto de planeta como irresolubles, por ejemplo, la convivencia cotidiana con la otroedad sin demandar al otro que renuncie a ella.
En su largo ensayo titulado Does Ethics Have a Chance in a World of Consumers? (publicado en español bajo el título Mundo consumo), Bauman anota que el problema de esta convivencia ha sido tratado –¡ya en su dimensión planetaria!– por Immanuel Kant (en Idee zu einer allgemeinen Geschichte in weltbürgerlicher Absicht, un pequeño, luego olvidado librito de 1784), y puesto como un problema de la hospitalidad. Kant razonaba en términos muy simples: ya que nuestro planeta es una esfera, la gente no tiene a dónde huir, no puede deshacerse de otros y por lo tanto tiene que encontrar algún modus vivendi.
Según el sociólogo polaco, antes el desarrollo de la modernidad permitía ignorar el problema de la hospitalidad, pero ahora este se ha vuelto central: hoy más que nunca vivimos en una interdependencia, dónde cualquier acción hacia los otros termina afectándonos a nosotros mismos.
Si más bien, según Bauman, este ideal de hospitalidad ha sido alcanzado por Europa (un continente de distancias relativamente pequeñas, con una gran diversidad cultural y religiosa), y ahora ésta podría transmitírsela al resto del mundo; después de la desintegración del sistema colonial, la misma Europa dejó de ser hospitalaria con los demás, convirtiéndose en Festung-Europa, una fortaleza, debajo de cuyos muros mueren, por ejemplo, los migrantes africanos ahogados en el Mar Mediterráneo.
– En este sentido: ¿tiene todavía Europa algo que ofrecer al mundo?
– En mi libro sugerí que las experiencias ganadas en una brega de la “unificación de Europa”, podían hacer que ésta, una damisela muy acomodada, fuera apta para aportar a su renovado matrimonio con el mundo una dote que el cónyuge necesitaba como los pulmones el aire, pero podía pasar que el resultado fuera sólo el ejercicio de algo que Jürgen Habermas llamó Standortkonkurrenz: una competencia de Estados nacionales por atrapar el flujo del capital transnacional y un afán de sacar los mejores trozos de recursos mundiales disminuyentes. Frente a Europa, escribía, se presentaban dos estrategias de autodefinición y yo personalmente soñaba con la estrategia de “ambición y responsabilidad”. Resultó diferente: Europa optó por la “colectivización de los egoísmos nacionales”, que significa un Standortkonkurrenz global: una elección poco afortunada, pero de ninguna manera irreversible. Pero la amenaza de Europa de traicionar a su vocación y de desperdiciar su potencial benigno, no se limita sólo a estar obsesionada por el pragmatismo de Standortkonkurrenz.
Bien nota usted: Europa, la casa natal de Kant, un profeta del mundo hospitalario, da al mundo de hoy un buen ejemplo de la... inhospitalidad. A la larga, esto significará su perdición. Se hace todo para sellar las puertas de la fortaleza y para atrapar a los intrusos: pero ellos también son las víctimas de Europa. Es gente llevada a la miseria por el estilo de vida inventada por Europa y luego exportada a otras partes, una forma de vida que produce a escala masiva gente prescindible, destinada a desperdicio: personas que son productos defectuosos de la “racionalización” y residuos del “progreso económico”. Antes Europa, pionera de la “modernización”, se salvaba mediante las soluciones globales a un problema generado localmente; ahora les exige a otras partes del mundo, que fueron forzadas por ella a “modernizarse”, a que busquen soluciones locales a los problemas generados globalmente.
Si en el marco externo Europa optó por un auto-interés encima del deber ético, lo mismo parece pasar ahora en el marco interno: la UE, “una comunidad imaginaria” de los países iguales por encima de múltiples diferencias, al reaccionar a la crisis acentuó las diferencias y la competencia entre los países miembros. Aunque Jürgen Habermas, un filósofo quasi oficial de la UE, confía que la crisis de la euro zona despertará la conciencia por encima de las fronteras nacionales de compartir un “destino europeo común”, aquí sólo funcionó la lógica de “sálvese quién pueda”.
– ¿La reacción a la crisis financiera no ha negado “lo común” de Europa?
– ¿La comunidad cultural, identidad común, el amor mutuo, solidaridad? Todo esto apareció como lo que los ingleses llaman afterthought, como una reflexión después. Parecía un simple maquillaje de la ideología a los hechos. Recordemos que al nacer la Unión Europea, Monet, Schuman, De Gasperi, Adenauer o Spaak no pensaban en ningún “proyecto político” y menos en una “comunidad imaginaria”. Los padres fundadores de la UE hablaban sólo de carbón y de acero. Ya que la cultura necesita tiempo para alcanzar las cambiantes condiciones de la vida –el llamado cultural lag– la conciencia acerca de la comunidad de intereses no le sigue el ritmo a la coincidencia de intereses. La conciencia o la cultura existen a través de un constante hacerse. Por lo tanto, las siguientes crisis no nos encuentran preparados. A las nuevas situaciones respondemos con las viejas costumbres y la lógica “sálvese quién pueda” es quizás la más enraizada.
La crisis sirve ahora para aplicar las recetas ultraneoliberales: los gobiernos de Grecia o España congelan los salarios, desmantelan los derechos sociales y laborales. Planes de austeridad significan más incertidumbre para el mundo del trabajo y más garantías al capital: el proyecto dominante en Europa –sin duda alguna con vinculación con los cambios en la economía global– parece ser suprimir el trabajo y favorecer al capital.
– ¿Será que en este sentido Europa renuncia a la capacidad de proteger a sus ciudadanos de las consecuencias de la globalización negativa, un concepto que usted emplea para la globalización de finanzas y comercio, contrapuesto a la globalización positiva de las instituciones políticas, jurídicas y de justicia?
– Repito hasta el cansancio: las soluciones a los problemas globales, sólo pueden tener un carácter global. Europa no tiene ninguna culpa por no saber resolver estos problemas en su patio y con sus propios recursos; al fina y al cabo esto es una buena señal, ya que pone de manifiesto la irracionalidad del “proyecto Festung Europa. Lo único por lo que se puede y debe culparla es por no haber hecho lo suficiente, en realidad nada, para promover a la “globalización positiva”. La suerte de Grecia o Letonia hubiera sido quizás peor sin la UE. Pero sin una decidida declaración a favor de la estrategia de”ambición y responsabilidad”, estaremos condenados a un eterno caminar desde la crisis hasta la crisis, de la catástrofe a la catástrofe.
Y “desde la crisis hasta la catástrofe” parece ser precisamente el sendero y la suerte actual de Europa: según Étienne Balibar, la crisis ha dejado en claro que Europa, como un “proyecto político” ya está muerta, y así quedará al menos si no es refundada desde nuevas bases. Por su parte Samir Amin afirma que la UE en cinco años dejará de existir. Pero según Bauman la parte fuerte de Europa ha sido siempre la habilidad de buscar soluciones.
– ¿Cómo buscamos y dónde? ¿Cuál es el futuro Europa?
– A este tipo de preguntas, que me suelen hacer muy a menudo, respondo con este chiste irlandés: un conductor detiene el automóvil y le pregunta a un transeúnte por el camino a Dublín; el preguntado le contesta: mi estimado, si yo quisiera ir a Dublín ¡no empezaría desde aquí! Pero bueno, no tenemos otro lugar y al final hay que ir a este Dublín... Sin embargo, no teniendo el talento de un profeta, quizás no puedo ser más ayuda que aquel transeúnte irlandés. A diferencia de otros como Balibar o Amin, no suelo tratar mi ignorancia como una razón suficiente para hacer predicciones y escribir necrologías. Los caminos de la futurología están marcados tanto por las tumbas de anuncios de muertes precipitadas, como por las de los nacidos muertos anuncios de sobrevivencia.
– Sea como fuere, la “aventura Europa” no se desarrolla como usted esperaba...
– ¿Me he equivocado poniendo mis esperanzas en ella? Quizás. Pero ¿ha sido posible saber que era una equivocación, cuando la cometía? Poseer de antemano “la certeza” de la equivocación, sólo se puede por el precio de negar la confianza en la honda davidiana.
Entonces ¿qué pasa con la esperanza? La deposito en un hecho, de que en el estado actual del mundo, y quizás por primera vez en la historia de la humanidad, el instinto de supervivencia y el sentido moral dictan la misma cosa: o vamos a ayudarnos mutuamente a remar en este barco global donde todos estamos amontonados, o todos vamos a naufragar.
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