sábado, 19 de febrero de 2011

También la Lluvia: ¿Coincidencia o plagio?


Carlos Tena

Sebastián, un joven director de cine, llega al marco incomparable de las montañas de Bolivia, para empezar a rodar una película sobre las masacres y exterminios de los conquistadores españoles en aquellos parajes. Sabiendo que el presupuesto con el que cuenta es muy ajustado, sugiere al productor que emplee actores locales como extras para ahorrar costos, pero el proyecto se interrumpe por una revuelta popular, organizada contra varios especuladores que se disponen a privatizar el acceso de la población al agua corriente. El productor del filme y Sebastián se encuentran involuntariamente atrapados en esta lucha de los indígenas, debiendo elegir entre el apoyo a la causa de la población o terminar esa película en la que han depositado todos sus anhelos. Este combate por la justicia va a cambiar sus vidas.

Hasta ahí una breve sinopsis de También la lluvia, la más reciente obra de la actriz-realizadora Iciar Bollaín (Madrid, 1967), tras sus filmes Hola, ¿estás sola? (galardonada en Valladolid), Flores de otro mundo (premiada en Cannes), Te doy mis ojos y más recientemente, la titulada Mataharis.

Parte de lo apuntado en el primer párrafo podría recordar vagamente algún pasaje de las cintas de Werner Herzog, sobre todo de Aguirre, la cólera de Dios y, en especial, Fitzcarraldo. Sin embargo, no voy a ser yo quien dude por ello de la originalidad del cine de Bollaín, ni de la enorme profesionalidad de esta directora, cuya devoción por el séptimo arte, rigor artístico y calidad humana, le han hecho merecer el respeto de todos los amantes del buen cine.

Lo malo es cuando la similitud con otro filme anterior resulta tan curiosa, que uno no puede por menos que desechar el plagio, optando por la coincidencia. Me explico. La película de Iciar contiene el mismo el lenguaje cinematográfico, parecidos personajes y, en gran medida, un idéntico discurso central, de otra obra maravillosa como es Para recibir el canto de los pájaros (1995)*, la infravalorada cinta del maestro boliviano Jorge Sanjinés*, cuyo argumento es el siguiente:

Un equipo de filmación llega a un impresionante paraje de la Bolivia más profunda, con el objeto de rodar una película sobre las masacres que los conquistadores españoles cometieron en aquella zona. Dado que el presupuesto del proyecto no es el soñado por el realizador, comienzan a gestionar la posibilidad de que los habitantes de aquel área se involucren en el rodaje, haciendo el papel de extras, cobrando salarios muy bajos, o si fuera posible, sin siquiera percibir un dinero. El resto de la cinta de Sanjinés no habla del agua como elemento sustancial de la narración, sino que nos depara una hermosa sorpresa de raíz más que única: los moradores de aquellas aldeas se niegan a participar en la película, arguyendo que en esos días han de recibir a los pájaros y a sus cantos, que por lo tanto no quieren dinero ni recompensas. Tal actitud enfurece al productor, lo que provoca a su vez que varios miembros del equipo se le enfrenten, recriminándole que esté cometiendo parecidos abusos a los perpetrados por los conquistadores españoles: desprecio hacia los indígenas, expoliación, abuso de poder y demás lacras propias de los colonizadores.

También la lluvia es pues, como la cinta de Sanjinés, una historia en la que se reflexiona sobre tres experiencias bien diferentes. La más evidente, es la del cine dentro del cine (la conquista española a través de la visión de un director y su equipo). La segunda es el robo de los recursos naturales, en este caso el agua, protagonizado por una multinacional que sube los precios del líquido elemento, hasta convertirlo en inaccesible para el pueblo, conduciendo a los habitantes a una situación social insostenible. Finalmente, la tercera es la menos obvia, pero la que establece un innegable paralelismo entre ambas propuestas: la recreación cinematográfica de una experiencia colonizadora, que se convierte en metáfora de las relaciones dentro de la producción de la película misma, llegando a un final en el que los cineastas terminan siendo explotadores de los indígenas. Son los nuevos colonizadores.

¿Ha sido casual tal argumento, que parte de un mismo origen (el rodaje de una película), situado en un idéntico marco histórico (la conquista de los españoles), en un mismo lugar (las montañas de Bolivia), con una similar problemática en la producción a la hora de contratar extras (los indígenas), aunque el desenlace que impida el rodaje del filme toque en un caso la explotación del agua (un tema recurrente en la América Latina de hoy), mientras que en el otro sea la tradición más enraizada (recibir a los pájaros) en la población autóctona de aquellos lugares? ¿No ha oído hablar de Sanjinés el feliz consorte de Bollaín, el respetado y eficaz guionista británico Paul Laverty?

Suponer que este último, habitual colaborador de Ken Loach, como la propia Bollaín, y no digamos ya el actor mexicano Gael García Bernal, ignoraban la existencia de la película de Jorge Sanjinés, sería como suponer que cuando Joan Manuel Serrat compuso el tema Mediterráneo, no sabía que Georges Brassens había editado años antes un impresionante disco titulado Súplica para que me entierren en la playa de Sête.

Como profesional que sabe alegrarse cuando se destaca, no sólo lo que hace la gente ya consagrada, la que sale en los medios casi todos los días, la que recibe subvenciones y elogios sin cuento, sino aquello que realizan los más humildes, los que carecen de plataformas de lanzamiento, los que no tienen apoyo institucional y económico, recordaría a cuantas personas van a disfrutar de la nueva obra de Iciar Bollaín, que hace 15 años, un modesto y sencillo realizador boliviano, lleno de coraje, inteligencia y honestidad, nos dejó una joya fílmica titulada Para recibir el canto de los pájaros. No se pierdan ninguno de ambos filmes.

Notas:

(1) Para recibir el canto de los pájaros cuenta la historia de un grupo de cineastas de ideas avanzadas, que se proponen ir a una comunidad indígena para filmar una reconstrucción de las barbaries de la conquista ambientada en el siglo XVI. Para conseguir su objetivo necesitan que la comunidad coopere, y en su afán de conseguirlo no hacen más que reproducir las actitudes que los conquistadores españoles habían tenido cinco siglos atrás. El título del filme está basado en una ceremonia que se realiza en la comunidad, donde cada año los pájaros enseñan a los habitantes las nuevas melodías para interpretar con sus instrumentos; cuando los cineastas se aprestan para filmarlas sus equipos no pueden captarlos y ellos tampoco pueden oírlas, debido a su incapacidad para comprender a la naturaleza y su relación con los habitantes de la comunidad. Al finalizar el filme, los cineastas y comuneros hacen las paces después de consultar con el yatiri y las hojas de coca. Así, los cineastas al final comprenden a la comunidad.

(2) Jorge Sanjinés (La Paz, 1936) Director de cine boliviano graduado en la Escuela Fílmica de la Universidad de Chile. Empezó realizando cortometrajes: Cobre (Chile, 1958), La Guitarrita (Chile, 1959; El Maguito (Chile, 1961); Sueños y realidades (Bolivia, 1962); Revolución, (Bolivia, 1963); estos dos últimos sobre los problemas de los indios y campesinos. Esa misma temática la trasladó después a sus largometrajes Ukamau (1966), La sangre del cóndor (1969), El coraje del pueblo (1971), Los Caminos de la Muerte (Inacabado, 1971); ¡Fuera de aquí! (1977), La nación clandestina (1989), ganadora de la Concha de Oro del Festival de San Sebastián, Para recibir el canto de los pájaros (1995) y en 2004, Los Hijos del Último Jardín. A pesar de la persecución que sufrió por parte de las distintas dictaduras militares que asolaron su país, fundó la primera Escuela Fílmica Boliviana que contó con unos 25 alumnos y estuvo en actividad durante cinco meses. El primer golpe a su proyecto vino del Instituto Cinematográfico Boliviano, que le negó el acceso a sus proyectores y equipos, cerrándole una sala con asientos, que hasta entonces le habían permitido usar. La escuela continuó con sus actividades en casas particulares, pero la junta militar obligó a cerrar la Escu.

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