lunes, 14 de febrero de 2011
Una inmensa alegría
Javier Ortiz
Samuel
Hoy nadie puede dar lecciones a los rebeldes egipcios. Que se callen los cínicos, los agoreros que piensan que todo está siempre atado y bien atado, los expertos que nada previeron y los turistas que solo querían ver monumentos. La multitud egipcia nos ha desbordado a todos. Desde Hosni Mubarak al mismísimo Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, ese que acaba de tomar las riendas del Estado, que no del poder, que de momento continúa en la calle. Pasando por los gobiernos occidentales, cuyas declaraciones suenan tan huecas y oportunistas como las del depuesto presidente. Y sus rostros, igual de acartonados.
Que se callen los aguafiestas, los vendedores de resignación que desean que venga la resaca cuanto antes. Es la hora de la celebración, del júbilo, de la algarabía. De recobrar una autoestima que había sido pisoteada. De compartir con el resto del mundo, no sólo con los hermanos árabes.
Egipto no cabía en una plaza. Y así fue. En los últimos días los egipcios salieron a las calles en Alejandría, Damanhour, Mansoura, Suez y Port Said. Pero la exigencia de un cambio también se extendió a las ciudades sureñas de Assiut, Luxor, Aswan, y a lugares donde nunca irán los periodistas, como el oasis de al-Kharga, a 500 kilómetros al suroeste de el Cairo, donde arrasaron la comisaría y las instalaciones del gobierno. En los últimos días se sucedieron las huelgas y protestas en los centros de trabajo: desde los trabajadores textiles de Kafr al-Dawwar, Helwan y Mahalla -como en 2008- a los trabajadores de la Autoridad del Canal de Suez, uniéndose a los jóvenes precarios y sin empleo. La punta de un iceberg que se venía formando desde hacía años. Algunas estimaciones elevan a dos millones el número de trabajadores egipcios que llegaron a participar en más de tres mil acciones colectivas, un 40 % de ellas en el sector privado. La libertad solo es posible desde lo común, desde aquello que hace posible una vida digna. Y las vidas de los egipcios se han transformado en estos días de euforia.
Harían bien en medir mejor sus palabras quienes, como el célebre empleado de Google Wael Ghonim, hablan con muy poca fortuna de "misión cumplida" y piden que los egipcios vuelvan a trabajar para "desarrollar el país". En la misma línea, el escritor Alaa El Aswany afirmó que "la gente que está en la calle no hace política, sólo quieren liberar a su país." Pero si Tahrir representa el principio de algo es porque los egipcios decidieron ocupar el espacio público y desde allí apropiarse de la política. Su alegría es una alegría constituyente.
Samuel
Hoy nadie puede dar lecciones a los rebeldes egipcios. Que se callen los cínicos, los agoreros que piensan que todo está siempre atado y bien atado, los expertos que nada previeron y los turistas que solo querían ver monumentos. La multitud egipcia nos ha desbordado a todos. Desde Hosni Mubarak al mismísimo Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, ese que acaba de tomar las riendas del Estado, que no del poder, que de momento continúa en la calle. Pasando por los gobiernos occidentales, cuyas declaraciones suenan tan huecas y oportunistas como las del depuesto presidente. Y sus rostros, igual de acartonados.
Que se callen los aguafiestas, los vendedores de resignación que desean que venga la resaca cuanto antes. Es la hora de la celebración, del júbilo, de la algarabía. De recobrar una autoestima que había sido pisoteada. De compartir con el resto del mundo, no sólo con los hermanos árabes.
Egipto no cabía en una plaza. Y así fue. En los últimos días los egipcios salieron a las calles en Alejandría, Damanhour, Mansoura, Suez y Port Said. Pero la exigencia de un cambio también se extendió a las ciudades sureñas de Assiut, Luxor, Aswan, y a lugares donde nunca irán los periodistas, como el oasis de al-Kharga, a 500 kilómetros al suroeste de el Cairo, donde arrasaron la comisaría y las instalaciones del gobierno. En los últimos días se sucedieron las huelgas y protestas en los centros de trabajo: desde los trabajadores textiles de Kafr al-Dawwar, Helwan y Mahalla -como en 2008- a los trabajadores de la Autoridad del Canal de Suez, uniéndose a los jóvenes precarios y sin empleo. La punta de un iceberg que se venía formando desde hacía años. Algunas estimaciones elevan a dos millones el número de trabajadores egipcios que llegaron a participar en más de tres mil acciones colectivas, un 40 % de ellas en el sector privado. La libertad solo es posible desde lo común, desde aquello que hace posible una vida digna. Y las vidas de los egipcios se han transformado en estos días de euforia.
Harían bien en medir mejor sus palabras quienes, como el célebre empleado de Google Wael Ghonim, hablan con muy poca fortuna de "misión cumplida" y piden que los egipcios vuelvan a trabajar para "desarrollar el país". En la misma línea, el escritor Alaa El Aswany afirmó que "la gente que está en la calle no hace política, sólo quieren liberar a su país." Pero si Tahrir representa el principio de algo es porque los egipcios decidieron ocupar el espacio público y desde allí apropiarse de la política. Su alegría es una alegría constituyente.
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