jueves, 7 de octubre de 2010
Primeras impresiones de las elecciones
Por Igor Ojeda
“Quiero agradecer a Dios por haberme traído hasta aquí”, dijo Dilma Rousseff en sus consideraciones finales del debate de la TV Globo tres días antes de las elecciones presidenciales. Es bastante probable que estas palabras de la candidata del Partido de los Trabajadores (PT) a la presidencia de Brasil no hayan sido espontáneas.
Posiblemente Dilma trataba de utilizar la audiencia del canal de televisión brasileño más grande para atenuar los daños que su imagen había sufrido entre los electores cristianos –sobre todo, evangélicos– durante el mes que antecedió a los comicios. Una intensa ola de rumores en la Internet hizo creer a muchos creyentes del país que ella se posicionaba favorablemente por la despenalización del aborto.
Eso, de hecho, resulta ser verdadero, según declaraciones anteriores suyas. Pero ante la fuerza de los rumores la candidata afirmó, en reunión con líderes religiosos un día antes del debate, que era contraria al aborto y que no enviaría al Congreso Nacional, si era elegida, la propuesta de flexibilización de la legislación sobre el tema.
Sin embargo el daño ya era irremediable. Una encuesta del Instituto Ibope, divulgada el día 2, mostró que Dilma había perdido en dos semanas el 7% de las intenciones de voto entre los evangélicos, que representan el 20% del total del electorado brasileño, aunque este 7% equivaldría al 1,4% del total.
Es decir, los rumores respecto a la posición de Dilma sobre el aborto –y también, en menor intensidad, sobre el matrimonio gay– son, en alguna medida, los factores para la realización de una segunda vuelta en la elección presidencial. Toda vez que a la candidata del PT le faltó sólo el 3,09% para ganar en la primera vuelta, este aspecto no puede dejar de tomarse en cuenta para comprender los resultados electorales del 3 de octubre.
Pérdida de apoyo
Pero la pérdida de votos de Dilma Rousseff en los últimos días de la campaña electoral se puede explicar también por otros tres factores, transversales al anteriormente expuesto: la intensa campaña mediática que se produjo en contra de su candidatura, la pérdida de apoyo entre la clase media baja y el crecimiento electoral de Marina Silva, del Partido Verde (PV).
De manera más abierta a lo que ocurrió en la segunda vuelta de las elecciones de 2006, los medios de comunicación brasileños asumieron el papel de principal partido de oposición al presidente Luiz Inácio Lula da Silva y a la candidatura de Dilma Rousseff. Una sucesión de supuestos escándalos de corrupción y tráfico de influencias vinculados a la ex ministra –o escándalos, de hecho, reales, pero de improbable vinculación a Dilma– se “denunciaron” diariamente en las revistas y periódicos del país.
El hecho de que la candidata de Lula no ganó en la primera vuelta demuestra que los medios de comunicación aún ejercen una fuerte influencia en la sociedad brasileña, pese a que algunos analistas decían que la emergencia de una red de blogueros y sitios progresistas servía como freno definitivo a este poder.
Los motivos de la pérdida de votos de Dilma en la clase media baja todavía no están muy bien explicados y hay que analizarlos con más cuidado. Por una parte, resulta una paradoja que uno de los estratos que más se ha beneficiado de las políticas del gobierno Lula haya sido uno de los responsables de la realización de una antes improbable segunda vuelta. Por otra parte, este mismo estrato suele ser más conservador en temas morales; es decir, la polémica sobre el aborto puede haber sido determinante.
“Ola verde”
La declaradamente evangélica Marina Silva, ex ministra del Medio Ambiente del gobierno Lula y ex integrante del PT, fue sin duda la mayor beneficiada de estos movimientos electorales. La llamada “ola verde”, es decir, su sorpresivo desempeño del 3 de octubre (19,33% de los votos) se debe, en gran parte, a la campaña mediática en contra de Dilma –los medios no atacaron a la candidata verde– y a la transferencia de votos desde la clase media baja.
Marina ha cautivado también al elector “ecológico” y al desilusionado con Dilma y José Serra, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), el otro candidato que disputará la segunda vuelta. Ahora, se especula si Marina apoyará a Dilma, a José Serra, o a ninguno de los dos.
Sin embargo, es improbable que sus votos sean transferidos automáticamente a uno de los dos candidatos. Marina no ejerce tanta influencia sobre su electorado como lo hace Lula. Menos aún su partido que, antes de la incorporación de Marina, estaba destinado a convertirse en uno de los llamados nanicos (menudos) del país.
En teoría Dilma necesita pocos votos más para resultar elegida. Si se confirmar la tendencia mostrada en las encuestas de que un 30% de los votos de Marina van a la petista, ésta tendría asegurada su victoria. Pero las cosas no son tan sencillas. Siempre hay la posibilidad de pérdida de votos (como le ocurrió a Geraldo Alckmin en 2006) entre la primera y la segunda vueltas, especialmente si el derechista PSDB y los medios siguen explotando la cuestión religiosa y si se crean nuevos “escándalos” en contra de Dilma.
Por otra parte la segunda vuelta, si se repitiese el escenario del 2006, puede presentar un debate de carácter más ideológico. Entonces Lula disputaba los comicios presidenciales con Geraldo Alckmin (del PSDB, recién electo en primera vuelta, era nuevo gobernador del estado de São Paulo, el más poblado del país, con más de 40 millones de personas). Su campaña logró hacer que Alckmin se quedara con la imagen de privatizador, lo que le resultó bastante eficiente electoralmente hablando.
Por lo tanto si eso se repite, sería un escenario bastante distinto al de la primera vuelta. Como viene siendo común desde, quizás, las elecciones de 2002 (cuando se eligió a Lula por primera vez), en la campaña electoral de este año tampoco hubo entre los tres candidatos más fuertes una discusión de proyectos para el país. El debate entre Dilma, Serra y Marina se centró en aspectos marginales de lo que se espera de un mandato presidencial.
Para que se haga justicia se hace necesario destacar que cuatro candidatos de izquierda –Plinio Arruda Sampaio, del Partido Socialismo y Libertad (PSOL), José Maria de Almeida, del Partido Socialista de los Trabajadores Unificado (PSTU), Ivan Pinheiro, del Partido Comunista Brasileño (PCB) y Rui Costa Pimenta, del Partido de la Causa Obrera (PCO)-, trataron de elevar el nivel del debate, pero fueron invisibilizados por los grandes medios de comunicación.
De esa manera, temas fundamentales para el futuro del país no fueron siquiera mencionados por Dilma, Marina y Serra. La política económica, que siguió extremamente conservadora bajo la gestión Lula, es el ejemplo más sintomático. Los tres se comprometieron a mantenerla. Otro asunto de gran importancia, una posible auditoría de la deuda pública –como la que ocurrió en Ecuador–, fue insistentemente mencionado en los debates televisivos por Plinio de Arruda Sampaio, pero evitado a toda costa por los otros tres.
Parlamento
Pero quizás la principal novedad de esta primera vuelta fue la ampliación significativa de la base aliada al gobierno Lula en el Congreso Nacional, conformado por el Senado y la Cámara de Diputados. Los resultados de las elecciones legislativas evidenciaron, en especial, la tremenda fuerza del proyecto de poder del actual presidente y el PT. Lula logró transferir gran parte de su enorme popularidad al PT y a los partidos aliados que, a su turno, profundizaron el pragmatismo electoral y político que viene siendo una importante característica del ex obrero desde que asumió la presidencia.
Como consecuencia, representantes de la oposición no lograron la reelección lo que era una cuestión de honor para Lula-. El caso más emblemático es el de Tasso Jereissati, del PSDB, un importante caudillo del estado de Ceará, en el noreste brasileño, quien fue gobernador de su estado por tres mandatos y senador desde 2003, siendo uno de los más activos opositores del gobierno Lula. Su no reelección hizo que anunciara, el día 4, que ya no disputará cargos públicos.
Por otra parte, el aumento de la bancada aliada en el Congreso Nacional pone sobre el tapete un desafío al PT: si en las dos gestiones de Lula la necesidad de negociación con los parlamentares opositores y el hacer concesiones a los mismos sirvieron de disculpa para muchos retrocesos en las políticas gubernamentales, Dilma y su bancada aliada en el Senado y la Cámara no tendrán cómo huir de su responsabilidad de aprobar leyes fundamentales para el desarrollo del país.
* Igor Ojeda es periodista y editor del semanario Brasil de Fato.
“Quiero agradecer a Dios por haberme traído hasta aquí”, dijo Dilma Rousseff en sus consideraciones finales del debate de la TV Globo tres días antes de las elecciones presidenciales. Es bastante probable que estas palabras de la candidata del Partido de los Trabajadores (PT) a la presidencia de Brasil no hayan sido espontáneas.
Posiblemente Dilma trataba de utilizar la audiencia del canal de televisión brasileño más grande para atenuar los daños que su imagen había sufrido entre los electores cristianos –sobre todo, evangélicos– durante el mes que antecedió a los comicios. Una intensa ola de rumores en la Internet hizo creer a muchos creyentes del país que ella se posicionaba favorablemente por la despenalización del aborto.
Eso, de hecho, resulta ser verdadero, según declaraciones anteriores suyas. Pero ante la fuerza de los rumores la candidata afirmó, en reunión con líderes religiosos un día antes del debate, que era contraria al aborto y que no enviaría al Congreso Nacional, si era elegida, la propuesta de flexibilización de la legislación sobre el tema.
Sin embargo el daño ya era irremediable. Una encuesta del Instituto Ibope, divulgada el día 2, mostró que Dilma había perdido en dos semanas el 7% de las intenciones de voto entre los evangélicos, que representan el 20% del total del electorado brasileño, aunque este 7% equivaldría al 1,4% del total.
Es decir, los rumores respecto a la posición de Dilma sobre el aborto –y también, en menor intensidad, sobre el matrimonio gay– son, en alguna medida, los factores para la realización de una segunda vuelta en la elección presidencial. Toda vez que a la candidata del PT le faltó sólo el 3,09% para ganar en la primera vuelta, este aspecto no puede dejar de tomarse en cuenta para comprender los resultados electorales del 3 de octubre.
Pérdida de apoyo
Pero la pérdida de votos de Dilma Rousseff en los últimos días de la campaña electoral se puede explicar también por otros tres factores, transversales al anteriormente expuesto: la intensa campaña mediática que se produjo en contra de su candidatura, la pérdida de apoyo entre la clase media baja y el crecimiento electoral de Marina Silva, del Partido Verde (PV).
De manera más abierta a lo que ocurrió en la segunda vuelta de las elecciones de 2006, los medios de comunicación brasileños asumieron el papel de principal partido de oposición al presidente Luiz Inácio Lula da Silva y a la candidatura de Dilma Rousseff. Una sucesión de supuestos escándalos de corrupción y tráfico de influencias vinculados a la ex ministra –o escándalos, de hecho, reales, pero de improbable vinculación a Dilma– se “denunciaron” diariamente en las revistas y periódicos del país.
El hecho de que la candidata de Lula no ganó en la primera vuelta demuestra que los medios de comunicación aún ejercen una fuerte influencia en la sociedad brasileña, pese a que algunos analistas decían que la emergencia de una red de blogueros y sitios progresistas servía como freno definitivo a este poder.
Los motivos de la pérdida de votos de Dilma en la clase media baja todavía no están muy bien explicados y hay que analizarlos con más cuidado. Por una parte, resulta una paradoja que uno de los estratos que más se ha beneficiado de las políticas del gobierno Lula haya sido uno de los responsables de la realización de una antes improbable segunda vuelta. Por otra parte, este mismo estrato suele ser más conservador en temas morales; es decir, la polémica sobre el aborto puede haber sido determinante.
“Ola verde”
La declaradamente evangélica Marina Silva, ex ministra del Medio Ambiente del gobierno Lula y ex integrante del PT, fue sin duda la mayor beneficiada de estos movimientos electorales. La llamada “ola verde”, es decir, su sorpresivo desempeño del 3 de octubre (19,33% de los votos) se debe, en gran parte, a la campaña mediática en contra de Dilma –los medios no atacaron a la candidata verde– y a la transferencia de votos desde la clase media baja.
Marina ha cautivado también al elector “ecológico” y al desilusionado con Dilma y José Serra, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), el otro candidato que disputará la segunda vuelta. Ahora, se especula si Marina apoyará a Dilma, a José Serra, o a ninguno de los dos.
Sin embargo, es improbable que sus votos sean transferidos automáticamente a uno de los dos candidatos. Marina no ejerce tanta influencia sobre su electorado como lo hace Lula. Menos aún su partido que, antes de la incorporación de Marina, estaba destinado a convertirse en uno de los llamados nanicos (menudos) del país.
En teoría Dilma necesita pocos votos más para resultar elegida. Si se confirmar la tendencia mostrada en las encuestas de que un 30% de los votos de Marina van a la petista, ésta tendría asegurada su victoria. Pero las cosas no son tan sencillas. Siempre hay la posibilidad de pérdida de votos (como le ocurrió a Geraldo Alckmin en 2006) entre la primera y la segunda vueltas, especialmente si el derechista PSDB y los medios siguen explotando la cuestión religiosa y si se crean nuevos “escándalos” en contra de Dilma.
Por otra parte la segunda vuelta, si se repitiese el escenario del 2006, puede presentar un debate de carácter más ideológico. Entonces Lula disputaba los comicios presidenciales con Geraldo Alckmin (del PSDB, recién electo en primera vuelta, era nuevo gobernador del estado de São Paulo, el más poblado del país, con más de 40 millones de personas). Su campaña logró hacer que Alckmin se quedara con la imagen de privatizador, lo que le resultó bastante eficiente electoralmente hablando.
Por lo tanto si eso se repite, sería un escenario bastante distinto al de la primera vuelta. Como viene siendo común desde, quizás, las elecciones de 2002 (cuando se eligió a Lula por primera vez), en la campaña electoral de este año tampoco hubo entre los tres candidatos más fuertes una discusión de proyectos para el país. El debate entre Dilma, Serra y Marina se centró en aspectos marginales de lo que se espera de un mandato presidencial.
Para que se haga justicia se hace necesario destacar que cuatro candidatos de izquierda –Plinio Arruda Sampaio, del Partido Socialismo y Libertad (PSOL), José Maria de Almeida, del Partido Socialista de los Trabajadores Unificado (PSTU), Ivan Pinheiro, del Partido Comunista Brasileño (PCB) y Rui Costa Pimenta, del Partido de la Causa Obrera (PCO)-, trataron de elevar el nivel del debate, pero fueron invisibilizados por los grandes medios de comunicación.
De esa manera, temas fundamentales para el futuro del país no fueron siquiera mencionados por Dilma, Marina y Serra. La política económica, que siguió extremamente conservadora bajo la gestión Lula, es el ejemplo más sintomático. Los tres se comprometieron a mantenerla. Otro asunto de gran importancia, una posible auditoría de la deuda pública –como la que ocurrió en Ecuador–, fue insistentemente mencionado en los debates televisivos por Plinio de Arruda Sampaio, pero evitado a toda costa por los otros tres.
Parlamento
Pero quizás la principal novedad de esta primera vuelta fue la ampliación significativa de la base aliada al gobierno Lula en el Congreso Nacional, conformado por el Senado y la Cámara de Diputados. Los resultados de las elecciones legislativas evidenciaron, en especial, la tremenda fuerza del proyecto de poder del actual presidente y el PT. Lula logró transferir gran parte de su enorme popularidad al PT y a los partidos aliados que, a su turno, profundizaron el pragmatismo electoral y político que viene siendo una importante característica del ex obrero desde que asumió la presidencia.
Como consecuencia, representantes de la oposición no lograron la reelección lo que era una cuestión de honor para Lula-. El caso más emblemático es el de Tasso Jereissati, del PSDB, un importante caudillo del estado de Ceará, en el noreste brasileño, quien fue gobernador de su estado por tres mandatos y senador desde 2003, siendo uno de los más activos opositores del gobierno Lula. Su no reelección hizo que anunciara, el día 4, que ya no disputará cargos públicos.
Por otra parte, el aumento de la bancada aliada en el Congreso Nacional pone sobre el tapete un desafío al PT: si en las dos gestiones de Lula la necesidad de negociación con los parlamentares opositores y el hacer concesiones a los mismos sirvieron de disculpa para muchos retrocesos en las políticas gubernamentales, Dilma y su bancada aliada en el Senado y la Cámara no tendrán cómo huir de su responsabilidad de aprobar leyes fundamentales para el desarrollo del país.
* Igor Ojeda es periodista y editor del semanario Brasil de Fato.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario