sábado, 9 de octubre de 2010

Medio siglo de cultura política en Honduras, 1960 a 2010

Vos el soberano   


Rodolfo Pastor Fasquelle

Introducción: conceptos básicos

Entiendo cultura como comprensión compartida y dialéctica, derivada de una experiencia histórica común y reflejada en un comportamiento concomitante. Los conceptos políticos a discutir son los de democracia, cultura democrática y transición a la democracia.  Según la convención avalada por Departamento de Estado de E.U.A. democracia es un sistema político en que los ciudadanos  votan por propuestas alternativas para conformar un gobierno. La etimología más antigua dice que es el gobierno del pueblo y una definición más moderna, latina, asegura que la democracia “está conectada con valores de justicia social, libertad e igualdad… y atraviesa todas las relaciones sociales…es una conciencia y una forma de organizar la vida social en todas sus dimensiones”.[1] Debe ser obvio que un “transito” es un proceso evolutivo, que las elecciones son un tipo de procedimiento, y que tiene que generarse un sistema de gobierno “del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, para que se dé una justicia social democrática.

Cabe advertir además que la cultura política está compuesta por varios elementos (un tipo de liderazgo y de discurso concomitante, un tipo de organización para la participación, ie. Partidos, que responden a contextos económicos y de la organización social y que privilegian distintas formas de relación y comunicación con sus adeptos), que esos factores suelen transformarse de manera dispareja. Y que el conjunto además evoluciona de manera isomorfa, y puede aletargar o acelerarse o según los retos que confronta.

Anticipo que, entre 1960 y 2010 atestiguaremos una evolución que se acelera de la cultura política en Honduras, con un cambio estructural obligado. Aun se conserva un tipo de liderazgo arcaico, el que Weber llama “carismático” y que, en la tradición latinoamericana, llamamos caudillista. Porque el rappport de los conductores con la masa sigue dándose fundamentalmente a través de un discurso emotivo, compuesto mas de símbolos e imágenes que de argumentos lógicos. Ello no debería de sorprender en cuanto que el país ha pasado por una transición demográfica indubitable, pero sigue teniendo, en los albores del siglo XXI, índices de escolaridad promedio de cinco años.

Por lo demás, esta es historia, se hilvana cronológicamente. Y, así como los poderes del Estado, como las Gálias y como la divinidad en varias religiones, cualquier cronología puede, para fines ilustrativos, dividirse en tres. Eso me propongo hacer con esta historia para entender más fácilmente la transición inconclusa o frustrada a la democracia en Honduras. Intentaré entonces diferenciar tres periodos, también isomorfos: uno, previo algún antecedente, de 1960 a 2000, otro de 2001 a Junio del 2009 y un tercer periodo, que abarca el último año y casi medio.

Tradición momificada,  atavismos y fricciones 1960 a 2000


En Honduras, los partidos tradicionales, escindidos del Partido Liberal “reformista” en los albores del s. XX (P.L. y P.N.)[2] se conservaron hegemónicos hasta el advenimiento de la dictadura militar en 1971. Por entonces  –además- se incorporaron tres partidos pequeños, que nunca sumaron conjuntamente más que 5% del voto y que -después de cuarenta años- siguen sin opción de poder y pueden desaparecer. Para entender esta continuidad anómala es preciso recurrir a un poco de teoría antropológica y otro poco de la particular historia social y política del país, su formación social.

El movimiento social moderno, vinculado al obrerismo centroamericano, ya tenía un tinte “antiamericano”, puesto que se había gestado en la primera proletarización, precipitada por la colonización de las empresas bananeras, en la segunda década del siglo XX. Con las tensiones extremas de la crisis de los mil novecientos treinta, los obreros terminaron de organizarse en sindicatos y se catalizó una nueva dictadura para sofocar el descontento, la de T. Carias, hasta 1948. El movimiento obrero solo alcanzó una masa crítica de credibilidad en los cincuentas, cuando ganó una huelga por primera vez. Aun en 1940, la pequeña población hondureña (poco más de un millón de habitantes) crecía lentamente y conservaba rasgos de lo que un teórico de la historia social ha llamado, sin ánimo de polemizar, sociedad de una sola clase. Mito aparte, el sistema social tenía una cohesión de antiguo régimen, fortalecida, de repente, con el componente de una novel solidaridad contra el extranjero y movilidad social real, si relativa.

Consecuentemente los partidos, que compartían la misma base social e ideológica, reflejaban esa cohesión y  se diferenciaban solo por caprichos de caudillos y no por proyectos o programas propios, ideológicamente diferenciados. Las sucesivas constituciones tuvieron la cautela de prohibir –preventivamente- la formación de un partido de clase. Ninguna, dice un experto, fue un pacto social.

Si además recordamos la forma en que algunas sociedades  “primitivas” --en África, Asia y América--  se dividen cómodamente en mitades (moities) para organizarse mejor, podríamos entender la curiosa relación entre los partidos políticos tradicionales hondureños que fueron, como aquellas mitades, binomios casi exógamos del estamento dominante, que compartían territorios, por medio de un pacto continuado y sobrentendido, sólo a veces explícito y que se proyectaba transversalmente en la estructura social, a través de redes de patronazgo y clientela. Las familias se repartían entre partidos. Los adversarios consecuentemente estaban emparentados o eran a veces socios mercantiles, y cambiaban de un partido al otro, según la conveniencia. El bipartidismo, paradigma en la organización de la cultura política, nace así como teatro de sombras y sigue siendo casi eso hasta el final. (Carlos Flores F. fue “ofrecido” a los dos partidos aun en 1980 y acaba de concertar al bipartidismo para el golpe.)

También se había retrasado la transición demográfica con que se ha correlacionado la modernización sociopolítica, consolidada, en el resto del continente y aun en los demás países centroamericanos, a mediados del siglo XX. Hacia 1950, la población de Honduras había crecido a 1.5 millones, pero solo 7% era urbana, por comparación con 20% en el resto de la región. Los electores eran por entonces un cuarto de millón de personas que se dividían sin distracción entre los dos partidos tradicionales. Honduras seguía siendo un país de aldeas, como las que pintaba A. Velásquez que, por entonces,  durante el auge del abstracto expresionismo, exponía su obra naif primitivista en Washington, D.C.

A partir de mediados de los cincuenta, sin embargo la población creció exponencialmente  al mismo tiempo que despegó la urbanización, generándose nuevas concentraciones, relaciones y tipos de redes sociales. Este era uno de los crecimientos demográficos mas altos de América Latina y la explosión alimentaba las presiones y socavaba las capacidades del estado tradicional. El retiro Carias dio paso a la elección de J.M. Gálvez, ex Ministro de Carias y Abogado de UFCO y su renuncia, dio paso a la sucesión de J. Lozano, que sufrió el primer golpe militar cuando quiso validar elecciones fraudulentas en 1956.

Golpes, presiones y comienzo de un desgano profundo


Entre 1960 y 2000, Honduras alcanzó las tasas de urbanización de los demás países del área. Con el empuje –a partir de 1959-- del MMCC, el que Román Mayorga llamó “un modelo de crecimiento concentrador y excluyente” generó ahí también un proceso de diferenciación social de nuevo cuño. Ese proceso necesariamente impulsaría una evolución  de las culturas y una polarización de las visiones políticas de grupos sociales diferenciados; demandaría una adaptación del sistema. En efecto la presión agraria y el obrerismo indujeron al P.L. a adoptar reformas que acomodaran y resolvieran la novel contradicción social como  exigía una masa movilizada por primera vez. En Oct.1963 empero se produjo un segundo golpe militar, se dijo que anticomunista, contra el P.L. que había predicado una “justa conjugación del capital bananero, el capital local y el trabajo”. Se prohibió al partido y exilio a sus cabecillas.

El P.N. constitucionalizó en 1965 al dictador, López A., quien convocó a elecciones, de las que surgió en 1970 triunfante el P.N. con R. Cruz, ex funcionario judicial y diplomático del Cariato.

Pero el modelo de economía agroexportadora continuaba inalterado precipitando una mayor presión agrarista que precisamente dio pie, apenas unos meses después, a un nuevo golpe de López A. y a una dictadura militar prolongada, que se se propuso realizar la reforma agraria frustrada por la incidencia en los partidos, de las fruteras, de los terratenientes y las nuevas corporaciones agroexportadoras. Este sería el que Gautama Fonseca, su ministro e ideólogo, ha llamado el “buen periodo” de López A. Sin contradecir la predominancia de los tres componentes originales del modelo de balance villedista, la dictadura agregó una base agrarista y un componente de proyectos estatales estratégicos (Conadi y Corfino) a financiarse con deuda externa. Los militares se quedaron en el poder hasta 1981, pero la reforma que fuera su pretexto no resolvió el problema social ni permitió abordar el político.

A tres años de proclamada la dictadura, el reformismo militar populista colapsó en sucesivos golpes de barraca, impulsados por la crisis de corrupción, el bananagate, el manejo de la ayuda en el Fifí. En 1980, bajo presión de los EUA -alarmado con la guerrilla en El Salvador y el triunfo sandinista- se convocó  una constituyente: había que cambiarlo todo para que nada cambiara

El retorno a la democracia formal  reinstauró al sistema bipartidista sobre bases muy solidas de compartición del poder que –después- se fueron refinando en reformas a la Constitución para dividirse la corte suprema y los otros altos tribunales, entre los dos partidos. Con el sistema se restauraba también la cultura de comunicación, la tradicional movilización de pueblo a puntos neurálgicos durante las campañas, para hacer demostraciones de fuerza, más eficaces en cuanto que las cubría la prensa, ahora ya también la televisiva, que podía valorarlas según la línea y el ángulo de la fotografía.

La Constitución nueva dio paso al gobierno de R. Suazo C., del ala derechista del P.L. y colaboracionista en la guerra sucia de Reagan contra Nicaragua asistida por el General Álvarez M. que manejaba un poder independiente. El narcotráfico, que había hecho su entrada en los setentas, se legitimó en el affaire Irán-Contra, coordinado por el Embajador Negroponte en 1985 y amplificó los círculos de corrupción y violencia, al tiempo que la geopolítica inundaba al país de armas, legitimaba la detención  ilegal, la tortura y la “desaparición” de opositores y minaba la frontera. Cuando promovía la causa de una guerra con Nicaragua,  Álvarez fue defenestrado por sus subordinados y exiliado a EUA, en donde “se convirtió”.

Había comenzado con mala fortuna la novel democracia cuando, en el primer gobierno constitucional, se produjo asimismo el primer intento continuista, encabezado por el diputado liberal rodista R. Micheletti B para prolongar la presidencia de Suazo C. El complot fracasó. Sucedió a Suazo, el liberal J. Azcona (85-88) quien se rehusó aun a devaluar y se fue de vacaciones a la playa cuando EUA anunció que “Honduras estaba siendo invadida por los sandinistas”. Pobre Honduras. Le sucedió el nacionalista R. Callejas (89 a 93), quien casi por compromiso devaluó  la moneda y usufructuó la paz forjada fuera, en Contadora y después en Grupo de San Jose, cuando parecía quedar desactivada la tensión de la guerra fría. Quien sabe quien ejecutó al Gral. Álvarez un miércoles de 1989 en Tegucigalpa, a la que había regresado “a predicar”. Se dijeron muchas cosas.

Se hablaba ya entonces –arriba y abajo- de la falta de responsabilidad de los gobernantes. Un par de movimientos políticos reformistas  señalaron las fallas profundas del sistema político como raíz de los problemas nacionales y plantearon el imperativo de reformas profundas. Pero no estaban dadas las condiciones.

Del modelo político tradicional se desprendía la imagen de una elite perfectamente sincronizada en los partidos, apadrinada por EUA y una “estabilidad” sin opciones. Los partidos tradicionales alternaban en el poder, adoptando las medidas mandadas por el Consenso de Washington y fingiendo compensar. R. Callejas privatizó las empresas surgidas del reformismo militar y legisló para revertir la reforma agraria. Aquí nada iba a cambiar. De eso estaban ciertos y satisfechos los amos del sistema y sus padrinos, así como también la población afectada, que carecía de oportunidades y que inicio un pequeño éxodo a la tierra de promisión y una sorda guerra de baja intensidad a la que se califico de delincuencia y no de “insurgencia”, como llamó  Mme. Clinton al equivalente mexicano, con más tino del que se le ha querido conceder. Fuera de la milicia, no había más caminos de ascenso social o mejora que la migración o el crimen.

El gobierno del Presidente C. Reina 94-98 avanzó en la desmilitarización y apenas escapó a otro golpe. Se podía hacer poco. Pagábamos entonces casi la mitad del presupuesto nacional a nuestros acreedores externos. No había una base para contrarrestar la presión de la inercia, ni con qué. Los medios calientes de comunicación además se habían vuelto ya un mecanismo de presión constante, un cuarto poder al que Reina declaro incautamente [se le pega o se le paga[. Esa nueva presencia también modificaba la cultura política que dependía cada vez más de la imagen mediática.

El sucesor de Reina, C. Flores F. (98-01) se ufanó de “mantener la paz”, en la difícil circunstancia del Huracán Mitch a fines de 1998. Por un momento pareció que ese Huracán --que desnudó el desorden, la irresponsabilidad oficial, la urbanización improvisada, la degradación del campo, la vulnerabilidad-- provocaría un cambio. En el lustro posterior se prolongó la miseria de vastas capas de la población y el enriquecimiento ininterrumpido de una pequeña plutocracia, a base de concesiones estatales, contratos públicos, fraude bancario. Pero no paso nada, fuera de que se ablandaron los banqueros de fuera. Y empezaron a hablar de condonación. Pero condonación ¿para quién?[3]

2000 a 2009, Crisis y descarrilamiento del sistema



Desde mediados de los noventas, los observadores más acuciosos habían señalado la disminución de la confianza de la población en el sistema al mismo tiempo que la emergencia de una serie de grupos sociales (los indígenas, los afro descendientes y las mujeres) y la articulación de un nuevo movimiento social más complejo. No que se les tomara en cuenta. El liberal Flores Facusse que había inventado del decimocuarto mes y promulgado un estatuto del docente para asegurar su elección, ya en poder, mandó ametrallar una manifestación de indígenas frente a casa presidencial. Pero el paradigma bipartidista se sostuvo cuando, luego, con el apoyo de Flores y de la elite, el nacionalista R. Maduro (02 a 06) ganó las elecciones, sin proponer nada distinto. Y se dedicó a otras cosas, que no a atender el problema social.

Se profundizó así una contradicción estructural, que se reflejó en la reproducción de un movimiento social amplio y diverso, coincidente en la necesidad de cambiar el centralismo, el exclusivismo político y revertir la inequidad socioeconómica que se habían profundizado. Para entonces la mitad de los casi ocho millones de hondureños vivía ya en ciudades, muchos en tugurios. Aun en regiones apartadas como La Mosquitia y el Occidente extremo se conformaba un nuevo tejido de redes sociales, gobiernos locales y ongs que exigían cambios, y deliberaban sobre política, sobre administración pública, sobre transparencia. Aunque ese movimiento no encontraba eco en el bipartidismo, indispuesto a hacer concesiones, y que se rehusaba a ver lo que estaba ocurriendo o a tomar en cuenta las nuevas demandas.

Los analistas menos avezados deducían de esa inacción y de la falta de programas diferenciados, la conclusión de que el sistema político hondureño seguiría acomodando a un electorado  conservador, apático o incapaz de reaccionar. Unos pocos vieron el peligro de esa falta de opciones. (Vid Ana Belver, Banco Mundial.) Jeffrey Avina, Representante Nacional de NNUU intentó concertar cambios institucionales que respondieran a las demandas de la opinión pública. Para aprobar la condonación,  el sistema internacional exigió reformas, algunas de las cuales se promulgaron, aunque después fueran sistemáticamente desmanteladas. La gente, piensan estos, es pendeja. Ni cuenta se da. Y el clamor en la calle era que los que no se daban cuenta eran los políticos. La ingenuidad ya era solo nostalgia.

Manuel Zelaya que escuchaba ese reclamo en el campo contradijo esa deriva y llamó a hacer una política más participativa y un estado más plural e incluyente, una economía más dinámica por compartida y a forjar un pacto social para construir una sociedad más democrática y justa. ¿Cuantos le podían creer? Una serie de estudios impulsados desde las agencias internacionales sobre el sistema político entre 2001 y 2008 (PAPEP; LAPOP; INDH, ENPDH) advertían el descenso de la participación electoral (de casi 80 en 1981 a 50% en 2005), la desconfianza de los ciudadanos en las instituciones, el descenso de la tolerancia política, una desconfianza agravada en la representatividad. Y pronosticaban en 2008 “una crisis política inminente para los próximos años”. Este sí que sería un golpe anunciado.

La elección de Zelaya en 2005 habría sido la última ocasión en que el bipartidismo consiguió que votara poco más de la mitad del electorado, a duras penas y a pesar de una notable polarización provocada por la propuesta de pena de muerte de su contrincante. La instalación de las asambleas y mesas de poder ciudadano, en que los funcionarios tendrían que escuchar lo que pensaba el movimiento social, implementaba la política del nuevo gobernante. En otros sitios discuto lo que se hizo en el gobierno y lo que ocurrió en el golpe. (Pastor, R El golpe, y ERIC, Envíos  # 25). Aquí lo relevante es que, cuando estalló la crisis política de 2009, el Presidente Zelaya buscó apoyar a su base partidaria en ese movimiento social amplio y cuestionar los modelos, incluso los modelos políticos partidaristas.

Los ideólogos y artífices del golpe calcularon mal. Contaban con el tradicionalismo que quizás de manera paulatina y poco visible venia desvaneciéndose como consecuencia de las tensiones y discapacidades del sistema. Supusieron casi seguro que no habría una reacción popular o al menos no una prolongada, puesto que ellos controlaban los sellos de los partidos y nunca antes la hubo. Y se olvidaron del contexto latinoamericano más amplio, que les daba un contorno nuevo.

Del golpe 28/6/2009 hasta acá



Pero el golpe de Estado fue un tiro de gracia imprevisto para el bipartidismo hegemónico. Puso fin a cualquier esperanza de que los partidos tradicionales suscitaran credibilidad, porque el golpe (y no la política social de búsqueda de cohesión por la vía de la responsabilidad social estatal) generó una polarización sin precedentes, un rompimiento, que rebaso el punto de no retorno. De inmediato una gran proporción del liberalismo se declaró en resistencia y se rehusó a seguir a la autoridad partidaria. En cuestión de días se conformó una nueva fuerza política, aunque no tuviera aun estructura, el Frente Nacional de Resistencia. Las opiniones hoy están divididas entre dos formas de pensar que son apenas ilusiones opuestas, reflejadas en dos espejos distorsionantes  cóncavos y ondulados, contrapuestos.

Por un lado están quienes quieren hacerse la ilusión de que nada ha cambiado en el fondo y creen que la continuidad (por demás inevitable) de la vida cotidiana supone evidencia a su favor. Everything is as usual and as it used to be. Quieren fingir estos capos del sistema que no ha pasado nada o ciertamente no ha habido un cambio profundo que impida la recomposición del sistema. Solo hubo una pequeña turbulencia y hay que alisarnos la falda, peinar un poco la vieja institucionalidad partidarista y las aguas volverán a su nivel. Estos ilusos de la tradición se inspiran en encuestas que reflejan la residual lealtad de electores, que son menos de la mitad de los ciudadanos. Pero no leen esas encuestas cuando les dicen que ninguna figura del círculo oficial concita un porcentaje mayoritario de apoyo. El PL oficial está herido de muerte, nadie lo va a salvar. Junto con los partidos que ya no emergieron nunca, porque el golpe arrancó de cuajo su base social, esfumó la confianza de que fuesen distintos y desnudó el modo en que se los manipula contra cualquier cambio y se los clienteliza. Con ellos agoniza el bipartidismo.

No todo el mundo se resigna. Otros aceptan que sufrió un daño real, al desprenderse de él su pequeña facción de izquierda pero también movimientos centristas y aun la hueste tradicional del zelayismo, que nunca regresaran al redil. Pero aducen que el PL podría “reunificarse” alrededor de una posición y un personaje que no estuviera apestado por el golpe pero que tampoco fuera zelayista. Y creen que, el P.N. reencausara el sistema, como si este a su vez no tuviera pendiente una crisis de identidad. Pero además el bipartidismo exige la existencia de dos cuerpos en relativo equilibrio y no hay reemplazo posible para el partido extinto ni manera en que el PN pueda enfrentar exitosamente a la Resistencia unida en elecciones libres. De lo cual se deduce que no las habrá pronto.

No van a desaparecer de la noche a la mañana las estructuras partidarias porque, en el proceso histórico, las instituciones son de muerte lenta, en vez de súbita como, toda proporción guardada, los imperios que --cuando no surgen nuevas amenazas-- pueden durar centenares de años en decadencia, o para dar otro ejemplo pertinente, las religiones. Hay muchos interesados en mantener vivas esas estructuras, aunque sea solo como frentes de sus intereses personales o de pequeño grupo. Perviven las estructuras clientelisticas que dan pabilo al sistema tradicional.  Pero la taxonomía misma ha cambiado. Dice Rocío Tabora sintéticamente en una conferencia reciente. Antes se suponía “que todos éramos liberales o cachurecos”. Hoy somos “resistencia” variopinta o “partidarios de la sucesión constitucional” (el 30%, según todas las encuestas) con 10% de indecisos o de indefinidos.

Por otro lado, frente a otro espejo de casa de la risa están los muchos líderes del movimiento popular e incluso autoridades del Frente que piensan que ya estuvo, que todo cambio para siempre y de raíz, que la gente está convencida de su propuesta (¿cual?), que su discurso basta para disipar todas las dudas y ahuyentar las disidencias y solo se espera una apertura (que nadie ofrece) para que, como aglutinador del movimiento social  sin duda mayoritario, el Frente tome el poder. Y cuando las cosas son inevitables, no se precisa procurarlas. Pero la toma el poder es incierta. Difícil a corto plazo. Muchos cuadros entienden que, para que suceda, más allá de la simpatía y aun la motivación, del sentimiento, la frustración y la rabia, es preciso generar redes de comunicación capaces de superar el cerco mediático y una organización disciplinada que pueda enfrentar exitosamente los retos.

Ser mayoría no basta
Hay que aglutinarla y blindarla con disciplina. Hace falta, para concitar la masa crítica de apoyo político, ampliar las perspectivas y los discursos de La Resistencia, a ratos atrapada en una retorica tercermundista, ahora si reaccionaria. Que iza, como si estuvieran vigentes, los paradigmas decimonicos del marxismo, invoca al sector popular como único protagonista y amenaza con una dictadura de clase, que tampoco se va a dar, entre otras cosas porque no hay tal clase, si no una confluencia de muchos sectores diversos en La Resistencia. La promesa de “destruir la burguesía”, como reza un comunicado reciente, luce Pol potiana. Repugna, alienta atavismos como el de querer recomponer el tradicionalismo que, aunque sean inútiles, restan impulso. Más bien se necesitaría movilizar con argumentos convincentes, e incorporar a sectores que tienen algún grado de independencia,  propietarios y comerciantes, a la pequeña burguesía asustada, a profesionales y empresarios con una visión moderna, que no temen al pueblo.

Unas pocas certezas
No creo que nadie anticipe exactamente cómo va a evolucionar el sistema político hondureño ni los acontecimientos en un corto plazo. Se puede enumerar muchas posibilidades, pero en medio de la incertidumbre que generan las contradicciones entre ellas hay, para el observador objetivo, unas pocas certezas.  No es cierto que, por mucho gritarle improperios bien merecidos, el yankee se vaya ir a su casa. Aquí está todavía el oro. Falta una generación. Y los “turcos @#$%&” no se van a “regresar al desierto” aunque lo pidan los muros pintados con pasión, que también son una forma de cultura política. Pero el cambio es real y tendrá consecuencias duraderas.

Se ha perdido para los horizontes previsibles la generosa opinión que tenia, incluso después de la amarga experiencia de los ochentas, la mayoría de hondureños sobre los amigos estadounidenses. El antiguo resentimiento del bananero y del intelectual, que  había florecido de nuevo en los ochentas en la izquierda perseguida, se propagó ahora a otras capas populares y de la clase media y forjó una visión antiimperialista compartida, que se ha vuelto pilar de la propuesta de Resistencia. Ya había provocado una reacción alérgica la defensa de los intereses petroleros por parte del Embajador C. Ford, desembozadamente injerencista. La primera reacción del nuevo Embajador frente al golpe inspiró alguna ingenuidad. (¿Cuantas veces no escuché la frase que expresaba una ambivalencia ancestral: “los gringos van a arreglar esto”?) Pero su duplicidad y  el giro en meses posteriores, claramente dictado desde Pennsylvania, destiló al final un licor fino, que lo devolvía a uno a su sentido histórico, con un ligero mareo de deja vu y fe perdida.

A nadie le inspira ya confianza la política de EUA., cuya diplomacia certificó las elecciones celebradas bajo estado de sitio y ha glosado los abusos. La mayoría pudo ver la solidaridad de los latinoamericanos, al mismo tiempo que cobró clara y dolida conciencia de la traición del gobierno y las grandes empresas corporativas estadounidenses, como también algunas canadienses y europeas, más interesadas en el business as usual y en la obtención de concesiones y garantías que en la institucionalidad y el respeto a los derechos que fundamentan un régimen democrático.

Tienen también los hondureños una nueva claridad sobre el imperativo imperial. Al final, el Embajador Llorens terminó dando una impresión más negativa que su antecesor.  Obama hasta ahora no ha cambiado nada. No que no pueda aun, pero nadie confía en esa posibilidad. También el bipartidismo estadounidense quedó develizado. “Demócratas y Republicanos son lo mismo”, responden a la derecha y a la paranoia imperialista.

Asimismo, media docena de intelectuales árabe hondureños repudiaron contundentemente el golpe, pero la gran mayoría de los árabes conspiró para el golpe, se pronunció por el sin ambages en sus medios y se ensoberbeció  con el poder que el golpe les otorgó.  Así el viejo prejuicio -casi vencido- contra estos inmigrantes más recientes ha rebrotado, envuelto en una confusión y ha destilado hiel y un racismo que responde a otro. (Ilustrar) Y no se vislumbra de qué manera pudiera superarse esa percepción, al menos en un corto plazo y sin un mea culpa. No habrá otro presidente árabe pronto.

A menos que surgiera de ellas algún nuevo liderazgo lucido como el de un W. López, que derrocara a sus cúpulas, lo que luce improbable, las FFAA quedaron condenadas también. Demostraron más allá de cualquier duda su disposición a la traición y la maniobra politiquera. Ha naufragado la opinión favorable y la confianza que las FFAA inspiraron al entregar el poder en 1981 y, después, al purgarse de elementos como Álvarez M., Castillo y Bueso en 1984. El soldado se ha convertido en auxiliar y por tanto en cómplice de la policía corrupta y en protagonista de sus atropellos. La nueva constitución no tendrá autonomía. Incluso los sectores moderados del liberalismo en Resistencia claman la abolición del cuerpo peligroso e innecesario. Nadie ha explicado como las vamos a desarmar y no hay suficientes agregadurías. Pero desarmes ha habido antes y habrán de nuevo.

También ha sufrido por el golpe la tradición personalista que querría depositar la tarea de la redención en individuos que se presentan como caudillos y redentores indispensables. Aunque llena a cabalidad el estereotipo, al final resultó que Mel no era solamente, como aseguraba A. Fajardo, una figura transicional entre el caudillo y el líder moderno, si no el último caudillo posible, aunque sea todavía el caudillo y necesario. Quienes han buscado con posterioridad llenar ese role se encuentran con un auditorio escéptico. Asimismo ha sufrido un desgaste irreparable la intelectualidad orgánica de la elite, los periodistas y tinterillos que quisieron impostarse de sabios cuando legitimaban el golpe y sus sucedáneos, desenmascarados por un nuevo tipo de comunicación y un debate prácticamente inexistente antes del suceso, un cambio.

Conclusión

No todo ha cambiado. En alguna zona rural la tradición sigue viva La corrupción, la inseguridad, la insalubridad, la mala educación, el descontrol de los bancos, las multinacionales abusivas siguen intactas, igual que los carteles mexicanos y el desastre ambiental. Sin embargo hay mal que por bien no venga. En Honduras ya ocurrió una Revolución. Por hoy, una revolución de las mentalidades. La nueva identidad (conciencia de quien somos) surgida del proceso detona cambios importantes en la manera en que mayoritariamente  los hondureños perciben la polis, sus enemigos externos e internos y se ubican entre ellos, se auto interpretan y valoran. Los políticos tendrán que tenerlo en cuenta porque si no pueden vaporizarse sus esfuerzos. Aquí ahora si habrá democracia.

La ilusión que -justificadamente o no- despierta en la imaginación del pueblo la Asamblea Nacional Constituyente, heredera formal de la Cuarta Urna, con un millón y medio de firmas ciudadanas. La novel cultura política crítica concretizada en el F.N.R., objetivada en las marchas multitudinarias y ecuménicas, que ya no son como antaño producto de la movilización transportada de dependientes. Articulada en las pancartas y consignas voceadas o pintadas, las burlas, la música de la Resistencia, sus foros, los conciertos, a los que se les ha dedicado tanta saña, las obras de teatro, los editoriales en Diario Tiempo y El Libertador, la incorporación del internet a la lucha (los blogs, los periódicos digitales y no solo los oficiales del Frente, el de Voselsoberano, el de Los Necios), la heroicidad de los periodistas y los medios de comunicación resistentes, Radio Globo, Radio Progreso, Radio Uno)  abren el camino al cambio, porque inoculan a la población contra el engaño mediático, contra el chauvinismo sin vergüenza y contra las beaterías de la tradición.

A corto plazo, el escepticismo nos cerca en la desconfianza. Han desaparecido las condiciones para la paz social. La situación en la calle y en el barrio se degrada día con día.  En Honduras ya se armó la de Troya y puede pasar ahí cualquier cosa, porque el país es un desastre y esta preñado de violencia y de pasiones que no se van a disipar antes de desahogarse. Por desgracia eso supone una larga espera antes de reemprender el camino a un desarrollo que tendrá que ser integral para reducir la pobreza y abrir oportunidades. Siento avisar, que aunque abunden los dólares devaluados, el experimento fracasó y que el salón está lleno de humo y gas.

Muchos compañeros resistentes radicales dicen que es una trampa. A mi me alegra que, al invitar a NNUU a conformar una Comisión contra la Impunidad en Honduras, el Presidente Lobo reconozca un problema que su gobierno venia negando, y abra una escotilla, por la que podría salir algo del gas y entrar oxigeno. La otra mitad de la tarea es sentarse a hablar, para lo cual Urge Mel. No hay solución pacifica sin dialogo ni dialogo del que se pueda excluir el imperativo de un pacto social. La intransigencia no puede escapar a su lógica circular y no se puede refutar, pero no tiene futuro.

Para dialogar hay que reconocer al otro; y no avisar que se le “va a desaparecer porque no tiene razón de ser” como declara el sobrino de Álvarez M., ni alegar que el pecado original basta para condenarlo como hacen, con Lobo, los radicales de mi partido, quienes aducen que una Comisión contra la Impunidad es insuficiente, que se necesitaría una Misión Integral de Verificación, sin tomar en cuenta que hay que comenzar por un comienzo y no puede haber verificación internacional hasta que no haya acuerdos.

El Frente debe reconocer que aun siéndolo, Lobo está dando un paso al frente, sometiéndose a un escrutinio internacional, que no va a estar bajo su control ni el de sus aliados. Lobo tiene que reconocer y respetar al Frente, cuyo Coordinador es Manuel Zelaya y reconocer que hay un problema, una agenda en suspenso y que el dialogo solo puede comenzar cuando se deje a la gente regresar y expresarse, como demandan los amigos latinoamericanos. El problema en Honduras hoy es que el poder público, difuminado por el golpe, parece incapaz de concertar su propio accionar y atado a los dogmas del golpismo y sus aliados, empeñado en estrategias divisionistas baratas, de corto plazo, mientras que sin mando central, la oposición desestructurada se radicaliza con cada día que pasa.
[1] Vargas cit en Diálogos feministas, citado por Tabora, R, óp. cit.
[2] Véase el esquema evolutivo de los partidos
[3] El Mitch sirvió para condonar deudas y obligaciones de los oligarcas, pobrecitos habían perdido mucho.

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