Foto Alfredo Domínguez
Aparece de pronto Louis Dominique, con su pipa encendida, gorro tejido, barba cana y larga, sobre la acera frente a las ruinas del Palacio Nacional, en el corazón de la capital. Ofrece sus lienzos, paisajes de un trópico onírico, animales fantásticos, el naif. Es un pintor descalzo en las orillas de la sobrevivencia. Marcado profundamente por el terremoto del 12 de enero. Ya no pinta. Sobrevive en el hacinamiento del albergue masivo de damnificados del Campo Marte.
“Éste es mi niño. Mire usted.”" Saca del bolsillo del pantalón una credencial a nombre de Reginald Dominique, de 36 años, nacido el 9 de junio. Sin sentimentalismo. "“Ahora él está... no sé dónde.”" Con los brazos hace un gesto como si algo se dispersara en el aire, en la nada. "“¡Puff! Nadie sabe dónde están sus restos, sólo Dios. Nadie me dio información; si lo sacaron de los escombros, no vi en qué momento. Nadie me dijo adónde se lo llevaron. Sé dónde murió, eso sí lo sé.”"
Reginald ofrecía crédito para celulares en la calle, uno de esos personajes de la vía pública que cargan con un teléfono que parece de juguete, verde limón. Venden llamadas desde "“teléfono fijo”" por unos cuantos gourdes (la moneda local). "“Él me ayudaba a mantener a sus seis hermanos. Era soltero y aún no tenía hijos. Su mamá murió hace unos meses, la pobre.”
A la hora del terremoto Reginald estaba arreglando asuntos de trabajo en unas oficinas dentro de una vestusta edificación del centro de la ciudad, que en pocos minutos se desplomó y quedó "“plana sobre el piso”", plat crasé, como se dice aquí en creole. El padre sabía dónde estaba. Cuando cesaron las sacudidas de la tierra corrió hacia allá. "“Pedí, supliqué, nadie me ayudó. Me quedé ahí muchos días. Sacaron muchos muertos, ninguno era él. Puede ser que se lo llevaron en alguna máquina junto con los escombros. Puede ser... no sé. Nadie me informó ¿Adónde se llevaron a mi niño?”"
Espíritus contrariados
Max Beauvoir, presidente de la Unión Nacional de Vuduístas, reclama que en momentos como éste el mundo entero debe hacer un esfuerzo por entender a los haitianos, su alma y su espiritualidad, antes de caricaturizarla o, peor aún, hostigarla con prejuicios, como ocurre de manera renovada después del terremoto, principalmente por algunas iglesias evangélicas provenientes de Estados Unidos.
Este hombre de ciencia (es ingeniero químico con estudios en Estados Unidos) tomó la opción de asumir la herencia de sus ancestros hounganes (sacerdotes del vudú) ya en su vida adulta. Hoy es interlocutor entre muchas fuerzas, del más allá y también del acá. Incluso de la misión de la ONU en Haití (Minustah), que lo ha citado para consultar con él sobre la situación sico-sociológica de las multitudes desplazadas y lastimadas por el terremoto.
Nos recibe al caer la tarde bajo la ceiba de su patio, en la comuna de Mariani, pueblo aledaño a Puerto Príncipe, muy lastimado por los derrumbes y la redoblada precariedad. "“En un lapso de 34 segundos murieron muchos miles de personas, simultáneamente, de muerte violenta, en medio de un gran espanto. Esto no puede ser normal. Tantos muertos a la vez, que se fueron al otro mundo sin la oportunidad de despedirse de sus seres queridos, sin ritos funerarios para acompañarlos en el tránsito, hacen una diferencia que es grande y profunda. Muchos espíritus contrariados quedaron aquí, entre los vivos.”"
Beauvoir es uno de los jefes espirituales en un país donde, según cifras de las agrupaciones vuduístas, 80 por ciento de la población es adepta a esta religión popular, legado del pasado taino y africano de los habitantes de La Española. En una controversia irreconciliable, según la Iglesia católica y otras fuentes oficiales, los creyentes del vudú son sólo 10 por ciento.
"“Nosotros creemos que el ser humano está compuesto por un cuerpo y un espíritu. Este último es lo principal. Y el telón entre los vivos y los muertos es muy sutil. Ellos pueden pasar de un lado al otro de ese telón en cualquier momento. Aquí mismo puede estar sentado alguno, con nosotros. El espíritu que sobrevive al cuerpo guarda muchas cosas de la personalidad de cuando vivía, incluso sus debilidades. Ejemplo, un marido puede seguir celando a su esposa. Entonces muchos de ellos se quedaron aquí, entre nosotros, entre su familia; están perturbando la vida diaria. Es una situación catastrófica. Y ante esto, gente como yo puede ayudar.”"
Ahora algunos sectores empiezan a comprender el rol del houngan Beauvoir como mediador enmedio de una emergencia donde están activadas varias bombas de tiempo a la vez: precariedad agravada en muchos campamentos de damnificados, una "“cruzada para la salvación de las almas”" lanzada por una muy agresiva campaña de reclutamiento por algunas sectas estadunidenses, ineficiencia en el gigantesco operativo de ayuda humanitaria mundial, corrupción y parálisis de las autoridades.
Foto Alfredo Domínguez
De este modo, con anuencia de quienes llevan las riendas del país (nacionales y extranjeros), el pasado 28 de marzo todos los houganes y mambos (sacerdotes y sacerdotisas) de los miles de peristyles (templos del vudú haitiano) convergieron en el centro de la capital, en una ceremonia masiva que finalmente pudo oficiar los ritos funerarios que habían dejado un enorme vacío en la vida anímica de la comunidad.
“Ese día los espíritus que estaban contrariados se fueron en paz, hacia el mar. A diferencia del cristianismo de los occidentales, nosotros no creemos que somos polvo y que al polvo volveremos. Nosotros venimos del agua. Por eso, al nacer, la madre rompe la fuente. Más allá del mar, o quizá en el fondo marino, está Guinea, Ginen, que no es una referencia geográfica de nuestros orígenes en África sino una dimensión mítica, equivalente al paraíso, donde viven los loas.”
–¿Y la ceremonia funeraria resolvió el problema de los espíritus contrariados?
–Pienso que sí. En Ginen fueron acogidos por Baron Samedi, el espíritu mayor que recibe al ser humano en el nacimiento y lo despide en su muerte física. Su esposa, Gran Brigitte, y muchos otros loas, entre ellos unos muy importantes, la sirena y la ballena, Agwe Taoyo, los van a reconfortar y cuidar. Van a volver dentro de un año y un día. Regresan al mundo y se asientan en las copas de los árboles, esperando el alumbramiento de un nuevo ser humano que los necesite. Entones van a rencarnar. Cada espíritu rencarna 18 veces, nueve como mujer, nueve como hombre. Los que agotaron su ciclo se integran en la naturaleza o como luces en el cielo. De ellos está hecha la Vía Láctea.
Titanyen, fosa común masiva
Tomando la carretera norte hacia Cabo Haitiano, saliendo de Puerto Príncipe, atravesando Cité Soleil, la que quizá sea una de las mayores villas miseria del mundo; más allá del oxidado e inoperante cinturón industrial, dejando atrás los últimos campos semirrurales, los arroyos putrefactos de basura, los pantanos hediondos, las agotadas parcelas agrícolas, las minas de arena que han convertido colinas enteras en meros huecos cóncavos y aún más allá de Canal, campamento de damnificados de los llamados "“salvajes”" –los que no aparecen ni siquiera en el padrón de víctimas del terremoto–, se asciende un breve trecho.
Es la ruta que tomaron hace 100 días los incontables camiones pesados de construcción operados por la alcaldía de Puerto Príncipe. Ha de haber sido una caravana tremendamente dolorosa. Según cifras citadas muy a grosso modo, sin un mínimo de rigor, estos vehículos mortuorios han de haber portado cerca de 75 mil cadáveres sin nombre (de una cifra de 220 mil muertos por el sismo, según una estadística un tanto arbitraria), recogidos en las calles y en la morgue capitalina que había rebasado su capacidad en las primeras horas. La imagen de los cuerpos que se amontonaban e hinchaban bajo el sol, por todas las calles, las aceras, los rincones, dieron la vuelta al mundo. Cuerpos expuestos a la intemperie, al sol, que urgía sacar de la capital a riesgo de provocar otra catástrofe sanitaria. Muertos anónimos de todas las edades y condiciones que hoy reposan aquí, en Titanyen.
Arrojados aquí sin identificar, sin que siquiera se hubiera hecho un registro fotográfico para sus posterior identificación. Para el Estado y las familias esto representa un problema jurídico monumental. No hay actas de defunción. Para efectos notariales, de herencias, de custodia de hijos, aconseja el jurista Samuel Madistin, habría que emitir un decreto que permita para estos casos la figura legal de "“ausente”". Pero este asunto, con su complejidad, está aún lejos en la lista de prioridades.
La colina de Titanyen, en esta época del año, es un paisaje plácido. Las lluvias de abril, que en otros lados hacen estragos a los millones de habitantes sin techo, aquí han cubierto con una leve capa de verde tierno la tierra pedregosa. Es sólo una de las varias fosas comunes masivas del sismo haitiano.
Al pie del camino, un cráneo. Mejor dicho, parte de un esqueleto, como indicando el lugar del entierro multitudinario. Es como si fuera un mensajero de Papa Loko, la deidad que abre los caminos en el culto vudú, dando la bienvenida. Los guijarros se mezclan con jirones de telas de todos los colores, todas las texturas. La colina asciende suavemente y en la ladera una cruz de madera acostada sobre la hierba. Erguida, dominando el paisaje, otra cruz de metal, tal vez de dos metros y medio de alto, hace honor a los ausentes. Manos anónimas ataron en su superficie miles de cintas negras que se agitan con la brisa marina.
Al frente el golfo de Goave, sereno. Quizás sea la puerta de Ginen. A nuestras espaldas, las montañas. Mar, brisa y sierra, integradas. Buen sitio para el descanso eterno.
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