Tiempo
Por Efren Falcón
Por las malas artes del caos político y económico que vive el país, mucha gente, sobre todo vecinos de a pie, están adquiriendo la costumbre de convertir en sinónimos las palabras “empresario” y “golpista”, la última, de una tremenda carga peyorativa. Nada más erróneo. En realidad, dentro del extenso abanico de las personas que poseen una empresa, o son socios de ella, la lectura de los eventos del 28 de junio, y su apoyo, oposición, o postura al respecto, está muy lejos de ser unánime.
Sin duda el empresariado más pudiente apoyó la defenestración de Zelaya Rosales, de una manera o de otra. Pero después de pasado casi un año, muchos de ellos se han dado cuenta que fueron mal informados, en muchos aspectos, por el círculo de poder empresarial que controla los grandes contratos con el pueblo de Honduras –con el Estado, a raíz del cual se han amasado fortunas inmensas-, y se sienten hoy defraudados, y hasta utilizados. Por supuesto, siempre hay empresarios que parecen seguir con una venda en los ojos, negando neciamente que el país requiere de cambios profundos que el statu quo no es capaz de realizar, ya sea porque no quieren ceder, ni siquiera en parte, sus formidables fuentes de renta, o porque son incapaces de imaginar cómo llevar a cabo un verdadero proyecto de país, como lo demuestra el cacareado y mediocre Plan de Nación que tan felizmente aprobó el CN.
Hay empresarios que se han dedicado a trabajar arduamente para consolidar sus empresas -grandes, medianos y pequeños-, y de ser posible, muchos de ellos prefieren no involucrarse con el Estado para evitar verse atrapados en la cadena de la corrupción.
Fueron llamados a cerrar líneas para apoyar una causa que evitaría males mayores al país, y que se pensaba podía enmascararse torciendo la interpretación de las leyes -como siempre se ha hecho-; pero los resultados han sido sórdidos y vergonzosos. Hay que ser claros, esa causa, era en realidad una causa personal, no gremial; económica, no política, presentada absurdamente como la defensa de la democracia, la paz y la libertad. Se debe entender que lo que convenció a algunos fue la participación de la Iglesia -católica y protestante- en la conspiración; pero nadie lo interpretó como un mal síntoma, si bien, los representantes religiosos han demostrado, una y otra vez, que las enseñanzas del carpintero de Nazaret son lo último que profesan en sus hipócritas vidas, y sus cúpulas más bien suelen adherirse a causas de provecho en metálico, y no de verdadero bien público.
Todo eso se ve más claro hoy. Y son los que abusan amoralmente del poder que les otorga su inversión política, los que siguen gozando de las ganancias estratosféricas que generan sus “tratos” con el Estado hondureño. Esos son los verdaderos beneficiarios del “golpe” económico-mediático [y en parte, un sector importante del pueblo, que ahora ve mejor su realidad]; los demás tenemos que tragarnos la crisis económica y la inseguridad reinante. No obstante, más de algún miembro de la “argolla” ahora se da cuenta que el precio que hay que pagar por cometer una aberración de tal magnitud, puede superar, eventualmente, la suma de todas sus ganancias a corto plazo, y encontrará que el “golpe” no fue remedio de nada, y que más bien desató fuerzas que se mantenían en reposo, y que cada vez será más difícil controlar para el statu quo.
Por cierto, hoy, el tema del golpe de Estado parece haber resurgido, después de la campaña mediática para aplicar la fórmula del “borrón y cuenta nueva”, tan apreciada cuando se han cometido todo tipo de crímenes que conviene dejar en el olvido. Las declaraciones del presidente Lobo Sosa tildando la asonada del 28 de junio pasado como lo que fue: golpe de Estado, le ha movido el tapete a muchos, y algunos han reaccionado como cuando se le aplica sal a una babosa; muy notable, porque en el país ya salieron los fariseos a rasgar sus vestiduras, y los oráculos a anunciar el fin del mundo. Hugo Llorens lo declaró antes, paladinamente, no dudamos que como parte de una estrategia previamente trazada. No son exabruptos, como dicen los famosos escribidores y las loras. Tampoco debemos extrañarnos, Pepe Lobo ha puesto todos los blanquillos en la canasta de los norteamericanos, que conocen que empeñarse en negar la realidad es un arma de doble filo, y aunque lo practican a menudo, saben que no siempre es la mejor fórmula. En última instancia, parece que la llevada y traída constituyente se puede convertir en el nuevo Caballo de Troya, no sólo de las huestes de la resistencia -que en esencia, no en dirigencia, son auténticas-, sino también de la derecha radical; por lo que la ocasión se pinta para que manosear el asunto de la constituyente se convierta en la cándida panacea de todos.
Los de la Resistencia parecen no darse cuenta que en la coyuntura actual llevar a cabo tal proyecto, como debe ser, para beneficiar a todos los hondureños, es sumamente difícil; pues no hay manera de controlar quiénes serán los personajes que pondrán las reglas del juego, ni bajo qué consenso; y no podemos olvidar que el que inventa las reglas inventa la trampa. La confluencia balanceada de todos los sectores de la hondureñidad en el proyecto de una nueva ley magna, y su realización, acarrea una complejidad enorme cuando el poder instituido yace de un solo lado, por mucho contrapeso que las masas deseen hacer, como quedó comprobado después del golpe de Estado. La clave es ceder, pero las palabras balance y equidad fueron secuestradas de nuestro diccionario, y no se vislumbra una solución cercana.
En fin, la realidad es que hay una gran cantidad de empresarios y personas serias, que saben que el bien de las mayorías desemboca en el bien de todos -por supuesto, un bien equitativo, no acaparador-, y están dispuestos a contribuir para realizar verdaderos cambios que conformen una plataforma para el desarrollo del país como un todo. La pregunta del millón es: cómo canalizar esas voluntades y esos recursos en medio de este mar de politiqueros de a tostón, de iglesias oportunistas, de militares que responden a intereses foráneos, y de la avaricia infinita de unos cuantos. «El soberano es el pueblo, sin duda, pero a quién le importa». Amén.
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