lunes, 24 de mayo de 2010
El lado oscuro de los libros electrónicos
La Haine
¿Cómo volver valiosa la copia, cuando es lo único que no vale nada? Con medidas que impidan y dificulten la copia… de esta forma se vuelve escasa y recupera su valor
Mucho se debate sobre el surgimiento del “libro electrónico”: las características de los dispositivos, la competencia por liderazgos en el negocio, el posible “fin” del libro de papel(1) … sin embargo poco se habla sobre cómo muchas de las prácticas que habitualmente realizamos con los libros “analógicos” se perderán en el modelo propuesto por la industria para el mundo digital.
No más préstamos, no más regalos, no más donaciones a bibliotecas, no más anonimato, son algunas de las preocupantes consecuencias que traerá el sistema de comercialización de libros electrónicos, tal como quieren imponerlo las editoriales y los grandes jugadores del negocio.
La vida de los libros
Si pensamos en el azaroso itinerario recorrido por los libros a través de su vida, encontramos que el período controlado por los aspectos más comerciales, es apenas al comienzo. Una vez que el libro sale vendido del estante de la librería, ni el autor, ni el editor o el distribuidor pueden imaginar su destino. Es ahí donde el verdadero recorrido del libro comienza. Conocerá lectores, estantes, cajones y mesas de luz. Será motivo de disputas y préstamos eternos. Pasará por tiendas de usados. Será olvidado en altillos por años y redescubierto por los nietos del dueño original. O quizás sea un heroico libro víctima de épocas de persecución y encuentre anónimos lectores que se atrevan a leerlo y protegerlo. Culminará con suerte en el santuario de los libros, la biblioteca. Sin embargo, todo este caótico recorrido no es inconveniente desde la perspectiva comercial, todo lo contrario.
Un mercado saludable
Cuando el objetivo es promover un mercado de libros activo y vigoroso, son esos hábitos y prácticas que rodean a los libros, motivo de fomento: las “librerías de viejo”, las bibliotecas de barrios, clubes o escuelas, los lectores generosos en intercambios, préstamos y recomendaciones. Son estos circuitos los que mantienen animado el interés por los libros y ponen de manifiesto la presencia de un público ávido por la lectura, que en definitiva, es quien estimula el mercado comercial: cerca de las bibliotecas y las librerías de usados, no faltarán los shoppings con sus vidrieras bien iluminadas, llenas de best-sellers y libros nuevos, un consumo quizás menos bohemio… pero mas redituable para el negocio. Desde siempre, ambos circuitos han convivido sin conflictos.
Sin embargo ¿cómo se proyecta en la plataforma digital toda esta cultura del intercambio? Ese es el problema, no se proyecta. Al menos, según las editoriales. Lo que en el mundo real es un signo de saludable de vida cultural, en el ámbito digital muchas veces es estigmatizado como “piratería”.
Una industria con miedo
En el mundo digital no hay diferencia entre original y copia. Tampoco copiar es algo excepcional, cada operación que procesa una computadora no es otra cosa que una copia de bits de un lugar a otro de la memoria o el disco. Por esto “copiar” se vuelve una tarea trivial, y sin costo. Acostumbradas a un negocio donde la venta de copias es la principal fuente de ingresos, es lógico que este nuevo escenario descoloque a la industria editorial. El problema es que cuando se piensa en quiénes deberían ser los encargados de decidir sobre cómo articular “el libro” con la nueva plataforma, a todo el mundo le parece lo más natural, que la industria editorial sea quien decida: cuando se diseñan los dispositivos, se toman en cuenta las necesidades de la industria, cuando se decide el marco legal, se consulta a los abogados especialistas de la industria, cuando se desarrolla el software, es a la medida de los requerimientos de la industria.
Pero la industria editorial, asustada, es posible que no sea la mejor candidata para tomar todas las decisiones…
Que sea la escasez
¿Cómo volver valiosa la copia, cuando la copia es lo único que no vale nada?, esa es la clase de preguntas que se formulan quiénes no hicieron otra cosa ¡que vender copias toda su vida!¿Y en que pensaron? no mucho ingenio, disponer de medidas que impidan y dificulten la copia… de esta forma la copia se vuelve nuevamente escasa y recupera su valor. Y la industria editorial satisfecha: se libran del problema de pensar en un nuevo modelo comercial y pueden seguir en lo suyo: vendiendo copias…
Para materializar nuevamente la escasez hay dos estrategias a aplicar: las medidas técnicas y las legales. Entre las técnicas, los sistemas de restricciones digitales especialmente implementados (como los DRM)(2), que impiden que el usuario haga más copias de sus archivos que las que haya decidido la editorial por él (generalmente ninguna), sumado a un modelo muy controlado de distribución, que hace posible que cada dispositivo de lectura (de los libros electrónicos) sea monitoreado desde un sistema central. Y entre las medidas legales, avanzar con modificaciones en las leyes que eliminen cualquier ambigüedad y dejen expuestos a los copiadores desobedientes a demandas legales, volviendo acciones aparentemente inofensivas, en delitos graves.
Prohibido prestar
Impedir a los lectores copiar sus archivos tiene consecuencias profundas. La primera es bastante evidente, los libros ya no se podrán prestar. No se le podrá pasar a un amigo un ejemplar de un libro electrónico que hayamos comprado, porque habría que copiarlo de un dispositivo a otro, y los responsables del hardware y del software, por lo explicado en el párrafo anterior, se han esforzado para que esto sea completamente imposible. El préstamo de libros no es una práctica intrascendente: es la forma más sencilla de permitir el acceso a libros, de hacer de la lectura una actividad compartida, además de una muy efectiva forma de promoción boca a boca.
Otro aspecto, es que nada garantiza que el sistema anti-copia en el futuro, siga funcionando como se espera. Quizás el candado digital no pueda volver a abrirse. Cuando el dispositivo se vuelva obsoleto, si se necesita acceder al material guardado –como quien consulta un libro leído hace 30 años– no sólo se tendrá que lidiar con tecnologías anticuadas, sino también con un sistema de restricciones anti-copia anticuado.(3)
Los métodos legales para evitar que los libros se compartan no son mejores. Convertir en delito algo que antes era un práctica normal y arraigada implica ejercer cierta violencia simbólica sobre la sociedad. Cambiar nada menos que el “sentido común”, sólo para posibilitar un cambio en las costumbres que sean favorable ciertos intereses. ¿Qué consecuencias traerá en los valores de las sociedades, que se empiece a percibir el préstamo de libros como una actividad deshonesta o censurable? ¿Acaso eso ya no está sucediendo?
Alquiler, no venta
Al extremar el control sobre todo el circuito del libro, la industria editorial despliega una influencia inédita sobre cada aspecto de la relación entre lectores y libros. Lo que antes era sólo un manejo inicial, que terminaba cuando el libro salía de la librería –y entonces seguía su destino venturosamente incierto–, ahora se convierte en control total. Las tiendas de venta virtuales conservan un control sobre los archivos del usuario, tanto en el dispositivo de lectura, como en el servidor remoto. Más que una venta, la relación comercial que se plantea entre lector y librería se asemeja a un alquiler, sólo se compra el acceso a los libros. El modelo que las editoriales han decidido respaldar se parece más a los “pay per view” del cable, que a cualquier otra cosa.
Una lista de todo lo que lees
Hasta el momento, los sistemas que comercializan los libros electrónicos, son tiendas virtuales (como el caso de Amazon para Kindle), lo cual dificulta –sino impide completamente– la posibilidad de efectuar compras anónimas.
Queda entonces un registro de cada venta efectuada, conformando un listado de todos los libros que lee cada consumidor. Sumemos lo centralizado del sistema, y la información acumulada se vuelve sumamente sensible. En épocas y países donde predomina la sensatez, esto no parece una amenaza, incluso se pueden aprovechar los beneficios de recibir una ajustada y precisa lista de recomendaciones, a partir de los hábitos de lectura propios.
Pero ¿qué ocurre en los momentos difíciles? es decir, cuando los gobiernos, por diversas circunstancias, avasallan los derechos de los ciudadanos.(4) En ese caso, haber montado semejante sistema de registro sobre un aspecto tan sensible como son las lecturas de cada persona, permite construir un detallado perfil de tendencias políticas, ideológicas, y religiosas. Es un antecedente que horrorizaría a cualquier militante político con suficiente edad como para haber vivido el clima de persecución que prevaleció en Latinoamérica hace algunas décadas, donde tener o no libros de determinados autores en su biblioteca podía significar la diferencia entre la vida y la muerte.
¿Y las bibliotecas?
La IFLA (organismo mundial que agrupa a los bibliotecarios) indica que “las bibliotecas juegan un papel crítico para asegurar el acceso de todo el mundo a la información, incluyendo las obras protegidas por derecho de autor, y que en el contexto digital esto no es diferente”(5). Pero de llevarse a cabo semejante recomendación, según las leyes de casi todo el mundo, las bibliotecas estarían entrando en la ilegalidad, al ofrecer por internet libros con derechos de autor, que tienen restricciones a la copia o difusión, o digitalizar material sin permiso. En este caso, el marco legal se adecua claramente a las demandas de la industria editorial, pero no hace nada por definir una función licita para las bibliotecas en el contexto digital. De seguir así, en un mundo donde los libros electrónicos reemplacen completamente a los de papel, no quedaría lugar para las bibliotecas, excepto para las obras en dominio público. Eso, si el dominio público sigue existiendo…
Libros libres
Una respuesta al nuevo contexto digital, es la de aquellos que apuestan a la distribución sin trabas por Internet de sus libros electrónicos. Licencias como Creative Commons, dan un marco legal a esta modalidad, donde los lectores, a través de redes P2P, foros o blogs reviven en la red, los circuitos de préstamo y recomendación del mundo analógico, en una lectura compartida. Muchas grandes editoriales ya han publicado libros con licencias Creative Commons, aprovechando el potencial multiplicador de promoción que otorga la Web. Internet le da a los autores la posibilidad de dar a conocer sus obras, sin necesidad de pasar primero por las editoriales. Algunas de las perspectivas económicas que se abren a los autores son: ventas de libros de papel en proporción al número de descargas, beneficios de posteriores adaptaciones al cine o teatro, conferencias, donaciones o micro-pagos por descarga. Un caso paradigmático es la Colección Planta 29 editada en España, que publica sus libros en dominio público en la red y en papel, y obtiene beneficios de las ventas en papel, proporcionales al número de descargas: mientras más circulen las obras y más se las comente en blogs y sitios de la web, mejores números y beneficios para los autores.
Notas
1. “Hasta ahora, los libros siguen encarnando el medio más económico, flexible y fácil de usar para el transporte de información a bajo costo. La comunicación que provee la computadora corre delante de nosotros; los libros van a la par de nosotros, a nuestra misma velocidad. Si naufragamos en una isla desierta, donde no hay posibilidad de conectar una computadora, el libro sigue siendo un instrumento valioso. Aun si tuviéramos una computadora con batería solar, no nos sería fácil leer en la pantalla mientras descansamos en una hamaca. Los libros siguen siendo los mejores compañeros de naufragio. Los libros son de esa clase de instrumentos que, una vez inventados, no pudieron ser mejorados, simplemente porque son buenos. Como el martillo, el cuchillo, la cuchara o la tijera” Así es como Umberto Eco despejaba los apocalípticos temores sobre la “muerte” del libro en una conferencia ofrecida en Alejandría en 2003, con motivo de la reapertura de la milenaria Bibliotheca Alexandrina. (publicada por el semanario Al-Ahram. Traducción de Sergio Di Nucci en Página/12.)
2. DRM son sistemas diseñados para impedir la copia. Según lo advertido por la campañas anti-DRM difundida por la “Free Software Fundation”, cuya consigna “defective by design”, indica el aspecto más controvertido de estas tecnologías, la inclusión deliberada de una “falla” en el sistema, para que no funcione tan eficientemente como debería. Para hacer una analogía, es como si volviésemos a los autos menos eficientes en el consumo de combustible, para que las empresas que lo venden puedan ganar más. En este caso volvemos a la tecnología digital menos eficaz para copiar, de lo que es capaz.
3. Un ejemplo paradigmático del precario desempeño de los medios electrónicos para preservar la información es el caso de las sondas espaciales Viking. A mediados de los 70, estas sondas transmitieron valiosa información desde Marte. Lo datos quedaron almacenados en cintas magnéticas. En 2001 fue necesario comprobar algunos datos de dichas cintas originales, pero el sistema era tan obsoleto que la NASA ya no tenía forma de acceder debido al formato. Los programadores de aquel momento ya habían muerto. Entonces, si se complica acceder a información –almacenada con la intención de ser recuperable– de hace tan sólo 25 años, ¿qué pasará con los libros electrónicos almacenados en dispositivos plagados de DRM de hace 50? ¿Qué tan difícil será eliminar el DRM obsoleto?
4. Un ejemplo reciente: como consecuencia del atentado del 9/11, el congreso de EE.UU. aprobó una “ley patriótica” que incluía la vigilancia en bibliotecas. Los bibliotecarios debían registrar el destino de determinados libros y identificar a quien los pedía. Esta disposición elevó las quejas de muchas organizaciones de derechos civiles, finalmente la ley dejó de estar vigente. Con el sistema electrónico, la ley no sería necesaria… solo habría que pedirle las bases de datos a las tiendas virtuales.
5. “Documento sobre la postura de la IFLA sobre los Derechos de Autor en el entorno digital”, aprobado por el Comité Ejecutivo de la IFLA en agosto 2000. Publicado en Correo Bibliotecario N°48.
¿Cómo volver valiosa la copia, cuando es lo único que no vale nada? Con medidas que impidan y dificulten la copia… de esta forma se vuelve escasa y recupera su valor
Mucho se debate sobre el surgimiento del “libro electrónico”: las características de los dispositivos, la competencia por liderazgos en el negocio, el posible “fin” del libro de papel(1) … sin embargo poco se habla sobre cómo muchas de las prácticas que habitualmente realizamos con los libros “analógicos” se perderán en el modelo propuesto por la industria para el mundo digital.
No más préstamos, no más regalos, no más donaciones a bibliotecas, no más anonimato, son algunas de las preocupantes consecuencias que traerá el sistema de comercialización de libros electrónicos, tal como quieren imponerlo las editoriales y los grandes jugadores del negocio.
La vida de los libros
Si pensamos en el azaroso itinerario recorrido por los libros a través de su vida, encontramos que el período controlado por los aspectos más comerciales, es apenas al comienzo. Una vez que el libro sale vendido del estante de la librería, ni el autor, ni el editor o el distribuidor pueden imaginar su destino. Es ahí donde el verdadero recorrido del libro comienza. Conocerá lectores, estantes, cajones y mesas de luz. Será motivo de disputas y préstamos eternos. Pasará por tiendas de usados. Será olvidado en altillos por años y redescubierto por los nietos del dueño original. O quizás sea un heroico libro víctima de épocas de persecución y encuentre anónimos lectores que se atrevan a leerlo y protegerlo. Culminará con suerte en el santuario de los libros, la biblioteca. Sin embargo, todo este caótico recorrido no es inconveniente desde la perspectiva comercial, todo lo contrario.
Un mercado saludable
Cuando el objetivo es promover un mercado de libros activo y vigoroso, son esos hábitos y prácticas que rodean a los libros, motivo de fomento: las “librerías de viejo”, las bibliotecas de barrios, clubes o escuelas, los lectores generosos en intercambios, préstamos y recomendaciones. Son estos circuitos los que mantienen animado el interés por los libros y ponen de manifiesto la presencia de un público ávido por la lectura, que en definitiva, es quien estimula el mercado comercial: cerca de las bibliotecas y las librerías de usados, no faltarán los shoppings con sus vidrieras bien iluminadas, llenas de best-sellers y libros nuevos, un consumo quizás menos bohemio… pero mas redituable para el negocio. Desde siempre, ambos circuitos han convivido sin conflictos.
Sin embargo ¿cómo se proyecta en la plataforma digital toda esta cultura del intercambio? Ese es el problema, no se proyecta. Al menos, según las editoriales. Lo que en el mundo real es un signo de saludable de vida cultural, en el ámbito digital muchas veces es estigmatizado como “piratería”.
Una industria con miedo
En el mundo digital no hay diferencia entre original y copia. Tampoco copiar es algo excepcional, cada operación que procesa una computadora no es otra cosa que una copia de bits de un lugar a otro de la memoria o el disco. Por esto “copiar” se vuelve una tarea trivial, y sin costo. Acostumbradas a un negocio donde la venta de copias es la principal fuente de ingresos, es lógico que este nuevo escenario descoloque a la industria editorial. El problema es que cuando se piensa en quiénes deberían ser los encargados de decidir sobre cómo articular “el libro” con la nueva plataforma, a todo el mundo le parece lo más natural, que la industria editorial sea quien decida: cuando se diseñan los dispositivos, se toman en cuenta las necesidades de la industria, cuando se decide el marco legal, se consulta a los abogados especialistas de la industria, cuando se desarrolla el software, es a la medida de los requerimientos de la industria.
Pero la industria editorial, asustada, es posible que no sea la mejor candidata para tomar todas las decisiones…
Que sea la escasez
¿Cómo volver valiosa la copia, cuando la copia es lo único que no vale nada?, esa es la clase de preguntas que se formulan quiénes no hicieron otra cosa ¡que vender copias toda su vida!¿Y en que pensaron? no mucho ingenio, disponer de medidas que impidan y dificulten la copia… de esta forma la copia se vuelve nuevamente escasa y recupera su valor. Y la industria editorial satisfecha: se libran del problema de pensar en un nuevo modelo comercial y pueden seguir en lo suyo: vendiendo copias…
Para materializar nuevamente la escasez hay dos estrategias a aplicar: las medidas técnicas y las legales. Entre las técnicas, los sistemas de restricciones digitales especialmente implementados (como los DRM)(2), que impiden que el usuario haga más copias de sus archivos que las que haya decidido la editorial por él (generalmente ninguna), sumado a un modelo muy controlado de distribución, que hace posible que cada dispositivo de lectura (de los libros electrónicos) sea monitoreado desde un sistema central. Y entre las medidas legales, avanzar con modificaciones en las leyes que eliminen cualquier ambigüedad y dejen expuestos a los copiadores desobedientes a demandas legales, volviendo acciones aparentemente inofensivas, en delitos graves.
Prohibido prestar
Impedir a los lectores copiar sus archivos tiene consecuencias profundas. La primera es bastante evidente, los libros ya no se podrán prestar. No se le podrá pasar a un amigo un ejemplar de un libro electrónico que hayamos comprado, porque habría que copiarlo de un dispositivo a otro, y los responsables del hardware y del software, por lo explicado en el párrafo anterior, se han esforzado para que esto sea completamente imposible. El préstamo de libros no es una práctica intrascendente: es la forma más sencilla de permitir el acceso a libros, de hacer de la lectura una actividad compartida, además de una muy efectiva forma de promoción boca a boca.
Otro aspecto, es que nada garantiza que el sistema anti-copia en el futuro, siga funcionando como se espera. Quizás el candado digital no pueda volver a abrirse. Cuando el dispositivo se vuelva obsoleto, si se necesita acceder al material guardado –como quien consulta un libro leído hace 30 años– no sólo se tendrá que lidiar con tecnologías anticuadas, sino también con un sistema de restricciones anti-copia anticuado.(3)
Los métodos legales para evitar que los libros se compartan no son mejores. Convertir en delito algo que antes era un práctica normal y arraigada implica ejercer cierta violencia simbólica sobre la sociedad. Cambiar nada menos que el “sentido común”, sólo para posibilitar un cambio en las costumbres que sean favorable ciertos intereses. ¿Qué consecuencias traerá en los valores de las sociedades, que se empiece a percibir el préstamo de libros como una actividad deshonesta o censurable? ¿Acaso eso ya no está sucediendo?
Alquiler, no venta
Al extremar el control sobre todo el circuito del libro, la industria editorial despliega una influencia inédita sobre cada aspecto de la relación entre lectores y libros. Lo que antes era sólo un manejo inicial, que terminaba cuando el libro salía de la librería –y entonces seguía su destino venturosamente incierto–, ahora se convierte en control total. Las tiendas de venta virtuales conservan un control sobre los archivos del usuario, tanto en el dispositivo de lectura, como en el servidor remoto. Más que una venta, la relación comercial que se plantea entre lector y librería se asemeja a un alquiler, sólo se compra el acceso a los libros. El modelo que las editoriales han decidido respaldar se parece más a los “pay per view” del cable, que a cualquier otra cosa.
Una lista de todo lo que lees
Hasta el momento, los sistemas que comercializan los libros electrónicos, son tiendas virtuales (como el caso de Amazon para Kindle), lo cual dificulta –sino impide completamente– la posibilidad de efectuar compras anónimas.
Queda entonces un registro de cada venta efectuada, conformando un listado de todos los libros que lee cada consumidor. Sumemos lo centralizado del sistema, y la información acumulada se vuelve sumamente sensible. En épocas y países donde predomina la sensatez, esto no parece una amenaza, incluso se pueden aprovechar los beneficios de recibir una ajustada y precisa lista de recomendaciones, a partir de los hábitos de lectura propios.
Pero ¿qué ocurre en los momentos difíciles? es decir, cuando los gobiernos, por diversas circunstancias, avasallan los derechos de los ciudadanos.(4) En ese caso, haber montado semejante sistema de registro sobre un aspecto tan sensible como son las lecturas de cada persona, permite construir un detallado perfil de tendencias políticas, ideológicas, y religiosas. Es un antecedente que horrorizaría a cualquier militante político con suficiente edad como para haber vivido el clima de persecución que prevaleció en Latinoamérica hace algunas décadas, donde tener o no libros de determinados autores en su biblioteca podía significar la diferencia entre la vida y la muerte.
¿Y las bibliotecas?
La IFLA (organismo mundial que agrupa a los bibliotecarios) indica que “las bibliotecas juegan un papel crítico para asegurar el acceso de todo el mundo a la información, incluyendo las obras protegidas por derecho de autor, y que en el contexto digital esto no es diferente”(5). Pero de llevarse a cabo semejante recomendación, según las leyes de casi todo el mundo, las bibliotecas estarían entrando en la ilegalidad, al ofrecer por internet libros con derechos de autor, que tienen restricciones a la copia o difusión, o digitalizar material sin permiso. En este caso, el marco legal se adecua claramente a las demandas de la industria editorial, pero no hace nada por definir una función licita para las bibliotecas en el contexto digital. De seguir así, en un mundo donde los libros electrónicos reemplacen completamente a los de papel, no quedaría lugar para las bibliotecas, excepto para las obras en dominio público. Eso, si el dominio público sigue existiendo…
Libros libres
Una respuesta al nuevo contexto digital, es la de aquellos que apuestan a la distribución sin trabas por Internet de sus libros electrónicos. Licencias como Creative Commons, dan un marco legal a esta modalidad, donde los lectores, a través de redes P2P, foros o blogs reviven en la red, los circuitos de préstamo y recomendación del mundo analógico, en una lectura compartida. Muchas grandes editoriales ya han publicado libros con licencias Creative Commons, aprovechando el potencial multiplicador de promoción que otorga la Web. Internet le da a los autores la posibilidad de dar a conocer sus obras, sin necesidad de pasar primero por las editoriales. Algunas de las perspectivas económicas que se abren a los autores son: ventas de libros de papel en proporción al número de descargas, beneficios de posteriores adaptaciones al cine o teatro, conferencias, donaciones o micro-pagos por descarga. Un caso paradigmático es la Colección Planta 29 editada en España, que publica sus libros en dominio público en la red y en papel, y obtiene beneficios de las ventas en papel, proporcionales al número de descargas: mientras más circulen las obras y más se las comente en blogs y sitios de la web, mejores números y beneficios para los autores.
Notas
1. “Hasta ahora, los libros siguen encarnando el medio más económico, flexible y fácil de usar para el transporte de información a bajo costo. La comunicación que provee la computadora corre delante de nosotros; los libros van a la par de nosotros, a nuestra misma velocidad. Si naufragamos en una isla desierta, donde no hay posibilidad de conectar una computadora, el libro sigue siendo un instrumento valioso. Aun si tuviéramos una computadora con batería solar, no nos sería fácil leer en la pantalla mientras descansamos en una hamaca. Los libros siguen siendo los mejores compañeros de naufragio. Los libros son de esa clase de instrumentos que, una vez inventados, no pudieron ser mejorados, simplemente porque son buenos. Como el martillo, el cuchillo, la cuchara o la tijera” Así es como Umberto Eco despejaba los apocalípticos temores sobre la “muerte” del libro en una conferencia ofrecida en Alejandría en 2003, con motivo de la reapertura de la milenaria Bibliotheca Alexandrina. (publicada por el semanario Al-Ahram. Traducción de Sergio Di Nucci en Página/12.)
2. DRM son sistemas diseñados para impedir la copia. Según lo advertido por la campañas anti-DRM difundida por la “Free Software Fundation”, cuya consigna “defective by design”, indica el aspecto más controvertido de estas tecnologías, la inclusión deliberada de una “falla” en el sistema, para que no funcione tan eficientemente como debería. Para hacer una analogía, es como si volviésemos a los autos menos eficientes en el consumo de combustible, para que las empresas que lo venden puedan ganar más. En este caso volvemos a la tecnología digital menos eficaz para copiar, de lo que es capaz.
3. Un ejemplo paradigmático del precario desempeño de los medios electrónicos para preservar la información es el caso de las sondas espaciales Viking. A mediados de los 70, estas sondas transmitieron valiosa información desde Marte. Lo datos quedaron almacenados en cintas magnéticas. En 2001 fue necesario comprobar algunos datos de dichas cintas originales, pero el sistema era tan obsoleto que la NASA ya no tenía forma de acceder debido al formato. Los programadores de aquel momento ya habían muerto. Entonces, si se complica acceder a información –almacenada con la intención de ser recuperable– de hace tan sólo 25 años, ¿qué pasará con los libros electrónicos almacenados en dispositivos plagados de DRM de hace 50? ¿Qué tan difícil será eliminar el DRM obsoleto?
4. Un ejemplo reciente: como consecuencia del atentado del 9/11, el congreso de EE.UU. aprobó una “ley patriótica” que incluía la vigilancia en bibliotecas. Los bibliotecarios debían registrar el destino de determinados libros y identificar a quien los pedía. Esta disposición elevó las quejas de muchas organizaciones de derechos civiles, finalmente la ley dejó de estar vigente. Con el sistema electrónico, la ley no sería necesaria… solo habría que pedirle las bases de datos a las tiendas virtuales.
5. “Documento sobre la postura de la IFLA sobre los Derechos de Autor en el entorno digital”, aprobado por el Comité Ejecutivo de la IFLA en agosto 2000. Publicado en Correo Bibliotecario N°48.
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