Por Mario Osava
La megalópolis brasileña de São Paulo registró 932 locales inundados el 10 de febrero de 2020. La ciudad mexicana de Tula de Allende quedó 48 horas bajo el agua en septiembre de 2021. En Lima, la capital de Perú casi nunca llueve, pero sus ríos se desbordaron en 2017 y enlodaron varios municipios metropolitanos.
Las inundaciones azotan con creciente frecuencia a las grandes ciudades latinoamericanas, probablemente debido a los efectos del recalentamiento planetario y también a los factores locales, como las extensas áreas construidas de hormigón y el asfalto, que sustituyeron a la vegetación.
Los fenómenos climáticos extremos agravan la desigualdad “en una América Latina que tiene las sociedades más inequitativas del mundo”, reconoció el ingeniero Manuel Rodríguez, profesor emérito de la Universidad de los Andes y el primero de los ministros de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible de Colombia (1993-1996).
“Los más pobres viven en los barrios informales, tugurios, en las zonas más vulnerables a los riesgos ambientales, no urbanizables, en las riberas o piedemontes”, donde los alcanzan de forma trágica las inundaciones y los derrumbes, explicó a IPS por teléfono desde Bogotá.
Eso es especialmente determinante en la región más urbana del mundo y donde uno de cada cinco latinoamericanos vive en ciudades.
Es así que, además de los 932 puntos de inundación notificados a los bomberos el 10 de febrero de 2020, São Paulo sufrió también 166 derrumbes que destruyeron muchas casas. No se informó de muertes en aquel día, pero en general las lluvias torrenciales dejan víctimas en la ciudad de 12 millones de habitantes, que suben 10 millones más, si se incluye su área metropolitana.
“Hay una desigualdad espacial que resulta del modelo de expansión de las ciudades, con baja densidad, que empuja las familias de bajos ingresos a la periferia, dificulta el acceso a transportes públicos y exige desplazamientos por largo tiempo”, Pablo Lazo.
Con un relieve ondulado y muchos pequeños valles, la mayor ciudad brasileña tiene barrios que conviven con inundaciones en todos los veranos más lluviosos. Para eso contribuyen los cerca de 300 arroyos que cruzan el territorio, la mayoría cubiertos por avenidas y encerrados en canales que no logran encauzar el aguacero.
Buena parte de los 1,28 millones de habitantes de las “favelas” (barrios pobres y hacinados) paulistas, según el censo oficial de 2010, vive en las tierras bajas, en muchos casos a lo largo de arroyos, sin saneamiento, de cuyas crecidas son las primeras víctimas. Esa población pobre correspondía a 11 % del total en el municipio.
En Río de Janeiro también hay “favelas” ribereñas, pero son más conocidas las que ocupan las laderas o la cima de los cerros que separan las zonas de la ciudad y algunos barrios. El riesgo allí son los derrumbes, que ya mataron mucha gente.
En la segunda mayor ciudad brasileña, las favelas cuentan 1,39 millones de pobladores, 22 % de la población total, según el censo de 2010.
“La topografía permite que ellos vivan cerca del empleo” y se trata de elegir “entre el empleo formal o vivir donde es más barato adquirir una vivienda”, apuntó Carolina Guimarães, coordinadora de la Red Nuestra São Paulo, organización no gubernamental que busca promover una ciudad “justa, democrática y sostenible”.
Lima, que tiene 10 millones de habitantes, y otras ciudades de Perú y de Ecuador fueron víctimas de El Niño Costero, el fenómeno climático que calienta las aguas del océano Pacífico pero solo cerca de esos dos países, donde intensifica las lluvias.
Esos y otros países andinos también enfrentan la amenaza del deshielo de los glaciares que podrá quitar agua a la población de la Cordillera de los Andes, recordó Rodríguez. En el Caribe el verdugo son los huracanes que tienden a azotar con más frecuencia y ser más agresivos.
A más pobreza, más impactos
Además de que los fenómenos golpean más a los pobres en América Latina, en la región más desigual del mundo estos tienen menos recursos para superar las pérdidas impuestas por la crisis climática, añadió el especialista colombiano.
“Comprar un nuevo refrigerador y otros aparatos dañados por cada inundación les cuesta mucho más. La pobreza es causa, al conducirlos al desastre, y también consecuencia de los mismos desastres”, corroboró Guimarães, excoordinadora de Gestión del Conocimiento en ONU Hábitat, la agencia de las Naciones Unidas para los asentamientos humanos.
La lógica es perversa.
El negocio inmobiliario encarece los mejores sitios, más seguros con infraestructura y servicios. Sobran las áreas de riesgo donde los pobres “construyen su vivienda con las propias manos”, sin el apoyo de una política pública que les asegure una vivienda con “acceso a la ciudad”, sostuvo a IPS por teléfono desde São Paulo.
“Hay una desigualdad espacial que resulta del modelo de expansión de las ciudades, con baja densidad, que empuja las familias de bajos ingresos a la periferia, dificulta el acceso a transportes públicos y exige desplazamientos por largo tiempo”, señaló Pablo Lazo, director de Desarrollo Urbano y Accesibilidad del Instituto de Recursos Mundiales (WRI, en inglés) en México.
“Construir una ciudad más equitativa y democrática exige incorporar en la planificación a los sectores populares, que sostienen la ciudad en la vida cotidiana”. Aruan Braga.
WRI México diseño el Índice de Desigualdad Urbana (IDU), una herramienta para la formulación de políticas públicas, que cubre inicialmente 74 zonas metropolitanas mexicanas. Mide el acceso de la población al empleo formal y servicios como educación, salud y transportes, además de alimentación y cultura.
Ese modelo de urbanización usual también induce el asentamiento precario en áreas de riesgo, “un patrón constante que se repite en Ciudad de México, cuyo oriente ocupa laderas, donde el agua escurre muy rápido y favorece deslizamientos”, destacó en entrevisa con IPS por videollamada desde la capital mexicana, que tiene nueve millones de habitantes, que se elevan cerca de 20 millones al sumar su zona metropolitana.
Esa precariedad “es un fenómeno generalizado en América Latina y el Caribe, donde 25 por ciento de la población urbana vive en asentamientos informales”, según Rodríguez. Empujado a la periferia, donde la tierra es más barata, pero no hay empleos ni servicios públicos, tampoco urbanización, los pobres prefieren los tugurios cerca del centro, observó.
Desigualdad al desnudo
“La pandemia de covid-19 desnudó las desigualdades”, destacó Lazó.
Como ejemplo detalló que “hubo más muertos en la periferia oriental de Ciudad de México, donde es mayor la desigualdad. Un factor es la distancia, cuesta cinco veces más tiempo para llegar al hospital desde la periferia que desde el centro, muchos desisten de llevar el enfermo”.
Además, sin agua para la higiene y el lavado de manos, es más intenso el contagio entre los pobres.
Hay también una relación de poder dispar entre las mismas ciudades. Tula de Allende, una ciudad de 115 000 habitantes a 70 kilómetros al norte de la capital mexicana sufrió una gran inundación de dos días en septiembre de 2021, no solo por las lluvias.
Las autoridades hídricas de Ciudad de México descargaron en el río Tula un exceso de aguas pluviales y residuales que podrían inundar la capital y el área metropolitana, en desmedro de la ciudad río abajo, donde el desbordamiento fluvial desalojó más de 10 000 personas y dejó sin electricidad a un hospital, por lo que murieron 16 pacientes.
Se necesita concertación. Un nuevo modelo de gobernanza, con planificación y coordinación en un ámbito metropolitano puede ser el camino, apuntó Lazo.
En Río de Janeiro, Aruan Braga, coordinador de Políticas Urbanas del Observatorio de las Favelas evaluó para IPS que “construir una ciudad más equitativa y democrática exige incorporar en la planificación a los sectores populares, que sostienen la ciudad en la vida cotidiana”, pero sin derecho a participar en las decisiones.
Las favelas que trepan los cerros es la imagen más conocida de Río de Janeiro, pero es también numerosa la población vulnerable en tierras bajas e inundables. Un ejemplo es el Complejo de la Maré (Marea), con cerca de 130 000 habitantes en 16 favelas unidas.
En la orilla de la bahía de Guanabara y del canal de Cunha, contaminado como una especie de alcantarillado a cielo abierto, ese conglomerado sufre “inundaciones todos los años”, realzó Braga, un sociólogo con maestría en políticas de desarrollo, tras explicar que la Maré ocupa un gran terreno ganado a manglares y áreas inundables.
Recibió pobladores trasladados de otras favelas centrales o de barrios ricos y playeros, hace cinco décadas, en un movimiento de “expulsión” de las favelas que no cesa. Maré creció también por estar al lado de la Avenida Brasil, la principal ruta de acceso al centro de la ciudad y acoger en su territorio instalaciones industriales.
Nuevas políticas para nuevo modelo
Los cuatro entrevistados coincidieron que son necesarias políticas públicas, del Estado, para por lo menos abrir caminos a la reducción de las desigualdades urbanas en América Latina.
Lazo destacó mecanismos que controlen la “voracidad” del mercado, como la exigencia de que proyectos habitacionales privados destinen una parte de las viviendas en construcción al sector vulnerable.
“En Francia esa proporción es de 50 %”, destacó como un ejemplo.
Braga identifica una buena posibilidad de reducir el déficit habitacional en Río de Janeiro con la destinación a la vivienda social de los edificios públicos ociosos, que son numerosos porque la ciudad fue capital del país hasta 1960 y la desocupación de los inmuebles estatales se prolongó durante décadas.
Movimientos que buscan soluciones comunitarias, de “urbanismo social”, de agricultura urbana y movilización de la población por una ciudad más equitativa e inclusiva apuntan al futuro, según Guimarães.
Su Red Nuestra São Paulo hace estudios sobre la desigualdad que apuntaron una diferencia de hasta 22,6 años – 80,9 a 58,3 años – en la expectativa de vida entre barrios pobres y ricos de la ciudad.
Bogotá está en proceso de ordenar su territorio y se habla de la “ciudad de 30 minutos”, siguiendo el ejemplo de París, que busca que nadie tenga que caminar más que 15 minutos para hacer todo lo que necesita, mencionó el colombiano Rodríguez como un nuevo modelo en América Latina.
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