martes, 24 de julio de 2012
James Holmes dispara sobre los espectadores de la última película de Batman
Rebelión
Por Luis Martín-Cabrera
No, no es el argumento de una nueva película de asesinos en serie de Hollywood, es la realidad, la cruda realidad de este país. El pasado viernes a media noche James Holmes, un estudiante de medicina de la Universidad de Colorado de 24 años se presentó en un teatro de Aurora en las afueras de Denver pertrechado con varias armas automáticas, protegido por una máscara antigas y vestido de riguroso negro para abrir fuego contra los desprevenidos espectadores de la sesión de medianoche de la última película de la serie Batman, “El caballero Negro regresa” -- ominoso título para tamaña catástrofe. Según informaciones de la cadena Fox, Holmes disparó hasta 6,000 veces durante 20 minutos sobre los espectadores, acabando con la vida de 12 e hiriendo a más de 50: no es que la realidad supere a la ficción, es que está completamente fuera de ella, fuera de lo humanamente imaginable, incluso para una película gore de buenos y malos.
Pero con la misma previsibilidad que vuelven las lluvias cada primavera, en los próximos días escucharemos otra vez las más peregrinas explicaciones sobre la tragedia: la culpa de todo esto la tiene el Heavy Metal, Marilyn Manson, los juegos de rol de dragones y mazmorras, los superhéroes de cómics o la deriva de una juventud demasiado nihilista para aceptar a Jesucristo como su salvador personal. No exagero, con la misma compulsión obsesiva que en ocasiones anteriores, periodistas, psicólogos y trabajadores sociales se lanzaran a examinar la personalidad de Holmes en busca de alguna explicación que nos absuelva como sociedad de la responsabilidad colectiva que tenemos por estas masacres. O peor aún, aceptaremos estas muertes como ha hecho Bill O’really, el comentarista conservador de la cadena Fox, como una mala pasada del destino: “hay buenas personas a las que lamentablemente les suceden cosas malas y no hay ninguna política que se pueda implementar para impedirlo”. [1]
O’really, que no es más que un mercenario de la derecha evangélica blanca militarista, esta tratando de cerrar en falso una vez más el debate sobre el acceso a las armas, especialmente las automáticas, pues la gran verdad oculta bajo todas estas fantasías psicopatológicas y nihilistas descritas arriba es que Aurora, Colorado, está a unas escasas 20 millas de Columbine, el lugar de la tristemente famosa masacre de 1999 en la que murieron 15 estudiantes de secundaria. Según el diario “The New York Times”, muy poco o nada se ha hecho desde entonces para regular la compra de armas en Colorado [2]. A diferencia de otros estados que tienen leyes más estrictas para regular la compra y tenencia de armas (“May issue” en inglés), Colorado sigue siendo un estado con leyes muy permisivas (“Shall issue” en inglés), lo cual autoriza a los ciudadanos a portar armas escondidas, por ejemplo, en el campus de la Universidad de Colorado, en los automóviles o en cualquier espacio público; sólo tener un abultado expediente delictivo o un historial psiquiátrico se consideran causas válidas para restringir la compra y tenencia de armas.
Habrá, sin embargo, quien piense que la regulación o prohibición de portar armas no es la verdadera causa de esta tragedia, pues al fin y al cabo, puede muy bien darse el caso de que Holmes sea un psicótico sin diagnóstico (de momento sabemos que es tan perverso que ni siquiera tiene cuenta de Facebook o Twiter), pero lo cierto es que si algo hemos aprendido de la fecunda obra del pensador francés Michel Foucault es que la “locura” funciona como un dispositivo de poder que expulsa fuera de la noción de “normalidad” todo aquello que impide la gobernanza y el control de una población a la que es necesario volver dócil. En otras palabras, Holmes, como todos los otros asesinos en serie que le precedieron, no es lo radicalmente Otro de la sociedad americana, es un producto nacido de las propias entrañas de este país, reducirlo a una simple ocurrencia patológica o a un producto de la cultura popular de masas, no tiene por objeto más que limpiarnos de la responsabilidad social colectiva que tenemos ante un evento de esta magnitud.
La pregunta, entonces, que hay que hacer para pensar este traumático acontecimiento es ¿de dónde viene la permisividad y el culto a las armas que autoriza la masacre de Aurora, Colorado? El origen del culto a las armas está escrito en la Segunda Enmienda de la constitución de los Estados Unidos que otorga a la ciudadanía como derecho fundamental la posesión de armas. La enmienda dice literalmente, “Siendo necesaria una Milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar Armas, no será infringido”. Por pueblo aquí no debe entenderse todo el mundo, pues como aclara una disposición del Congreso de los Estados Unidos fechada el 8 de mayo de 1792, los que tienen derecho a portar armas y participar en las milicias, son sólo los hombres blancos con propiedad y sin minusvalías físicas (“free able-bodied white male citizen of the respective States”). La segunda enmienda es, por ende, la codificación legal del monopolio genocida de la violencia que se arrogan los hombres blancos anglosajones sobre todos los demás habitantes del territorio.
Por detrás de la Segunda enmienda está, entre otras cosas, el genocidio de los pueblos indígenas de Norteamérica, los linchamientos de afroamericanos antes y después de la abolición de la esclavitud, la creación de fuerzas paramilitares en California para linchar y ejecutar a líderes sindicales filipinos y latinos y, por supuesto, todos los movimientos de “vigilantes” como los “Minutemen” que, financiados por el ex-gobernador Schwarzenegger, “patrullan” y ejercen violencia sobre los inmigrantes indocumentados en la frontera de México. El Estado norteamericano –y tal vez sea una de sus características más acusadas— se apoya en la existencia de formas para-estatales de violencia asociadas con la supremacía blanca y la defensa de la propiedad privada. Al fin y al cabo, en algún sitio tiene que estar la memoria de los granjeros blancos con un rifle, demasiado conscientes de haber robado la tierra a los indígenas primero y, más tarde, después del tratado de Guadalupe Hidalgo (1848), a los mexicanos.
Pero ¿qué tienen que ver estos orígenes remotos con lo que acaba de suceder en Aurora, Colorado? Para responder a esta pregunta hay que volver al excelente documental de Michael Moore, Bowling for Columbine. En el documental Moore reflexiona obsesivamente sobre la conducta del actor Charles Heston, presidente de la Asociación Nacional del Rifle (NRA por sus siglas en inglés), uno de los colectivos que defienden más vehementemente la Segunda Enmienda y el derecho a portar armas. En 1999 Heston se presentó en Columbine para defender la Segunda Enmienda dos días después de la masacre y volvió a hacer lo mismo en Flint Michigan, unos meses después de que falleciera una niña de 9 años en otro tiroteo. Al final del documental, Moore consigue una entrevista con Heston en la que le pregunta por su actitud y lo primero que éste responde es que lo que fue bueno para los hombres blancos que fundaron los Estados Unidos es bueno para él. Cuando Moore le pregunta por qué en otros países, como Canadá, que no regulan la posesión de armas, no suceden estas cosas, Heston contesta literalmente que esto es así porque los Estados Unidos tiene una historia muy violenta que tiene que ver con cuestiones étnicas. Sin comentarios. Al final de la entrevista Moore le muestra una foto de la niña fallecida en Flint y le invita a pedir perdón a la familia por haber ido al pueblo unos días después de la tragedia a hacer apología de las armas –el chantajista chantajeado. Heston no puede sostener la mirada y se marcha de la habitación.
Charles Heston tampoco es radicalmente Otro, es este país, y como Heston este país necesita mirar de frente a lo que ha pasado en Aurora y preguntarse, ¿por qué la mayoría de estos asesinos en serie son adolescentes u hombres blancos? ¿Cómo habrá influido en Holmes haber crecido en Poway, un suburbio rural predominantemente blanco y evangélico de San Diego, una ciudad con un turbio pasado de terror racial? ¿Cómo conectar está violencia aparentemente indiscriminada con la violencia discriminada y dirigida contra minorías raciales y enemigos políticos? No estoy tratando de leer todo lo que ha pasado con las lentes analíticas de la discriminación racial, sino que más bien trato de sugerir que la irracional negativa de este país a regular la tenencia de armas tal vez esté relacionada con los violentos cimientos de una sociedad que prefiere abandonarse al lenguaje de las pistolas que pensar críticamente su historia.
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