sábado, 28 de julio de 2012
Crónica de tres días en la ciudad de Gracias
Por Alex Darío Rivera M.*
Llegué el 19 de julio, eran cerca de las tres la tarde. Caminé por las polvorientas calles disfrutando de un aromático puro copaneco. La fresca brisa apaciguaba el efecto violento de los rayos de sol, mientras se levantaban ráfagas de polvo que tenía que sortear entrecerrando los ojos. El bullicio de la gente usurpando la otrora tranquilidad de las calles, las rancheras escapando por puertas y ventanas de los expendios. Una enigmática amalgama de olores flirteaba con el olfato. En apariencia todo estaba igual, como en otros años, al fin y al cabo, esa es la dinámica de ese día -anterior- a la denominada festividad de la identidad nacional que conmemora la gesta de resistencia indígena encabezada por el cacique Lempira. Mantuve el paso hasta llegar a la Plaza de San Sebastián, me divagué unos minutos en la feria campesina promovida por la organización Comal; unos días atrás, Mario de Mezapa había hecho de las suyas con su rebelde canto. Atravieso la feria y llego a la casa más hermosa de la ciudad, en su interior se conserva la historia -de más de un siglo- de la familia Galeano. Me acerco al zaguán y decido no empujar la enorme puerta, la golpeo para llamar, el temor a los perros es algo con lo que no puedo lidiar mucho. Itzul abre el pesado portón y me dirijo a la cocina (típico de occidente). Convocados en la mesa por un fragante café encuentro al pintor nacional Mito Galeano, Ana Iris, Luna y Misael Cárcamo; solo tuve tiempo para un breve abrazo a ellos, tirar la mochila, paladear el café a grandes sorbos y salir corriendo a presenciar el Festival de Teatro Infantil y Juvenil, allí nos encontramos al poeta y teatrero Delmer López quien en compañía de “El Mega” eran los responsables de haber “tallereado” las obras presentadas esa tarde. No dimensionamos el tiempo, se fue “volando” en medio del frescor crepuscular de la antañona ciudad de Gracias, la misma que fundaron Gonzalo de Alvarado y Juan de Chávez allá por el año de 1536 con el nombre de Gracias a Dios, hoy cabecera del departamento de Lempira. Al anochecer, después de presenciar alucinados la millonaria inversión en fuegos artificiales ofrecida por los mal llamados “Padres de la Patria”, nos dirigimos al restaurante “El Kandil” propiedad del amigo pintor Byron Mejía y su esposa Ángela. Al ingresar al acogedor establecimiento, nos enteramos que ofrecía un concierto musical el poeta y trovador Marvin Valladares Drago; entre saludos, abrazos, sonrisas y tequila, estiramos esa noche hasta casi el amanecer. La luz del sol abrió mis párpados, era viernes, aún de mañana. Me baño a prisa, mudo la ropa del día anterior y salgo a la calle, la fresca brisa matutina vaticinaba emociones. Tomo café pretendiendo ahuyentar el leve dolor de cabeza, las pocas horas de sueño pesan. En una de las esquinas del parque central, un grupo de docentes y vecinos gritaban consignas en contra del Presidente del Congreso Nacional Juan Orlando Hernández, nacido en dicha tierra y ahora precandidato oficialista a la Presidencia de la República por el Partido Nacional, mismo que pretendía -como lo han hecho varios- utilizar la celebración “de la identidad nacional” como una plataforma proselitista y “aprovechar” las reuniones del Congreso Nacional que para esos días se muda -en pleno- hasta la ciudad graciana. Ante esa visión utilitarista del “presidenciable”, una significativa cantidad de docentes gracianos, dignos, se había negado a organizar el tradicional evento ante las permanentes medidas impulsadas desde el Poder Legislativo en contra del pueblo hondureño en general y, de manera particular, al gremio magisterial. No queda más que unirme a la baraúnda, dejarme llevar, contagiado, por ese valiente gesto de rebeldía. Me encuentro con amigos, acompaño y me siento acompañado, gritamos consignas, cantamos, bailamos y la fiesta no para, con las “puras uñas”. Los militares y la policía evitan el paso nuestro en dirección a la tribuna, presienten la amenaza al circo demagógico montado – a mata caballo- invitando a centros educativos PROHECO y a uno que otro educador servil de municipios cercanos. Desintegramos el marullo y de uno en uno comenzamos a reaparecer, entre la aglomeración de mirones, reencontrándonos frente a la tarima donde los “politiqueros” esperaban el escueto desfile para que se les rindiese la acostumbrada pleitesía. La fiesta nuestra no paraba, las consignas gritadas cara a cara (pueblo y politiqueros), los cantos y el baile atrasaban el “show”. Los “respetables” de la mesa “principal” no podían esconder su frustración, hasta que se dio la orden de desalojo y comenzaron los garrotazos. El vacío dejado por nosotros durante la expulsión, poco a poco fue ocupado por afines al partido en el poder, pero al abrirse la brecha para ellos, volvimos entrar: se cantó el Himno con la mano derecha –o izquierda- levantada y cuando se le dio la participación a Hernández, la gente le gritaba desmintiéndolo y abucheándolo, al final, el “discurso” fue breve y vacío obligado por las circunstancias. Por la tarde, compartimos unas cervezas con el poeta Salvador Madrid e impresiones sobre la incipiente gestión cultural en el país. El sábado por la mañana, horas antes de que en la Casa Galeano se presentara el libro: “La fábula del pájaro troglodita” de Marvin Valladares Drago y compartiéramos con los compañeros escritores: Cesar Lazo, Edwin Munguía, Israel Serrano y Otoniel Natarén, diversos medios de comunicación alardeaban con su habitual intención de engañar: “Niños golpeados”; “Boicoteo programado por el partido Libre”; “Gente desilusionada porque se echó a perder el espectáculo de Lempira”… ninguno comentó sobre lo espontáneo de la indignación popular, no hablaron acerca de la madurez política de esa tropa valerosa, nadie dijo nada en relación a que el pueblo con menos frecuencia se deja engañar y que por vez primera –en muchos años- se le ofreció un coherente homenaje al señor de la sierra: resistiendo.
* Catedrático y escritor
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