viernes, 13 de julio de 2012
El guacuco y la pirracha son apropiados por la oligarquía
Radio Progreso
Guacuco se le llama al café que las familias recogen de sus cafetales, grandes o pequeños, casi al final de la cosecha, mezclando los granos maduros que han quedado con los granos verdes. Es como el chingaste de las ramas luego de haber cosechado lo mejor del grano. Lo mejor de la cosecha y de las matas de café, se venden a las grandes empresas cafataleras, las que a su vez destinan este mejor café hondureño para la exportación.
Pirracha se le llama a lo peor del racimo de banano. Son los guineos de la punta del racimo, los más pequeños y los que ya no tienen la medida apropiada para guardarse en las cajas que han de ser exportadas a través de los muelles de nuestros puertos del atlántico hondureño. El guacuco y la pirracha son los productos con menor calidad que se usan para el consumo interno.
El guacuco es el café sobrante que los campesinos usan para el uso cotidiano o que es comprado a precio muy bajo por las fábricas de café en poder de la oligarquía hondureña, y lo convierten en el café de bolsitas que se venden en truchas y pulperías. De igual manera, la pirracha es el banano que las empresas lo compran a muy bajo precio y luego lo venden en los mercados.
En los tiempos que vivimos, ya no solo el café o el banano de alta calidad es finalmente comercializado por los sectores de la alta oligarquía hondureña, sino que hasta el guacuco y la pirracha es apropiada para convertirla en negocio. Esta oligarquía hondureña ha logrado extender sus tentáculos para controlar no solo la comercialización de los productos en los grandes supermercados que abastecen a la clase alta y media urbana, sino que controlan el comercio hasta de las pulperías y truchas de los barrios marginalizados de nuestros centros urbanos y de las comunidades rurales de la profundidad de la montaña.
Si ya ni el guacuco y la pirracha están en manos de la gente pobre significa que toda nuestra vida ha quedado sometida a las decisiones y al control de unas cuantas familias. Todo lo que comemos y bebemos, lo que vestimos y calzamos, lo que vemos y oímos, todo lo que gastamos y nos entretiene están bajo control de unos poquísimos empresarios. Significa que todos los pequeños y medianos productores y los comerciantes y pulperos por muy pequeños que sean, son eslabones y caminos que conducen todos a las cuentas bancarias de esas poquísimas familias.
Transformar esta estructura económica, productiva y comercial es condición para salvar al país de la actual violencia y desigualdad. La economía actual es productora de gente empobrecida y concentradora de riquezas y recursos en muy pocas manos. Somos un país con muchas riquezas, y la gente rica nos trata como si fuésemos guacucos y pirrachas. La tarea es enorme, porque no podemos aspirar solo al guacuco y la pirracha, sino a ejercer soberanía sobre todo lo que producimos y comerciamos, y a ejercer plena soberanía sobre todas nuestras decisiones.
Guacuco se le llama al café que las familias recogen de sus cafetales, grandes o pequeños, casi al final de la cosecha, mezclando los granos maduros que han quedado con los granos verdes. Es como el chingaste de las ramas luego de haber cosechado lo mejor del grano. Lo mejor de la cosecha y de las matas de café, se venden a las grandes empresas cafataleras, las que a su vez destinan este mejor café hondureño para la exportación.
Pirracha se le llama a lo peor del racimo de banano. Son los guineos de la punta del racimo, los más pequeños y los que ya no tienen la medida apropiada para guardarse en las cajas que han de ser exportadas a través de los muelles de nuestros puertos del atlántico hondureño. El guacuco y la pirracha son los productos con menor calidad que se usan para el consumo interno.
El guacuco es el café sobrante que los campesinos usan para el uso cotidiano o que es comprado a precio muy bajo por las fábricas de café en poder de la oligarquía hondureña, y lo convierten en el café de bolsitas que se venden en truchas y pulperías. De igual manera, la pirracha es el banano que las empresas lo compran a muy bajo precio y luego lo venden en los mercados.
En los tiempos que vivimos, ya no solo el café o el banano de alta calidad es finalmente comercializado por los sectores de la alta oligarquía hondureña, sino que hasta el guacuco y la pirracha es apropiada para convertirla en negocio. Esta oligarquía hondureña ha logrado extender sus tentáculos para controlar no solo la comercialización de los productos en los grandes supermercados que abastecen a la clase alta y media urbana, sino que controlan el comercio hasta de las pulperías y truchas de los barrios marginalizados de nuestros centros urbanos y de las comunidades rurales de la profundidad de la montaña.
Si ya ni el guacuco y la pirracha están en manos de la gente pobre significa que toda nuestra vida ha quedado sometida a las decisiones y al control de unas cuantas familias. Todo lo que comemos y bebemos, lo que vestimos y calzamos, lo que vemos y oímos, todo lo que gastamos y nos entretiene están bajo control de unos poquísimos empresarios. Significa que todos los pequeños y medianos productores y los comerciantes y pulperos por muy pequeños que sean, son eslabones y caminos que conducen todos a las cuentas bancarias de esas poquísimas familias.
Transformar esta estructura económica, productiva y comercial es condición para salvar al país de la actual violencia y desigualdad. La economía actual es productora de gente empobrecida y concentradora de riquezas y recursos en muy pocas manos. Somos un país con muchas riquezas, y la gente rica nos trata como si fuésemos guacucos y pirrachas. La tarea es enorme, porque no podemos aspirar solo al guacuco y la pirracha, sino a ejercer soberanía sobre todo lo que producimos y comerciamos, y a ejercer plena soberanía sobre todas nuestras decisiones.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Este artículo es excelente. Lo felicito.
Publicar un comentario