lunes, 12 de diciembre de 2022

Suplicio en El Paraíso: relatos de una violenta pesadilla para las mujeres migrantes que llegan a Honduras

Radioprogresohn.net


Este reportaje fue financiado por la International Women’s Media Foundation.
Edición: Iolany Pérez PérezRedacción: Ethel ValladaresDocumental: Andrea Hernández, Fernando SalinasVideo y fotografía: Dogfilm/Danny Flores

“Sí, pasé muchos momentos donde lloré… los pies hinchados, gracias a Dios no me salieron llagas y pude seguir. Las mujeres con niños para mí son las más guerreras en el paso de la montaña La Bandera (el Tapón del Darién), lugar donde más mueren migrantes”.

Este es parte del relato que Alejandra, una joven de 25 años originaria de Mérida, Venezuela, cuenta mientras permanece en una esquina del parque del municipio de Trojes, El Paraíso, en el oriente de Honduras, zona fronteriza con Nicaragua.

Trojes es otra de las puertas para Alejandra y cientos de mujeres desplazadas de distintas nacionalidades cuyo objetivo será pasar lo más pronto posible por Honduras para llegar a Guatemala, México y finalmente Estados Unidos en busca de mejores oportunidades para ellas y sus familias.

Trojes: poco de paraíso, más de suplicio

El municipio está ubicado a tres horas vía terrestre de Tegucigalpa, la capital de Honduras. Es una zona rural de aproximadamente 53 mil habitantes, según el último censo poblacional de 2020.

Tres años atrás, poco o nada pasaba en la zona, su posición fronteriza ha permitido a sus pobladores y pobladoras desde siempre salir a Nicaragua y regresar con facilidad para transacciones ganaderas y agrícolas.

En el transcurso del 2021 y 2022, el flujo migratorio irregular alteró por completo el estilo de vida en la comunidad y Trojes ha pasado de ser una comunidad tranquila a convertirse en un punto estratégico para personas de diversas nacionalidades que buscan llegar a Estados Unidos. 

El Instituto Nacional de Migración de Honduras, de enero de 2021 hasta octubre de 2022, ha contabilizado un total de 158,790 personas que han ingresado de forma irregular por la frontera de Trojes y Guasaule en el sur del país.

De la cifra oficial se cuentan 43,006 mujeres, 12,693 niñas y 15,625 niños por espacio de un año. La mayoría de menores oscilan entre 0 y 5 años, todos acompañados por sus padres.

Los días en Trojes transcurren ahora de forma agitada. Desde las cinco de la mañana comienzan a llegar personas en grupos provenientes de Nicaragua y cada vez son más.


El salvoconducto 

En el punto ciego del lado de Nicaragua vemos a una mujer con su hijo de unos cuatro meses en brazos, junto a ella aparece un grupo de cinco o más jóvenes, que van a consultar el cobro de los mototaxis estacionados del lado de Honduras para que los lleven a la oficina de migración ubicada en el centro de Trojes y cuyo costo de transporte oscila entre 3 y 4 dólares.

Quince minutos después los vemos de nueva cuenta en las oficinas del Instituto Nacional de Migración, nos solicitan ayuda con información general y nos preguntan cómo pueden obtener su permiso para circular libremente en Honduras. Buscan el salvoconducto.

Es casi la una de la tarde y la fila no avanza, los jóvenes recién llegados se unen a los cientos de que ya aguardan en las aceras a la espera del salvoconducto que les autoriza transitar por cinco días sin ningún obstáculo en Honduras, anunciado por el Gobierno de Honduras hasta diciembre de 2022 de forma gratuita. 

En sus ojos, las mujeres reflejan el dolor del camino recorrido. En sus cuerpos, las huellas del peligro de la selva: su piel afectada por las picaduras de insectos o el inclemente sol, tobillos inflamados al punto de no calzar más que sandalias, deshidratación y un panorama que a simple vista parece incierto. Ahora no hay tiempo para descansar y sanar, el objetivo por cumplir es conseguir el salvoconducto para continuar su recorrido. 

Nadie quiere conversar. Nadie quiere contar lo que ha vivido días atrás, todos permanecen a la espera de la respuestas de los oficiales de migración.

En una esquina, una joven se pasea con su hijo, no mayor de dos años. El pequeño sin camisa muestra picadas en toda su espalda que su madre ha cubierto con medicamento blanquecino. Ella se acerca y nos pide información para activar su celular y poder avisar a su familia que ha llegado con bien a Honduras

Se trata de Elioskarith Fernández, de 26 años de edad, originaria del estado de Táchira, Venezuela. Lleva 15 días de recorrido junto con su esposo y su hijo Moisés.

“Tenemos 15 días de haber salido de Venezuela y lo más difícil que he pasado es El Darién. Hay pantanos… mucho barro. El río, cuando llueve, crece. Había personas muertas, heridas, niños enfermos, todo eso es lo que más difícil me ha parecido en la selva”.

Venezuela encabeza la lista de ingresos en Trojes. La mayoría está viajando en compañía de su familia, parejas cuyo rango de edad oscila entre 30 y 40 años y sus hijos que aún son bebés. El bienestar de estos es la mayor preocupación de las madres, como nos detalla Elioskarith. 

“Mi esposo siempre lo lleva cargado, siempre lo lleva encima… Sin mi esposo sería difícil, sería incapaz de pasar la selva con el niño sola, y yo siempre le pido perdón a él -Elioskarith rompe en llanto- porque yo siempre lo puse en riesgo en la selva y si le hubiera pasado algo, sería mi culpa, cuando llovía a él le daba malestar, pero nunca se me enfermó”

La densa selva del Darién es una pesadilla para mujeres que viajan solas o con sus hijos. Fuera de los peligros de la naturaleza, hay estructuras del crimen organizado que extorsionan a estas mujeres y sus familias, exigiéndoles altos costos para movilizarlas de montaña en montaña, en algunos casos las someten al abuso sexual y muchas veces a la muerte.

La sentencia de muerte

Alejandra, con quien comenzamos esta historia, no tiene hijos y únicamente viaja con su esposo, pero relata todos los costos y momentos dolorosos que observó de otras mujeres durante la travesía.

“Uno empieza en la primera montaña llamada El Cielo. Le pagamos a un guía en la cima de la primera montaña. Allí hay encapuchados que piden desde 10 a 20 dólares. Estos hombres te dicen que desde el momento que vamos en calidad de migrantes, tenemos que pagarles”.

La desesperación y la muerte están a la vuelta en el Tapón del Darién, es aquí donde la historia de muchos finaliza para siempre.

Si tienes hijos, mejor no vengas -advierte-, quédense en su casa… Hay niños que se los lleva el río y nosotros por ejemplo escuchamos, no vimos, escuchamos que una pareja perdió a su hija en el río y ellos se suicidaron… Entonces, yo siento que la situación está complicada, pero llevar niños es como una sentencia de muerte, yo siento que, si las madres se van a arriesgar a eso, deben estar preparadas porque se pueden quedar”.

Lo que se escucha, lo que se hace… 

De todas las voces, ninguna sabe cuál es el mejor consejo que puede entregar, todas las mujeres dan gracias a Dios por permitirles estar a tres países de su destino final. Y su expresión cansada y de llanto constante solo recuerda la pesadilla y cómo buscó cada una la manera de salir pronto de la selva. 

Jhorgelys Coén salió de Maracaibo, Venezuela, hace 23 días -contados hasta el momento de nuestra plática-. Permanece sentada en el parque de Trojes junto a su hija de dos años, mientras extiende la ropa húmeda del viaje en los barandales. Logró refugiarse con su familia en uno de los albergues durante la noche anterior. Pudo cenar y descansar ayer y también obtuvo el desayuno de esta mañana.

Con el semblante visiblemente cansado y la voz entrecortada decide contar cómo ha resultado este camino para ella y su hija.

“Yo tengo una mentalidad que digo primero es ella y después soy yo… Yo aguanto… yo siempre le decía a mi esposo ‘tranquilo que nosotros aguantamos’ y cualquier persona que pasaba en la selva le pedíamos y gracias a Dios nos ayudaba por lo menos para la niña una galleta o un atún”.

Sin ser consciente de todo lo que iba a vivir, Jhorgelys, de 20 años, se aventuró por el Darién y nos relata que se lastimó el pie izquierdo al subir por las primeras montañas y eso dificulta su travesía. Pensó que moriría allá.

“Yo, la verdad, no quería seguir, me quería quedar en Darién. Mi esposo me daba mucha fortaleza, me ha ayudado bastante… Yo le decía que avanzara con la niña y que me dejara sola, que yo me iba a morir allí porque yo no podía poner el pie… Y él me decía que no, que si llegamos los tres… Los tres íbamos a salir de ahí… Él siempre me tuvo paciencia, me apoyó, a pesar de ser hombre pudo haber salido de ahí en tres días y por mí se quedó los 13 días en la selva”.


Vistan a sus hijas con ropas de niño

Con los peligros de la naturaleza y las amenazas de las redes estructuradas de crimen organizado, esta joven madre pensaba en la seguridad de su hija en todo momento. Cientos de niños y mujeres permanecen vulnerables y el riesgo es constante.

En abril de 2021, Médicos Sin Fronteras instaló un programa de asistencia humanitaria en la zona de Panamá y, al cierre del año, sus datos registraron más de 400 casos de abuso sexual contra niñas, niños, mujeres y también hombres. Para julio del 2022 ya se cuantificaban 120 casos de violencia sexual.

“El consejo que les doy a madres es que, si traen una niña, no se la entregan a nadie, trate de vestirlas de niño porque en la selva decían que a las niñas las violaban y mataban… Yo la vestía con ropa de niño, le quité los zarcillos (aretes), nunca la desnudé delante de las personas, así nos mojamos porque nos caían esas lluvias intensas y la niña se quedaba dormida… Nunca traté de quitarle la ropa, trataba siempre de armar la carpa, la metía y ahí la cambiaba”, relata Jhorgelys.

Respira y después de una pausa relata que nunca sufrió un ataque directo, pero sí pudo ver el dolor de una madre que perdió a su bebé en el camino.

“No suelten a los niños a nadie, tengan cuidado dónde pisan, sujeten duro a sus hijos. Cuando yo estaba allá, una muchacha le entregó su hijo a un muchacho para avanzar rápido y obviamente ella no caminaba al ritmo de él y él llegó a un segundo campamento y ella quedó en el primero. Ella decía que se iba a volver loca porque tenía dos días sin ver a su hijo… No sabía si estaba bien, estaba mal, adormitado, no sabía”.

Trojes es una zona de paso para todas estas mujeres, pero es imposible no escuchar expresiones de alivio cuando ven atrás y relatan lo que han vivido y superado.

Las nacionalidades aquí son diversas. El Instituto Nacional de Migración ha registrado de 2021 a 2022 un flujo migratorio, en su mayoría, de los siguientes países: Cuba, Venezuela, Haití, Ecuador, Colombia, República Dominicana, Nicaragua, India y Brasil.

En menor escala, pero muy frecuente, se encuentran ciudadanos provenientes de Yemen, Afganistán, Tailandia y África.

Farah Deeba Nawabi es una periodista afgana que huye junto con su esposo e hijo del régimen talibán. También ha cruzado la selva y nos relata que ante la crítica situación de su familia en Afganistán, decidieron comprar un boleto a Brasil para luego emprender su camino vía terrestre a Estados Unidos, a pesar de lo que todo esto ha implicado para ellos.

“En nuestro país, no podemos lograr nuestras metas y sueños porque yo no tengo derechos, no puedo trabajar allá porque el talibán no nos permite. Yo voy a Estados Unidos a estudiar, a trabajar, por las mujeres de mi país y que mi hijo estudie… para salvar mi vida”.

La secretaria general de Amnistía Internacional, Agnès Callamard, denunció este año la “asfixiante” situación que enfrentan las mujeres y niñas afganas ante este régimen.

“En su conjunto, estas políticas forman un sistema de represión que discrimina a las mujeres y las niñas en casi todos los aspectos de su vida. Cada detalle diario —sea al ir a la escuela, si trabajan y cómo trabajan, si salen de la casa y cómo salen— está controlado y sometido a grandes restricciones”.

Días después nos enteramos de que tanto la periodista como su familia lograron avanzar con pronta diligencia a Guatemala y México, donde esperaban cruzar a Estados Unidos.

La estafa y la muerte

La carretera de Trojes, a pesar de sus condiciones accidentadas, es transitable para llegar a Tegucigalpa en tres horas, aproximadamente. Todos los que quieren salir de Trojes van a la ciudad cercana de Danlí en autobús o transporte propio.

Desde su ingreso a Honduras, para un migrante irregular todo se trata de dinero. Al llegar al punto ciego fronterizo de Nicaragua-Honduras, debe pagar de tres a cuatro dólares a un mototaxi que lo lleva al pueblo. Tras obtener el salvoconducto pagará de 10 a 15 dólares en un autobús para llegar a Danlí. Si el permiso migratorio tarda más de un día, los locales rentan habitaciones a un costo de 30 dólares o más. El autobús de Danlí a Tegucigalpa oscila entre 30 y 35 dólares.

La estafa y la desinformación están a la orden del día. Se están organizando redes ilegales dedicadas exclusivamente al transporte de los desplazados por rutas “alternas” en pick up, por 25 dólares se les promete llegar más rápido, cortando caminos y cruzando ríos.

Al momento de realizar este reportaje, se registró una tragedia en la comunidad de Santa María, a 20 minutos de Trojes. Un pick up llevaba más de 26 personas, en su mayoría de nacionalidad venezolana. El conductor del auto, al encontrarse en una pendiente montañosa, perdió el control, resultando cuatro muertos y más de 16 personas heridas. El chofer se fugó con 500 dólares pagados por los viajeros.

De igual manera se denuncia la falta de información de las autoridades de transporte. No hay necesidad de crear rutas alternas para un viajero que se encuentra de paso, nos indica el subcomisionado del Comité de Contingencias, Copeco, Fernando Amador.

“Hola, soy venezolana, apóyame con tu bendición” 

Con el salvoconducto y el dinero necesario, en cuatro horas, los viajantes ya están en Tegucigalpa. Si el factor monetario no está completo, habrá que apelar al buen corazón del capitalino para que ayude a completar los 35 dólares que cuesta el ticket del punto de autobuses El Congolón, que los llevará a Ocotepeque, en el occidente del país, y zona fronteriza con Guatemala.

Han pasado ya un par de días desde que regresamos de Trojes y caminamos por las calles de Comayagüela, conocida en Honduras por ser la ciudad gemela de Tegucigalpa (la capital).

Comayagüela guarda la mayoría de puntos de autobuses que conectan con el interior del país y es aquí donde la dinámica también ha cambiado. Desde hace un año, a la fecha encuentras en cada esquina grupos de extranjeros de todas las nacionalidades con carteles en los que puedes leer pasajes como el de Roxanny Pérez:

¡ Hola! Soy venezolana, apóyame con tu bendición para continuar mi destino a EE. UU. Dios te bendiga”.

Roxanny permanece en Tegucigalpa desde hace menos de una semana junto con su esposo y un amigo. Mientras nos comentan su recorrido, agradecen que en la ciudad alguien les ha prestado una habitación donde pueden dormir y luego, al amanecer, vienen hasta la esquina de la novena avenida para pedir algo de dinero, lo que sea que el transeúnte quiera dar.

“Me siento cansada. Llevamos desde el sábado cuatro días. El trato en Honduras de verdad ha sido muy buen corazón para muchas personas… Claro, como lo digo siempre, hay personas buenas y malas, pero nos han tendido la mano, nos han tratado bien”

Tras el accidente en Trojes, Roxanny está pendiente de las noticias. Un día antes de lo ocurrido en Santa María, la prensa local registró la noticia de un joven venezolano asesinado tras resistirse a un intento de asalto en Choluteca, en el sur del país, y eso la tiene preocupada.

“Tengo miedo porque estas noches escuchamos que habían matado a un venezolano, que lo apuñalaron… Me sentí con miedo porque soy mujer y a veces los ojos nos ven de manera distinta a las mujeres y, claro, siempre estoy cerca de mis amigos para no sentir tanto miedo y para que vean que no estoy sola, que estoy acompañada”.

Por ahora, su preocupación es moverse del país antes de que expire su salvoconducto y da gracias porque también logró sobrevivir al Darién.

“En un momento pensé que iba a morir. Había mucho lodo… Había personas que estaban enterradas hasta el pecho de lodo… Bueno, yo por lo menos no, el lodo me llegó hasta las rodillas. En un momento, yo tenía miedo, decía ‘¿y si no salgo de ese hueco o no me sacan?’. Fueron muchas cosas… Gracias a Dios salimos de eso bien”.

¿Cambiaron las reglas del juego?

A una semana de conocer las historias de Alejandra, Elioskarith, Jhorgelys, Roxanny y otras mujeres con las que conversamos que realizan estas travesías junto con su familia, el gobierno de Estados Unidos decidió implementar un plan de ayuda humanitaria que alcanzaría a unos 24,000 venezolanos.

El plan, según la información recopilada directamente del sitio del Departamento de Estado, explica que un ciudadano venezolano que cuente con un familiar o una persona que los apoye en Estados Unidos podrá optar a una permanencia temporal de hasta dos años con los requisitos siguientes:

  • La persona de apoyo que está en Estados Unidos debe llenar y presentar un formulario I-134, declaración de patrocinio económico.
  • Someterse y pasar una investigación de seguridad robusta.
  • Cumplir con otros criterios de elegibilidad. 
  • Ameritar un ejercicio favorable de discreción.

La esperanza para algunos estaría puesta en esta propuesta. Lo cierto es que no todos tienen a familiares que los esperan en Estados Unidos o al menos no dispuestos a apoyarlos, tal y como nos lo comentó Elioskarith.

“Yo tengo un tío… Pero él está por cuenta de él y yo voy por cuenta mía… No, no nos espera nadie… Yo quisiera trabajar, tener a Moisés en un cuidado diario, reunir dinero para poder comprar nuestra casa y montar nuestro negocio en Venezuela”

Honduras, por su parte, ha flexibilizado los trámites para que sean rápidos y su tránsito sea breve. El salvoconducto tenía un costo de USD 250. Tras un acuerdo se suspendió el cobro a partir de junio de este año y permanece gratuito hasta diciembre del 2022.

De Trojes a Tegucigalpa, el suplicio continúa. Algunos logran avanzar más rápido que otros, pero a diario se registran, según autoridades, de 800 a 1,000 personas provenientes de Nicaragua que buscan cruzar lo más pronto a Guatemala.

Alejandra, Elioskarith, Jhorgelys, Farah y Roxanny libraron junto a sus hijos y familia una dura batalla al escapar del Darién. El llanto y la angustia de los días oscuros en la densa jungla dejaron marcas en sus ojos que se inundaron al sentir la muerte y el peligro de cerca. Su resolución fue siempre ir adelante, no por lo que representa para ellas, sino por el impacto que tienen para una mujer el desarrollo y el bienestar económico de los suyos.

Alrededor del mundo vamos a encontrar historias como las de estas mujeres, por qué se van de sus hogares. Las historias y necesidades son diversas, los contextos políticos que nos confrontan, los fundamentalismos religiosos, la pobreza, el futuro incierto, pero, sin duda, los Estados y las políticas internacionales deben volver al 49.5% de la población mundial (las mujeres), agentes de cambio y dinamizadoras de sistemas económicos y de alto impacto para las comunidades.


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