En una democracia verdadera, la existencia de la oposición política es una condición indispensable para garantizar la pluralidad inherente a la misma; pero no es cualquier oposición, es una oposición calificada, informada, responsable, ponderada, comedida, propositiva. La anterior reflexión viene al caso a raíz del papel del partido Nacional ante el gobierno de la presidenta Xiomara Castro en el poder Ejecutivo, en particular, y ante el partido Libertad y Refundación (LIBRE) en general, y específicamente en relación a su desempeño en el Congreso Nacional. Desde un inicio, miembros connotados de este partido se han dado a la tarea de cuestionar las iniciativas de la presidenta y de su partido, en un intento de asumir protagonismo como oposición, a lo cual se ha sumado su bancada en el Congreso en actitud disciplinada, esperando borrar con ello el desprestigio que arrastra su partido luego de doce años de permanencia en el poder con un saldo negativo para el bienestar de la sociedad y el futuro del país.
El déficit de cultura política democrática y una buena dosis de cinismo es la primera característica que se percibe en este movimiento inicial del partido Nacional ante el nuevo gobierno. Esto es así porque supone la ejecución de una estrategia partidaria que hace abstracción de doce años de errores continuos que cubrieron de desprestigio al gobernante, a su familia y a sus colaboradores cercanos, pero que también convirtieron en cómplice al partido en su conjunto, incluyendo a aquellos que no estuvieron de acuerdo con lo que ocurría pero que tampoco hicieron nada para impedirlo.
Esa ausencia de cultura política democrática y la visión deformada de la realidad en que se inserta impidió que ese partido asumiera su papel como oposición empezando por mostrar su vergüenza y arrepentimiento, y que pidiera perdón a la sociedad por todo el daño que le causaron, por acción o por omisión, e iniciar un proceso de depuración inmediata de todo ese liderazgo anquilosado, deformado, cínico, corrupto, irrespetuoso de la ley, contaminado de narcoactividad y totalmente alejado del interés general de la sociedad.
En ese contexto se comprende mejor esa estrategia dispersa, confusa, oportunista, improvisada y poco atinada de insistir en señalar como persecución política la demanda de castigo a los saqueadores del Estado y sus cómplices; en acudir a la ideologización obsoleta para descalificar las iniciativas del gobierno encaminadas a sacar al país de los escombros en que lo dejaron; y en hacer planteamientos cínicos sobre lo que el gobierno debería hacer para manejar la crítica situación por la que atraviesa el país, como la eliminación de la tasa de seguridad y del impuesto a los combustibles, conociendo la situación lamentable en que dejaron las arcas del estado y la forma vergonzosa en que se apropiaron de la tasa de seguridad.
Más allá de esta forma absurda y ofensiva de asumir su papel como parte de una oposición política digna de mejor suerte, deberían asumir un papel más humilde y proponerse contribuir de una mejor manera a sacar al país del caos en que lo dejaron. De una forma u otra, deben estar conscientes de que va a ser muy difícil sacar adelante a un partido que ha batido récord en tener al mayor número de señalados por corrupción y de ser solicitados en extradición por narcotráfico hacia Estados Unidos. De ese desprestigio no se va a recuperar fácilmente ese partido y menos con esa estrategia, lo que vuelve difícil, si no imposible, que vuelva a obtener un triunfo en las elecciones futuras. Ya deberían estar sacando lecciones y verse en el espejo del partido Liberal cuyo deterioro institucional y su desplazamiento a un tercer lugar como fuerza partidista en el Congreso Nacional es la factura que le pasa la historia por su lamentable papel como protagonista del golpe de Estado de 2009 y por haber sido incapaz de pedir perdón a la sociedad y de iniciar un proceso de depuración de las fuerzas oscurantistas y retrógradas que lo han controlado y siguen controlando.
Al final las grandes preguntas a responder son las siguientes: ¿cómo impulsar la democracia con partidos que no son democráticos?, ¿cómo construir una cultura política democrática con dirigentes y partidos que continúan inmersos en una cultura política autoritaria, anquilosada y primitiva? ¿Cómo conformar una oposición política que contribuya a buscar salidas ante la multicrisis que está enfrentando el país, que sea crítica pero también responsablemente propositiva? Y finalmente ¿podrán los partidos tradicionales salir de la crisis que les agobia sin movimientos internos que los sacudan con fuerza de huracán y les obligue a asumir que el mundo cambió, que el país cambió y que ahora, gracias a ellos, parece vislumbrarse “el turno del ofendido”?
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