viernes, 15 de julio de 2022

Memoria de la lucha en Honduras


Rebelión

Por Milson Salgado 

Los seres humanos somos eternos buscadores. Quizás en nuestra constitución biológica y espiritual contamos con un algo que nos hace buscar más, y aspirar hasta la inmensidad.

Tal vez, en ello resida el germen de las más grandes transformaciones que se han suscitado en el mundo por intervención humana, pero en líneas paralelas se produce, todo un proceso de desmemorias e intrascendencia por los sueños ya consumados, y sobre todo se lanza un manto de olvido por los intrincados, y dolorosos caminos que se han tenido que sortear para conquistarlos.

Hace tan solo 5 meses Honduras ya no era un país. Estaba fragmentado en repúblicas independientes que iban ser dirigidas por empresarios extranjeros que iban a ser como una suerte de presidentes de paisitos cautivos. Esto no debe olvidarse nunca, y debe grabarse con letra indeleble en las portadas principales de la historia oficial de nuestra patria sobornada. Y quienes con su puño y letra diseñaron esta maniobra para consumar esta tragedia de la soberanía nacional deben de proscribirse.

Hace tan solo 5 meses estábamos a merced de una dictadura que tuvo la particularidad de embargar los intereses del Estado a redes regionales del narcotráfico y el crimen organizado, y se habían eliminado por decreto los derechos civiles y políticos, como el derecho a la reunión y a la manifestación pública. Nadie protestaba porque estaba seguro de que de hacerlo o iba bien a la cárcel con jueces que juzgan con implacable fervor cuando reciben órdenes del ejecutivo. O padecían de la intolerable fuerza de la represión, y el asesinato selectivo de una dictadura absoluta. Estos derechos hoy se han reactivado, y los ciudadanos los ejercen de acuerdo a los estándares democráticos. El contenido de los derechos son demandas postergadas por años que estuvieron engavetadas por casi 12 años, y no es imposible resolverlas en 6 meses o un año, cuando el actual gobierno se encontrado con unas arcas públicas barridas, saqueadas hasta el más último centavo, con obligaciones millonarias como el edificio del centro cívico que fue dado en fideicomisos por miles de millones de Lempiras por un plazo de 30 años, o una municipalidad dada en Fideicomiso al Banco Fihcosa como si lo público fuera privado, sin que los artificios de la defraudación, la trampa, la estulticia, el robo, el saqueo dejen de estar presentes, y ganen en las lides del derecho mercantil, diseñado por el sistema capitalista para estafar los Estados.

Como por espacio de 8 años gritamos como un culto a la rebeldía el “Fuera Joh”, y el solo hacerlo implicaba peligro, cárcel, y hasta muerte. Este eslogan era una trinchera de lucha de la libre expresión para protestar por un Estado sostenido en las espaldas de los pobres, ya que se castigó con impuestos hasta a los que vendían frutas en carromatos o a quienes emprendían el más nimio negocio en las calles. Un gobierno que privatizó la energía eléctrica y se la dio a una empresa Made in Colombia. En menos de dos meses este gobierno alivió la carga de la luz eléctrica a miles de familias en tan corto tiempo. Además, este gobierno que hacía descomunales trampas buscaba blindarse consagrándose por derecho de ley como un secreto de Estado las operaciones de robo. Esto fue derogado para hacer públicas las operaciones del actual gobierno.

En ninguna parte del mundo, en tiempos de pandemia, gobierno alguno se robó en la cara de los ciudadanos cantidades exorbitantes de dinero en Salud para atender la pandemia. Llegamos a tolerar el robo de una economía del Estado abstracto, pero que se metieran con la vida de las personas, faltando a la más elemental humanidad, ya era el acabose. No estábamos siendo gobernados por seres humanos sino por monstruos, por indolentes bestias implacables, que habían perdido todo rastro de conmiseración. El monto millonario que costaron esas latas de sardinas móviles nos persuadió sobre la voracidad de esos tiburones de marca. En efecto el diablo ya no era una ficción y tenía el rostro azul de un partido con una estrella huérfana de luz.

Con el gobierno de Xiomara Castro, el pueblo de Honduras venció con su determinación la dictadura, y se está en camino de desmontar las estructuras criminales de lo que queda de un expresidente que con su actuar lesionó no solo los códigos de la civilización, la convivencia y la democracia, sino que dañó a miles y miles de consumidores adolescentes en Estados Unidos.

El pueblo venció 12 años de mentiras. 12 años la verdad tenía cheques que se cobraban para vociferar la felicidad de un paraíso inexistente. Nos dijeron que el golpe no era golpe sino una caricia constitucional. Y se trataron de burlar en nuestras narices diciendo que en Honduras hubo una sucesión constitucional, como si de pronto la democracia se había convertido en monarquía. Por 12 años la versión del pueblo era negada. En los medios comprados por el gobierno por 12 años se calló que estábamos gobernados por un narcotraficante. Por 12 años los medios de comunicación casi canonizan al dictador. Por 12 años se defendió la conducta se su hermano y cuando se produjo el juicio en Estados Unidos se dijo que no iba a ser condenado. Por 12 años se insistió que Juan Orlando Hernández jamás iba a ser deportado, y aun cuando fue detenido se mintió que no iba a ser llevado porque se esperaba un milagro de última hora. Esos 12 años de guiones preparados dentro de los recintos de los centros de control de opinión pública han sido derrotados, y ahora esos agentes nocivos pretenden desacreditar un gobierno que en 3 meses les ha desmontado la patraña.

Son grandes demandas sociales, económicas y culturales las que quedan en el camino. Confiamos que el país se transformará. Y no dudamos que el crecimiento humano va a ser el faro que orientará las decisiones de esta actual administración. Mientras tanto no olvidemos a nuestros victimarios, no olvidemos su falta falta de humanidad, no tiremos al espacio del olvido ni de la desmemoria nuestras conquistas políticas y sociales, la sangre sagrada de nuestros mártires, y el dolor que se invirtió para que la Honduras que ahora tenemos sea posible hoy, mañana y siempre.


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