Rebelión
Por Julio C. Gambina
Son sanciones con impacto en el sistema mundial y como tal, involucra al conjunto de las relaciones internacionales, entre otros, a la región latinoamericana y caribeña.
En tiempos de globalización no puede pensarse en limitar los impactos en limitadas geografías o al interior de fronteras nacionales. Los efectos se extienden sobre el conjunto de las relaciones de producción a escala planetaria.
No constituyen una novedad las sanciones aplicadas en estos días, que intentan cercar a Rusia para doblegarla en su intento de incentivar su papel en la disputa del orden económico mundial del capitalismo contemporáneo.
El tema es interesante, ya que el gigante euroasiático tiene larga historia y presencia en la construcción de la civilización y en especial, sus relaciones con América Latina y el Caribe, sea en su trayecto imperial, revolucionado por el octubre rojo del 1917 y la experiencia de construcción socialista, y más reciente, desde la desarticulación de la URSS en 1991.
Un estudio sobre los vínculos y perspectivas de la región latinoamericana y caribeña con Rusia, editado en 2018 por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, CLACSO, señala:
“El actual Estado ruso hereda el acervo histórico del Imperio ruso y de la Unión Soviética (dos tercios de su territorio y la mitad de la población). Desde este punto de vista, sus relaciones con ALC de ninguna manera pueden ser consideradas como improvisación de la última década. Las relaciones diplomáticas oficiales con Brasil comenzaron en 1828, con Uruguay en 1857, con Argentina en 1885, con México en 1890”.[1]
Al mismo tiempo, vale considerar en paralelo histórico a esas fechas, la “Doctrina Monroe”, que sostiene la máxima «América para los americanos», elaborada hacia 1823 y explicitada por James Monroe, Presidente de EEUU.
La doctrina sostenía que ante cualquier intervención europea en el continente americano sería considerado una agresión directa hacia EEUU.
Con base en esa doctrina, desde Washington se considera a toda la región como su “patio trasero”, por lo que las tempranas relaciones de Rusia con la región fueron siempre visibilizadas con desconfianza, mucho más en tiempo de proyecto socialista, especialmente cuando la revolución socialista desembarcó en la región, con Cuba en 1959. La “crisis de los misiles”, en octubre de 1962, da cuenta del fenómeno y nos permite trazar un paralelo en “espejo”, con la situación actual en Ucrania.
La creciente presencia de China y mucho menor de Rusia, pero ambas en proceso de expansión en los últimos años preocupan sobre manera a EEUU y sus planes de dominación en la región.
Rusia quiere profundizar sus vínculos internacionales
Luego del derrumbe soviético en 1991, Rusia busca su lugar en la cúspide de la división internacional del trabajo, lo que supone participar en la disputa política, militar y cultural que define el orden mundial capitalista.
Si la última década del siglo XX y el inicio del XXI ponía de manifiesto el triunfo del capitalismo y la hegemonía de EEUU, ahora, en la tercera década del siglo XXI aparece una perspectiva de disputa que se recorre en estas décadas, desde la unilateralidad de “occidente”, básicamente EEUU y Europa, a una presencia creciente que limita ese poder omnímodo, especialmente con la emergencia de China y su poder en la producción mundial. Remito a la perspectiva de dominación multilateral que pretenden nuevos países en el orden mundial, más aún en las articulaciones y acuerdos suscriptos entre países sancionados unilateralmente por EEUU y “occidente”.
En ese marco hay que pensar la búsqueda de Rusia para intervenir en la disputa global.
Claro que Rusia debió partir en las últimas tres décadas de muy bajos niveles de desarrollo de sus fuerzas productivas, con asiento en una especialización primario-exportadora, con epicentro en la energía, lo que la constituye en un gran productor y exportador, especialmente hacia Europa, pero también con una clase dominante local asociada a la corrupción y a políticas de privatización y liberalización subordinadas a la transnacionalización del capital.
En el texto citado podemos leer que luego de la crisis 2007-09, Vladimir Putin señalaba hace ya una década el desafío para superar la primarización:
“Rusia está obligada a ocupar un lugar digno en la división internacional del trabajo, no solamente en calidad de vendedor de materia prima y recursos energéticos, sino también como poseedor de tecnologías avanzadas en el proceso de permanente innovación, como mínimo en algunos sectores”[2]
Para más precisión resalta el autor:
“Putin enumera en este contexto: la química de alta tecnología, la farmacéutica, materiales compuestos y no metálicos, la industria de la aviación, tecnologías de información y comunicación, y nanotecnologías. En esta fila están también la energía atómica, actividades espaciales, el equipo hidro y termoeléctrico; esferas donde el país mantiene su competitividad a pesar de las pérdidas de los años noventa.”
No se trata solamente de una estrategia asentada en la energía, sino en la diversificación productiva con la intención de avanzar en procesos de industrialización, promoviendo la autonomía que aleje al país de la subordinación a las importaciones desde el capitalismo desarrollado. Por eso, las medidas preventivas fueron asumidas desde el mismo momento en que EEUU y la OTAN hicieron visible su estrategia de cercamiento con la incorporación de países integrantes de la ex URSS.
Agrega el autor sobre las sanciones luego de los acontecimientos en 2014:
“Frente a las sanciones por parte del Occidente colectivo, Rusia tomó medidas defensivas que incluyeron limitaciones equivalentes de importación desde los países participantes de sanciones antirrusas y medidas de sustitución de importaciones, en parte desarrollando producción propia, en parte reemplazando suministros foráneos al mercado ruso por otras fuentes. Es sintomático que una serie de agroexportadores de Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay en esta situación fueran capaces de sacar provecho de magnitud considerable.”
Por eso no sorprende el involucramiento de Rusia en los BRICS, el acrónimo que involucra a países emergentes a comienzos del Siglo XXI, Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Son países “emergentes”, en tanto receptores de inversiones externas, especialmente por la inmensa población con disposición a la venta de la fuerza de trabajo a bajos precios internacionales. El más grande país de la región latinoamericana y caribeña, por su producción y población, resulta importante animador de la propuesta, más allá de la materialidad actual del proyecto articulador para actuar en la producción y circulación mundial de bienes y servicios.
De hecho, Brasil es el mayor socio comercial de Rusia en la región, y allí debe encontrarse las declaraciones de relativa “neutralidad” de Jair Bolsonaro sobre los acontecimientos en Ucrania, e incluso su reciente y cordial visita a Moscú.
En el mismo sentido puede inscribirse el reciente viaje del presidente argentino, a cargo pro tempore de la CELAC. Alberto Fernández ofreció a Rusia, a días de la incursión militar que luego condenó, que la Argentina sea la puerta de ingreso de nuevas y fortalecidas relaciones económicas de Rusia con la región.
Rusia recrea sus lazos ideológicos del pasado soviético con Cuba, con quién negoció de manera muy conveniente la deuda externa de la isla, condonando un 90% de las acreencias pendientes contraídas en tiempos del sistema socialista hasta 1991.
Desde Cuba y sus relaciones regionales en el marco del ALBA-TCP se favoreció un acercamiento comercial, potenciado desde el ingreso de Rusia en la OMC, económico y financiero con Venezuela, también con Nicaragua y otros países en la región.
Es un fenómeno extensivo, con matices, a Bolivia, a la Argentina y a otros países, incluso con regímenes claramente orientados a la derecha, casos de Perú o de Chile.[3]
Las sanciones actuales
Las restricciones bancarias pretenden aislar a Rusia, dificultando la expansión de las relaciones comerciales, económicas, financieras, con todos los países del mundo, que en la región impactan en primer lugar a los comentados vínculos con Cuba, Venezuela o Nicaragua, pero también con Brasil, México o Argentina.
Como vemos, no solo es una cuestión “ideológica”, no solo porque Rusia está muy lejos de la perspectiva comunista, más aún con el intento de Putin por la “descomunización” de la tradición rusa desplegada entre 1917-1991.
En tiempos de internacionalización de la producción y transnacionalización del capital, la libre circulación de capitales resulta funcional a la lógica de acumulación capitalista estimulada por la revolución científico-tecnológica, la difusión de internet, la inteligencia artificial, la robótica y la digitalización.
Por ende, cerrar mecanismos de la circulación de mercancías y dinero empasta a la producción capitalista a la salida de la pandemia, retrasando perspectivas de recuperación.
Ante las sanciones unilaterales de EEUU sobre Venezuela, quien relocalizó empresas y operaciones en territorio ruso, se harán sentir en la imposibilidad de ejercicio soberano de transacciones y utilización de los recursos disponibles en el sistema financiero de Rusia.
En todo caso, obliga al rearmado de circuitos alternativos de producción y circulación de bienes y servicios, en condiciones de competir y rivalizar con los instrumentos y la institucionalidad de mecanismos como el Swift.
Las sanciones agravan las condiciones impuestas por la gestión Trump a la región, especialmente a Cuba, Venezuela o Nicaragua, más allá de cualquier problema de política local que se pretenda considerar.
No solo desarrollos financieros, sino todo lo vinculado con las vacunas en tiempos de pandemia, cuestión que afecta a la Argentina, entre otros, importante comprador de la “Sputnik V”, incluso asociado en emprendimientos para su producción local.
Las sanciones buscan la desvalorización de la moneda local de Rusia, afectando las operaciones y atesoramientos derivados de actividad económico de terceros países con la Federación Rusa.
Son expresión también de la guerra monetaria que supone la pérdida relativa del poder mundial de la divisa estadounidense.
En términos generales, las sanciones tienen impacto en la aceleración de los precios internacionales, especialmente en alimentos y energía, que aun mejorando el balance comercial de algunos de los países latinoamericanos y caribeños exportadores de unos u otros de esos commodities, la realidad es la dependencia de esas importaciones de buena parte de la región, contribuyendo a un balance negativo para el conjunto de los países.
Todo dicho en un tiempo de ralentización del crecimiento económico mundial, y, por ende, golpeando los procesos de recuperación pos pandemia. Es una situación que aleja soluciones de fondo a problemas de desempleo, pobreza y miseria de millones de personas en toda la América Latina y el Caribe, fenómeno exacerbado según CEPAL en estos años.
Las sanciones afectan a Rusia, también a los Estados sancionadores, no solo impactados por el alza inflacionaria, sino por la obstaculización de procesos productivos y de circulación, base del ideario de la globalización de este último medio siglo, la liberalización económica. Pero muy especialmente afecta a nuestros países que pretenden diversificar sus relaciones internacionales para restar capacidad de dependencia y subordinación a la potencia hegemónica, que en su desesperación contribuye a un mayor desorden global, incluso de la lógica liberalizadora instalada desde el poder de Washington.
Notas:
[1] Davydov, Vladimir Latinoamérica y Rusia: rutas para la cooperación y el desarrollo. 1a ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires: CLACSO, 2018, en: http://biblioteca.clacso.
[2] ibidem
[3] Amplia referencia con datos en el estudio citado de CLACSO.
* Julio C. Gambina. Doctor en Ciencias Sociales, UBA. Profesor Titular de Economía Política, UNR. Integra la Junta Directiva de la Sociedad Latinoamericana y caribeña de Economía Política y Pensamiento Crítico, SEPLA.
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