El paradigma bélico se impone como prioridad “civilizatoria”
En menos de una semana el escenario y la agenda mundial cambiaron supersónicamente. Europa, sin aún el alta médica definitiva por la pandemia (y con el peso social de la crisis sanitaria irresuelta) protagoniza desde fines de febrero un conflicto de proporciones mayúsculas.
En la penumbra de la crisis Rusia-Ucrania (o Ucrania-Rusia) empiezan a perfilarse señales del nuevo marco internacional. Son los efectos colaterales de una *guerra* de duración imprevisible y de costos incalculables. Dichos efectos se sumarán al impacto directo del conflicto, es decir a los miles de víctimas humanas (muerta-os, herida-os, inválida-os, huérfana-os) y a los daños irreparables en la economía presente y futura de ambas naciones confrontadas.
Nuevo paradigma militar
Cuando el 28 de febrero Alemania anunció que destinará un fondo especial de 100.000 millones de euros (110.000 millones de dólares) para renovar sus fuerzas armadas, anticipaba así el tono de la nueva época.
A partir del conflicto Rusia-Ucrania el tema bélico-militar vuelve a ocupar el centro de la escena europea. Lo que presupondrá reducciones presupuestarias significativas en otras áreas, penalizando en particular el entramado social de cada país, con repercusiones significativas, además, en la salud y la educación públicas. Los sectores históricamente más vulnerables aparecen ya, nuevamente, como las principales víctimas de esta nueva realidad.
Durante los últimos años y en especial en los meses anteriores al inicio de la pandemia (2018-2019), la juventud ganó las calles europeas y de muy diversas regiones del mundo, para exigir el derecho a un futuro compatible con el medio ambiente.
Exigían acciones de emergencia, planes y cambios inmediatos de rumbo productivo para asegurar una transición ecológica y social justas. Uno de los principales argumentos esgrimidos por los poderes políticos y económicos para oponerse a estas demandas fue siempre la imposibilidad a corto plazo de financiar las transformaciones de fondo para impedir el aumento del calentamiento global (por ejemplo, para modificar la matriz energética).
Sorprende ahora que, en cuestión de horas, aparezcan sumas inmensamente mayores que serán destinadas al presupuesto militar, para recalentar los motores de la vieja máquina de guerra mundial y la industria bélica que la sostiene.
Esta nueva carrera armamentística presionará también, hacia abajo, los presupuestos de la cooperación internacional, que, aunque ya débil e insuficiente, tenían como referente principal los Objetivos del Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas en la mira de erradicar la pobreza hasta el fin de la presente década.
Los 8 objetivos (salud para todos, educación gratuita, promoción de la igualdad de género, lucha contra el hambre etc.) van a sufrir postergaciones obvias ya que una parte del paquete presupuestario para la cooperación será orientada al acompañamiento y la integración de los refugiados, como ya sucede aun desde antes de la actual crisis bélica, en Suiza y en otros países del continente.
Los programas y proyectos de cooperación con los países más empobrecidos y las poblaciones más vulnerables del planetas se sumarán , así, a los efectos colaterales de este nuevo paradigma belicista que se acaba de implantarse en Europa y que se extenderá al mundo entero.
Los “viejos” refugiados pasarán al olvido
En solo cinco días, desde que comenzaron las acciones bélicas el 24 de febrero hasta el 1 de marzo, se contabilizaron cerca de 660.000 nuevos refugiados que huyeron de Ucrania (https://www.acnur.org/
Filippo Grandi, responsable de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), indicó a inicios de la primera semana de marzo que esa cifra está creciendo exponencialmente con el transcurso de las horas. “Llevo casi 40 años trabajando en crisis de refugiados y pocas veces he visto un éxodo de personas tan increíblemente rápido. El mayor en Europa desde las guerras de los Balcanes”, subrayó.
ACNUR cifró en más de 300.000 el número de personas que han huido a Polonia. Otras huyeron a Hungría, Moldavia, Rumanía, Eslovaquia y decenas de miles hacia otros países europeos. Junto a ellos, ACNUR explicó que “un número considerable” ha huido también a la Federación Rusa.
Naciones Unidas calcula que, dependiendo del desarrollo del conflicto, “se podría llegar hasta 4 millones de refugiados en los próximos días o semanas”.
Diferentes naciones europeas responden con los brazos abiertos hacia los exiliados ucranios. Actitud totalmente diferente a la política inmigratoria restrictiva –incluso represiva– que esos mismos países, desde años, vienen impulsando hacia los refugiados de Afganistán, Kurdistán iraquí, Siria, Líbano, así como con respecto a los emigrantes africanos. Grupos que en el futuro serán aun más marginados, rechazados y despreciados, a partir de la prioridad que Europa occidental le seguirá asignando, por razones políticas, a las personas que salgan de Ucrania.
Salud, educación, programas sociales, migración, refugiados, lucha contra el calentamiento global, cooperación al desarrollo… y la lista de sectores afectados por la nueva realidad bélica seguirá aumentando. Detrás de esa nueva reorganización de las prioridades — y de sus correspondientes presupuestos – están millones de seres humanos afectados, indirectamente, por los efectos colaterales de esta nueva crisis bélica, pandemia bélico-ideológica de impactos tan devastadores como imprevisibles.
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