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A la hondureña Aminadad Medina, una mujer de semblante fuerte, se le quiebra la voz cuando recuerda las llamadas en las que le exigieron siete mil dólares para liberar a su esposo Norman, quien fue secuestrado en México.
En Cedros, un municipio al norte del departamento de Francisco Morazán, Honduras, está ubicada la aldea La Guadalupe. La comunidad está rodeada de grandes montañas y valles propicios para la agricultura y ganadería. Sin embargo, es una de las zonas del país centroamericano en donde se manifiesta con mayor fuerza la pobreza.
Según datos oficiales, el 46% de la población de Cedros se dedica a la agricultura, ganadería, silvicultura y pesca, actividades donde los salarios son bajos, incluso diferenciados con otros rubros del país.
En La Guadalupe, la última aldea de Cedros, el salario semanal ronda los 1,500 lempiras, unos 61 dólares. “A veces hay trabajo, pero luego pasamos semanas completas sin trabajar, la situación es muy complicada”, cuenta Karina Martínez, mientras Aminadad hace una pausa para tomar fuerza y seguir recordando el secuestro de su esposo Norman.
Aminadad, quien ha quedado al cuidado de sus tres hijos y como jefa de hogar, retoma fuerzas y describe que Norman fue secuestrado por 40 días.
—)¿Cómo era la comunicación con los secuestradores?
—) Pedían dinero, si no lo dábamos decían que le iban a cortar los de dedos y las manos, mandaban videos cuando lo golpeaban. Los niños extrañaban cuando él no les hacía videollamada porque estaba secuestrado.
Norman migró desde Honduras a Estados Unidos hace 18 meses. Fue secuestrado y liberado en Veracruz, México.
Aminadad, entre suspiros, recuerda los pensamientos que llegaban a su cabeza durante el secuestro.“Saber que están en esa situación, a uno se le viene el mundo encima, por no poder hacer nada”.
Los días que Norman pasó secuestrado y perdido en el desierto provocaron que Aminadad sufriera parálisis facial durante dos meses. “Todavía estoy en tratamiento”, dice.
Su esposa, Aminadad, recupera la sonrisa y con una sensación de alivio nos cuenta que él cruzó el desierto y se encontró con sus hermanos.
En noviembre de 2021, un estudio de la organización mexicana Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) estableció que, entre los años 2011 y 2020, más de 70 mil personas migrantes han sido víctimas de tráfico y secuestro en México.
Según el CNDH, los estados mexicanos con más casos de secuestro de personas migrantes en tránsito son Chiapas, Nuevo León, Tabasco, Veracruz y Tamaulipas. Guatemaltecos, salvadoreños, hondureños, nicaragüenses y cubanos son las principales víctimas de secuestro, apunta la organización mexicana.
La pobreza los expulsa
Quizá sea la enésima vez que Karina Martínez escucha la angustia y dolor que vivió Aminadad cuando su esposo fue secuestrado en Veracruz, pero a Karina se le nota la tristeza que provoca escuchar el sufrimiento que vivió un migrante expulsado por la pobreza que impera en la comunidad, en su país.
Karina también ha vivido en carne propia la incertidumbre de saber que un familiar puede perder la vida en la ruta migratoria. Selvin, su esposo, emigró a Estados Unidos.
Mientras sostiene sus manos, hinchadas de amasar, Karina cuenta que hace 16 años es compañera de vida de Selvin. Durante ese tiempo, él ha migrado tres veces.
“Aquí no hay trabajo. Teníamos una tierrita y la tuvo que vender para migrar. Le dije váyase, usted va a entrar y nuestra vida cambiará”, recuerda Karina y lamenta que en La Guadalupe no existan fuentes de trabajo para su compañero, mucho menos para ella.
Un estudio, publicado en mayo 2022 por el Banco Mundial y la Corporación Financiera Internacional, indica que, después de Haití, Honduras sigue siendo el segundo país más pobre del hemisferio occidental, con casi uno de cada seis hondureños viviendo con menos de 1.90 dólares al día.
“La mayoría de los hombres se han ido a emigrar. Aquí hay un muchacho que está buscando mujeres para trabajar en sus cosechas, porque aquí ya no hay hombres”, comenta Karina y cuenta que su hijo de 16 años quiere migrar: “el varoncito me dice mami yo me quiero ir para que tengamos una vida mejor”.
Jefas de hogar
Doña Reina Cruz lleva más de 20 años al frente del Comité de Familiares de Migrantes Desaparecidos La Guadalupe (COFAMIGUA). Recuerda que las violaciones a los derechos laborales que sufría su hermano en Estados Unidos la impulsaron a organizarse y denunciar.
“Con el tiempo, después del paso de Huracán Mitch -1998- comenzaron a migrar más personas y a desaparecer”, dice doña Reina y apunta que el Comité cuenta con 80 expedientes de personas desaparecidas en la ruta migratoria.
Las paredes, adornadas con flores artificiales, y el archivo color negro apostado en una de las esquinas de la casa de doña Reina guardan cientos de historias.
En ese archivo, doña Reina almacena el último censo que levantó en La Guadalupe: “hay 200 casas censadas, el 90 por ciento de los hogares están a cargos de mujeres, porque los hombres se han ido y los jóvenes también”.
Doña Reina, al igual que Karina y Aminadad, se enfrenta a la migración, hace tres meses su hijo llegó a Estados Unidos. Él trabaja en una panadería y ha comenzado a enviar remeses a su familia.
“Quedan como jefas de hogar. A veces, las esposas se quedan esperando a ver cuándo el esposo va a llegar, jamás volvió y pierden comunicación con él”, comenta doña Reina, quien comparte un café con Karla, esposa de su hijo.
Datos del Observatorio Demográfico de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (ODU) indican que el 40 por ciento de los hogares hondureños son liderados por una mujer y el 36 por ciento de las jefas de hogar residen en el área rural.
Según el ODU, 61.2 por ciento de las mujeres jefas de hogar en Honduras trabajan por cuenta propia. Esos datos tienen rostro en La Guadalupe.
Bajo la lluvia, Digna Ávila, otra residente de La Guadalupe, llegó al encuentro en casa de doña Reina. Entre sorbos de café, Digna cuenta que es madre de dos niños y una niña: “Soy ama de casa y vendo ropa, de ahí mantengo a mis hijos”, dice.
Digna se vio en la obligación de dedicarse al comercio informal luego de que su compañero de hogar migrara a Estados Unidos hace cuatro años: “Él tuvo que migrar, ya estando allá no sé cuál fue el problema de él, decidió olvidarse de sus hijos”.
A Digna se le hace un nudo en la garganta al recordar la última vez que tuvo comunicación con el padre de sus hijos. “No había comenzado la pandemia, lo último que dijo fue que mandaría el dinero para comprar los útiles y la mochila para la escuela”, cuenta.
De acuerdo con el Observatorio Demográfico Universitario, el ingreso per cápita de los hogares a cargo de mujeres en Honduras es de 3, 160 lempiras, es decir 129 dólares mensuales.
– ¿Qué es lo más difícil de ser una jefa de hogar?
-Lo más difícil es cuando ellos (hijos) quieren algo y uno no tiene de dónde darles. El papá de ellos siempre hace falta.
En el artículo “Jefaturas de hogar. El desafío femenino ante la migración transnacional masculina”, se ratifica que la realidad migratoria y sus consecuencias afectan más a las mujeres madres y esposas porque “son las que pagan el precio más alto por los ajustes de las fracturas, reacomodos y nuevos quebrantos debidos a la ausencia de los esposos”.
Además, “se confrontan a las mismas crisis socioeconómicas por las cuales sus esposos migraron: exclusión y marginación por el desempleo”.
En La Guadalupe, la comunidad en Honduras que se convierte en tierra de mujeres, Aminadad, Karina, Karla y doña Reina no pierden la esperanza de volver a encontrarse con sus esposos, compañeros e hijos.
Antes de despedirnos, pregunté a las mujeres de La Guadalupe: ¿se imaginan ver regresar a sus compañeros?, con una fuerte carcajada casi al unísono, respondieron “claro que sí”. Aminadad comenta: “mis hijos, cada vez que salgo, dicen mami, vas a traer a papi; lo hacen llorar cuando le preguntan papi cuándo te vas a venir”.
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