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Un fantasma es una imagen producto de la fantasía humana. El fantasma nos demuestra la capacidad creativa de la imaginación del ser humano que puede provocar el temor, el espanto y las amenazas de una realidad inexistente. Incluso ese temor o miedo puede ser contagioso. Así ocurre con las caravanas migratorias. Se diseñan campañas mediáticas creando fantasmas que provocan el miedo, el terror y el pánico a los migrantes centroamericanos que se desplazan a los países del norte. Estas campañas mediáticas poco informan sobre las causas de estas migraciones masivas. Además, este pánico producto de estas campañas mediáticas muy probablemente ha influido para incrementar las deportaciones desde Estados Unidos de salvadoreños, guatemaltecos y hondureños que se elevaron en un 583,8 % al cierre del primer trimestre de 2022, según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
En este período de enero y marzo de 2022 la cifra de retornados para el Triángulo Norte de Centroamérica desde Estados Unidos fue de 24.157 personas, frente a los 3.533 computados en el mismo lapso de 2021[1].
Analicemos lo que implican las caravanas migratorias, el sentido de la experiencia de ser extranjero y cómo podemos espantar el fantasma que crea el terror a los migrantes para cultivar una auténtica hospitalidad.
Las caravanas migratorias nos confrontan directamente al gran tema de la hospitalidad. El éxodo de tantos centroamericanos hacia los Estados Unidos y otros países nos hace reflexionar sobre el amparo, la buena acogida o recibimiento de nuestros compatriotas en tierra extranjera.
Todos hemos vivimos de alguna manera la condición de extranjero o de extraños. En el caso extremo, descubrimos y sentimos que somos extranjeros cuando no podemos decidir cuándo y dónde nacer, y de la misma manera cuándo y dónde morir. Incluso, a veces morimos en tierra ajena o en el extranjero. La nacionalidad está ligada a la casualidad. Uno nace en un país por casualidad. Obviamente, todos tenemos derecho a nacer y vivir en un país. Sin embargo, cuando se nace naturalmente no se elige la nacionalidad, sino que es un reconocimiento jurídico del Estado del país en donde nacemos. Incluso, se puede conceder la nacionalidad a un extranjero, cuyo fundamento es la posibilidad de la hospitalidad. Además, todos los seres humanos somos iguales en dignidad y en derechos independientemente de nuestra nacionalidad. Tal como lo expresa la Declaración Universal de los Derechos Humanos en su Artículo Nº 1: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Y, además, dicha Declaración expresa en el Artículo Nº 3: “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”.[2]
El extranjero es alguien que se considera como ajeno a otro país, foráneo, extraño e incluso intruso por el hecho de no ser nativo de dicho país. Pero esta condición de ser extranjero no es ajena a todo ser humano. Ser “extranjero” es una experiencia universal del ser humano. Todos somos extranjeros con respecto a los demás.[3] Esta puede resultar una expresión poética, pero esta simple expresión condensa la trágica realidad de cada migrante de las caravanas migratorias. Sin ningún romanticismo podemos traer a la memoria lo que viven en su trayecto a tierras ajenas no como turistas, sino como trabajadores, trabajadoras, refugiados, etc.
El migrante no es el turista o la figura pacífica del extranjero. El turista es bien recibido, en ese caso la relación es armónica y posible entre personas de diversas culturas y de diferentes países, y no representa una amenaza entre distintos pueblos. El turista puede circular sin problemas, puede compartir bienes y recursos, existe un derecho de visita que depende del derecho de propiedad común de la superficie terrestre que comparten todos los seres humanos. En este caso se puede hablar de la hospitalidad universal. La tierra es de todos, todos somos terrestres y todos necesitamos un puesto en el mundo. El turista es el extranjero a quien se le reconoce el derecho de no ser tratado como un enemigo al llegar a una tierra ajena. Por esta razón puede movilizarse libremente.
Pero el turista no es el extranjero trabajador, que es el caso de un migrante que no llega a
un país del norte por un breve período, para gozar de la belleza, sino por necesidad. Hoy escuchamos hablar con frecuencia del migrante económico en busca de empleo y de oportunidades; del migrante político en búsqueda de asilo a causa de la persecución y la represión política; y cada vez más escuchamos hablar del migrante ecológico por los riesgos y la vulnerabilidad que expone a las catástrofes naturales y las carencias de recursos ambientales de amplios grandes grupos humanos; además, existen innumerables familias que huyen de la violencia delincuencial porque están amenazadas y extorsionadas. El migrante va a un país ajeno por necesidad y, hay que decirlo con la fuerza de la verdad, también son necesarios. No se mueve dentro del ciclo de la libertad de elección, sino en el reino de la necesidad. Y en nuestra región centroamericana son pocos los que migran hacia el norte con un contrato de trabajo, y dichas oportunidades resultan muy difícil universalizarlas por todos los obstáculos y las políticas restrictivas migratorias. Los migrantes por necesidad sin contrato de trabajo viven bajo la atmósfera de la amenaza y la inseguridad constante. Tal como lo expresa el filósofo Paul Ricoeur: el recelo, la desconfianza, la xenofobia tienden a instalarse… y a convertir la diferencia en rechazo.[4]
Pero existe también el extranjero como refugiado. No se trata del extranjero que viaja por turismo, ni por la necesidad de trabajo o por la necesidad de justicia económica. Los conflictos bélicos en el mundo se han incrementado, de la misma manera existen millones de refugiados que buscan amparo en tierra ajena. La migración masiva de refugiados pone en evidencia la dificultad que tienen los países receptores de los mismos, y también la responsabilidad que éstos tienen con respecto a los mismos refugiados. Conciliar el derecho de los refugiados y de los ciudadanos de los países destinos pone el dedo en la llaga de la real dificultad que existe en la relación con los migrantes, que en definitiva cuesta tanto porque estamos acostumbrados a pensar y a vivir con los dualismos: nosotros y ellos; extranjero y extraño; migración y habitación. Estos dualismos profundizan las distancias y las contraposiciones. Estas categorías tienden a reforzar la propia identidad en contraposición de los migrantes o las otras culturas con barreras geográficas, políticas, culturales y sociales.
Por otro lado, estos dualismos propician el reduccionismo humanitario con el mito “para sentirse bien” de que todos somos iguales, de que todos somos ciudadanos y extranjeros, no existe diversidad, solo la unidad, un único pueblo, una única humanidad.
En definitiva, no se pueden endurecer las diferencias convirtiéndolas en contraposiciones; o pensar eliminar las diferencias. No podemos negar que las diferencias se mantienes en tensión continua. El extranjero se concibe en doble sentido y dirección, tanto para el que migra hacia un país receptor como para el que recibe al migrante. En ambos casos se percibe el encuentro de dos culturas extranjeras, cuyos miembros tienen sus propias historias, religiones, tradiciones y mentalidad. No podemos negar la cultura y la identidad propia de cada persona o pueblo. Tanto el migrante como el ciudadano del país receptor ambos son extranjeros uno con respecto al otro.
No es fácil ser extranjero en tierra ajena. Cuando somos testigos de las frecuentes caravanas migratorias nos damos cuenta que no es una experiencia gratificante para nuestros compatriotas. No viajan como turistas al extranjero, van en búsqueda de nuevos horizontes y oportunidades para vivir con dignidad. El fantasma de las caravanas migratorias causa terror y pavor a los ciudadanos y los gobiernos de los países hacia donde se dirigen. El fantasma del extranjero asusta y crea pánico. Y cada vez más nos damos cuenta que este fantasma es producto de la imaginación y solo desaparece cuando se conoce la verdadera realidad de los migrantes, quienes se ven obligados a vivir el éxodo de su propia tierra. Estos compatriotas se ven obligados a migrar porque su sufrimiento ha desbordado los límites de sus capacidades, y migrando lo arriesgan todo no por casualidad, incluso la su propia existencia, a tal grado que están dispuestos a vivir en el anonimato y perder la propia identidad histórica-geográfica siendo extranjeros en tierra ajena. El conocimiento de la verdadera realidad espanta los fantasmas que se han creado sobre las caravanas migratorias.
Ser extranjero no es convertirse en una víctima romántica, ni tampoco un intruso causante de todos los males en el país de destino. La condición de extranjero comienza cuando surge la conciencia de la propia diferencia y termina cuando todos nos reconocemos como extranjeros. Descubrimos que hay algo de extraño o de extranjero en nosotros mismos y también nos interrogamos sobre la semejanza de quienes consideramos extraños o extranjeros. Esto nos sitúa caminando al filo de la navaja porque hay que evitar caer por un lado en el extremo de la histeria identitaria y, por el otro, el extremo de la ideología de la diferencia. Somos conscientes que existe una distancia entre una cultura con respecto a la otra, pero sin pactar con la indiferencia de una cultura con respecto a la otra.
No se puede reducir la identidad del otro o de la otra cultura a la propia identidad o cultura propia. Si partimos de esta realidad podemos comenzar a tener de buen modo las relaciones entre los migrantes y los ciudadanos de los países destinos. Es la compleja tarea de entenderse en el contexto de una “Torre de Babel” cuando no todos hablamos el mismo idioma ni tenemos la misma experiencia humana y nos vemos obligados a traducir e interpretar no solo las palabras, sino que también las historias, las experiencias y los sentimientos tanto de los migrantes como de los ciudadanos de los países receptores. La traducción de las acciones y las expresiones nunca son perfectas, pero es posible poder entenderse. La Torre de Babel es la metáfora del despertar de la conciencia de la multiplicidad irreductible de nuestras identidades, de nuestros puntos de vista, de nuestras culturas, de nuestro ser extranjeros… A partir de ahí podemos tejer la cultura de la hospitalidad.
¿Qué es la hospitalidad? Es compartir lo propio; es el arte de habitar juntos nuestra casa común (Paul Ricoeur). La hospitalidad es el derecho que un extranjero tiene para no ser tratado como un enemigo a causa de su llegada a la tierra del otro (Immanuel Kant). Obviamente, este derecho es un derecho humano. Y podemos cuestionarnos si es posible entendernos saliendo del binomio: “miembro de la nación y extranjero”.[5] Es evidente que nunca seremos iguales, pero nos enriquecemos unos con otros siendo de diversas culturas creando siempre puentes entre la hospitalidad lingüística y también la hospitalidad relacional. No basta ser conscientes y vernos como extranjeros unos con respeto a los otros, hay que tener la mirada tolerante y aceptar que somos huéspedes de unos con respecto a los otros.
El migrante nos recuerda que cada ser humano y cada pueblo vive su propia experiencia biográfica e histórica de la esclavitud y de la tierra prometida. Un Egipto del que siempre estamos en proceso de éxodo y liberación, y una tierra de la promesa como posibilidad de liberación, pero que nunca lograremos realizar plenamente en la historia, porque si así fuera seríamos Dios.
El binomio de ser migrante y extranjero es asimétrico. Por esta razón, la nacionalidad, los confines territoriales, la ciudadanía y pertenencia resultan tranquilizadoras y reconfortantes, pero cuando los ciudadanos de un país ajeno se sienten amenazados demuestran su poca tolerancia a la hospitalidad. No se acepta la lógica de la integración del migrante, ni se practica la hospitalidad. Se dejan llevar por los prejuicios, las falsas opiniones y la xenofobia. Y muchas veces el fantasma del migrante, es un fantasma fabricado por los ciudadanos de los países receptores. La raíz común de vivir la experiencia de sentirnos extraños y de ser extranjeros nos une, pero siendo diversos o diferentes. Y la hospitalidad es de las diferencias.
Los fantasmas solo se espantan creando puentes de relación, reconociendo y respetando la dignidad humana que es el fundamento de los derechos humanos, y no basta solamente despertar la sensibilidad por los demás en el encuentro entre los pueblos y las culturas. La sensibilidad es insuficiente sin la justa relación con los migrantes.
[1] Cfr. Diario La Tribuna, 06/Mayo/2022. Ver el enlace siguiente: https://www.latribuna.hn/2022/
[2] Ver el enlace siguiente: https://www.un.org/es/about-
[3] Cfr. Ricoeur, P. Mars-avril 2006. La condition d’étranger. Revue Internationale Sprit. La pensée Ricoeur, pp. 264-275. Ver el enlace siguiente: https://esprit.presse.fr/
[4] Cfr. Caputo, A. 2016. Straniero tu stesso. Migrazioni ed ermeneutica, a partire da Paul Ricoeur. Rivista di Filosofia, p. 40.
[5] Ver el siguiente enlace: https://www.academia.
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