jueves, 10 de abril de 2014
A propósito de la cultura política
Por Víctor Meza
Recientemente, en uno de los frecuentes eventos académicos que ahora llenan la agenda semanal en Tegucigalpa, tuve oportunidad de conversar un poco con Carlos Mesa, el expresidente boliviano (2003 – 2005), quien asistía en calidad de expositor estrella a un seminario internacional sobre reformas electorales en América Latina.
En esa ocasión, grata y estimulante ocasión, el experimentado político suramericano pronunció una brillante conferencia en la que trazó un panorama comparativo de los distintos esfuerzos por democratizar las sociedades latinoamericanas y modernizar sus sistemas electorales y de partidos políticos.
“La calle, dijo Mesa, no debe sustituir a la política”, en una clara alusión crítica a la tendencia de suplantar la negociación y el arreglo por la algarada y la protesta callejera. Es cierto, le dije, pero no cabe duda que la calle con mucha frecuencia suele “vitalizar” la política: no la sustituye, pero la “dinamiza”. Estuvimos de acuerdo, por supuesto, ya que la historia reciente de Honduras nos concede a ambos la razón.
La composición actual del Congreso Nacional, caracterizada por un novedoso y saludable pluralismo político, no es fruto del azar. Es el resultado de una nueva dinámica política desencadenada a partir del golpe de Estado del 28 de junio del año 2009 (28 J). Ese súbito dinamismo, entendido en el sentido más positivo y favorable, ha generado una novedosa reconfiguración de la geografía electoral hondureña, redistribuyendo algunas cuotas de poder y ampliando positivamente el espectro político parlamentario. Las corrientes – avalanchas a veces – de energía política desatadas en los meses posteriores a la brusca ruptura del equilibrio político tradicional, generaron más historia de la que nuestro país era capaz, en ese momento, de digerir adecuadamente. Nos pasó como, según Winston Churchill, suele acontecer en los Balcanes: son la región geográfica del mundo que produce más historia de la que puede consumir.
Pero, a pesar de ese déficit de consumo histórico, la energía callejera impulsó al país y “dinamizó” la política. A diferencia de otros países de América Latina, en Honduras el rechazo a los políticos no se tradujo en negación y condena de la política. Al contrario, se convirtió en un punto de partida para redefinir los límites del sistema de partidos y modificar su composición interna.
Pero, eso sí, tal reconfiguración demanda un nuevo manejo del debate público, nuevas formas de hacer política y, por lo mismo, un renovado modelo de cultura política. El pluralismo partidario reclama tolerancia, espíritu negociador y versatilidad creativa. Obliga a la oposición a convertirse en lo que debe ser en un ámbito parlamentario democrático: una alternativa, una propuesta tan diferente como constructiva. La oposición es opción o no es.
Al mismo tiempo, requiere del partido gobernante y sus aliados, valga decir bancada parlamentaria oficialista, tener la elasticidad suficiente para dialogar y concertar, construir consensos mínimos que permitan alcanzar acuerdos básicos. Todo en aras de la gobernabilidad democrática y la viabilidad aceptable del sistema político, a fin de volverlo capaz de procesar adecuadamente la conflictividad social. No se debe olvidar que el golpe de Estado fue, entre otras cosas, el resultado directo de la incapacidad orgánica del sistema político e institucional para procesar democráticamente la conflictividad inter e intrapartidaria y social.
Todo se reduce, en esencia, a una nueva cultura política. Una que permita la gestión apropiada de la confrontación y la disidencia, la fluidez del debate parlamentario y, sobre todo, el manejo democrático de la conflictividad y la discrepancia. Para ello se necesita superar la rigidez viciosa del tradicionalismo bipartidista y sustituirla por una práctica flexible y tolerante, menos autoritaria y excluyente. Se necesita una cultura democrática.
Lamentablemente, no es eso lo que hemos observado en el comportamiento de muchos diputados en esta nueva Legislatura. Atrapados en los antiguos vicios del bipartidismo obsoleto y desgastado, no han sido capaces, al menos hasta ahora, de mostrarse abiertos y dialogantes, a tono con la nueva pluralidad política y la casi inédita reconfiguración del sistema de partidos. La trampa, el verticalismo autoritario, la zancadilla bajo la mesa, la promesa falsa y el engaño primario, siguen arraigados en la práctica política del Congreso Nacional. ¡Qué pena y qué lástima!
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