miércoles, 3 de marzo de 2010

Escenas como las de Haití, tras el tsunami en el sur chileno


Clarín


Por DICHATO, CHILE. ENVIADO ESPECIAL.


"No sé cómo fue en Haití, pero no pudo ser mucho peor que aquí". Marcelo Alarcón tiene 24 años y no puede salir de su asombro mientras camina sobre las ruinas de Dichato, un pueblo pegado al mar. El joven busca sus pertenencias entre los escombros de lo que fue su casa, arrasada por las gigantes olas que ingresaron al corazón de esa comuna ubicada a 40 kilómetros al norte de Concepción.

Dichato es una de los ejemplos más crueles de la catástrofe en Chile. Lo que alguna vez fue un colorido pueblo que apostaba a ser un polo turístico ahora son casas arrastradas cientos de metros de su ubicación original, autos encimados, barcos desplazados por el agua que terminaron en el centro del pueblo.

Allí todavía se recuerda con dolor el anuncio de la armada chilena que descartó la posibilidad de un tsunami minutos antes de que se produjera. "Con el terremoto se cortó la luz y se cayeron algunos muebles en las casas, pero el maremoto fue horrible, se llevó todo", comentó Alarcón.

Caminar sobre las calles de Dichato genera conmoción. Una alfombra de escombros y arena se mezcla con el olor salado del mar y las miradas desesperadas de los habitantes de un pueblo de 3.500 habitantes, que recibe en el verano a más de 10.000 visitantes.

Las casas, en su mayoría de chapa y madera, terminaron en el suelo. Las estimaciones extraoficiales aseguran que el 80% del pueblo quedó en ruinas. "El cielo se venía para abajo, parecía el fin del mundo", relató Luis Bravo, que desde el sábado busca en bicicleta a sus suegros.

Una hora después del terremoto, el mar desató su furia contra Dichato. Algunos aprovecharon ese tiempo para huir hacia los cerros cercanos. Desde allí observaron cómo el océano fue y volvió con una marea alta que inundó sus viviendas.

"Fue horrible. El ruido que hicía el mar ya asustaba", contó Cristian Espinoza, que junto a su madre recorría las calles llenas de barro, com televisores, zapatillas, lentes, redes de pescadores y restos de comida.

La gente empezó a usar barbijo. Es que el olor podrido ya se siente entodo el pueblo que todavía tiembla con las réplicas constantes. "No podemos comer, está todo sucio", dijo a Clarín Sonia Gatica, una artesana que vivía del turismo.

Recién ayer comenzó a llegar la ayuda oficial: apenas unas 300 cajas con comida y agua. La televisión chilena mostró a una mujer que lloraba al recibir alimentos por primera vez en cuatro días y otra contó que desde hace dos días sólo alimenta a su hija de dos meses con infusiones.

"Gracias a Dios ya tengo para comer", dijo esa madre al recibir la caja con agua, arroz, leche, tallarines, sopa y alimentos para niños. Por temor a desbordes, la distribución fue custodiada por los militares, quienes fueron recibidos con aplausos.

Los bomberos siguen buscando cadáveres bajo los escombros, mientras el fantasma del saqueo sobrevuela al destruido pueblo costero. Y lo peor: habitantes del lugar comentaron que personas de otras comunas llegaron en camionetas con el objetivo de arrasar con las pocas casas de fin de semana que quedaron en pie.

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