miércoles, 17 de marzo de 2010

Anatomía de un desastre


Rebelión

Por Javier Meneses

Resulta difícil ser objetivo en medio de una catástrofe, en especial de la magnitud que ha tenido el terremoto y maremoto en nuestro país, no sólo en cuanto a su intensidad sino a la amplitud del área afectada, unos 700 Km. , en donde la intensidad sísmica se movió en un rango de 8 y 8,8  grados en la escala de Richter. Es decir, en su punto máximo la energía liberada equivale a la explosión de 100 millones de toneladas de TNT. No estamos, en consecuencia, por mucha familiaridad que los chilenos tengamos con los temblores al vivir en país sísmico, ha enfrentar un fenómeno tan aterrador como el del 27 de febrero reciente.

Si agregamos a esto, el tsunami posterior que golpeó con fuerza al borde costero de la séptima y octava región, causando el mayor número de muertos, se comprende el estado de conmoción en que se encuentran miles de personas, especialmente aquellos que han perdidos seres queridos, sus viviendas, fuentes de empleo, y toda clase de enseres que ha costado el trabaja de toda una vida.

Primer Acto: La reacción temprana
Los terremotos, sabemos, no son evitables ni aún predecibles, pero al menos, tenemos el deber de estar lo mejor preparado para ello, y aún cuando sabemos que cualquier planificación de emergencia tendrá un grado de falla, la idea sustantiva es que la falla sea la excepción y no la norma. ¿Cómo actuó en consecuencia, el sistema nacional de emergencias y catástrofes en nuestro país? En Chile, tal sistema, está centralizado en la Oficina Nacional de Emergencias, ONEMI, dependiente del Ministerio del Interior, y a juzgar, por lo visto, ha representado el peor fiasco a la idea del Chile moderno que tanto se ha empeñado en vender a los chilenos y al mundo los gobiernos de la Concertación. Fue, tal vez, la última nota, o el epitafio de una moribunda coalición política. Sin ser un experto, la ONEMI, se mostró incapaz de otorgar directrices precisas de reacción temprana frente a la catástrofe, y falló no tanto por los que la dirigen sino por la naturaleza misma del estado y el modelo neoliberal.

El primer y principal problema, se presentó con la caída del sistema de comunicaciones. El corte de energía gatillo la caída en masa del sistema de telefonía Mobil y fija, y con ello, una parte sustantiva en que estaban apoyadas la red de oficinas de la ONEMI, con lo cuál, en las primera horas no se tenía casi ninguna conexión con las principales zonas afectadas. Fue tal la desinformación, que según ha reconocido la propia presidenta Bachelet, debió solicitar a la Fuerza Aérea un recorrido rápido en helicóptero para tener un diagnóstico de la magnitud de los daños. Los medios alternativos de comunicación, sistemas VHF y teléfonos satelitales claramente o no estaban disponibles o lo estaban en modo insuficiente, para haber tenido una comunicación con todas las áreas afectadas.

En los hechos, la ONEMI desinformó, luego que transcurrido tres horas después del sismo, se señalaba a tambor batiente a través de la radio y televisión que en ese momento sólo escuchaban una minoría de los chilenos que se encontraban en el área de afectación pues no existía suministro eléctrico, el llamado a la tranquilidad de la población pues la amenaza de un tsunami estaba totalmente descartada. A esa hora, como se sabe, la ciudad de Talcahuano, Constitución, los pueblos costeros de Pelluhue, Curanipe, Iloca, Dichato, y la Isla de Juan Fernández, habían sido golpeados por una sucesión de tres holas de 10 MT  de altura aproximados, que según los expertos se desplaza a una velocidad de 500 kms por hora destruyendo y arrasando todo el  borde costero. De hecho, el maremoto es el principal causante de muertes, muchas más que la que causó el propio terremoto.

Este terrible e inexcusable error, tuvo su origen a su vez, en la confusa información reportada por el ente encargado de dar la alerta temprana en caso de Tsunami, el SHOA (Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada), información que la ONEMI calificó de ambigua, y que por ende, no la llevó a dar la alerta, aún cuando a todas luces y a pesar de que la información emanada por el SHOA no era lo suficientemente taxativa,  era del todo preferible advertir a la población ante el riesgo de un tsunami.

Afortunadamente, la intuición de las personas, el recuerdo aún fresco del maremoto del año 1960 en Valdivia, y a la propia iniciativa de los puestos de Carabineros, quienes de mutuo propio alertaron rápidamente a la población, evitó la muerte segura de miles de personas.

Segundo Acto, la asistencia a las víctimas
En segundo lugar, la tardanza en desplazar ayuda hacia las zonas afectadas que superó las 72 horas sumado a la pérdida del suministro de los servicios básicos, de agua y luz, generó un clima de inseguridad en la población que más tarde derivará en saqueos a raja de tabla, tanto a las grandes tiendas de supermercados como al pequeño comercio incluso a casas particulares, elevando aún más la sensación de angustia y abandono. El descontrol de ciudades como Concepción y Talcahuano, Coronel, Lota que albergan a cerca de 1,5 millones de personas condujeron a la medida extrema de decretar estado de excepción, que en lo concreto significó el control por parte de una jefatura militar (con sujeción a al autoridad civil) emplazando más de 17 mil efectivos militares y restringiendo la libertad de desplazamiento entre las 18 PM y 12 PM del día siguiente. Las escenas de saqueo añadieron un estado de desazón en todo el país, se habló de un segundo terremoto, ahora social, que reveló la profunda inequidad social y la crisis valórica de la sociedad.

Las explicaciones para esta tardanza van y vienen, existen algunas del todo razonable que obedecen a la magnitud y extensión de la catástrofe, a la cantidad de población afectada, a la extensión territorial, al daño causado en puentes, caminos, aeropuertos, redes eléctricas que colapsaron la conectividad del país. Pero otras igualmente importantes, desnudaron graves problemas de coordinación entre el ente político (gobierno) y su órgano administrativo, la ONEMI, el estado mayor de las fuerzas armadas y los entes privados que se constituyeron en factor en esta calamidad.

Los privados entraron al ruedo de doble manera. En primer lugar, por que se le atribuye a ellos la tardanza en la reposición de los servicios básicos, especialmente la energía eléctrica porque de la reposición de esta dependían los demás servicios, el agua y la red telefónica. Al no operar ninguno de estos servicios, no entraban en plena operación los hospitales y toda la red de salud, no permitía la apertura de supermercados, la estaciones de servicio de combustibles, ni la red de cajeros automáticos, con lo cual, las personas no podían retirar dinero para hacer sus compras en los pocos negocios de barrios que se mantenían aún abiertos.

Unas de las razones esgrimidas por las empresas eléctricas por la tardanza en la reposición en el servicio, estriba en la imposibilidad de localizar a los subcontratistas y éstos a sus técnicos debido a la caída del servicio telefónico.

En segundo lugar, como proveedores directos de la ONEMI de productos de primera necesidad fundamentales para la asistencia, llegando al absurdo que no se podía planificar la ayuda pues debía esperarse a reunirse con estos últimos recién el día lunes, día hábil, para acordar con estos los requerimientos y la modalidad de entrega de la ayuda alimentaria urgentemente necesitada.

En consecuencia, no fue esta o la otra institución que falló,  o este u otra autoridad, sino el modelo semipúblico de administración de emergencias el que se mostró ineficaz, pues como la concepción neoliberal cruza todas las instituciones, se construyó un sistema donde lo público otra vez tiene a los sumo funciones de  coordinador y otras simplemente decorativas, sin un poder real con capacidades de decisión y recursos necesarios que le permitan llevar a cabo adecuadamente su tarea. Es decir, la ONEMI, como mínimo debiera contar con un sistema de comunicaciones independiente, con centros de acopio y abastos, de alimentos, equipos de rescate, telecomunicaciones, combustibles, que garanticen un nivel mínimo de operación a todo evento. No puede la ONEMI esperar a que le abran las puertas los privados para empezar a actuar. De no ser por la oportuna intervención in situ de la Presidenta Bachelet quien acompañó a la directora de la misma ONEMI inmediatamente después de ocurrido el sismo, los problemas descritos anteriormente hubieran sido doblemente más graves.

Tercer Acto, los saqueos y el Pillaje
Como lo mencionáramos, la tardanza en la asistencia, derivó apenas transcurridos 24 horas en los primeros saqueos en la ciudad de Concepción, especialmente cobró notoriedad pública el saqueo al supermercado LIDER hoy propiedad de la cadena norteamericana Wal-Mart. La prensa que inicialmente justificó la reacción de la gente como un acto entendible frente a la desesperación ante la escasez de alimentos, corte del agua y luz, prontamente comenzó a variar el discurso cuando reveló imágenes con personas cargando lavadoras, plasmas y refrigeradores, sin que la policía pudiera controlar los hechos. Este saqueo fue la chispa que incendio la pradera, pues éste se extendió a tiendas de retail, gasolineras, farmacias, carnicerías, e incluso en su punto máximo fue atacado un  centro de salud de Hualpén robando el equipo médico. Ahora ya no se hablaba de gente desesperada por el hambre, sino de hordas de delincuentes que andaban sin control por las calles. Esta situación exacerbó los ánimos y creo un estado de sicosis social que llevó a que vecinos se organizaran armados para defenderse de estas hordas sueltas, y así poblaciones se organizaban para defenderse de otras poblaciones. El cuadro después del terremoto no podía ser más espantoso.

Los saqueos y el pillaje se extendieron a Lota, Coronel, Talca, Constitución, e incluso, en el gran Santiago, ciudad que no tenía problemas de abastecimiento, pero que fueron repelidos rápidamente por la policía de investigaciones. Sin duda, que nadie en el país después de la catástrofe vivida esperaba una reacción como esta, y aquello golpeó fuertemente la consciencia nacional.

¿Qué pasó?
No existe una explicación definitiva pues concurren varios factores desde los cuales se pueden obtener varios niveles de análisis.

Pero una cosa es segura, desmitifica la imagen de un país moderno, del país que acaba de ingresar al club de países desarrollados OECD, el país del cual no se habla, del país de los perdedores, el de los excluidos, de los que viven el día. En Chile la pobreza es mayor de lo que los datos oficiales registran, y una franja importante de ella, vive en condiciones de marginalidad, una parte de ella es atrapada en la redes del tráfico de drogas y de la delincuencia común, y otra, sin ser parte de la delincuencia “profesional”, en los hechos, adopta muchas de las pautas culturales de éstos, es lo que en Chile se denomina “Flaite”.

Agregue a esto la extrema desigualdad social, que implica que el 80% de la población captura el 45% de la renta nacional, en donde un puñado de grupos económicos (familias) controlan el 80% del PIB, en donde la banca en medio de la mayor crisis del capitalismo de los últimos 50 años obtienen utilidades de más US$1500 millones dólares, en gran medida, por que no traspasó íntegramente las bajas de tasas de interés del Banco Central, obteniendo una ganancia extraordinaria cuando  todos los chilenos nos apretábamos el cinturón. El Chile, donde la farándula y los programas de realities concentran más de dos tercios de la programación, donde el todo vale para tener un minuto de fama es regla de oro. El Chile donde rige el principio del exitismo y hedonismo, donde el tener es sinónimo de poder y status, el Chile en donde la competencia ha borrado casi del lenguaje la cooperación, donde la caridad sustituye la solidaridad, cuando ésta se entiende como un acto de marketing empresarial llamada teletón.

Es decir, el terremoto actuó  sobre un terreno fértil de injusticia y desigualdad y una mezcla toxica de desvalores, que gatilló lo peor del individuo, que desató el embrutecimiento de las masas que se dejaron arrastrar por el miedo al desabastecimiento, que vieron como el lumpen y el flaite, que hicieron de la máxima “la ocasión hace al ladrón” su arenga de batalla, llevaban bajo el brazo en aparente impunidad el plasma, que a ellos les supone 24 o 48 cuotas de duro crédito; entonces por qué no sumarse a la acción, y es así entonces; como vemos al trabajador y dueña de casa honesto arrastrando consigo lo que no necesitaban, como aprovechando un momento irrepetible. Pero esta imagen, en un sentido distinto, la observamos en las escenas de acaparamiento en el gran santiago, donde no existiendo amenaza siquiera de desabastecimiento, encontrábamos interminables filas de automóviles en las afueras de las gasolineras a la espera de llenar el tanque, lo mismo en supermercados como si el mundo fuere acabar.

El Devenir
Este Chile sobrecargado de un enfermizo individualismo donde pareciera prevalecer el sálvese quien pueda desnudo la razón de  ser del estado neoliberal y de su clase dominante. Ésta amenazada en sus intereses por el vandalismo de las masas, apela ahora, en un larvado fascismo, al actuar directo de la fuerza militar como única solución para detener a las hordas de delincuentes. Pero sus adustos testaferros van más allá y señalan abiertamente:

“Por 20 años la Concertación no hizo sino debilitar el concepto mismo de "orden público", expresión que a oídos de su gente suena a cavernaria opresión "del pueblo". Todo acto de autoridad rigurosa se convirtió, en ese período, en tabú….Por eso la imagen del carabinero poniendo una pistola en el cuello de uno de los miserables entregados al pillaje es una notable excepción, pero también una muestra de hasta dónde es preciso llegar cuando métodos menos elocuentes ya no hacen mella” (Fernando Villegas, La Pistola al Cuello, La tercera).

La tragedia del terremoto, facilitó la instalación del discurso fascistoide, instando a la población a la formación de cuerpos de vigilancia y a la presencia de los militares en las calles. Esta intervención fue aplaudida por los medios de comunicación afines al poder y la derecha, con el propósito evidente de preparar a la población para lo ha que de venir. Un endurecimiento de la medidas represivas del estado con la excusa del combate a la delincuencia.

Ad portas de la asunción del nuevo gobierno de derecha, éste no ha disimulado su estigma de clase, tres nuevos intendentes son ex directores de empresa, entre ellos, Fernando Echeverria quien dirigiera la poderosa Cámara Chilena de la Construcción, asume como el nuevo intendente de Santiago. Este gremio se asegura, de esta forma,  una figura clave en las tareas de recuperación de la infraestructura pública y privada del país.

El nuevo presidente electo Sebastian Piñera, manifestó recientemente importantes cambios a su programa en respuesta al nuevo escenario creado por el terremoto, ya antes había señalado una política restrictiva al gasto público y ahora con la excusa del sismo aplicará probablemente lo que Naomi Klein describe como el capitalismo del desastre, que no es otra cosa, que aprovechar un estado de conmoción social para impulsar políticas radicales sin capacidad de resistencia.

Las consecuencias físicas que dejó el sismo de seguro se irán superando progresivamente, pero a la inversa,  las contradicciones sociales que develó se seguirán agudizando y nuevos terremotos sociales con distinta magnitud se sucederán hasta el punto en que los trabajadores y el pueblo se unan por cambiar su destino.

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