Por Julio Escoto
¿Y no es que hace ocho años proclamaban que sobre Honduras descendía la vivificante luz del Evangelio y que el Señor planificaba bendecirnos y hacernos la nación más digna y próspera de la tierra…?
¿Dónde queda el tal avivamiento ahora ––pastores, apóstoles, profetas––, sino en el tremedal en que vamos metidos, reyes en el fondo de las estadísticas, príncipes de violencia y corrupción, jeques de poder y gobierno mal habidos, nación que marcha desde ser íntegra a hacerse pedazos, probablemente la única comunidad del orbe cuyo destino está horriblemente vaticinado: desaparecer cual entidad autónoma y convertirse en multitud de feudos, enclaves, ciudades modelo y propiedad extranjera.
Puestos a analizar sobre quién y quiénes cae la responsabilidad del desastre social en que vivimos hoy saltan a la vista los obvios actores: familia, educación, iglesia y Estado, el cuadrivio histórico que fracasó en el cumplimiento de sus tareas primordiales.
El núcleo familiar hondureño hace cinco décadas que se fragmentó, desde el sultanato chafarotil, y empezó a parir hijos de la chingada: matrimonios con buena suerte divorciados; descendientes sin padre o con la nana huida al Norte.
Estúdiese el volumen de madres solteras del país y se tendrá la sorpresa de la vida… ¿Qué noble patrón de valores debió recibir esa generación del descalabro nupcial? Poco o ninguno.
Los maestros somos responsables de la continua crisis en que pervive la nación desde casi su nacimiento. Primero por haber aceptado a santos humilladísimos, abochornados y tímidos como Pedro Nufio, cuya violeta pureza le hizo desmembrarse de la realidad, y más tarde por originar generaciones de docentes afortunadamente irascibles, angustiados por los destinos gremial y social, pero asimismo paulatinamente descuidados de su oficio y profesión.
Aunque fuera exigencia heroica, tenían que haber cumplido con ambos propósitos. Los registros mundiales revelan que no pudieron hacerlo y que en el campo de la ética es donde fallaron más, pues adicional a mal formada intelectualmente la gente de Honduras destaca por su baja práctica moral.
Y ah, los pícaros del timo del espíritu, que venden y alquilan ilusión, gánsteres de la fe, administradores de credos comerciales, extractores de diezmos, blancos sepulcros, pecadores sin tregua pues hollan lo más sacro del humano: su esperanza en lo divino y el más allá. Los religiosos se auto declararon depositarios del Verbo y nombráronse “palabra de dios”...Pues bien, cuál es su obra, pues aparte de enajenar a los fieles con falaces historias de bletlemitas y cananitas, entre otras, de vírgenes, satanes y ángeles que los hebreos copiaron del Zoroastrismo, la religión antigua más vasta de la tierra, ¿qué beneficio prodigan a su país, ustedes que reciben tanto de los estamentos privado y oficial…? La violencia inmediata es culpa directa de ustedes, estafadores mentales, pues acaso ¿no es contrarrestarla su misión de paz?
Dénnos una prueba del calibre de su capacidad constructiva: eduquen a sus seguidores en que dios maldice y detesta la basura, que veda lanzarla a la vía pública pues contamina su maravilloso diseño natural… Que según versículos tales en treinta días deben ser barridas y rastrilladas rutas y sendas todas del país hasta hacerlo brillar impoluta y radiantemente para honor de dios, a ver si es cierto que hacen algo más que procurar dineros dolosos desde el católico púlpito o el evangélico atril…
Y del papel estatal en este desorden caótico ni hablar, excepto insistir que fue tempranamente secuestrado por ladrones políticos decididos a utilizar el sistema gubernativo para el lucro. Y que revertir ese proceso exigirá prolongados esfuerzos.
Pero, si no se intenta, ¿servirá para algo vivir sin dignidad? Estamos moralmente obligados, jóvenes y viejos, a resistir a los farsantes en una larga lucha de conciencias y valentías por la libertad, como enseñaron los próceres, pues si hay país que puede enorgullecerse de tenerlos es el nuestro.
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