Radio Progreso
La revelación del millonario de dinero en efectivo que trasladaba por tierra la esposa del ahora extitular de la cartera de Finanzas deja al desnudo la práctica corrupta y de impunidad que caracteriza a gran parte de los dirigentes políticos y funcionarios públicos hondureños.
Ya la gente comienza a decir lo que en efecto parece que sucederá: el tema estará por unos días en las portadas de los medios de comunicación, los altos dirigentes políticos se sentarán a negociar cómo tratar el tema, para que luego el asunto pase a los archivos olvidados del Ministerio Público, y aquí en Honduras no pasa absolutamente nada.
Las voces que saben recoger datos palaciegos dan cuenta que el asunto del dinero de Tito Guillén y su esposa se trató de un dedazo por parte de dirigentes de corrientes adversas a la de Juan Orlando Hernández con propósitos estrictamente electoreros y jamás por razones de ética, honestidad y de justicia.
Lo cierto es que Tito Guillén forma parte de un círculo de los importantes del país dedicados a sacar el máximo provecho personal a sus actividades como funcionarios públicos, y al final de cuentas, todos acabarán protegiéndose con la misma cobija de la impunidad. Esa es la amarga realidad. Los 24 centros penitenciarios hondureños están hasta el tope de delincuentes o acusados de delinquir, en su mayoría jóvenes, provenientes de los sectores más empobrecidos de las comunidades, barrios y aldeas hondureñas.
En los centros penales no existe ninguna persona como Tito Guillén que comparta una bartolina con otras personas acusadas de robar celulares, bicicletas, relojes, carteras, tenis, gallinas y otros delitos de baja cuantía. Hace unos días Chabelo Morales fue sentenciado a veinte años de prisión por acusaciones relacionadas con problemáticas agrarias en la zona del Aguán.
Delincuentes como Tito Guillén y como Juan orlando Hernández seguirán gozando de la honorabilidad de sus cargos, y recibirán las felicitaciones de la embajada Americana, las embajadas de la Unión Europea y las adulaciones de la clase empresarial y las bendiciones de los diversos líderes religiosas del país.
Si en Honduras existiera la aplicación de las leyes y la ética política dentro del Estado, Tito Guillén tendría que estar dando cuenta de sus acciones delincuenciales ante la fiscalía y desde unas bartolinas, y Juan Orlando Hernández estaría fuera del Congreso de la República, fuera para siempre de cualquier aspiración a cargo de elección popular y sujeto a los requerimientos de la justicia hondureña.
Sin embargo, todo esto es apenas un sueño que nos toca vivirlo con los ojos abiertos y con la conciencia de que ante la realidad de los corruptos e impunes como Tito Guillén, Juan Orlando Hernández y toda su camarilla cachureca y liberal, todos los sueños de justicia se topan sin piedad ante el implacable muro del cinismo y la impunidad.
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