martes, 15 de junio de 2010

Honduras: goles y golpes

Vos el Soberano


(Texto publicado el miércoles 19 de Agosto de 2009)

Leonel Alvarado

“Vencer o morir”, decía el telegrama que Mussolini le envió al equipo italiano que iba a disputarse la final del Mundial de 1938. El mensaje era claro: lo que estaba en juego era un gane que sería utilizado como un instrumento propagandístico. Para bien de Mussolini y, claro, de los jugadores, el equipo italiano, que lucía el uniforme negro del Partido Nacional Fascista, se alzó con la victoria. La película se repitió en el 78 en Argentina; la prueba está en la foto infame de Videla frente a la Copa tan bien ganada, es decir, bien comprada para cubrir los crímenes con su gloria. Videla sonríe y saluda, victorioso, a las tribunas.

El fútbol puede llegar a ser mucho más efectivo que cualquier estrategia de propaganda política pues goza de un carisma homogeneizador de la colectividad bajo el emblema del orgullo nacional o, mejor dicho, nacionalista; esto también lo supieron Franco y Hitler. Al entrar al terreno de la propaganda demagógica, el deporte puede tener efectos tan abrumaores como los generados por la maquinaria religiosa.

Sin duda, el pasado 12 de agosto, el gobierno usurpador de Micheletti se anotó cuatro goles en una “victoria” que tenía más implicaciones ideológicas y propagandísticas que meramente deportivas. La derrota de la Selección Nacional habría sido, por su parte, una derrota política porque el gobierno de facto no tendría a disposición de su circo mediático ese triunfo de “todos”. El gane demuestra, según la lógica golpista, que en el país sí hay motivos para celebrar; los hondureños pueden sentirse tan orgullosos de la oncena catracha como de las gloriosas Fuerzas Armadas. Y es que en los partidos internacionales la cancha se convierte en un campo de batalla en el que está en juego el orgullo patrio; esto también lo supo el aparato propagandístico nazi, como lo dijo alguna vez el ministro Goebbels, para quien ganar un partido internacional era más importante, en materia de propaganda, que conquistar una ciudad. El jugador es el soldado dispuesto a dejar la vida en defensa de la patria, mientras en la tribuna, el jugador número 12 canta el himno nacional encendido en fervor patrio.

Sin embargo, el 12 de agosto, mientras “el equipo de todos” —que, en realidad, es el equipo de unos cuantos empresarios ligados al golpe— anotaba goles, cientos de hondureños recibían los golpes salvajes de policías y militares. Unos victoreaban en el estadio mientras otros eran sometidos a golpizas inhumanas en cárceles, batallones y postas policiales. Pero estos hondureños valientes, muchos de ellos jóvenes, no aparecieron al día siguiente en los periódicos ni en la radio o la televisión porque el gobierno celebraba sus goles y el pueblo, más unido que nunca, ahora sí podía acariciar el pase a Sudáfrica 2010.

Hay que recordar que Honduras únicamente ha asistido a un Mundial, el de España 82. De hecho, ese año ha adquirido un status mítico que muy pocas fechas de la historia nacional han merecido. Si no fuera porque el golpe de estado lo ha traído a colación, quizá muy pocos recordarían que de ese año es la Constitución, escrita por la élite política, económica y militar que ahora celebra otro triunfo de la Selección.

Otra fecha desgraciadamente memorable también tiene que ver con el fútbol: la Guerra del 69. Honduras tiene el gran mérito de haber sido partícipe de una guerra futbolera que forma parte del exotismo latinoamericano, aunque, como bien lo resume Eduardo Galeano, era una guerra entre el dictador hondureño y el salvadoreño. Pero resulta más simpático decir que fue por un partido de fútbol.

El 28 de junio, horas después del golpe, escuché en una de las tantas emisoras golpistas la transmisión en vivo, desde el Congreso Nacional, de la toma de posesión apresurada de Micheletti. Sin embargo, como en una parodia al estilo de los hermanos Marx, la escena era interrumpida por los locutores que en ese preciso instante transmitían el partido de la Selección desde Carolina del Norte. En un juego de espacios simultáneos, el juramento de Micheletti se veía interrumpido por el grito de gol de un locutor que seguramente se sentía doblemente patriótico. El golpe y el gol ocurrían en dos espacios unidos por un mismo tiempo que pasaría a ser funestamente histórico.

Unos días después leí un titular que me sorprendió por encontrarse en un periódico golpista: “Honduras sufre”. Inmediatamente busqué la noticia sólo para darme cuenta de que se refería a un “gane sufrido” de la Selección. Según los medios controlados por los mismos empresarios que son dueños de la Selección, ésos sí son sufrimientos de los que el pueblo debe enterarse. Afortunadamente, el triunfo del 12 de agosto frente a Costa Rica no fue agónico, más bien fue sospechosamente fácil; un marcador de cuatro a cero contra un equipo tico que va en primer lugar en la tabla de clasificación resulta inverosímil. ¿Estaremos frente a las tácticas de Videla?

Desde ya se pronostica una goleada para el partido contra Trinidad y Tobago; a ver si ese equipo resulta ser tan facilón como el de los ticos. Demás está decir que, bajo este régimen represivo, si la Selección Empresarial obtuviera el tan ansiado boleto a Sudáfrica, esto sería tan espurio como que algún candidato se declarara ganador en las elecciones de noviembre; ningún acto de este gobierno fáctico podrá ser legitimado, ya se trate de elecciones presidenciales, nombramientos o eventos deportivos.

Sin duda, Micheletti necesitaba esa “victoria” politico-deportiva como en su momento la necesitaron Mussolini y Videla. La derrota no hubiera dado paso a la celebración mediática, aunque es claro que se habría maquillado. Micheletti anotó sus gol(p)es, mientras gran parte de la población continúa, como en la canción de Pink Floyd, “cómodamente idiotizada”. Hasta esos oídos, felizmente patrióticos, llegan los goles pero no los golpes.

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