martes, 2 de febrero de 2010

De los errores de Manuel Zelaya, I parte

Vos el Soberano

Por Rodolfo Pastor Fasquelle


No se quién ha calificado el 28 de Junio de 2009, en Honduras, como “un golpe perfecto”. Se sacó al gobierno con la complicidad de varios de sus miembros y en coordinación con los demás poderes del Estado; se legitimó el rompimiento del orden Constitucional invocando la defensa de la Constitución; se reprimió a la Resistencia pero sin que nadie mas o al menos sin que muchos mas se dieran cuenta; se legalizó el golpe mediante elecciones si bien desconocidas por mucha de la comunidad internacional; se absolvió de responsabilidad criminal a los secuestradores y represores; se decretó una amnistía a favor de los legisladores y magistrados golpistas, fingiendo que se hacía en aras de la concordia nacional y se estableció un “gobierno de unidad” que no incluye a nadie de la verdadera oposición. No puede darse una obra maestra de esa perfección sin errores de la víctimas.

Me mueve a risa que los burgueses quieran quitarle el sombrero, uno de los aciertos políticos de “Mel”. Inevitablemente, otras facetas de su personalidad incidieron para bien y para mal en su desempeño como gobernante. Aun si nos restringimos a sus actuaciones públicas, claramente no hay consenso frente al tema de los errores de M.Z.R. Depende todo de tu posicionamiento y perspectiva. Pero ahora que termina formalmente su gobierno urge reflexionar sobre los errores. Manuel Zelaya tendrá que revisar sus pasos y reconsiderar y rectificar. Para ayudarlo en esa tarea me he dispuesto, como ex Secretario suyo -y no sin temor de la propia arrogancia y la ajena ingratitud- ordenar lo que podría caber en esa reflexión autocrítica. Mi opinión refleja un punto de vista y mi simpatía y admiración por Mel; espero además contribuir aunque sea información a una cultura política que hace falta.

Gobernar un país duro como Honduras es mas difícil de lo que imaginan muchos. Y toda gestión pública tiene límites objetivos. Muchos de los recientes sucesos se desencadenaron por causas profundas de las que ninguna persona en particular tenía control, o por circunstancias aun no esclarecidas, que a nadie pueden reclamarse aún. Para hablar de los errores verdaderos además hay que desbrozarlos de los que se le imputan por el contrario.

El golpismo quiso incluso achacarle al ex Presidente Zelaya la confrontación entre clases sociales porque, como decía C. Flores F, “un Presidente tenía que unir”. Pero esa confrontación deriva de la polarización excluyente que genera el modelo de crecimiento. El Presidente lo que hizo fue:

1) reconocer el problema de desigualdad extrema,
2) calificarla de injusta,
3) señalar las consecuencias del descontento para la gobernabilidad,
4) explicar las limitaciones legales para que el Estado pudiera remediarlo, y
5) plantear la urgencia de reformas para corregir esa atonía, una urgencia que se agudizaba frente a la crisis global.

La crisis estructural estaba planteada. No fue un error enfrentarse a los problemas estructurales del país y buscar una salida de la democracia ficticia (me inclino al término poético, de fementida) con que Honduras no ha podido superar los retos elementales de la condición colectiva ni mejorar sus indicadores sociales en treinta años. Si empoderar a los ciudadanos mayoritariamente pobres era demasiado democrático para la elite y la reforma de raíz planteaba un problema practico, ante a los beneficiarios del sistema, hubiera sido peor frente a sus víctimas, ignorar esa necesidad o moderar las demandas de modo que resultaran ineficientes, otra vez. Ya se había acumulado un malestar profundo, un resentimiento que todos conocíamos.[1]

No erró M.Z. al tomar partido por el pueblo marginado y abanderar la idea de que la democracia participativa (con ciudadanos empoderados) era el camino a un pacto social funcional, aunque a eso le llamen populismo. Al contrario, despertar al pueblo, frente a la trampa del sistema político y desnudar a las fuerzas de la reacción plutocrática que lo manipulan (su conspiración perpetua para asegurar su privilegio), plantear el imperativo de la reforma fue un logro histórico. Al igual que insuflar en la conciencia colectiva la ilusión, el ánimo de lucha; y, de repente, engendrar la conciencia de la obligación de cooperar entre sectores (lo cual tendrá que corroborarse). Porque, independientemente de los resultados a corto plazo, el solo aireamiento de la propuesta hizo viable una salida y cambió a Honduras irreversiblemente, generando la simiente de una ciudadanía que ha probado su fuerza en la movilización de la Resistencia; trazó los cimientos para la refundación democrática. Esa es la propuesta política mas avanzada de que ha dispuesto la nación en nuestros tiempos.

En otro sitio he calificado de mentiras y manipulaciones muchas otras acusaciones que le hacen sus enemigos al ex Presidente. No es cierto que su gobierno fuese más corrupto  que cualquiera que lo antecediera, aunque quizás no mejoró a ninguno. Y los derroches que le acusan son los consuetudinarios del patrimonialismo ancestral y desafortunado. Repetiré -porque lo vuelve a decir ahora Pepe Lobo como ha repetido machaconamente la prensa para justificar el golpe- que es una estupidez decir que el Presidente Zelaya conspiraba para “quedarse en el poder”. Sabía que eso no era posible, si bien pudo soñar con volver a postularse después de un cambio legal. No es cierto que el ex Presidente violó la Constitución al organizar a una encuesta sobre la consulta popular, aunque lo juzgara delito un juez de tercera fila y lo ratificara post facto una Corte Suprema golpista, que no tenia facultades para destituirlo. Fueron esa Corte y el Congreso quienes violaron la Constitución.

Asumir como verdadera la acaso ficticia soberanía de una nación de la que había jurado de ser el Presidente no fue un error. Ni tomar distancia con respecto a las actitudes lacayunas tradicionales de nuestras elites y gobernantes en el pasado. Aunque la C.I.A., que nos lleva expedientes desde hace tiempo a todos, lo tomara a mal. Y le llevara cuentas a Manuel Zelaya desde que cometiera, en 1984, el “error” de denunciar, como diputado de Olancho, los atropellos de La Contra contra nuestros humildes connacionales en la frontera.

Denunciar, en la Toma de Posesión, a las transnacionales petroleras por la demostrada estafa de sus cobros no fue error. Ni quitarles parte de su ganancia en medio de la crisis de los precios y después exigir que se ajustara el volumen facturado de acuerdo a la temperatura ambiente, como se hace en el resto del mundo. Aunque pudo ser un yerro insistir en “la subasta” como procedimiento cuando no teníamos donde guardar el petróleo y La Embajada estaba empeñada en proteger los intereses y propiedades de sus ciudadanos corporativos.

El Presidente Zelaya no fue un títere de H. Chávez, aunque se identificó como su amigo. Nada en la alianza con Alba, en busca de resolver un problema práctico de las importaciones de energía, comprometía un interés nacional. Los lazos con Venezuela y Alba se forjaron por Tratados ratificados por el Congreso que dio el Golpe y exigió repudiarlos después de gastar, cínicamente, el dinero que se recibió producto de ese acuerdo.

Inevitable en vez de equivocado resultó discrepar con el Embajador Charles Ford, caballero que -con poco oficio de la diplomacia- se pronunciaba continuamente sobre asuntos que no eran de su incumbencia. Y al final, no ayudó a enmendar puentes con EEUU el que se postergara una semana la recepción oficial de las cartas credenciales del Embajador Hugo Llorens, en protesta por los atropellos del Imperio contra el gobierno de Evo Morales.

Pero tenía sentido. Ser solidario con otros gobernantes de la región pudo ser un reto al fundamentalismo nacionalista gringo y a la mentalidad pitiyanqui pero no fue una postura errada. Hay que arriesgarnos a ser latinoamericanistas, aunque nos cueste. La historia posterior al golpe demuestra que, si bien sigue siendo ineficaz,  el Latinoamericanismo es la única salida. Aunque quizás en esto tambien, hubo un exceso retorico. Al ex Presidente, igual que a la mayoría de los políticos, le fascina el discurso, al que fetichiza. Y de repente, imitando a sus camaradas, se deslizaba, a un discurso disociador, poco consecuente con su posición cuando se autodenominaba románticamente socialista. Paranoico, el Imperio tiene su orgullo y sus procónsules su vanidad personal. Y a los empresarios les pareció una amenaza esa retorica, cuando se aparejó con alguna medida justiciera.

Aumentar el salario mínimo hasta $290, el tercero más elevado del istmo (después de Panamá y Costa Rica), no fue un error, aunque afectara las ganancias extraordinarias de los patronos. Porque ese aumento (para cubrir el costo de la canasta básica) le daba dignidad y esperanza a los obreros y, contra lo que profetizaron sus enemigos, no acarreó una crisis del empleo, ni comprometió la competitividad del sistema.

Tampoco fue yerro denunciar la sinvergüenzada de las exenciones fiscales de que gozan los empresarios por favores políticos y la extorsión de los que contratan con el Estado. Nuestra política fiscal ha sido calificada como una de las más injustas de la región, mientras que el Estado carece de los medios para cumplir sus responsabilidades. Era justo proponer limites a la acumulación de poder del sector financiero (a su penetración de otras industrias) y a las facultades omnímodas de El Congreso. Proponer una Asamblea Constituyente era un imperativo derivado, aun si disgustaba a la diplomacia imperial y a los capos. No había otra manera de adelantar una Reforma de esa magnitud.[2]Y continuar con la encuesta criminalizada para medir el apoyo ciudadano comportaba un riesgo que habia que afrontar, porque desistir era abdicar de la razón de ser originaria del gobierno, era aceptar que no se podría cambiar nada.

Para los niños y ciertos políticos, los héroes son infalibles. (Por eso puede haber héroes tan inverosímiles.) Pero los verdaderos héroes (Morazan) se reconocen falibles aunque sea casi siempre en circunstancias extremas. No todas las cosas que han dicho nuestros contrarios son mentiras, atribuibles exclusivamente a su perversidad. También M. Zelaya cometió errores verdaderos, que afectaron su administración, descarrilaron su proyecto, contribuyeron a la caída de su gobierno. Y otros que –después- frustraron su lucha por regresar al poder con apoyo de la resistencia y de la comunidad mundial. Puede cometer otros aun. Para los ciudadanos pensantes que anhela el Poder Ciudadano hay que escrutar los errores de nuestros conductores, para aprender, corregir y prevenir. ¿Cómo -si no- podríamos dar mejor consejo?

Errores en el gobierno
Si alguno de sus colaboradores íntimos falló, por exceso u omisión, el ex Presidente lo había seleccionado antes, lo habia alentado o estorbado luego y tomó todas las decisiones importantes de su gobierno, antes y después del golpe. A mi ver, muchos yerros del ex Presidente surgen de su condición y ambivalencia personal. Recurriendo a la metáfora de Weber, A Fajardo ha dicho que M.Z.R. es “una figura transicional entre el caudillo carismático y el líder moderno”; habría que agregar que Mel es una criatura del sistema político al que pretendió retar. Esas paradojas explican algunas interioridades de la crisis.

Ya en la escogencia de su equipo de trabajo cometió errores evidentes. Aceptó M.Z. imposiciones partidaristas de individuos que no estaban comprometidos con su visión. Y favoreció a “amigos” leales que no reunían las condiciones, de capacidad para los puestos que les asignó o de integridad, y se resbalaron en la cascara de banano de la corrupción.

Un común denominador de los errores es la confianza naif que M.Z. depositó, con recursos y poder, en personas y grupos que, después, resultaron ser sus enemigos o le causaron daño. Esto sucedió igualmente con los políticos del Partido, como Elvin Santos y R. Micheletti, con varios poderosos “secretarios de Estado” (como el Ministro de Obras Públicas, Bonano, el Ministro de Seguridad, J. Rodas y el Ministro de Agricultura H, Hernández), con los militares como Romeo y sus cuatro generales, con la legión de periodistas a los que patrocinó, con líderes de oposición oportunistas, con empresarios voraces y con clérigos fantoches, para complacer a quienes nombro consules y embajadores y ministros. Quizas confió demasiado en y también que se traiciónó a sí mismo. Por hubrys. (Así me explico que no tuviera un plan para el golpe, que lo hubiera visto venir, porque se sentía la distancia creciente de los militares desde la reunión de OEA en San Pedro. Y se quedará como esperándolo)

Quizás para compensar, el ex Presidente se rodeó desde el inicio de un puñado de técnicos y un grupo reducido de ministros amigos que, sin más culpa que la de ser afines, colorearon o distorsionaron la impresión que recibía y la que daba. Porque compartían con el una visión ideológica y la retórica sobrada. Pero sobre todo porque, en ese círculo, también prevalecieron los intereses de grupo y de individuos y una visión legalista (diría mas, formalista) de abogados, quienes siempre pensaron que, puesto que eran los mas brillantes, para cada reto encontrarían un recurso legal, como si la lucha por el poder fuese una partida de naipes con actas juradas. Crítico dolorosamente aquí a mis amigos, a los que M.Z. convirtió en adláteres y “yes men”, premiándolos con su atención. Este fenómeno se agravó conforme pasaba el tiempo y el circulo interior se volvía más excluyente.

Después de fracasar en la organización de una alternativa de Partido, la ex Canciller Patricia Rodas introdujo, en la opinión pública,  ruidos que después sirvieron de pretextos al golpismo. Obviamente, ni Arístides Mejía ni Edmundo Orellana le proporcionaron la necesaria inteligencia acerca las FFAA. Pero además, a veces mal aconsejado y otras veces en contra de los buenos consejos, M. Z. personalizó demasiado el ejercicio del poder, administrando detalles que no le corresponden a quien tiene que concentrarse en dirigir el rumbo del Estado, procrastinó en desmedro de iniciativas que lo hubieran fortalecido. (Fue un error desestimar la Estrategia para Reduccion de la Pobreza, arduamente consensuada con los representantes de sociedad civil) No era necesario inventar el mundo de nuevo.

Había que formular una visión de largo plazo y  retener capacidad para improvisar, pero también construir sobre un plan inmediato, dirigido a alcanzar las metas intermedias. Por una desconfianza,  que era el anverso de la confianza excesiva mal ubicada en otros, M. Z. desautorizó a quienes estábamos a cargo de esas funciones de planificación, concertacion y coordinación. Así, el Presidente le impuso a su gestión un ritmo errático y desordenado, una improvisación continua, una impredecibilidad… que comprometió su eficacia. Los planes eran todos del largo plazo, declarativos y grandiosos. Y por esa razón nunca terminaban de “aterrizar” y alcanzar el consenso de una base suficientemente amplia. La lucha política por La Reforma sufrió por razones análogas.

[1] Los funcionarios y líderes de los partidos habíamos sido adecuadamente informados acerca de las falencias de nuestra democracia, de la indiferencia según estudios serios del Papep de P.N.U.D. 2005 de gran parte de la población a las instituciones democráticas, patentemente incapaces de resolver sus problemas materiales mas apremiantes….sabíamos que “esa democracia” estaba en problemas.

[2] Después de aplaudir las elecciones que blanqueaban el golpe de estado, Mame. Clinton declaró que “a EEUU le preocupaban los regímenes latinoamericanos que buscaban cambiar las constituciones después de llegar al poder por la vía democrática”, una preocupación que podríamos llamar extraterritorial y que al parecer no aplica a sus propios aliados, como Uribe.

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