sábado, 3 de septiembre de 2016

Tolupanes y Bienes Naturales, un vínculo roto en el proyecto moderno actual



Son más que un pueblo. Son el puente de la historia de Honduras con el modernismo, el contacto de la cultura con la identidad y la única salida posible para evitar el colapso ecológico del planeta. Sí, hablo de ellos, de los pueblos originarios, sus cosmovisiones y las otras formas de relaciones que desde ellos y ellas se pueden establecer con la naturaleza y la vida.

En el caso de este artículo voy en fuerza hablando de los Tolupanes como pueblo originario. Están reducidos a pequeños poblados ubicados en las montañas más altas de los departamentos de Yoro y Francisco Morazán. Con su propio idioma, sus costumbres, artesanías, formas de organización y una estrecha relación con los bienes naturales y  minerales. Este grupo indígena, a pesar de su reconocimiento como tal, es de los menos favorecidos y más abandonados de la sociedad latinoamericana.

Los Tolupanes están desde siempre en Honduras habitando las tierras que hoy forman los departamentos de Cortés, Yoro, Atlántida y una parte de Colón, en la zona norte del territorio.  Cohabitaron con otros pueblos con los cuales establecieron relaciones políticas y socioeconómicas y se sabe  que sus relaciones comerciales llegaron hasta culturas de otras partes de América especialmente las establecidas en la zona sur. No hay de ellos vestigios ni arquitectura por que no fueron de esa clase de población que erige monumentos, lo suyo fue siempre el comercio, la cacería y la pesca.

Lo Tolupanes han venido sufriendo, de manera sistemática, un proceso de desplazamiento deshumano y amorfo con el cual han sido arrancados de sus tierras ancestrales y de sus recursos naturales. Tal proceso de desplazamiento ha supuesto, también, el desaparecimiento de la mayoría de sus métodos organizativos tradicionales y el desprendimiento de algunas de sus tradiciones. De manera que, ante esa realidad, se hace imprescindible una propuesta de trabajo con estos pueblos que no solo reivindique el medio ambiente y los bienes naturales, sino la cosmovisión de los pueblos, su identidad y la relación que sostienen con la naturaleza como la madre suprema.

Este desplazamiento se cuenta también en la memoria de sus muchos mártires quienes, desde el mismo Vicente Matute, han venido sacrificando su vida por la defensa del medio ambiente, el uso humano de los recursos y el respeto por la dignidad territorial y humana de los Tolupanes.

Bienes o mercancías naturales 

Frente a los pueblos, el gobierno hondureño no reconoce el derecho ancestral aunque, constitucionalmente esté establecido y reconocido en el derecho internacional. Sin embargo fuera de la normativa jurídica esa realidad es distinta. Los pueblos originarios y sus bienes naturales están siendo arrasados por la industria extractivista, especialmente de Canadá que va tras los minerales y Estados Unidos y China con lo que tiene que ver con el agua y el bosque. Esto supone que los pueblos originarios, y en este caso concreto el pueblo Tolupán enfrentan una lucha desigual contra los gobiernos y las grandes corporaciones internacionales protegidas por los Tratados de Libre Comercio.

De manera que la lucha de los pueblos Tolupanes no es en lógica local como se quiere hacer ver sino que se enfrentan al gran modelo económico mundial, sus corporaciones, reglamentaciones y el respaldo de las grandes sociedades consumistas de los países de primer mundo.

Frente a tal realidad se hace obligatorio que los bienes naturales se reconozcan como Derechos Humanos y que esos derechos estén adheridos, y de forma inviolable, a las reglamentaciones que protegen los derechos ancestrales de los pueblos, desde las naciones unidas hasta aquellas que, territorialmente demarcadas puedan ejercer fuerza para la protección de estos como son las Organización de Estados Americanos, Mercosur, y el Parlamento Centroamericano.

Se hace imperativo que se descalifique a los recursos naturales como parte de la oferta y la demanda en la idea neodesarrollista de los gobiernos y, sobre todo, que se despenalice su defensa y la protección que sobre estos ejerzan los pueblos desde su derecho a la autonomía. En la medida en que los pueblos sean autónomos y administren sus bienes naturales y el territorio, en esa medida aseguramos la permanencia de estos para las nuevas generaciones por venir.

El medio ambiente o los pueblos 

La gran pregunta ante el dilema de salvar al planeta del colapso inminente está en si la apuesta se hace por los bienes naturales o por los pueblos originarios. La verdad es que de nada nos sirven los bienes naturales sino es para sustentar el derecho de la humanidad a cohabitar en los ecosistemas. Por tanto la defensa es indivisible y la apuesta es imprescindible ante ambos. No hay medio ambiente sin humanos y es imposible la existencia humana sin el medio ambiente.

Si queremos un medio ambiente conservado y en condiciones para favorecer a otras generaciones, necesitamos que las generaciones actuales se asuman en la tarea de su respeto. Respeto dije. No hablo de conservación, protección o regulación, hablo de respeto por los bienes naturales por que no solo son recursos, son la vida, la dignidad y el derecho de unos pueblos que habitan este suelo antes que las grandes corporaciones y las necesidades superfluas que este modelo moderno de sociedad crea en la población.

Debemos apostar por otras formas de organización de las sociedades y de nuevas relaciones entre los pueblos y los gobiernos y de estos con el medio ambiente. Debemos abrirnos a otras formas de educación para enfrentar los desafíos de la convivencia humana y en eso, desde sus mismas cosmovisiones, costumbres y tradiciones, los pueblos originarios nos han dado cátedra a lo largo de la historia. El medio ambiente seguirá siendo medio, mientras no incluyamos en ellos a los pueblos originarios con toda su diversidad y cultura.

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