jueves, 6 de junio de 2013

Vida material, capitalismo y cambio social


Por Raúl Zibechi

La mayor parte de los análisis políticos, con intencionalidad antisistémica, están orientados a comprender cómo funcionan las grandes empresas multinacionales y el conjunto de la economía capitalista, el papel que juegan los estados-nación, y las relaciones de fuerza geopolíticas a escala nacional, regional y global, en suma, en el modo como dominan los poderosos. Contamos también con un buen puñado de estudios sobre las luchas sociales y políticas de los sectores populares, desde las luchas locales hasta las coaliciones más amplias que establecen a escala nacional y global, y cómo estas formas de acción van cambiando a lo largo del tiempo.

Podría decirse que buena parte de estos análisis y estudios dan cuenta de la realidad del sistema y de las diversas realidades antisistémicas. Sin embargo, contamos con muy pocos trabajos sobre lo que Fernand Braudel denominaba la vida material, a la que llamó también el océano de la vida cotidiana, el reino del autoconsumo, lo habitual, lo rutinario, la esfera básica de la vida humana que en su opinión es el gran ausente de la historia (La dinámica del capitalismo, Alianza). Y, habría que agregar, el gran ausente en las teorías revolucionarias y en las propuestas emancipatorias.

Como sabemos, Braudel definió tres esferas: la vida material, que es el reino del valor de uso; la vida económica o economía de mercado, dominada por los intercambios y el valor de cambio, y encima de ambas el capitalismo o el antimercado, donde merodean los grandes depredadores y rige la ley de la selva. En esta peculiar mirada del mundo el Estado no hace sino auxiliar al capitalismo y es antitético a la economía de mercado, como recuerda Immanuel Wallerstein.

Para completar el análisis, habría que repetir con Braudel que el capitalismo hunde sus raíces en la vida material pero no penetra nunca en ella. La acumulación de capital se produce básicamente en la esfera de los monopolios donde no funciona el merado, no así en la vida material y en la vida económica. Es cierto que los estratos superiores se apoyan en los inferiores, de los cuales también dependen, pero no es menos cierto que la vida cotidiana o material es relativamente autónoma y no está nunca completamente subordinada a la esfera de la acumulación.
El interés y actualidad del modo de mirar de Braudel consiste en que la lucha antisistémica está anclada básicamente en la vida material y, de algún modo, en la vida económica, pero no puede apoyarse en las esferas del capitalismo, sean las empresas o los estados. La enorme potencia de los movimientos antisistémicos territoriales actuales, tanto los rurales como los urbanos, es que organizan colectivamente el océano de la vida material, desde ese lugar se relacionan con la vida económica, los mercados, y desde allí resisten al capital y al estado.

Incluso en las grandes ciudades. En el corazón de una megaciudad como Buenos Aires pululan experiencias de este tipo, que también pueden encontrarse en muchas otras urbes latinoamericanas (ver cipamericas) y, por supuesto, abundan en las zonas rurales. Una amplia red de espacios (merenderos, comedores populares, centros de salud, primarias y bachilleratos populares, centros de mujeres, cuadrillas de trabajo, medios de comunicación) le dan forma colectiva a la vida material de los más pobres, convirtiendo la vida cotidiana en espacios de resistencia pero también de alternativa al sistema.

De ese modo la rutina, lo cotidiano, cobra nuevos sentidos. Las organizaciones populares, por lo menos las que no se limitan a parasitar la vida material, trabajan por organizar el autoconsumo más allá del espacio familiar. Sobre todo se empeñan en que ese espacio de autonomía que es la vida cotidiana sea lo más integral posible, que abarque no sólo necesidades urgentes como la alimentación, que es el suelo donde comenzó a florecer el movimiento piquetero argentino, sino que se expanda hacia áreas como la educación y la salud, la dignidad de las mujeres, los juegos infantiles y los órganos de decisión, como las asambleas.

Organizar la vida material, profundizar sus sentidos colectivo y comunitario, es tanto como politizarla y darle más autonomía ante las otras esferas, muy en particular frente a las multinacionales y los estados. Eso pasa también por dotarla de órganos para adoptar decisiones y hacerlas cumplir, para defenderse frente a las otras esferas, o sea, órganos de poder. Cuando la vida material se organiza como movimientos antisistémicos, las asambleas cumplen esa función.

¿Cómo se paran frente a los monopolios capitalistas? En el caso que comento, los movimientos de las villas de Buenos Aires, recuperan lo que necesitan mediante la acción directa. Para conseguir medicamentos para sus centros de salud, hacen piquetes frente a las grandes distribuidoras farmacéuticas, impidiendo la salida y la entrada de camiones. Lo mismo para arrancarle alimentos al municipio o al gobierno de la ciudad. La cámara que utiliza una televisión comunitaria la consiguieron mediante un escrache a un hotel de cinco estrellas. Y así con todo.
¿Es posible revolucionar la sociedad desde la vida material o cotidiana? Depende del concepto de revolución que cada quien maneje. La vida material es, entre muchas otras cosas, el espacio de la gente común, el que puede limitar o darle alas al capitalismo. No existen otros espacios donde pueda nacer y crecer algo diferente al mundo de la acumulación. Miradas así las cosas, el cambio social es un modo sistemático de desparasitar la vida material de capitalismo.

En ningún otro estrato puede nacer un mundo nuevo y diferente. No quiero decir con ello que la vida material/cotidiana no contenga opresiones, como el machismo. Sólo se puede construir lo nuevo desde relaciones asentadas en el valor de uso, y comandadas por la gente común. Hacerlo desde otros espacios es tanto como reproducir la dominación o instalar una nueva clase dominante.

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