miércoles, 8 de agosto de 2012

Vuelta al error



Por Julio Escoto

Los presentes días guardan desgraciada similitud con la década de 1980. Como en aquella, particularmente bajo la sucia atmósfera de Roberto Suazo Córdoba, el cinismo se convierte en moneda de diaria convertibilidad y se hace estilo de gobierno, fácil en boca de funcionarios, presto para maquillar la corrupción terriblemente desatada en el país.

La gestión del presidente Lobo Sosa no solo se está inscribiendo en la historia con ese baldón, sino también con el de repetidor de errores del pasado pues, a semejanza de aquel citado decenio, ha vuelto a colocar en manos de las fuerzas armadas más poder del que constitucionalmente -y sobre todo inteligentemente- deben administrar.

Es claro el proceso que estamos sufriendo. En su incapacidad y desesperación por reducir las estadísticas de delincuencia común y organizada, y ante un cuerpo de policía que sobrepasó su propia normalidad de vicio, el gobernante y sus mayordomos prefieren la violencia que la educación.

El único modo en que visualizan un alto al problema es incrementando, casi sin control, los cuerpos de seguridad, así como trayendo a los escenarios domésticos civiles, que son las calles, a actores que, como las fuerzas armadas, están psicológicamente condicionadas para matar, no para controlar la paz.

Para justificar esa visión, y conforme a la propaganda injertada por intereses geopolíticos norteamericanos, se habla de “guerra” nacional e internacional contra el crimen y se inventan -pues tal son en sumo porcentaje- figuras malévolas y diabólicas que sólo existen en los planes de dominación de nuestros territorios, o a las que se hiperboliza: que Al-Qaeda opera aquí, que terroristas vienen ya a poner bombas -argumento que acaba de usar una conferencia chafarotil para pedir nos instalen una ajena escuela de inteligencia militar-, que el Chapo (de quien saben su escondite), que carteles poderosos de la droga, que lo son en efecto pero a los que en vez de combatir aquí debían hacerlo en el norte... Jamás capturan capos al interior de EUA, ¿por qué?...

Como consecuencia, inmensos rubros presupuestarios que debían dedicarse a educación, salud, vivienda y empleo se destinan a armar una hueste bélica que no nos protege, que demostró inutilidad en contiendas reales (1969), que es escuela de corrupción y que, para colmo, terminó por manchar su uniforme actuando un golpe de Estado a favor de grupos ultraconservadores y de triste catadura moral.

Peor todavía, a esa falange los políticos tradicionales le otorgan en este momento cargos públicos esencialmente técnicos y para los que carece de formación, carta blanca para adquirir bienes del Estado secretamente y sin licitar, una nueva tropa de élite policial que sin embargo pernoctará en cuarteles, más el permiso para ser sustituida por agentes DEA en la lucha contra el narcotráfico, lo que es una concesión absolutamente ilícita, indigna a la soberanía y de irrespeto a las funciones estatuidas de defensa nacional. Si todo eso está ocurriendo, ¿para qué ocupamos en Honduras la fuerza castrense?

El político servil ¿no se entera de que se cuelga sogas al cuello, de que con cada cesión de estas hunde al prospecto todo de la civilidad, cebando contra él grupos, clanes y logias terriblemente ambiciosas de poder, dinero y dominación? ¿No siente que incentiva a la cruda lucha de clases y que crea prejuicios culturales ya que incita a que el uniformado califique al ciudadano prototipo -el civilón- como enemigo, y a que éste genere resentimientos profundos -y justificados- contra ese animal violento que lo desprecia, agrede y discrimina?

En mis prolongados años jamás había presenciado un espectáculo tan miserable de suicidio democrático, el de una generación conductora social que se posiciona voluntariamente bajo la hoja de la guillotina y que, incluso más, acciona el disparador.

Pobres los jóvenes, complicada su existencia. Deberán corregir y refundar toda la anormalidad absurda y cobarde que les hereda mi generación.

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