viernes, 17 de agosto de 2012

Hegemonía Global, Modelos Alternativos y Nuevas Resistencias




Por Néstor Leone

 Violencias de Estado: La guerra antiterrorista y la guerra contra el crimen como medios de control global, publicado de forma reciente por Siglo Veintiuno Editores, es una especie de tratado teórico sobre las nuevas formas de dominación globales y, a su vez, un ensayo geopolítico sobre el mundo actual. Combina ambas cosas, deliberadamente. Su autora es Pilar Calveiro, doctora en Ciencias Políticas egresada de la Universidad Nacional de México, argentina, secuestrada en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) durante la dictadura militar y luego exiliada en México a partir de 1979. Autora de otros ensayos como Poder y desaparición y Política y/o violencia, una aproximación a la guerrilla de los 70, Calveiro analiza en esta entrevista con Debate los nudos problemáticos que trata la obra y reflexiona sobre las resistencias y desafíos de los movimientos sociales y políticos alternativos a la globalización neoliberal. 

En el libro habla de una reorganización hegemónica del mundo, ¿en qué consistiría?
En las formas nuevas que adquiere lo económico, lo político, lo ideológico, las subjetividades, luego de las transformaciones que se sucedieron desde el mundo concebido como bipolar a esta globalización neoliberal de hoy. Esta reorganización no ha concluido, está en curso, por eso puede resultar vaga como conceptualización. Pero sí tenemos algunos indicios sobre sus características. Por ejemplo, sabemos que se ha modificado el papel del Estado-nación y que aparecen nuevas instancias estatales, que son supranacionales. Estas pistas están, pero la idea que se plantea en el texto es que no está claro cuál será el nuevo modelo. 

Y, entre las pistas, los nuevos tipos de violencia de Estado, como dice el título. 
Claro. El libro intenta mirar qué transformaciones han tenido las violencias de Estado con respecto a otras etapas anteriores. Y lo que resulta de esta observación es que, efectivamente, existe una forma de organización de la violencia diferente y nueva, que no implica una ruptura con el mundo bipolar, sino una profundización de algunas prácticas que existían previamente y la instalación de algunas otras que son de nuevo cuño. Pero todas se pueden agrupar en dos formas predominantes de violencia estatal: la guerra antiterrorista y la guerra contra el crimen.

América Latina las conoce de primera mano. ¿Qué es lo nuevo, entonces, en ellas?
La centralidad del fenómeno de la seguridad en la agenda política, que no en todos los países aparece como “guerra”, pero sí como amenaza social, habilita una transformación del derecho que permite nuevas formas de ejercicio de la violencia estatal, más ligadas al derecho de excepción. La guerra contra el terrorismo habilita la guerra contra el antiterrorismo, que instaura medidas de excepción. Lo mismo con el crimen organizado. 

Usted también marca un ajuste de cuentas con la democracia tal como se la concibe hoy en el mundo: mucho más extensiva en términos geográficos y de enunciación de derechos y, a su vez, más restringida en cuanto a ejercicio real. 
Éste es un tema fundamental: de qué democracia estamos hablando. Existe consenso sobre que la democracia es la forma de gobierno legítima por excelencia, pero la democracia de esta reorganización es absolutamente formal. En realidad, sería más lógico hablar de una suerte de oligarquía, dado que es un régimen que tiene establecidos procedimientos que son técnicamente democráticos, pero en manos del poder económico. De todos modos, hay una lucha política de gran importancia que trata de instalar democracias más participativas y ponen cierto freno a esta reorganización hegemónica. Aquellos gobiernos más participativos funcionan como verdaderas resistencias a este avance del modelo global.

Movimientos alternativos 
En el libro, marca como características del mundo actual la “desestructuración de la política” y el debilitamiento de la autonomía del Estado. En algunas regiones de América Latina, sin embargo, parecen estar dándose signos de sentido inverso. ¿Comparte?

Exactamente. Cuando hablaba de las luchas que tratan de instalar democracias más participativas me refería a muchas de estas experiencias. Con todas sus restricciones y particularidades, son modelos que están proponiendo una resistencia a esta penetración y este vaciamiento que implica la reorganización global.

¿Cuáles son las rupturas que establecerían esos modelos alternativos?
Todas las cosas que van en contra, erosionan, dificultan o demoran la penetración de estos grandes poderes globales en las respectivas sociedades son importantes. Los rasgos distintivos de estas democracias alternativas, que intentan ser participativas y reales, están ligados con la voluntad de atender cierta redistribución de la riqueza, intentar una participación mayor en lo político y económico, propiciar formas de autoorganización y, por supuesto, disputar sentido con los medios de comunicación, que son un factor de poder extraordinario que violentan las agendas nacionales.

En América Latina se está dando un abanico de experiencias muy diversas. ¿A cuáles se refiere?
A la Venezuela de Hugo Chávez, a la Argentina de los Kirchner, a la Brasil del PT, al Ecuador de Correa, a la Bolivia de Evo… Todas, a su modo, intentan poner un freno a esta penetración. Que en todos los casos enfrenten problemas con los medios de comunicación, tampoco es casual. Algunas con más decisión, otras con menos, necesitan establecer su propia política comunicacional ante medios que las hostigan o, directamente, propician movimientos de desestabilización. Y todas tienen una mayor participación del Estado como instancia de regulación, ante un contexto que pide lo opuesto.

En la última década pareció instalarse, desde estos medios, un discurso adverso con los nuevos gobiernos de la región, que pretendía cerrarles caminos y ser aleccionador con ellos. Sólo tuvieron éxitos muy parciales. Pero ahora aparecen sucesos como los de Paraguay... 

Sucesos como los de Paraguay y los que enfrenta Evo Morales en Bolivia. No son elementos aislados, sino parte de una política de intento de cortar estos modelos alternativos que -estimo- va a ir en ascenso. 

En ese sentido, usted habla de la proliferación de discursos contrarios a la concentración de poder por parte de los Estados o propensos a limitarlos. Y señala que son discursos para nada casuales. 

Precisamente. Además se recurre a la vieja acusación de la posibilidad de un autoritarismo estatal y, entonces, a todos estos proyectos alternativos se los acusa de autoritarios, en un uso absolutamente tramposo. Efectivamente, los Estados en América Latina tienen una vieja tradición autoritaria, pero ésta no proviene de los grupos que, en estos momentos, constituyen esas experiencias alternativas, sino todo lo contrario. La acusación de autoritarismo y la posibilidad de una acumulación excesiva de poder vienen de estos otros sectores, que son los tradicionalmente autoritarios y que, efectivamente, protagonizaron experiencias represivas, lo contrario a lo que representan hoy gobiernos como los de Evo, Lula o los Kirchner…

Ahí surge, otra vez, el poder los medios de comunicación, insertos en un engranaje que los incluye, pero que los excede.

El tema de los medios, de nuevo, se debe ver en términos globales. No solamente es interesante observar cómo hostigan, sino que también es interesante ver cómo esconden los logros de estas experiencias alternativas. No se difunde, por ejemplo, el crecimiento económico que ocurre en estos otros modelos. Sólo aparecen las debilidades, las dificultades, los obstáculos. Pero no aparecen, de ninguna manera, los logros que efectivamente tienen estas democracias más participativas. Se las esconde, se las obtura. 

La crisis global de estos años, que uno supone tiene lazos concretos con esa reorganización de la que usted habla, ¿qué efectos tiene en término de relaciones de fuerzas, de asimetrías, de nuevas formas de control social?
La crisis global, que se vive como algo terrible por la mayor parte de los países, es una crisis en la que los banqueros salieron fortalecidos. La

acumulación de activos financieros se incrementó, perjudicando a los sectores medios y los sectores tradicionalmente más desprotegidos. Estas crisis no implican crisis del modelo, sino su éxito. Logran los objetivos implícitos que tienen: incrementar esta concentración de la riqueza y, por lo tanto, dejar a más sectores en situación de exclusión. Pero habría que ver cuánto más se puede concentrar la riqueza en términos globales…

Resistencias
Si en cualquier lugar en el que existan relaciones de poder hay resistencia, ¿cómo se desarrolla la que corresponde a esta nueva etapa del capitalismo?
Efectivamente, todas las formas de organización del poder generan formas de resistencia. Ahora también creo que cuando un poder hegemónico se está constituyendo, la resistencia es más difícil, porque todavía no están claras las características de ese poder. Es necesario tener en claro cuál es su índole para poder realizar las resistencias más eficientes. Pero esto no quiere decir que no existan.

De hecho, en Europa se están viendo. Y también en Nueva York, centro del poder financiero.
Los altermundistas y los movimientos de la Primavera Árabe o de los países centrales tienen que ver con esa resistencia. La posibilidad de que sean eficientes va a ir decantando a medida que quede más claro frente a qué se están oponiendo. Por ahora, lo que vemos es que estos movimientos tienen otras características: son mucho más horizontales y corresponden a jóvenes excluidos más por sus características de edad que porque provengan de los sectores más desprotegidos... También veo cierta restricción en su capacidad de incidencia política. Y éste es un punto central.

¿En qué sentido?
Se necesita que estas experiencias tengan una articulación más importante con formas de organización política más tradicionales, que tienen mayor arraigo e inserción en la sociedad. 

Estos actores eran, además, los encargados de organizar los sentidos. Los partidos políticos tradicionales perviven, pero han perdido cierta centralidad.
Buena parte de la crítica que se hace a las formas de organización tradicionales tiene razones atendibles, como las formas jerárquicas o las articulaciones con los factores de poder. Desde el zapatismo hasta los movimientos altermundistas, lo marcaron muy bien. Sin embargo, me parece que también hay que observar que estas instancias tienen repercusión en ciertos ámbitos de la sociedad que están llenos de sentido y a los que no se llega de otra forma. Por ejemplo, la organización sindical y la defensa de las condiciones de trabajo. El acceso al gobierno por parte de estos sectores de resistencia es fundamental. La cuestión, entonces, debería pasar por la articulación de las diferentes formas de organización y de lucha, para que convoquen a sectores diferentes, con prácticas también diferentes. Es decir, para organizar la resistencia de todas las maneras posibles. 

Quizá uno de los déficits que, en algún momento, pueda representar un valor positivo es, precisamente, esa inorganicidad, que no les permite dar el salto cualitativo hacia lo político. 
Claro. La movilización tiene mucha importancia, pero también tiene límites. No todos los grupos sociales pueden estar movilizados, no todos se conectan a través de las redes, no todo se resuelve con la ocupación de la plaza pública... En definitiva, no hay lucha que no tenga alcances limitados. En un contexto como éste, con una reorganización hegemónica tan importante, es fundamental avanzar a través de todos los espacios posibles. Sobre todo, porque no queda muy en claro cómo se reestructura el poder ni cómo se debería ofrecer la resistencia más eficaz.

El poder de la memoria
En Poder y desaparición reflexionó sobre la “racionalidad” del aparato represivo y sobre la sistematicidad del terror, más allá de su testimonio como cautiva y víctima. ¿Cómo vive los juicios contra los responsables del terrorismo de Estado? 
Los juicios son una conclusión lógica, necesaria y saludable. Cuando una sociedad rechaza las formas autoritarias de organización del país y decide que esa forma ya no tendrá cabida, siempre es necesario un ajuste de cuentas en el campo del derecho respecto de esas prácticas ilegales y, de alguna manera, consigo misma. La Argentina, en ese sentido, ha sido un caso paradigmático. Pero mirar los setenta va más allá de la responsabilidad jurídica de quienes instrumentaron el terrorismo de Estado. La memoria tiene que ver, también, con entender los procesos que se dieron en nuestras sociedades, para reflexionar sobre cómo pasó lo que pasó y quiénes somos, cosa que no se puede agotar en lo jurídico. 

En eso, evidentemente, sí estamos un paso adelante respecto de otras sociedades. 
Por supuesto. Pero no sólo respecto de la región, sino también de los países centrales. ¿Dónde ha habido un ajuste con respecto a los abusos del pasado como el que hubo aquí? ¿Qué hizo Estados Unidos con el período de su Apartheid y su permisividad con el Ku Klux Klan, por ejemplo? ¿Qué ha hecho España respecto de los crímenes del franquismo? Los argentinos hemos dicho “esto no puede volver a ocurrir” y esto sí que es muy importante.

El “modelo” mexicano 
Una parte importante del libro tiene anclaje en el “modelo mexicano” de lucha contra el crimen organizado como “enemigo interno”. ¿Qué elementos paradigmáticos tiene?
Hablo de modelo porque esta discusión sobre la seguridad como fenómeno bélico llegó muy lejos en México. Y porque esta guerra contra el crimen organizado permitió un despliegue extraordinario de la violencia dentro de la sociedad. Esto tiene que ver con distintos fenómenos. Por un lado, la penetración de los poderes económicos ilegales entrecruzados con los poderes corporativos. De hecho, la economía legal está fuertemente articulada con la ilegal. Por el otro, la interprenetración de estas redes con el sistema político y con el Estado en sus distintas instancias.

Usted reside en México desde hace varias décadas. ¿Cómo evalúa el proceso político en curso, con la vuelta del PRI al gobierno?
El ascenso del PRI no significa un cambio sustantivo con respecto al gobierno del PAN. En realidad, han hecho una especie de alternancia para el sostenimiento de un mismo modelo. Seguramente habrá aspectos específicos que se van a modificar, pero no en sus elementos sustantivos. La resistencia a esto es importante, pero igualmente lo fue en 2006, cuando también se dio una movilización masiva ante el fraude, que no logró echar atrás la legalización del nuevo gobierno. En esta ocasión es posible que ocurra algo parecido. Lamentablemente. 

¿Qué relación puede establecerse entre la rebelión zapatista de mediados de los noventa y esta protesta de nuevo tipo que tiene al movimiento “YoSoy 132” como eje?
El movimiento zapatista fue muy importante e inspiró a muchos otros, conectado con los altermundistas. Pero, desde mi punto de vista, perdió respaldo y credibilidad en muchos sectores de la sociedad por su cuestionable rol en el proceso electoral de 2006. Su discurso contra cualquier organización dentro del sistema político formal y sus críticas duras e injustas al PRD, en un momento en el que Manuel López Obrador estaba en ascenso y aparecía como una alternativa importante para ofrecer un gobierno distinto, fueron un punto de inflexión. De todos modos, siguen en pie sus experiencias autónomas de organización en los municipios. Falta esa articulación con otras formas de luchas, aun las que se encuentran dentro del sistema formal.

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