viernes, 20 de julio de 2012

Los jinetes del desarrollo en tiempos neoliberales: Tercer Jinete




Tercer jinete: la cultura gerencial y el pensamiento positivo
Son cuatro los jinetes que hemos identificado campeando por Centroamérica en estos tiempos neoliberales. En su cabalgar provocan cambios, desarrollo, nuevas identidades. Ya hablamos de los narcos y de las ONG. Le toca el turno ahora a las iglesias evangélicas neopentecostales. Pero antes de seguirles en su galopar debemos reflexionar sobre el sincretismo que han hecho a partir de dos nutrientes nocivos: la cultura gerencial y el pensamiento positivo.

José Luis Rocha, Revista Envío 362

Necesitas un milagro? Ven y pide a Jesús tu milagro, susurra una persuasiva voz de locutor radial, tras la que se alterna una enérgica voz masculina: Esta joven padecía de insuficiencia renal y una compungida femenina: Mi piel se empezó a regenerar. El pastor Cash Luna, líder de la Casa de Dios en Guatemala, ofreció milagros las noches del 17 y 18 de septiembre de 2011 en el American Airlines Center de Dallas Fort Worth en Texas. Invitó Jesucristo y pagaron quienes fueron bendecidos con suficiente fortuna.

Los milagros y los taumaturgos no son una novedad posmoderna. Sí lo son las formas que adoptan hoy en Centroamérica grandes gurús que aceitan los engranajes del sistema y se aseguran de que la riqueza fluya y sedimente fortunas en sus buches redondos y en los dilatados bolsillos de las grandes empresas. Apelan al mismo dispositivo que las versiones seculares: el anhelo sicótico por ver la realidad apetecida. Las versiones seculares de la explotación de este apetito aparecen diariamente en las pantallas de televisión: ¿Será éste el amor de tu vida? ¿Te quieres asegurar antes de dar el gran paso? Envía BODA al 2525.

Envía Pelona para saber el cuándo y cómo de tu muerte. Envía Suerte para obtener el número de lotería premiado. ¿Cuántos muerden el anzuelo? Abracadabra: las ansiedades e incertidumbres de la posmodernidad pueden ser disueltas por las palabras mágicas. Por un consejo sibilino enviado a tu celular o por una visita a una famosa sala de conferencias o templo. Saldo: millones en la bolsa de las compañías telefónicas, los timadores, las aerolíneas, los hoteles… El pensamiento positivo -en su versión religiosa y secular- ha expandido sus dominios y acentuado su carácter de acelerador del capitalismo cristiano y sus mega-negocios.

El Poder de los Neo-Pentecostales

En este texto llamaré neo-pentecostales a los actores políticos que son fruto de un sincretismo: se constituyeron mamando -y se propagan difundiendo- el pensamiento positivo y el secular culto a lo gerencial. Aunque no todos sus grupos y líderes están involucrados en la Política con mayúscula, son actores políticos porque envían directrices de cómo actuar en sociedad y comportarse ante el Estado. Sus pastores son intelectuales orgánicos al extremo: no sólo difunden un tipo de sentido común y una forma de ser ciudadanos. Lo hacen calando hasta las entretelas de los comportamientos más íntimos, moldeando incluso los comportamientos e instituciones sociales -como la conducta sexual o la configuración familiar- que permanecen inalcanzables para la escuela y el aparato estatal y cada día más inasibles para la otrora omnipresente iglesia católica. 

Después de los narcos y las ONG son un tercer jinete digno de atención. No debido a su -abultado, aunque todavía no masivo- número, sino a su influencia y eficacia, a su impacto social, a su capacidad de marcar el nuevo mapa del poder en la Centroamérica de comienzos del siglo 21.

El Sincretismo Religioso digiere alimentos nutritivos o indigestos 
¿Los neo-pentecostales son sincréticos? El sincretismo forma parte del proceso vital de toda religión. Todas las grandes religiones son el producto de un inmenso proceso de sincretismo. El teólogo católico brasileño Leonardo Boff, en Iglesia: carisma y poder, afirma que “la catolicidad como sinónimo de universalidad sólo es posible y realizable a condición de no huir del sincretismo, sino, por el contrario, hacer de él el proceso de elaboración de la misma catolicidad”. 

Existen diversas modalidades de sincretismo. Las expresiones sincréticas de las que me ocuparé corresponden a la sexta modalidad que Boff define como “sincretismo como refundición: La religión se abre a las diferentes expresiones religiosas, asimilándolas, reinterpretándolas y refundiéndolas desde los criterios de su propia identidad. El proceso histórico constituye un factor decisivo que permite que el ethos básico de la religión dominante consiga “digerir” los elementos advenedizos y hacerlos suyos. Nos hallamos ante un proceso vital y orgánico, semejante al que tiene lugar con el alimento, que, por más diverso que sea, es ingerido y refundido en el sistema de la vida humana. Pero hay también alimentos indigestos, nocivos, y otros que producen excreciones”.

El Cristianismo se hizo romano
Aunque en sus definiciones Boff se concentra en el sincretismo de dos o más tradiciones religiosas, en sus ejemplos aborda el sincretismo del cristianismo con la tradición romana, donde lo religioso es sólo un componente entre otros.

El cristianismo absorbió normas, ritos, políticas, nomenclatura y lenguaje de la cultura romana. Era inevitable: la imbricación administrativo-jurídica llevó a una fusión doctrinal y a una absorción de instituciones. La simbiosis cristianismo-imperio fue perfecta: a la tradición monárquica romana, que buscó subterfugios en tetrarquías y diarquías, se le dio el fundamento sobrenatural de la monarquía cristiana. El emperador le concedió a los cristianos algunos edificios oficiales (basílicas) y luego, estrenando el título de “nuevo David”, convocaba a los concilios. 

En el año 315 el monograma de Cristo y otros signos cristianos aparecieron en las monedas (¡por fin se dio a Dios lo que era del César!), una medida de capital importancia porque las monedas constituían -y constituyen- un instrumento de propaganda casi global. Los tribunales eclesiásticos adquirieron jurisdicción civil y los obispos fueron equiparados -en respeto y poder- a los gobernadores. Las exenciones de impuestos vinieron a reforzar la acumulación y el feliz maridaje. 

Posteriormente, el Estado se convirtió en brazo fiscal de la iglesia. Y la iglesia adoptó como unidades administrativas las “diócesis”, conglomerados de provincias del imperio inventadas por el emperador Diocleciano (244-311). Para mejorar la recaudación de impuestos, Diocleciano duplicó de 50 a casi 100 el número de provincias romanas y las agrupó en doce diócesis, cada una gobernada por un oficial llamado vicarius, otra herencia romana al cristianismo.

El Cristianismo rompió con sus raíces judías 
En el año 325 Constantino convocó al concilio de Nicea, que condujo mediante un obispo y comisarios imperiales designados para tal efecto. Aprovechó para convertir las resoluciones del concilio en leyes estatales y para asimilar la organización de la iglesia a la organización de su imperio. Desde entonces las provincias eclesiales coincidieron con las diócesis, provincias imperiales. La iglesia rompió con sus raíces judías y desarrolló un antisemitismo cristiano montado sobre el antijudaísmo ya existente. El ejército y la administración civil actuaron pronto como brazos seculares de la iglesia imperial ortodoxa contra los herejes. Monofisitas, arrianos y donatistas padecieron la represión del nuevo imperio romano-cristiano.

El historiador Leopold von Ranke nos cuenta que “en los mismos emplazamientos donde fueron adorados los dioses olímpicos, con las mismas columnas que sostuvieron sus templos, se levantan los santuarios en honor de aquellos que habían ultrajado a los ídolos y habían sido castigados con la muerte. Esto facilitó la fusión con la antigua religión estatal. El cristianismo de aquella primera hora también incorporó costumbres paganas, como el culto a las reliquias y la creencia en milagros, muy extendido en zonas bárbaras, rurales y populares.

El éxito del cristianismo estribaba en que tenía elementos capaces de satisfacer todos los gustos, al haber incorporado -no como mero sincretismo de agregación, sino asimilando y fusionando- ritos, protocolos y costumbres de múltiples tradiciones religiosas y seculares. Los ritos que conmemoraban la crucifixión y resurrección de Jesús recordaban las religiones mistéricas. La figura de María, la madre de Jesús, brindaba un suavizante toque femenino que evocaba a las deidades femeninas de los panteones griegos y romanos. 

Las costumbres austeras de los cristianos coincidían con las de los estoicos. El cristianismo estuvo abierto a todos, incluidos los esclavos. La consigna paulina de “hacerse todo a todos” había sido aplicada con eficacia y rendido generosos frutos.

El Sincretismo es un riesgo, también una necesidad
Este sincretismo cristiano supuso, como advierte Boff, la asimilación de alimentos nocivos y excrecencias. La integración a los contextos locales empujaba a la barbarización, que fue llevada al extremo de incorporar prácticas incompatibles con el cristianismo primigenio: la participación de la iglesia en la violencia, las ordalías, los rituales de penitencia. Justicia divina y justicia terrestre se confundieron en una misma barbarie. Y el pacífico Jesús de Nazaret fue representado con traje militar romano.

El cóctel romano estaba plagado de bacterias anti-cristianas. Pero algunos jerarcas de la iglesia se sintieron tan cómodos con las instituciones romanas que rescataron algunas que habían caído en honroso desuso: el Papa León I (440-461) retomó el título de Pontifex Maximus, al que había renunciado el emperador Graciano el Joven casi un siglo antes por considerarlo incompatible con el cristianismo. Y es que, una vez que tomó la sartén del poder por el mango, el cristianismo no fue tan fiel al legado de Jesús, dejando incólumes tres estructuras básicas de la vida económica romana: el respeto a la propiedad privada, el cumplimiento de los contratos y la legitimidad de los beneficios.

Aunque entraña peligros, el sincretismo es una dinámica que caracteriza la apertura y la vitalidad de una religión. Desde una perspectiva teológica, la religión cristiana busca mediaciones para transmitir el mensaje salvífico de Cristo. Debe hacerlo porque la religión hunde sus raíces en el mundo concreto en el que están insertas las personas y la comunidad. La fe se expresa en una dimensión sociológica, echando mano de los instrumentos que encuentra en la cultura, la sociedad y el estatuto de clase. La fe se hace visible, audible y tangible en la corporeidad de ritos y símbolos, dogmas y normas, instituciones y comportamientos. La clave del verdadero sincretismo está en la encarnación, en las más diversas culturas, sin perder su identidad.

Hay Sincretismos sanos y nocivos ¿cómo distinguirlos? 
Boff establece criterios para distinguir el verdadero del falso sincretismo. El verdadero traduce la identidad cristiana, el falso la deteriora y destruye. Una de las principales patologías del sincretismo es la traición a la esencia del cristianismo: un sincretismo será cristiano si el núcleo esencial de la fe cristiana toma cuerpo en el marco simbólico de otra cultura: “Esto supone que la cultura se convierte en su núcleo, hasta el punto de dejar de ser lo que era, pasando a ser expresión de la fe cristiana. Lo cual no es posible sin conversión. De lo contrario, la identidad cristiana se habría corrompido y habría sido absorbida por la identidad propia de la cultura con la que ha entrado en contacto”. 

Si la otra tradición cultural -como parece haber ocurrido en Brasil con la religión yoruba- elabora un sincretismo utilizando elementos de la religión cristiana, tenemos un sincretismo yoruba, y no un sincretismo cristiano. Este criterio nos introduce en un terreno muy escabroso porque no hay una sola iglesia cristiana. En el mismo seno del catolicismo, a pesar de la existencia de dogmas y de una doctrina oficial, no hay unanimidad en la definición de lo “esencialmente cristiano”.

¿Cómo saber si un sincretismo es sano o patológico desde el punto de vista de la tradición cristiana y su estrategia de permanencia? Aun sin despejar por completo esta incógnita, el criterio sobre “la traición a la esencia del cristianismo” tiene el valor de señalar que cada proceso de sincretismo puede correr en al menos tantas direcciones como corrientes culturales intervengan. Y, contra la sabiduría popular y la llana intuición, sucede que no siempre el tiburón se traga a la sardina: la tradición religiosa más imberbe, emocional y minoritaria puede ganarle la partida a la más provecta, sesuda y masiva. 

Veamos lo que está sucediendo con los nuevos sincretismos que están teniendo lugar en los países de Centroamérica. Porque estos procesos no son cosa del pasado. De forma tan dramática y gradual como en la antigua Roma, tienen lugar hoy en la nueva Roma-Estados Unidos y en las provincias periféricas, como somos los pulgarcitos centroamericanos.

El Gerencialismo: La Nueva Religión
Dos son los nutrientes que digiere el sincretismo neo-pentecostal que identifico: el gerencialismo y el pensamiento positivo. El gerencialismo es una manía que ha devenido en sentido común. Se propaga tan imperceptiblemente como el polen, pero sin producir alergias ni escozor. Su acervo conceptual y su panoplia de recursos lograron adquirir el rango de instrumental incuestionable, situado más allá del bien y del mal: son ciencia, pues, ¡manos arriba! 

Gerencialismo es el nombre que doy -a falta de uno mejor- al empoderamiento del lenguaje y métodos acuñados en los cubículos -cubiles, sería más justo- gerenciales y luego diseminados por los cuatro puntos cardinales. Es el hecho y la práctica de que el lenguaje de los gerentes se haya convertido en la lengua franca del discurso “profesional” de la cooperación al desarrollo, de la organización y acreditación de las universidades, de la reflexión sobre la política y -novedad de novedades- también del discurso religioso.

Tomo el término de una fuente anglosajona: el antropólogo británico David Lewis, en un artículo sobre las ONG, se refirió al managerialism al denunciar el fuerte énfasis en temas meramente gerenciales: el managerialist language. Develó Lewis la concentración en temas como el fortalecimiento organizacional, la construcción de capacidades, la planificación estratégica y las mejores prácticas, desde un lenguaje desatento de la densidad teorética, aplicado a la ciencia gerencial de las ONG, orientada a hacer las cosas a menor costo, mejor y más rápido, ni más ni menos que como cualquier empresa. David Lewis destaca la influencia del managerialism en la literatura sobre las ONG.

El Emprendurismo: El Nuevo Culto 
El gerencialismo implica, por supuesto, una veneración del emprendedurismo. La falacia de que se debe promover un “uso productivo” -una inversión empresarial- de las remesas que envían los migrantes es una expresión del culto al emprendedor. Esa falacia descansa sobre el supuesto de que todo receptor de remesas tiene madera de empresario y por eso, con un empujoncito de las ONG, el Estado o el Banco Mundial, puede prosperar con una pulpería, un canasto de pan, un taller de mecánica o una olla de nacatamales. 

Para el gerencialismo, los héroes de la película son los gerentes/empresarios: grandes, medianos, pequeños o enanos. Por eso el gerencialismo se presenta como una profesionalización de las virtudes de la ética protestante: saber administrar, saber auditar, saber invertir, ser un virtuoso del cálculo costo-beneficio. Las virtudes se convierten en técnicas adquiribles mediante adiestramiento. Siguiendo este hilo, se llega al ovillo de la financiación de las estrategias: los problemas y las soluciones de la sociedad y la economía encuentran en los objetos, conceptos y métodos del mundo financiero su expresión más acabada. Si hay corrupción, la solución es la accountability, la famosa rendición de cuentas. 

Sobre el terreno de juego, ese reduccionismo significa que los planteamientos deben formularse en términos matematizables, cuantificables en dinero, procedimentales y/o plasmables en un plan con objetivos, actividades, metas e indicadores. Los gerentes -a menudo profesionales de la administración de empresas- son estrategas que diseñan rutas, aconsejan a desorientados y campan por las castillas para desfacer agravios, enderezar entuertos y proteger a las empresas doncellas.

Las Auditorías: Los Nuevos Rituales 
La industria de las auditorías es un submundo e instrumento de esta cultura gerencial. Hace 15 años Michael Power, contador, auditor, profesor de contabilidad de la London School of Economics, miembro del Instituto de contadores acreditados en Inglaterra y Gales e investigador del Instituto europeo de estudios avanzados en gerencia de Bruselas -es decir, alguien que vive en y de las entrañas del monstruo-, publicó The Audit Society, un libro en el que analiza los rituales de verificación como una fiebre que, desde inicio de los años 80, se expandió en Gran Bretaña y Norteamérica, provocando una verdadera explosión de la industria de las auditorías, antes confinadas al ámbito de las finanzas y repentinamente omnipresentes en forma de auditorías médicas, auditorías tecnológicas, auditorías medioambientales, auditorías de la calidad y de la enseñanza, entre muchas otras. 

Power sostiene que la avalancha de las auditorías se origina en una voluntad política de controlar y adquirir legitimidad. En un contexto donde el Estado y la sociedad han decaído como fuentes de legitimidad, el poder -que permanece inauditable- se legitima mediante rituales de control. The Audit Society enfatiza las consecuencias disfuncionales que las auditorías generan en las entidades auditadas debido a sus limitadas posibilidades y al reduccionismo que las vicia, perceptible cuando, por ejemplo, reducen las evaluaciones -que deberían valorar la relación entre los cambios observados y lo programado- a la auditoría, incapaz de valorar todos los cambios y a menudo concentrada en normativas semejantes a dogmas y procedimientos que mimetizan rituales.

La antropóloga británica Marilyn Strathern señaló que, aunque la práctica de las auditorías suele aparecer como elemento inevitable de los procesos burocráticos, una vista en perspectiva nos muestra sus contornos como artefacto cultural nuevo y su carácter de instrumento del neoliberalismo. Un viejo nombre es usado para un fenómeno nuevo: accountability. No importa lo que la rendición de cuentas solía ser: hay un nuevo consenso sobre cuáles son las buenas prácticas y sobre la necesidad de alcanzar la eficiencia económica. Sólo determinado set de procedimientos -rituales los llaman Power y Strathern- pueden medir esa eficiencia y adecuación de prácticas. Sólo ciertas operaciones cuentan. 

Así es como lo financiero y lo moral se encuentran, en este cambio de siglo, para representar otra forma de accountability, en un proceso donde se moldea la cultura: hay una emergencia -y predominio- de las maneras y modos socialmente plausibles de valorar los procesos. En este favorable contexto, el concepto de auditoría saltó del ámbito de las finanzas a todos los tablados y ahora es sinónimo de todas las evaluaciones y medidas. 

Los profesionales y los profanos se tornan devotos de la implementación. Y el idioma de los gerentes es hablado y escuchado a diestra y siniestra -del espectro político- como el idioma de la regularización y la organización. Estas prácticas y ese lenguaje determinan el flujo de recursos y parecen ser cruciales para la credibilidad de las empresas.

Los Gerentes: La nueva casta sacerdotal
Estamos parados -¿de brazos cruzados, obnubilados?- ante el imperialismo de una disciplina. Los abogados oficiaron a lo largo del siglo 20. Absolvieron o condenaron blandiendo la etiqueta “legítimo” e “ilegítimo”. Sus monumentos -muchos en acelerada fase de oxidación- son Naciones Unidas, los acuerdos y procedimientos burocráticos de la Unión Europea, las ahora decadentes burocracias estatales y otros constructos jurídicos. Su escolástica edificó una realidad virtual donde los hechos formales antecedían, producían, compensaban o sustituían a los hechos reales. El valor facial se superponía al valor real. 

Los gerentes constituyen la nueva casta sacerdotal -los contadores son sus monaguillos- que divide a empresas, personas y países en solventes e insolventes, deficitarios y superavitarios, precarios o consolidados, rentables o embargables, eficientes o supernumerarios. Sus rituales de verificación pueden redimir o excomulgar. Si para los tinteros legales únicamente existe lo tipificado y normado, para los gerentes sólo cuenta lo que se puede contar.

Una ideología maquillada de ciencia 
Por procedimientos muy semejantes a los de los leguleyos, el gerencialismo también crea su escolástica y sus entidades metafísicas. El filósofo alemán Jürgen Habermas, en Ciencia y técnica como “ideologías”, denuncia la “actitud que refiere ingenuamente los enunciados teóricos a estados de cosas. Esta actitud considera las relaciones entre magnitudes empíricas, que son representadas por enunciados teóricos, como algo que existe en sí. Y a la vez se sustrae al marco trascendental, solamente dentro del cual se constituye el sentido de semejantes enunciados. No bien se entiende que estos enunciados son relativos al sistema de referencia previamente puesto con ellos, la ilusión objetivista se desmorona y deja franco el paso a la mirada hacia un interés que guía al conocimiento”. 

Pero el gerencialismo a menudo es impenetrable a esa mirada. Sus magnitudes y reducidísimo acervo de categorías presentan una realidad deliciosa por simple y dócil a las manipulaciones (mentipulaciones). Y es que, como muchas otras hadas madrinas del capital, el gerencialismo es ideología maquillada de ciencia.

En su seno aparecen propuestas inefables, como la de auditar la ética en las pequeñas y medianas empresas. O matemáticas avanzadas, como la que nos trajo, de la mano de un funcionario del Banco Mundial, la ecuación que desglo¬saba componentes y proporciones de la corrupción. 

El mundo de la vida escapa del gerencialismo
Bajo estas propuestas cientificistas se oculta -es el interés que guía al conocimiento- una voluntad de control y dominio tecnocrático. En su afán de legitimarse como autoridad científica, una tecnocracia gerencial -que se ocupa de asuntos esencialmente sociales- reduce las vivencias a meros dígitos, estados de cuenta, variables y otras abstracciones a las que se escapa el mundo de la vida. Las vivencias no son asunto de medición porque, como señaló el filósofo Hans-Georg Gadamer, “los datos históricos a los que se reconduce la interpretación de los objetos históricos no son datos de experimentación y medición, sino unidades de significado”. Sin atender al mundo de los significados, a la producción de sentido y, por tanto, a las vivencias como esencia de lo humano, las construcciones sociales son incomprensibles.

En los análisis gerenciales, los eventos y deslices humanos carecen de significado. Son errores de cálculo, accidentes, efectos colaterales… Van a dar a las cajas negras de la contabilidad. Las migraciones -experiencia de millones de centroamericanos- ya eran masivas, pero despreciables como evento social para los macroeconomistas que calculan las cuentas nacionales y que durante varios años lanzaron las remesas al rubro de “errores y omisiones”. Hasta que el “error” creció tanto de volumen que superó a los principales rubros de exportación, la inversión externa, los préstamos de los IFIs y las donaciones internacionales. El mundo de las vivencias debe orientar el espacio administrativo, y no al revés. El espacio administrativo es un fragmento del mundo de las vivencias. Pero no hay espacio para ese mundo de vivencias en el -que se pretende- universo gerencial, salvo -de manera caricaturesca- en los millones de libros de recetas sobre liderazgo empresarial y manejo de personal, un área de intersección del gerencialismo y el pensamiento positivo.

En la literatura gerencial no hay grandes discursos que transmitir. Se trata nada más que de un cúmulo de recetas. La técnica se ha convertido en doctrina. Aparentemente no hay más imago figurata que los protocolos de cálculos, los formatos, la secuencia de pasos, las fórmulas. Los dogmas son procedimientos. Pero por eso mismo esta nueva modalidad de adoctrinamiento es más penetrante y persistente: la encubierta catequesis se abre paso en sujetos desprevenidos. El terreno está libre de broza, limpio para inocular sistemas de valores. Ninguna escuela de cuadros tuvo un trabajo previo de reclutamiento tan eficaz, unas capacitaciones tan consuetudinarias, unos alumnos tan acríticos ni tantos multiplicadores pro bono. ¿Qué críticas podrían hacerse si no hay teorías que refutar?

Ya no hay búsqueda de sentido. Ahora hay marcos lógicos y FODAs 
El filósofo Max Horkheimer observó que el triunfo de la razón instrumental significó la reducción de la razón a su dimensión operativa: calcular probabilidades y determinar los medios más adecuados para alcanzar un fin dado. Desde el punto de vista de esta razón, no tiene sentido discutir sobre la preeminencia racional de un fin sobre otro. Esta fue la tarea primigenia de la razón. Antes de quedar reducida a la mediación entre medios y fines, la razón tenía el encargo de comprender y determinar los fines. 

La tolerancia liberal -un concepto en extremo ambiguo- supuso libertad con respecto a la autoridad dogmática, pero también una actitud de neutralidad frente a cualquier contenido espiritual, abandonado al relativismo. La razón formalizada -intermediaria entre fines y medios- es profundamente relativista. Despojada de su autonomía, la razón degenera en mero instrumento. Se subraya su falta de relación con un contenido; se encomia su valor operativo: “Su valor operativo, el papel que juega en el dominio de los hombres y de la naturaleza, ha sido finalmente convertido en un criterio único… Todo uso que vaya más allá de la síntesis técnica de los datos fácticos es saldado como un último residuo de la superstición. Los conceptos se han convertido en medios racionalizados que ahorran trabajo, ya que no ofrecen la menor resistencia. Es como si el pensamiento mismo se hubiese quedado reducido al nivel de los procesos industriales, sometido a un plan exacto y convertido, en una palabra, en un elemento fijo de la producción”.

Cuando esta corriente era alarmante por masiva pero aún notoria por atípica, Horkheimer consideraba que en el mundo administrado -gerenciado, diríamos hoy-, desaparece la búsqueda de sentido: la filosofía y las reflexiones rigurosas tienden a desaparecer y pueden llegar a ser estimadas como cosas de niños. En el nuevo pensamiento instrumental/gerencial el instrumento deviene en meta. La técnica y los procedimientos sustituyen a la doctrina. El predicador/gerente sustituye al predicador/teólogo y filósofo en la tarea de explicar el mundo y los textos. El gerente suplanta al abogado, el contador al sociólogo y el empresario al caballero andante. Los marcos lógicos y los FODAs han sustituido al análisis coyuntural, estructural, semiótico, histórico, folklórico o cualquier otro apellido que los análisis hayan recibido antes de la era gerencial.

Los sacerdotes que hablaban de justicia social en los años 80, hoy están a la altura -o bajura- de los tiempos y predican el evangelio de la gerencia social. Los que encarnaban la opción preferencial por los pobres, hoy “gestionan” la responsabilidad social empresarial. Los sermones -que intentaban un ejercicio hermenéutico para penetrar e iluminar el sentido de la vida, de la historia y de las escrituras- ceden su milenario e indisputable primer lugar en el top ten e introyección de normas y valores a las charlas motivacionales. Las instituciones de inspiración cristiana -incluyendo las parroquias y otras entidades pastorales- ya no hacen análisis de la realidad o ejercicios de ver-juzgar-actuar. Casi todas hacen planificaciones estratégicas siguiendo las directrices de alguna escuela de negocios del Norte.

Un giro suicida, un empobrecimiento espiritual 
Los dueños de la plata imponen el método y las categorías con que las organizaciones deben evaluarse y planificar. Y esos métodos y categorías son netamente gerenciales. Emergen impolutos, libres de toda mácula ideológica izquierdosa que las quiera contaminar. Los gerentes y sus émulos no se preocupan de debatir conceptos. Procuran evitar las discusiones ideologizantes. 

Cuando las palabras no son empleadas para sopesar probabilidades técnicamente relevantes, son sospechosas de no ser más que mera charlatanería porque el conocimiento y la producción de sentido dejaron de ser fines en sí mismos. ¿Para qué cuestionar el enfoque predominante de la seguridad ciudadana? ¿Para qué reflexionar sobre el sentido de la violencia en una sociedad, si la panoplia gerencial -con sus marcos lógicos, indicadores y técnicas de escenarios- nos pueden decir dónde, cuándo y cuánto podemos invertir en proyectos reductores de esa violencia?

En las matemáticas -extremo de la formalización del pensamiento- se renuncia a pensar lo que está en juego. La economía mental de las matemáticas puede ser buena para la industria, pero no lo es para razonar sobre las instituciones, el desarrollo, la justicia, la igualdad, la felicidad: “La afirmación de que la justicia y la libertad son mejores que la injusticia y la opresión no es científicamente verificable y resulta inútil”, sostuvo Horkheimer, para quien el resultado de este giro suicida de la razón es un empobrecimiento espiritual, un embrutecimiento sin coto.

Parodiando a Horkheimer podríamos decir que la cultura gerencial es una de esas perversiones de la razón que degeneran en su contrario. Pero es una perversión que devino en norma. La cultura gerencial ha penetrado las universidades (con su audit culture), las ONG y la cooperación al desarrollo (con sus FODAs, marcos lógicos, planificaciones estratégicas) y los IFIs (con su accountability como panacea). Está siendo asimilada por algunas corrientes religiosas. Esa absorción es perceptible tanto en la llamada “gerencia social ignaciana” en la iglesia católica como en la “teología de la prosperidad” y las escuelas de negocios y liderazgo en la iglesias pentecostales y neo-pentecostales.

“El Secreto”: Atraes todo lo que piensas
La religión no está pereciendo a manos de la ciencia -como vaticinó Horkheimer-, sino de una superstición, una nueva magia: el poder de la mente para materializar los deseos, el pensamiento positivo, el nuevo elemento con el que se ha sincretizado la religión en nuestros países. 

La escritora y activista estadounidense Barbara Ehrenreich, después de alcanzar un éxito rotundo exponiendo la imposibilidad de sobrevivir con el salario de un obrero en Nickel and Dimed, volcó en Smile or die: How positive thinking fooled America and the World (Sonríe o muere: cómo el pensamiento positivo engañó a Estados Unidos y al mundo) el más completo y penetrante estudio sobre la ¿ciencia? ¿industria? ¿religión? del pensamiento positivo.

¿El pensamiento positivo es una ciencia? El libro de Rhonda Byrne El secreto -Biblia y Corán de los espíritus positivos- afirma sin titubeos que sí. El secreto revela la ley de la atracción, la ley más poderosa del universo, principio y fundamento del éxito: “Todo lo que llega a tu vida es porque tú lo has atraído. Y lo has atraído por las imágenes que tienes en tu mente. Es lo que piensas. Todo lo que piensas lo atraes”.

Según Byrne, Platón, Shakespeare, Newton, Víctor Hugo, Beethoven, Lincoln, Emerson, Edison y Einstein conocían el secreto. El libro cita a John Assaraf, presentado como niño de la calle, ahora empresario y experto en el arte de ganar dinero, que dice: “Podemos tener todo lo que queramos. No me importa su magnitud. ¿En qué tipo de casa quieres vivir? ¿Quieres ser millonario? ¿Qué tipo de negocio quieres tener? ¿Quieres más éxito? ¿Qué es lo que realmente quieres?”

Redactado por la productora de TV australiana Rhonda Byrne, El secreto proclama una buena noticia: “No importa quién seas o lo que hagas, la ley de atracción es la que modela tu experiencia total de la vida y lo hace a través de tus pensamientos. Tú eres quien activa la ley de atracción a través de tus pensamientos”.

El secreto prodiga consejos que sus millones de lectores creen a pie juntillas: Para atraer dinero, enfócate en la riqueza. Es imposible atraer más dinero a tu vida cuando te enfocas en la falta del mismo. • Utilizar la imaginación y fingir que ya tenemos el dinero que queremos es una herramienta útil. • Mira todo lo que te guste y di “Puedo permitírmelo. Puedo comprarlo”. Cambiarás tu forma de pensar y empezaras a sentirte mejor respecto al dinero. • Da dinero para atraer más a tu vida. Cuando eres generoso con el dinero y te sientes bien compartiéndolo, estás diciendo: “Tengo en abundancia”. • Visualiza que te llegan cheques por correo...

Las raíces: Ciencia Cristiana
El efecto placebo explica la infalibilidad de la ley de la atracción: “Cuando un paciente cree realmente que la pastilla va a curarle, recibe lo que cree y se cura”. Por eso quien se persuade de que es feliz, termina siéndolo. El pensamiento crea la realidad: “Sesenta y dos mil cuatrocientas repeticiones crean una verdad” en Un mundo feliz de Huxley. De ahí el lema que muchos administradores de empresas, charlistas internacionales, life coaches -en español, entrenadores para la vida- y también en Nicaragua el presidente Bolaños hicieron suyo: el secreto es la actitud. La actitud positiva obtiene todo, aunque en la literatura del tema su énfasis es marcadamente financiero. 

Byrne está convencida de que “las personas que han acumulado riqueza han utilizado el secreto consciente o inconscientemente. Tienen pensamientos de abundancia y riqueza y no permiten que en sus mentes arraiguen pensamientos contradictorios. En ellas predominan los pensamientos de abundancia. Sólo conocen la riqueza y en sus mentes no cabe nada más. Tanto si son conscientes como si no, esos pensamientos de riqueza son los que les han aportado la riqueza. Es la ley de la atracción en acción”.

Escarbando para dar con las raíces del pensamiento positivo, Ehrenreich nos remite a Phineas Parkhurst Quimby. Fundador del New Thought y abuelo del pensamiento positivo, descubrió que la doctrina calvinista estaba produciendo una creciente cantidad de enfermedades psicosomáticas en sus adeptos, frecuentemente acosados por un sentimiento de culpa y aterrados por su inevitable y eterna condena. Quimby ganó fama desarrollando charlas terapéuticas orientadas a convencer a sus pacientes de que el universo era fundamentalmente benevolente, que ellos eran una sola unidad con la “Mente” de la cual estaban constituidos y que con el poder de su mente podían curarse de sus enfermedades. En 1863 Mary Baker Eddy -entonces inválida de 42 años, viuda de su primer marido y abandonada por el segundo- se convirtió en su paciente y discípula, y se benefició con una milagrosa sanación.

Como prolífica escritora y carismática maestra, Eddy diseminó el enfoque del nuevo pensamiento con tanto éxito que lo convirtió en una religión: la ciencia cristiana. El núcleo de su doctrina sostiene que no hay mundo material, sino sólo Pensamiento, Mente, Espíritu, Bondad, Amor o, dicho con los términos económicos que solía emplear, Oferta. Por tanto, la enfermedad y los males no existen, excepto como delirio temporal.

Muchos aplaudieron el advenimiento de la ciencia cristiana y el New Thought. Desde un punto de vista eminentemente pragmático, William James reconoció que una mente entrenada académicamente se resiste a admitir sus postulados, pero que era preciso reconocer y rendirse ante sus resultados. La ciencia cristiana curó a legiones de esa enfermedad llamada calvinismo, responsable de neurastenias y asociada con la caduca teología del infierno.

“Pensamiento Positivo”: Un concepto popularizado hace ya 60 años 
Temiendo que, de no ponérseles dique, los científicos cristianos llegaran a ser mayoría en el congreso de 1930, Mark Twain les dedicó uno de sus más cáusticos libros: Christian Science, donde corona a Mary Baker Eddy como la reina de los fraudes y los hipócritas. Science and health, with key to the scriptures, obra magna de Eddy y biblia de los científicos cristianos, inspiró en Twain éstos y otros viscerales párrafos: “De todos los libros extraños, disparatados, incomprensibles e ininterpretables que la imaginación del hombre ha producido, éste se lleva la palma con toda seguridad. Está escrito con confianza y complacencia ilimitadas, y con un ímpetu, agitación y seriedad que a menudo hacen brotar efectos de elocuencia incluso cuando las palabras no parecen tener significado rastreable alguno… Cuando se lee, parece estar escuchándose un animado, agresivo y oracular discurso pronunciado en una lengua desconocida, cuyo espíritu se capta, pero cuyos detalles se escapan totalmente.”

El núcleo, tanto en la ciencia cristiana como en el pensamiento positivo, es la imbatible fe en el poder de la mente para crear y moldear el mundo. Sólo existe lo que la mente produce. La realidad carece de autonomía. En el más concesivo de los casos, el mundo externo es un pálido reflejo de las elaboraciones mentales. 

Hubo otros seguidores de esta especie de platonismo desenfrenado, seres dichosos que habitaron el mundo de las ideas. A mediados del siglo 20, Norman Vincent Peale (1898-1993) popularizó la expresión “pensamiento positivo”. Peale fue aún más prolífico y leído que Eddy. Dio a luz una monumental pila de best sellers: The power of positive thinking, You can if you think you can, Six attitudes for winners, The positive power of Jesus Christ y abusivamente muchos más.

Napoleon Hill (1883-1970) es el eslabón que engarza la época de Eddy con la de Peale. Asesor de Woodrow Wilson y Franklin Delano Roosevelt, Hill se hizo célebre con The law of success in sixteen lessons, Think and grow rich, The master-key to riches y Your right to be rich. Hoy por hoy, los pensadores positivos son legión y sus emanaciones mentales puestas por escrito y cargadas en la web podrían hacer colapsar los servidores más potentes.

El Pensamiento Positivo entra al mundo gerencial 
Aunque el vínculo religión-pensamiento positivo es perceptible en sus raíces -y es obvio que con Peale y otros autores ese nexo se solidifica- el pensamiento positivo ha tenido un desarrollo secular -o al menos no teñido de color eclesial alguno- para ganar más adeptos. Su desarrollo en arenas no religiosas es palpable en los médicos que prescriben pensamiento positivo aduciendo sus presuntos efectos benéficos sobre la salud, en la academia que ha creado departamentos de “psicología positiva” y de “ciencia de la felicidad” y, sobre todo, en el mundo de los negocios, pletóricos de charlistas y charlas de motivación, situados en el significativo cruce -o los cruces- entre el pensamiento positivo y la cultura gerencial con su culto al emprendedurismo y su obsesión por la riqueza.

Aunque a primera vista pareciera que el pensamiento positivo y el gerencialismo se sitúan en polos opuestos -uno en la irracionalidad delirante y otro en el racionalismo llevado al extremo- los cruces del pensamiento positivo con la cultura gerencial son múltiples. Empecemos por mencionar que, según Marketdata Enterprises, en 2005 la industria de la motivación -empapada hasta los tuétanos de positividad- movió 9 mil 600 millones de dólares en CD, DVD, libros y estipendios de los coaches. La International Coach Federation calculó que todos los coaches del mundo se merendaron 1 mil 500 millones de dólares en 2007. Sus clientes suelen ser las empresas, ávidas de sus servicios para fabricar empleados con alta motivación. Sprint, Albertsons, Allstate, Caterpillar, Exxon Mobil y American Airlines figuran entre sus mejores clientes. 

Los paladines del New Thought y la ciencia cristiana no alcanzaron a columbrar cuán lucrativos podrían ser sus hallazgos si los aplicaban directamente al mundo de los negocios, donde sus técnicas podían ofrecer a los empleadores un mayor control sobre los trabajadores y su productividad. Los primeros en percibir esa cantera fueron los editores de Power of positive thinking de Norman Vincent Peale, que estamparon este vistoso aviso para promover el libro: “EJECUTIVOS: Regalen este libro a los empleados. Paga dividendos”.

Positivos y Gerentes en el mundo del trabajo
Existen otros obvios nexos entre positivos y gerentes. En el ámbito comercial, el mejor vendedor es quien está convencido de las bondades de su mercancía. Las técnicas del pensamiento positivo están puestas al servicio de ese convencimiento y son semejantes a la hipnopedia de Un mundo feliz: repeticiones, rótulos con lemas y fotografías para llegar al subconsciente, de modo que la persona asimile, sin juzgar sobre lo asimilado. 

En el manejo de recursos humanos, el mejor administrador de personal será quien más persuada a los empleados y manipule sus más descabelladas expectativas. Los CEOs más exitosos cultivan una imagen de líderes carismáticos que toman rápidas decisiones a impulsos de corazonadas positivas. No importa si el gerente no es muy ducho en contabilidad y el concienzudo estudio de las fluctuaciones de la bolsa. Basta que conozca unos rudimentos de FODA, diga “ruta crítica” en cada párrafo y lance discursos animadores. La imagen del CEO ha cambiado de ser un administrador responsable a ser un líder motivador, más semejante, de hecho, a un charlista motivacional, a un life coach.

En una era en la que muchos habían vaticinado que el mundo espiritual estaría fuera de lugar en la racionalidad de los negocios, emergen los gerentes gurús y los administradores chamanísticos. La magia se ha tecnificado en las estrategias del pensamiento positivo y la gerencia se ha magificado para encarar un mundo cambiante donde sólo cabe administrar el caos del casino global, sus capitales golondrina y sus volátiles puestos de trabajo.

Juntos de la mano, zorros del mismo piñal en muchas lides, el pensamiento positivo y el gerencialismo se unen para propinar un contundente golpe de mano al trabajo asalariado. Ehrenreich dio en el clavo al definir el papel del pensamiento positivo en el mundo del trabajo asalariado: “Con la ‘motivación’ como látigo, el pensamiento positivo se convirtió en el sello del empleado sumiso”. El látigo cobró una extensión estructural: los empleadores de hoy censuran y despiden a los obreros quejicosos y reclamadores. Tiene también una extensión social: los empleados huyen y censuran a sus colegas “negativos” como antes los beatos anatematizaban a los pecadores. Con las apreturas de la crisis, con la contracción de los puestos laborales: si hay desempleo, subempleo o malas condiciones laborales, el problema es la actitud... de los malos trabajadores, por supuesto.¬

El Pensamiento Positivo en el diván
Aunque el pensamiento positivo se vista de ciencia, magia se queda. El núcleo de su propuesta lo delata: basta con desear fervientemente un objeto o situación para que se produzca. Tenemos aquí una formulación nada sofisticada de la vetusta fe en la omnipotencia de las ideas, uno de los fenómenos más estudiados por la teoría psicoanalítica. En Tótem y tabú Freud lo define como el proceso según el cual el hombre atribuye una eficacia incuestionable a lo intensamente pensado y representado afectivamente. De la misma manera que los habitantes de tribus con cultos mágicos, los pensadores positivos creen poder transformar el mundo exterior con sólo el poder de sus ideas.

Freud sostuvo que es posible rastrear esa omnipotencia de las ideas en la infancia de los humanos. Las primeras fases de la infancia se caracterizan por un egocentrismo donde el principio del placer lo es todo. La maduración consiste en que el principio de conservación, para garantizar la supervivencia del individuo, sustituye el principio del placer por el principio de realidad. En Más allá del principio del placer, Freud afirmó: “Sabemos que el principio del placer corresponde a un funcionamiento primario del aparato anímico y que es inútil, y hasta peligroso en alto grado, para la autoafirmación del organismo frente a las dificultades del mundo exterior”.

En las sicologías regidas por el principio del placer, la sicología infantil de los primeros años, “la existencia de una representación es ya una garantía de la realidad de lo representado. La antítesis entre lo subjetivo y lo objetivo no existe en un principio... La primera y más inmediata finalidad del examen de la realidad no es, pues, hallar en la percepción real un objeto correspondiente al representado, sino volver a encontrarlo, convencerse de que aún existe”. Las personas aferradas al principio del placer construyen una realidad que les es satisfactoria.

En El malestar en la cultura Freud explicó cómo funciona este mecanismo: “Construyendo en su lugar un nuevo mundo en el cual queden eliminados los rasgos más intolerables, sustituidos por otros adecuados a los propios deseos. Quien en desesperada rebeldía adopte este camino hacia la felicidad, generalmente no llegará muy lejos, pues la realidad es la más fuerte”. Los que persisten en darse cabezazos contra la realidad o, más bien, en negarla y sustituirla, caen en la psicosis. La psicosis crea una nueva realidad exenta de los motivos de disgusto que ofrece la realidad circundante. La persona sicótica no se deja dominar -convencer ni frenar- por la realidad.

En su versión más inocua, el pensamiento positivo lleva el narcisismo al extremo: las acciones -e incluso los pensamiento positivos- de los demás no perturban la realización de los propios deseos. Los otros no son más que extras o marionetas en el gran largometraje hollywoodense donde cada pensador positivo es el protagonista. Son el set de The Truman Show. Están ahí para satisfacer los deseos del pensador positivo.

El Pensamiento Positivo es el opio de nuestra época
El colmo del pensamiento positivo -su versión más alarmante- es proporcionarse las percepciones que corresponden a la realidad deseada por medio de la alucinación. Sin llegar -siempre- al colmo patológico de la alucinación, el pensamiento positivo acaba produciendo lo mismo que la psicosis: pérdida y sustitución de la realidad. Desde esta perspectiva podemos decir que el pensamiento positivo es la mezcla de hedonismo militante con la imposibilidad de satisfacer las expectativas. Por eso surge en una época de expectativas dilatadas, con apenas fantasiosas posibilidades de realizarlas. 

El pensamiento positivo surge como fantasía encubridora de la intragabale realidad de que los asalariados estamos despeñándonos por la pirámide social, sin asideros a los que recurrir, salvo la muy íntima capacidad imaginativa de crear jardines colgantes a partir de rudos peñascos. El pensamiento positivo surge donde se reprimen y niegan los elementos conflictivos de la vida social. Niega la conculcación de derechos, el bloqueo del éxito, el declive del mundo del trabajo asalariado… 

El pensamiento positivo mantiene reprimido el malestar, las tensiones, los conflictos. Más que látigo, es opio en el clásico sentido marxista. Lo que antes era obtenido como concesión de un Dios cuyo favor se ganaba mediante oraciones y fórmulas mágicas, ahora se materializa por la pura fuerza del deseo.

La brujería era la encargada de obtener la ilusión que produce el pensamiento positivo. Su versión no primitiva ha producido una especie de “tecnificación” del pensamiento mágico, más acorde con el presunto racionalismo gerencial, donde la vieja brujería debe renombrar sus antiguos recursos para no estar fuera de tono, y por eso habla de leyes -de la atracción, entre otras-, tácticas de auto-persuasión (que no son sino repeticiones rituales), cursos de life coaching (ritos de paso) y -¿comportamientos que alejan a los malos espíritus?- las seis actitudes para ganadores y las master-keys para enriquecerse. 

Los pensadores positivos también conectan con las religiones tradicionales. Ehrenreich mostró que el punto de contacto entre la vieja religión calvinista y el pensamiento positivo es su obsesión por el auto-monitoreo: el calvinista buscaba extirpar los pensamientos pecaminosos y la laxitud, el pensador positivo quiere erradicar los pensamientos negativos.

Los pobres son pobres porque piensan en positivo
Las fantasías más delirantes del pensamiento positivo no son una mera curiosidad asentada en el pabellón marginal de un excéntrico museo. Actúan aquí y ahora, en la Centroamérica de postguerra. Sus criaturas ideológicas y su deificación de las facultades desiderativas serían inocuas, de no ser por su impacto en la transformación que ha sufrido Centroamérica gracias a su adopción por poderosos actores políticos. 

Su poder tiene un sesgo consagrador de las desigualdades inscrito en su corolario. El pensamiento positivo constru¬ye una realidad no conflictiva que niega las inequidades, los condicionamientos estructurales y las barreras al ascenso social de los desheredados, los no conectados, los preteridos de hoy y siempre. En su idílica visión, la pobreza y la existencia de “perdedores” reflejan la carencia de positividad. Esto significa que el individuo es totalmente responsable de su posición social y sus logros. No hay estructuras opresivas que identificar y desmontar. 

Hay un giro novedoso en la inculpación de los individuos: los condenados de la tierra ya no son culpados de su miseria por ser perezosos, ignorantes o pecadores. Son sólo pensadores negativos. Este mundo es forzosamente desigual porque desigual es la dotación de la positividad y el conocimiento del “secreto”. Por eso Bob Proctor nos advierte en una de las citas que pespuntean El secreto: “¿Por qué crees que un uno por ciento de la población gana aproximadamente el 96 por ciento de todo el dinero del mundo? ¿Crees que es por casualidad? Es porque entienden algo. Entienden el secreto y ahora tú estás siendo introducido al mismo”.

Seamos como esos ratones
Entre los más exitosos promotores de la ceguera ante los conflictos elevada al rango de virtud cardinal figura Spencer Johnson, autor de títulos tan prometedores como El vendedor al minuto y Cómo ser buena madre en un minuto. Su obra maestra Who moved my cheese? (¿Quién se ha llevado mi queso?) vendió millones de copias. Fue un caballo de Troya que muchos patrones obsequiaron a sus empleados.

Emblemática en su promoción de un pensamiento terso, ajeno a los conflictos, en forma de fábula infantil narra la historia de una manada de ratones que, tras arribar a la Central Quesera “Q”, donde normalmente se abastecían del preciado manjar, encuentran que no hay queso. Mientras la mayoría de los roedores “maldijeron y se quejaron de lo injusto que era todo lo ocurrido”, dos ratones heroicos no se complicaron la vida y simplemente buscaron fuentes alternativas de queso: “Estos ratones no se perdían en análisis profundos de las cosas. Tanto el problema como la solución eran simples. La situación en la Central Quesera “Q” había cambiado. Por lo tanto, Olí (Fisgón) y Corrí (Escurridizo) decidieron cambiar”.

Los humanos son invitados a ser como ratones, que “no sobreanalizan o sobrecomplican las cosas”. El subtítulo del libro anuncia parte de su propuesta: “Una manera sorprendente de afrontar el cambio en el trabajo y en la vida privada”. La sorprendente manera consiste en no complicar las cosas: si tu jefe y el sistema te convierten en una víctima más de la contracción de puestos laborales, es imperioso evitar la perniciosa tendencia humana a sobreanalizar y quejarse. Cuando pierdas tu puesto, lo mejor será que busques otro. En algún sitio habrá un delicioso queso esperándote. Parapetados en esta seráfica cosmovisión, los empleadores han sustituido los odiosos términos “cortes laborales” o “despidos” por los más amables “alivio de recursos” y “oportunidades de cambiar carrera”.

En Un mundo feliz de Aldous Huxley, quejarse era mal visto. La inconformidad era peligrosa. Ante la más leve incomodidad, los habitantes de esa anti-utopía futurista tomaban drogas que les producían una sensación de bienestar. La Centroamérica de los años 70 y 80 ofreció destierros y entierros a los insumisos. La de hoy ofrece generosas dosis de pensamiento positivo. Las iglesias neo-pentecostales y otras iglesias cristianas, inmersas en un proceso sincréticos están absorbiendo y promoviendo las técnicas y valores del pensar positivo y del actuar gerencial. Sus pastores son los intelectuales orgánicos de esas corrientes de pensamiento. 

En un próximo texto veremos cómo el gerencialismo y el pensamiento positivo convergen en la arena religiosa para convencernos de que la voluntad de Dios es que seamos ricos. ¡Aleluya!

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