miércoles, 7 de marzo de 2012

Moral occidental y formas justificadas de exterminio

Rebelión

Por Juan José García

Pretender que el criterio de la moralidad voceado por los Medios es el último y definitivo argumento para legitimar cualquier acción, viene siendo una forma elevada e insuperable de perpetrar, justificadamente, inmensos crímenes por parte del imperio occidental. Pareciera que los hechos no definen a sus agentes, si estos se han puesto al resguardo de elevados ideas y argumentos cargados de moralidad. Pero la tozuda realidad no deja de arrojar a la “limpia mirada de las conciencias más elevadamente morales”, un brutal saldo de hechos insultantemente injustos, civilizadamente bárbaros e indiscutiblemente criminales y por ello, habría que añadir, profundamente inmorales.

Para los poderes infrahumanos que emprenden estas acciones amparados en la cobertura moral, es evidente que los resultados son los esperados. Se trata de asesinatos en masa cometidos para “proteger a la población civil”, con el fin de alcanzar objetivos estratégicos, bien ocultos a la sombra de los enunciados morales.

Pero para aquellos que seguimos entendiendo que la dignidad, el derecho a la vida, el acceso a los bienes en igualdad de condiciones, la justicia, son metas y garantía de supervivencia para la humanidad y el planeta que la sustenta, algo muy grave está ocurriendo.

Porque no es la moralidad o inmoralidad lo verdaderamente relevante aquí. Se trata de que la consideración moral anule la capacidad de comprensión de que la acción emprendida con justificación moral, es por sus consecuencias una acción reprobable de nuestros propios gobernantes-enemigo. 

Y ¿cómo es posible que millones de seres humanos sean persuadidos por meros enunciados morales para apoyar la perpetración de enormes crímenes?; solo la ausencia de pensamiento sustituida por la seducción de los enunciados publicitarios puede explicar esta locura.

Una y otra vez, se acude con alborozada expectativa al reclamo fascinador de cualquier enunciado publicitario, sabiendo que tras el acto de consumo se esconde la frustración del anhelo desatado por el reclamo. De igual modo, las sociedades de masas de Occidente parecen encontrar su superioridad como civilización en la alborozada expectativa producida por las grandilocuentes proclamas de altisonancia moral que anteceden a cualquier nueva carnicería emprendida por sus jefes. Los hechos que se suceden en forma de crímenes contra la humanidad son el tributo necesario a la indescriptible sensación de superioridad experimentada en los prolegómenos de cada batalla.

Asimilables, al fin y al cabo, con la frustración sobrevenida tras cada acto de consumo inducido por el seductor mensaje publicitario. Una frustración asumida como parte inevitable de la cotidianeidad a fuerza de experimentarla en repetidos e incontables actos de consumo.

Así que la moralidad de Occidente no es más que un relámpago de apariencias, que cada vez tiene que elevar su intensidad para poder ocultar la verdadera ausencia de cualquier sombra de moralidad. Pura publicidad, que apela a la adrenalina en lugar del pensamiento.

Parece que la batalla en el plano del lenguaje ha sido definitivamente ganada por los poderosos; porque son ellos los que establecen el marco simbólico a partir del cual se matiza, contradice o justifica un planteamiento perverso de partida.

La futilidad de los enunciados del Poder a la hora de formular la narración de lo que es la vida, parece haber tenido tan gran éxito en las sociedades occidentales que, incluso entre los movimientos progresistas, se asume sin el más mínimo reparo un pensamiento enemigo larvado de trampas que desactivan, desde esas posiciones de partida, cualquier intento de otro pensamiento y su consecuente acción.

Eso debe ser lo que explica que la socialdemocracia asuma con más vehemencia el discurso de los mercados y de las guerras humanitarias. Esto debe ser lo que explica que los ciudadanos descubran diferencias entre los dos partidos que se reparten el juego político; diferencias relevantes entre toda clase de enemigos, que hacen unos preferibles a otros. Eso debe ser lo que sustenta la enorme contradicción de apostar por la emancipación de los pueblos y terminar por confundirla con la invasión neocolonial.

Y sobre todo, eso debe ser lo que explica la renuncia a un pensamiento de calado. Un pensamiento que asista y no deje en el vacío ante la inconsistencia de los planteamientos y las acciones surgidas de la respuesta automática al estímulo de la publicidad con pretensiones de pensamiento moral de los poderosos.

Los hechos cuentan. Y en esta virtualidad construida con eslóganes ingeniosos, pensamientos de colores y banalidad narcotizante, puede que no alcancemos a entender la realidad de los hechos. Solo a sufrir sus consecuencias, atribuidas a inventadas causas, que nos tendrán profundamente entretenidos en ociosas disquisiciones, mientras seguimos creyendo, complacido el Poder, que las víctimas son los enemigos.

Son los hechos los que acaban definiendo a los agentes y a las ideas.

Los ideólogos del “libre mercado”, las instituciones de los Estados occidentales, sus agentes financieros y su hijo natural, el aparato militar de occidente -señores de la guerra, colonial, humanitaria o preventiva- son enemigos de toda forma de vida, agentes activos de millones de asesinatos; la moral servida por los Medios es su estandarte publicitario. 

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