viernes, 10 de febrero de 2012

Galeano, el hijo de sus días


La Ventana

Dieron las cuatro de la tarde y ante una sala Che Guevara atestada, como podía preverse, Eduardo Galeano desandó para el público cubano ―con voz pausada y mirada cómplice, de esas de quien se siente en casa, en su Casa― fragmentos de sus más recientes libros: Los hijos de los días, volumen próximo a publicarse, y Espejos. Una historia casi universal, distinguido con el Premio de narrativa José María Arguedas 2011.

Según expresó el poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar “este es un día muy hermoso para la Casa de las Américas, en el que volvemos a tener a alguien que nunca se fue, el hermano Eduardo Galeano, que ayer nos conmovió a todos con el que, sin dudas, es el elogio más hermoso hecho a su Casa de las Américas”.

Durante la presentación, Retamar, quien obsequió al autor de Memorias del fuego una obra del artista cubano Roberto Fabelo, señaló: “no se suele decir que los profesores, los maestros, aprenden mucho de sus alumnos, y tampoco se suele decir que en ocasiones ―y de esto puedo dar testimonio directo― los premiados por la Casa de las Américas, premian a la Casa de las Américas, este es el caso de este libro. Eduardo hizo el más grande elogio de la Casa cuando mereció y recibió entusiasmado este premio honorario”.

Al comenzar, Galeano retribuyó “este calor humano que he vuelto a recibir en Cuba y, muy especialmente, el calor humano que mi Casa, la Casa de las Américas, me ha brindado siempre”.

Igualmente, el narrador agradeció “este premio que lleva el nombre de un hombre por mí admirado y amado, José María Arguedas, que murió, se suicidó, en el Perú, cuando ya no pudo soportar la guerra que en sus adentros liberaban las dos mitades de su país roto: la mitad quechua, la mitad española; la mitad vencida, la mitad vencedora”.


Con este reconocimiento, Galeano recordó la emoción al leer por primera vez al escritor peruano, “porque Arguedas se entregaba en cada página, abría el pecho y se entregaba […] y ese hombre a quien nunca conocí en persona pero de quien me sentí muy, pero muy cercano, me enseñó a penetrar en las profundidades de América, de todas sus tragedias y sus fiestas posibles”.

Arguedas lo condujo a Juan Carlos Onetti, de quien ha confesado ser un discípulo privilegiado, pues el autor de Juntacadáveres ―cuenta Galeano― tenía fama de ser malhumorado. Sin embargo, solo frente a un fragmento de la novela póstuma El zorro de arriba y el zorro de abajo, del peruano vio por primera vez emocionado a su maestro. El texto decía “Ahora estoy en Santiago de Chile, pero querría estar en Montevideo, encontrarme con Onetti para apretarle la mano con que escribe”.

Inició, entonces, su lectura ―dedicada a Arguedas y a Onetti, en un acto simbólico de “apretarles las manos con que escriben”― echando mano a unas páginas sueltas pertenecientes a Los hijos de los días y compartió con el público ―que también lo escuchaba a través de altavoces ubicados en los exteriores de la Casa― la génesis de este volumen que verá luz en marzo próximo en varios países de América y en España.

De Los hijos de los días reproducimos algunos fragmentos de la veintena de textos que compartió.


Y los días se echaron a caminar, y nos hicieron a nosotros, que así fuimos nacidos, nosotros, los hijos de los días, los averiguadores, los buscadores de la vida.

Enero 15. El zapato. 
En 1919, la revolucionaria Rosa Luxemburgo fue asesinada en Berlín. Los asesinos la rompieron a golpe de fusil y la arrojaron a las aguas de un canal. En el camino perdió un zapato. Alguna mano recogió ese zapato tirado en el barro. Rosa había vivido su vida entera peleando por un mundo donde la justicia no sería sacrificada en nombre de la libertad, ni la libertad sería sacrificada en nombre de la justicia. Cada día, alguna mano recoge esa bandera tirada en el barro, como el zapato.

Marzo 9. El día que México invadió a los Estados Unidos. 
En la madrugada de hoy, del año 1916, Pancho Villa atravesó la frontera y encendió la ciudad de Columbus, mató a algunos soldados, se llevó unos cuantos caballos y municiones, y al día siguiente regresó a México para contar su hazaña. Esta fugaz incursión de los jinetes de Pancho Villa fue la única invasión que los Estados Unidos sufrieron en toda su historia.

En cambio, este país ha invadido y sigue invadiendo casi todo el mundo. Desde 1947 su ministerio de guerra se llama Ministerio de Defensa, y su presupuesto de guerra se llama presupuesto de Defensa. El nombre es un enigma más indescifrable que el misterio de la Santísima Trinidad.

Concluyó luego con segmentos de Espejos, como una especie de preámbulo a las lecturas que iniciarían los centenares de personas que se aglomeraban a la espera del libro, aún con olor a tinta fresca.


De Espejos. Una historia casi universal…
Caminos de alta fiesta


 ¿Adán y Eva eran negros? 

En África empezó el viaje humano en el mundo. Desde allí emprendieron nuestros abuelos la conquista del planeta. Los diversos caminos fundaron los diversos destinos, y el Sol se ocupó del reparto de los colores.

Ahora las mujeres y los hombres, arcoiris de la tierra, tenemos más colores que el arcoiris del cielo; pero somos todos, toditos somos, africanos emigrados. Hasta los blancos blanquísimos vienen del África.

Quizá nos negamos a recordar nuestro origen común porque el racismo produce amnesia, o porque nos resulta imposible creer que en aquellos tiempos remotos el mundo entero era nuestro reino, inmenso mapa sin fronteras y nuestras piernas eran el único pasaporte exigido.

Fundación de los abrazos
En Irak nació el primer poema de amor de la literatura universal, miles de años antes de su devastación:


Que el cantor teja en cantares esto que voy a contarte.  El canto contó, en lengua sumeria, el encuentro de una diosa y un pastor.

Inanna, la diosa, amó esa noche como si fuera mortal. Dumuzi, el pastor, fue inmortal mientras duró esa noche.

Fundación de la belleza
Están allí, pintadas en las paredes y en los techos de las cavernas. Estas figuras, bisontes, alces, osos, caballos, águilas, mujeres, hombres, no tienen edad. Han nacido hace miles y miles de años, pero nacen de nuevo cada vez que alguien las mira.

¿Cómo pudieron ellos, nuestros remotos abuelos, pintar de tan delicada manera? ¿Cómo pudieron ellos, esos brutos que a mano limpia peleaban contra las bestias, crear figuras tan llenas de gracia? ¿Cómo pudieron ellos dibujar esas líneas volanderas que escapan de la roca y se van al aire? ¿Cómo pudieron ellos...? ¿O eran ellas?
--------------------------
La puntuación de los fragmentos de Los hijos de los días obedece a la transcripción, no a los originales.

No hay comentarios: